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El druso que quería volver a Beirut

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Rabee Jaber

Con aroma oriental, narra las peripecias de su protagonista en las terribles prisiones turcas de los Balcanes.

LOS DRUSOS de BELGRADO, de Rabee Jaber. Océano, 2014. México, 375 págs. Distribuye Océano.

HASTA QUE el egipcio Naguib Mahfuz ganó el Premio Nobel en 1988 y fue traducido al español, en hispanoamérica no se sabía casi nada de la literatura moderna en árabe. El vacío comenzó a llenarse con bastante rapidez desde el pico de 1989 (26 traducciones) y el material disponible se ha vuelto más fácil de seleccionar para las editoriales desde que la Fundación del Premio Booker (con el apoyo del Emirato de Abu Dabi) creó en 2007 el Premio Internacional de Ficción Árabe o "Booker Árabe". Así llegó a las librerías una novela como Los drusos de Belgrado del libanés Rabee Jaber (1972), que ganó el premio en 2012.

La historia comienza en Beirut en 1860 inmediatamente después de la matanza que los drusos del Líbano perpetraron contra los cristianos maronitas. El protagonista, Hanna Yaqub, es un cristiano, vendedor callejero de huevos, que apenas sabe lo que sucede fuera de su estrecho mundo y a quien engañan para hacerlo pasar por uno de los drusos responsables de la matanza. Apresado por las autoridades turcas y embarcado con los drusos hacia una Europa que para él es "el fin del mundo", comienza una peregrinación de doce años y casi 300 páginas por las terribles prisiones otomanas de los Balcanes.

Los drusos… es un libro de Job en el que los inmensos sufrimientos del protagonista no son causados por Dios sino por la Historia (más precisamente la historia de las últimas décadas del Imperio Otomano), tan incomprensible para Hanna como Dios para Job. Hanna es un hombre bueno, simple y pasivo, un "cordero llevado a un mundo desconocido en el que su única posibilidad es esperar que las enfermedades, el agotamiento o la brutalidad ajena no lo maten". De hecho, pasa todo el tiempo encadenado al suelo de oscuras y atestadas celdas subterráneas, deslomándose en trabajos forzados o siendo trasladado de prisión en prisión en extenuantes caminatas en los que la mayoría de sus compañeros perece. Soporta todo esto soñando con su mujer y su pequeña hija que lo esperan en Beirut.

Jaber es un narrador en el más estricto sentido de la palabra: un sofisticado contador de historias. Su estilo, que tiene un indiscutible aroma "oriental", es conciso, gráfico y sensorial. El lector no sólo es invadido por los colores, los dolores físicos, los hedores y los perfumes, los rumores y los alaridos, sino también por los sentimientos asociados. Los contextos histórico y social sólo merecen breves pinceladas, lo que refuerza la sensación de indefensión ante lo inexplicable que vive constantemente Hanna. Sin embargo, al menos en esta novela, Jaber no pudo o no quiso dotar a sus personajes de psicologías complejas ni hacerlos evolucionar. Hanna siempre es un "cordero" sacrificado y sus numerosos compañeros de desgracia un montón de nombres que se confunden. Los drusos… está repleta de incidentes y personajes, y sin embargo, en el fondo, es estática. En consecuencia, el interés del lector inevitablemente decae. Habría sido una proeza que el estilo de Jaber, por más hermoso y eficaz que sea, alcanzara para sostener una novela de 375 páginas.

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