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La esperanza como pasión triste

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Eduardo Milán

POÉTICAS DE EDUARDO MILÁN

Lo que ocurre tras tropezar con el Tractatus de Spinoza.

Eduardo Milán

Yo no venía caminando entre los escombros del Muro de Berlín cuando mi amigo Wolfgang, con tres libros bajo el brazo como un extranjero triple, me dijo: “Se perdió El principio esperanza”. No, tampoco caigo tan bajo. Así empieza cualquier relato corto escrito en estos días de fiebre narrativa que suplanta, como una válvula a otra en Mick Jagger, el discurso de la historia por cualquier relato breve. La especie es capaz de pasar hambre —o sea: en el océano humano que se devora a sí mismo, es decir, unos a otros— quedarse sin agua —cosa que parece que Uruguay ya libró con su cuantiosa cantidad de litros del vital líquido elemento que, por el momento, no es sustituido por un virtual hidro sentimiento— quedarse sin amor, sin renta básica universal, sin aquel desierto de referencia al que aludió Federico N. cuando dijo, en el mismo idioma que Wolfgang: “El desierto crece”. Pero aquí nadie se queda sin cuento. Corría 1994 y yo convaleciente de una enfermedad hepática que me privó del Paraíso Artificial por un rato y apenas reponiéndome del levantamiento zapatista de Chiapas fui entrando a la librería El Péndulo de la Colonia Condesa, ex D.F. , vi a un empleado con cara de un-no-sé-qué-que-queda-balbuciendo y le pregunto con mi naturalidad de pura cepa: “¿tiene Das Prinzip Hoffnung, in fünf Teilen?” (en alemán en el original). “Está descatalogado”, me dijo el despachante con una naturalidad tipo Bartleby pero no pre- —en el sentido de “siempre latente”— sino post-revolucionaria, de capa caída de aquí a la eternidad sin posibilidad de remake. Así fue, selva textual. El clásico de Ernst Bloch sin el cual no se entiende la izquierda dura de la década de los sesenta del siglo XX descatalogado. Yo pensé qué hago ahora, necesito esperanza para seguir, el triunfo del capitalismo ahora unipolar, ya sin el falso equilibro del capitalismo de estado soviético, me descatalogó El principio esperanza, el único principio que está siempre empezando como un poema bueno y sin el cual no sé vivir. Fue justo ahí que tropiezo con el Tractatus de Spinoza, lo levanto del suelo y abriendo al azar la página más precisa, leo: “La esperanza es una pasión triste”. Si alguien no experimenta el Renacimiento con sus madonas estilizadas de pelo larguísimo y ensortijado, unos bucles cayendo sobre la espalda semidesnuda apenas cubiertas por unas telas como de tul o lino o estelas en el esfumino, tanto da un Botticelli que se precie en el mercado de Sotheby’s u otro cualquiera, no sabe lo que sentí. La izquierda renace de tanto en tanto, a veces se parece a un brasileño incomprendido de haber hecho ingresar al consumo a millones de semi-indigentes o indigentes completos y ahora llora ante la evidencia del nuevo fascismo casero. O a un evangelista que arenga a diario en la frontera con Estados Unidos. La izquierda renace antes del eclipse de sol total.

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