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Eduardo Halfon y el narrador incómodo

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Eduardo Halfon (foto Peter-Andreas Hassiepen)

Reedición del autor judío-guatemalteco

Llegó El boxeador polaco, reeditada a diez años de su publicación original. Halfon es un autor incómodo que envuelve al lector a pura literatura. Inolvidable.

Llegó Eduardo Halfon a librerías uruguayas, y la literatura debería estar de fiesta. El escritor guatemalteco de familia judía, ya multipremiado y traducido, escribe como esos que se sientan al lado del lector, que invaden con naturalidad su intimidad y le susurran sus historias con calma, siempre en un lenguaje diáfano, simple. Sus cuentos, que no son cuentos aislados sino parte de una extensa exploración personal, forman en realidad una gran novela o “una serie o un proyecto o una constelación que se ha ido abriendo en mí sin planificación previa”, nos cuenta Halfon desde París, donde vive ahora usufructuando una beca de la Universidad de Columbia.

Llegó El boxeador polaco. Fue el primer libro de una serie de cinco que se completó con Duelo (Libros del Asteroide, 2017), y que incluye La pirueta (2010), Monasterio (2013) y Signor Hoffman (2015). El boxeador polaco cumplió 10 años de su primera edición, y acaba de ser reeditado, sumando ahora como capítulo final a La pirueta. “Esta nueva edición” cuenta el autor en el prefacio, “recupera el mismo esquema que seguí cuando estaba escribiendo las primeras historias de su narrador, ese otro Eduardo Halfon, que en aquel entonces apenas nacía y aún entonces me acompaña”. Sí, el narrador de estos libros también se llama Eduardo Halfon, y es un personaje con el que el escritor establece una relación a distancia, porque el otro es un tipo que se manda solo, o que le impone cosas. La relación con él “no me reconforta en absoluto, ni en lo íntimo ni en lo cotidiano” confiesa desde París. “No escribo buscando respuestas. Tampoco escribo para sentirme mejor. Cuando termino un cuento o un libro, siempre, sin falta, estoy peor que cuando lo comencé. Más confundido. Más ansioso. Yo diría que ese otro Eduardo Halfon va encontrando respuestas a preguntas que no se había ni siquiera planteado. Y luego, ni él ni yo sabemos qué hacer con esas respuestas. Nada, supongo. Sólo seguir escribiendo”.

Guerra e incoherencia

En sus libros hay muchos personajes y sitios diferentes, no sólo de Guatemala. Pueden ser amigos de la infancia, un encuentro furtivo con una turista israelí a la que le cuenta que ya se jubiló de judío, el vínculo con un pianista serbio que quiere ser gitano, o las charlas con su abuelo que sobrevivió a Auschwitz tras estar seis años internado en diversos campos nazis de concentración (en “El boxeador polaco”). Su abuelo encontró luego refugio en Guatemala y despreció (u odió o renegó) para siempre de sus compatriotas polacos. Por qué sobrevivió él y no otros es una de las preguntas que lo persigue, como persigue a las decenas de millones de desplazados y refugiados de esa atroz guerra que debieron dejar atrás familia, amigos, trabajo, la vida entera. El asunto es que las respuestas que el otro Eduardo Halfon va encontrando están lejos de ser algo reconfortante.

Tras su llegada al Bloque Once de Auschwitz el abuelo sabe que lo van a fusilar. Nunca ha hablado del tema, pero nieto y abuelo —whisky mediante— logran ese instante de intimidad que abre la memoria, que despeja tabúes. “Qué más le queda a uno cuando sabe que al día siguiente lo van a fusilar, eh. Nada”, le dice al nieto. Quiere rezar el kadish, pero no lo sabe, sólo que a la mañana siguiente lo hincarán frente al Muro Negro y le darán un tiro en la nuca. Sentado, en la oscuridad, el de al lado le habla en polaco. Es un boxeador de Lodz, del mismo pueblo que su abuelo. Le habla toda la noche. Hace mucho que está allí, y no lo han fusilado. Le explica con detalle qué es lo que deberá decir mañana frente al falso tribunal para lograr que no lo fusilen, y qué no decir. Al día siguiente dijo lo que debía decir y no dijo lo que no debía, y sobrevivió. Entonces el nieto le pregunta qué le dijo el boxeador polaco. “Él pareció no entender mi pregunta y entonces se la repetí, un poco más ansioso, un poco más recio”. Pero no, nada. “Nunca supe si mi abuelo no recordaba las palabras del boxeador polaco, o si eligió no decírmelas, o si sencillamente no importaban, si habían cumplido su propósito como palabras y entonces habían desaparecido para siempre”.

La pista para entender al abuelo está en el cuento “Oh gueto mi amor” del libro Signor Hoffman. Allí el personaje Eduardo Halfon relata su llegada a Lodz en busca de una misteriosa señora llamada madame Maroszek, quien tendría pistas sobre la vida de su abuelo. La conoce, lo orienta, pero a su vez un viejo poeta chileno, a quien ella había ayudado, le dice que los padres de Maroszek habían entregado judíos a la Gestapo. En la duda creciente, decide llamar a una investigadora que ha trabajado en profundidad los temas. “Ella me dijo por teléfono que, según sus investigaciones, los padres de madame Maroszek habían ayudado a los judíos, y también habían delatado a judíos; nunca pudo confirmar nada, me dijo, pero encontró testimonios que sustentaban ambas historias”. Cómo era eso posible, le preguntó, y ella primero le dijo que no sabía, y luego que no le extrañaba tanto, “que así de incoherente era todo durante la guerra”.

Los relatos que construimos para dar coherencia a lo incoherente, al horror, al trauma indecible, suelen distanciarse de la realidad para ser más tolerables. Sobre esa grieta que la memoria abre entre realidad y ficción es que trabaja Halfon.

Honestidad intelectual

El boxeador polaco abre con el cuento “Lejano”, que es la relación de un profesor universitario con un joven alumno de origen indígena. Sigue “Fumata blanca”, el encuentro con una joven turista israelí en un bar escocés de la Antigua Guatemala; ella le confiesa que “jamás imaginó que hubiesen judíos guatemaltecos”. “Twaineando” es el relato de su participación en un congreso de especialistas sobre Mark Twain en un pueblo perdido de Estados Unidos, donde descubre que todo es relativo y que sólo el humor nos salvará. “Epístrofe” es el más arbóreo de los relatos, pues cuenta su relación con el pianista serbio Milan Rakic y con la música de Rachmaninoff pero también con la música gitana y con el jazz, en especial la de Thelonious Monk. La búsqueda del esquivo Rakic está mediada por su pareja, la brasileña Lía, de poderosa sensualidad. Le siguen “El boxeador polaco”, luego “Fantasma”, “Postales” y “La pirueta”, corolarios de su obsesiva búsqueda de Rakic. Ya en Belgrado tras el músico interactúa con curiosos personajes, siempre buscando la esquiva música gitana, esa que parece provenir de un “no lugar”.

Desde París confiesa que todo empezó sin planificación, sin saber a dónde va. Está trabajando en su sexto libro que terminará en 2021, cree. Pero “no sé si habrá más. Nunca sé”.

EL BOXEADOR POLACO, de Eduardo Halfon. Libros del Asteroide, 2019. Barcelona, 194 págs. Distribuye Gussi.

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