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El fútbol uruguayo entre el mito y lo grotesco

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Miguel Méndez

Crónicas

Miguel Méndez supo contar algunas historias inesperadas.

Hubo un tiempo en que los partidos de fútbol se jugaban sábados y domingos de tarde, los cuadros no cambiaban la camiseta salvo confusión evidente, no existía la separación de hinchadas ni los operativos de seguridad ni las vallas, y las discusiones terminaban a manos limpias en plena calle. La lista puede seguir. Hoy en día el fútbol uruguayo se muestra (o se pretende mostrar) como un producto para la televisión, profesional, serio. Y de hecho lo es. Aunque claro, en esencia sigue igual de pintoresco como siempre, por momentos absurdo, y por qué no también divino.

Las crónicas de Beckham nunca conoció Durazno, no hacen más que confirmar que el principal deporte de Uruguay está condenado a una vida entre mítica y grotesca.

Al fútbol se lo puede amar o se lo puede odiar con la misma intensidad. Claro que el futbolero de ley lo ama, encantando por tantas leyendas de ayer y de hoy. Treinta y dos de ellas las cuenta el autor, Miguel Méndez, que antes de este trabajo indagó en El quinquenio de los chicos, ese cuando Defensor, Danubio, Progreso, Bella Vista y otra vez Defensor, ganaron consecutivamente el campeonato uruguayo sin que ninguno de los grandes pudiera colarse.

De aquella gesta compartida emerge el recuerdo de Ruben Pelé Silva, campeón uruguayo con papales, violetas, y finalmente con Nacional en 1992. Pero el abanico es mucho más amplio, apoyado por extractos de diarios que bien vale repasar, hasta para ver la forma de escribir, que ha ido cambiando con los años. Muchas historias sirven de excusa para contar otras historias derivadas, empezando por la creación (y separación) de cuadros en el mismo barrio, tal el caso de Rampla y Cerro, o de Cerrito y Rentistas. Y en el medio, cientos de anécdotas variopintas, como cuando el serbio Petrovic, al salir del Paladino, declaró: “¿Dónde hacer calentamiento? ¿En calle? Esto es una catástrofo”. Era el técnico de Peñarol, y apenas duró un semestre.

Algunos relatos con sus semblanzas podrán ser conocidos, otros un hallazgo apreciado, por más que ya se sabe que en otro tiempo la victoria valía dos puntos y no tres (concepto repetido demasiadas veces), o que en Uruguay se dice Ruben y no Rubén, o que con Hungría haya sido Schiaffino (y no Hohberg) quien pateara la pelota antes de quedar frenada por el barro.
El libro bien vale como disparador para una charla futbolera. Y claro, el rubio inglés nunca conoció Durazno, ni tampoco Uruguay, y posiblemente tampoco haya probado el mate.

BECKHAM NUNCA CONOCIÓ DURAZNO Y OTRAS HISTORIAS INSÓLITAS DEL FÚTBOL URUGUAYO, de Miguel Méndez. Tajante, 2019. Montevideo, 223 págs.

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