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Los dueños del idioma

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En el mundo hispanoamericano se está librando una batalla por la certificación del idioma español, pero en Uruguay pocos se enteraron. Y los países pequeños salen perdiendo.

No es noticia de primera plana, pero en el mundo de habla española (550 millones de hablantes) se libra en los últimos meses una batalla por el dominio del idioma. Según quién gane, será mayor o menor la soberanía lingüística de los países de habla castellana. Es una pena que este combate importe poco, porque los países pequeños como el Uruguay vienen perdiendo casi sin enterarse. La cuestión pasa por el surgimiento del SIELE (Servicio Internacional de Evaluación de la Lengua Española), y los riesgos que implica.

PARA QUÉ ACREDITAR.

Los sistemas para acreditar el dominio de segundas lenguas son necesarios. Si por trabajo o estudios una persona ha de manejarse en una lengua diferente a la materna (la más frecuente es el inglés), es justo que el empleador o la Universidad que lo admiten cuenten con garantías previas de su competencia idiomática. El problema, sobre todo en las áreas donde se habla un mismo idioma tanto en la metrópoli como en sus ex colonias, es quién y cómo se acredita

La cuestión pasa por centralizar o descentralizar la evaluación, y decidir el peso de la metrópoli y sus criterios. En el caso del inglés, el poder cultural de los EE.UU. hace contrapeso y, pese a las bromas británicas sobre el extraño idioma que se habla al otro lado del Atlántico, si alguien acredita su inglés ante la Universidad de Michigan, por ejemplo, vale tanto como si lo hiciera ante Cambridge. Eso sí, coexisten dos exámenes internacionales, el TOEFL (Test Of English as a Foreign Language), para el “american english”, y el IELTS (International English Language Testing System) para el “british”.

En español hasta hace pocos meses existían el CELU (Certificado de Español Lengua y Uso), fundado en Argentina pero con sedes en Brasil, Alemania, Austria, Francia, Italia, Irán, Palestina, Singapur, Tailandia y EE.UU. (Chicago), y el DELE, del Instituto Cervantes de Madrid. A diferencia de la lengua inglesa, nuestra lengua reconoce como factor centralizador a la Real Academia Española, fundada en 1713, y cuya divisa “limpia, fija y da esplendor”, da pauta de su enfoque normativo.

En setiembre de 2015 tres instituciones (el Instituto Cervantes, la Universidad de Salamanca y la Universidad Autónoma de México) y una empresa (Telefónica, que brindaría, con las ganancias el caso, el soporte informático y de comunicaciones para la aplicación online de las pruebas) anunciaron su nuevo sistema de acreditación, que empezaría a funcionar en 2016.

El sitio web del sistema (https://siele.org), ofrece certificar la competencia en español como segunda lengua y también para hablantes nativos (cosa que el CELU no prevé). También afirma que es un sistema “universal” de evaluación del español. Al pie de la página anuncia que setenta y cinco instituciones de veinte países están asociadas, gran parte españolas. Algunas adhesiones, como la de la Universidad de Buenos Aires (UBA), han suscitado escándalo: se decidió sin la presencia de la Facultad de Letras, que se oponía. En Uruguay ninguna institución exige el SIELE, aunque si el estudiante lo solicita, hacen el trámite para rendir la prueba.

En cuanto a costos, el certificado del CELU se obtiene por quinientos pesos argentinos, mientras que el del SIELE cuesta ciento cincuenta euros, bastante más caro.

EL DISCURSO DEL REY.

“Faltaba en el universo de la enseñanza del español como segunda lengua o lengua extranjera un certificado ágil y de gran prestigio, que se situara en la línea de los que ofrece la lengua inglesa. Los equipos académicos de las tres Instituciones han trabajado, codo con codo, en un nuevo tipo de examen de carácter panhispánico en la línea abierta por las 22 Academias de la Lengua Española. Ellas han sabido plasmar en su Nueva Gramática la unidad que integra las distintas variantes en que el español se realiza”, afirmó Felipe VI en el lanzamiento del SIELE.

De seguro el Rey, que no es lingüista, no ha mentido a sabiendas. Pero como se ha escrito más arriba, esas certificaciones no faltaban, ni carecían de agilidad o prestigio. Ni buscaban ser excluyentes. Es poco respetuoso de la soberanía educativa de los países hispanohablantes ofrecer acreditación para la propia lengua materna. Es cierto que los diferentes sistemas educativos de la lengua –y de otras– muestran malos resultados en lectura, escritura y comprensión lectora. Pero no es menos cierto que, al aplicar un hispanohablante a un empleo, una beca o un curso en su propio idioma, hay suficientes filtros como para detectar que el aspirante no da la talla en su manejo del idioma.

Mientras que el certificado de CELU no caduca, el del SIELE debe renovarse cada dos años, con los consiguientes costos y, por ende, con los consiguientes ingresos para las instituciones que lo promueven y la empresa de telecomunicaciones que lo hace viable. No parece haber razón valedera para un plazo de renovación tan frecuente. En el caso de hablantes nativos, no se justifica siquiera renovación alguna. No hay causa posible de pérdida seria de competencia en la propia lengua que no se detecte en las restantes pruebas al aplicar a un concurso, beca, etc. Y si bien estaría justificado recertificar a quienes hablan español como segunda lengua, para prever la pérdida de competencia por desuso, una renovación cada dos años, con el consecuente desembolso, no se justifica.

EN BUEN CASTELLANO.

Es necesario que quienes hablan español como segunda lengua acrediten su nivel. Y también mejorar los métodos de enseñanza de la lengua materna. Lo que no es bueno es que haya instituciones y criterios hegemónicos, sin importar si son los de España, los de México o los de Argentina (si se pretendiera imponer el CELU también sería negativo). Porque buen castellano, útil para la traducción literaria o académica, bueno para redactar papers universitarios y tratados de comercio, conveniente para desarrollar obras ensayísticas de calidad… es eso plural y abigarrado que se habla, lee y escribe en los variados puntos de España e Hispanoamérica. Fue el de Azorín y Machado… y el de Onetti. Trata de “tú” pero también de “vos”. Dice “yo le miro a Usted”, pero en el Río de la Plata cambia “le” por “lo”, y todos entienden. A tan diversa unidad le convendría una evaluación plural.

No es bueno para nuestras culturas hermanas certificar con criterio único. Tampoco lo es que las grandes editoriales españolas compren los derechos exclusivos de traducción para toda Hispanoamérica. Y esto porque castellano “neutro” o “estándar” no es lo mismo que madrileño o porteño básico.

Por ejemplo, cuando el traductor de Gogol o Tolstoi, por ahorrarle trabajo al lector ibérico, escribe “ratafía”, bebida común en España, en lugar del licor ruso mencionado en el original, no sólo traiciona a ese original sino que, además de menospreciar a los lectores hispanoamericanos, les falta el respeto a los ibéricos, que podrían leer el dato en una nota al pie.

Es muy bueno que el lector uruguayo aprenda qué quiere decir eso de “¡cómo mola!”. Tan bueno como que en la Madre Patria se enterasen que el idioma, como se lo vive en este continente, también puede estar “de más”, como dicen los muchachos de Montevideo al toparse con algo excelente, que no necesita que nadie lo limpie, porque no está sucio, ni que le dé esplendor, porque brilla con luz propia. Y mañana dirán de otro modo, porque a la lengua, maravilloso animal viviente, nunca habrá quien la fije ni embalsame.

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SIELE: evaluar el españolJuan de Marsilio

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