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Dura novela sobre la esclavitud

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Colson Whitehead

Colson Whitehead, Premio Pulitzer

No era fácil huir del sur esclavista, sobre todo enfrentando la maldad y la violencia de todos, blancos y negros.

Una ventaja de que varios grandes grupos editores internacionales hayan abierto filial en Uruguay es la posibilidad de enterarnos de acontecimientos literarios cuya noticia, antaño, llegaba tan tarde a estas costas que ya había dejado de ser novedad. Tal es caso de esta novela, que obtuvo el Premio Pulitzer en 2017.

Colson Whitehead (Nueva York, 1969) es a esta altura de su carrera un narrador exitoso y multipremiado, figura notable dentro de grupo de escritores negros recientes formado por Yaa Gyasi, Jesmyn Ward, Ta-Nehisi Coates, Teju Cole, Chimamanda Adichie, Paul Beatty o el canadiense Lawrence Hill.

Esta novela homenajea un capítulo fundamental de la lucha por los derechos del negro: el “ferrocarril subterráneo”, una red de blancos y negros libres partidarios de abolir la esclavitud que, a riesgo de vidas y bienes, ayudaban a los esclavos fugados de las plantaciones del Sur en su camino hacia la libertad en los Estados del Norte o Canadá, en los períodos de aplicación rigurosa de la Ley de Esclavos Fugitivos.

El “ferrocarril” no era tal, pero tomó ese nombre porque, para despistar, los primeros activistas usaban lenguaje ferroviario: los esclavos eran pasajeros, las rutas de fuga carriles, los que trasportaban a los fugitivos eran maquinistas, las casas seguras para descansar entre etapas eran estaciones y la libertad era el destino del viaje. Whitehead, sin embargo, incrusta en esta novela de crudo realismo un detalle fantástico: Cora, su protagonista, viaja en vagones y por carriles, aunque bajo tierra.

Aunque esto desoriente al lector no enterado, perplejo ante la imposibilidad de una red de miles de kilómetros de vías clandestinas corriendo bajo tierra, y pueda rechinarle al que sí conozca la historia, es un acierto narrativo. Primero, porque le evita al autor reiterarse demasiado en la narración de riesgosas escenas de fuga. En segundo lugar, porque le permite levantar dos metáforas de gran potencia expresiva y política: la de ese ferrocarril como una construcción colectiva de miles de hombres y mujeres muy diversos –desde el esclavo que intentó fugarse en vano hasta el blanco que sin implicarse de modo directo, supo callar lo que veía– y la idea de que viajando en ese tren, entre túneles oscuros, se podría contemplar el verdadero paisaje norteamericano. Este paisaje no es ni más ni menos que el de la lucha constante –y muchas veces clandestina– por los derechos y la libertad. Este “paisaje” se contrapone al “imperativo americano” que formula Arnold Ridgeway, cazador de esclavos fugitivos: si hay negros encadenados y pieles rojas masacrados y expulsados cada vez más al Oeste, es porque así debe ser

Whitehead pinta con muy buena mano las psicologías de sus personajes, con sus contradicciones y debilidades, haciendo atractivo incluso al cazador de esclavos mencionado en el párrafo anterior. Expone su tema desde una explícita y activa toma de partido –que no es una mera consecuencia de su negritud ni se agota en conflictos del pasado– pero cuidándose muy bien de caer en el maniqueísmo: no le ahorra al lector un ápice de la maldad, el desprecio y la violencia que también solía haber en los enfrentamientos entre negros. Tampoco esconde las debilidades y contradicciones de sus “ferrocarrileros” blancos

En resumen, un vibrante alegato a favor de la libertad, que no por ello deja de ser una muy buena novela.

EL FERROCARRIL SUBTERRÁNEO, de Colson Whitehead. Random House, 2018. Buenos Aires, 320 págs. Distribuye Penguin Random House.

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