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Dostoievski sufre en Ginebra y rompe a llorar

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Dostoievski

Exilios famosos

Fiodor Dostoievski tuvo una vida desgraciada. En su pasaje por Ginebra no le fue mejor, aunque allí escribió una de sus mejores novelas.

Fiodor Dostoievski, el gran novelista ruso, tuvo una vida muy accidentada. Padecía de epilepsia, perdió a su madre cuando era adolescente, su padre fue asesinado, el zar le conmutó la pena de muerte por conspirador cuando ya estaba frente al pelotón de fusilamiento, estuvo años desterrado en Siberia, enviudó, dos de sus hijos murieron antes que él, tuvo amoríos extramatrimoniales y sufrió graves problemas económicos. Fue militar, traductor, ludópata perdido... y fue también un escritor obsesionado con la búsqueda de la fe religiosa que exaltó al campesino ruso como depositario de las virtudes cristianas. Contrarrevolucionario para los bolcheviques (Lenin consideraba “basura reaccionaria” sus escritos), en cierta medida intentó conciliar cristianismo y socialismo a través de una especie de teocracia. Buscó un papel para Rusia en el mundo. Llamó a su país a volcarse a Asia, mostró cierto antisemitismo y era durísimo con los polacos. El análisis de su compleja obra ha hecho correr ríos de tinta.

Tuvo su etapa de vida en Ginebra, una urbe mediana y cosmopolita por la que parece haber pasado todo el mundo. Pero la ciudad dejaría un recuerdo amargo en él.

Sucia y cara

Dostoievski llegó a Ginebra en 1867 con su segunda esposa, Anna, con la que se había casado en febrero de ese año luego de una etapa de ludopatía desenfrenada que reflejó en su novela El jugador, y que lo llevó a la pérdida de grandes sumas de dinero en la ciudad alemana de Baden Baden. Se instaló primero en el barrio de trabajadores de Saint Gervais en la orilla derecha del lago Lemán, donde se crió Jean-Jacques Rousseau, y luego en la calle de Mont Blanc, muy cerca del puente del mismo nombre, uno de los puntos emblemáticos de la ciudad que ofrece una de las vistas más bonitas del lago. Pero Dostoievski se fastidió muy pronto con Ginebra. La encontraba cara (lo sigue siendo), sucia (hoy no lo es en absoluto), y el cristiano ortodoxo ferviente que era se enojaba con la que consideraba una “sombría ciudad protestante”. La veía lúgubre y rancia, marcada aún por la huella del severo Juan Calvino. Debe tenerse en cuenta que el autor —que estuvo en Florencia, Dresde, París, Londres, Turín, Milán y Basilea, entre otras ciudades europeas— exaltaba lo ruso y era con frecuencia crítico de Europa Occidental, aunque pasó años en ella. El novelista sentía un amargo resentimiento, como otros muchos rusos, por lo que consideraba “la traición de Occidente hacia la causa rusa y cristiana en la Guerra de Crimea, cuando Francia y el Reino Unido se alinearon con los otomanos para defender sus propios intereses imperiales”, según sostiene Orlando Figes en El baile de Natacha, Una historia cultural rusa.

En ese año de 1867 hubo un congreso por la paz y el federalismo europeo en Ginebra, al que asistieron Giuseppe Garibaldi y Víctor Hugo, entre otros. El autor ruso se malhumoró porque consideró que en la conferencia, a la que asistieron miles de personas, se impulsaba un mensaje anticristiano. Su enojo se debió también a razones más prosaicas: los domingos los trabajadores, en su día libre, se emborrachaban y realizaban molestísimas cantarolas debajo de su ventana, mientras él intentaba escribir su novela El idiota. Tampoco le gustaron los festejos de “La Escalada”, que se celebran en Ginebra hasta el día de hoy en el mes de diciembre, para recordar cómo en 1602 los habitantes de la ciudad rechazaron un intento de los saboyanos de recuperar la ciudad para el catolicismo.

A pesar de todos los motivos de amargura, la alegría llegaría para el novelista cuando su esposa Anna dio a luz a una niña a la que llamaron Sonia. La pequeña fue bautizada en Ginebra en la preciosa iglesia ortodoxa rusa de cúpulas doradas construida en 1859 en la orilla izquierda del lago. Pero la dicha fue breve, porque a causa de un enfriamiento la niña murió pocos meses más tarde. Dostoievski, que había sido padre por primera vez a sus 46 años, se sumió en la desesperación y lloró mucho, según contó su esposa. La niña fue enterrada en el cementerio de Plainpalais, también llamado de los Reyes, no muy lejos de donde yacen Calvino y Jorge Luis Borges.

La pareja decidió entonces alejarse de la ciudad y afincarse en algún lugar cercano con mejor clima. Dostoievski estaba triste pero decidido a seguir avanzando con El idiota, cuyo protagonista, un aristócrata epiléptico de nombre Lev Myshkin, es enviado de niño a Suiza a curarse de su enfermedad. Pensaron primero radicarse en Montreux, sobre el mismo lago Lemán pero en el cantón de Vaud. Consideraron demasiado cara esta ciudad, aunque reconocían que era un lugar ideal para recuperar la tranquilidad. Optaron por Vevey (como luego harían Graham Greene y Charles Chaplin, entre otros), también en la ribera del Lemán y muy cerca de Montreux, en una de las zonas más bonitas de la región, con preciosas vistas de las montañas saboyanas. De ellas escribió el novelista que “es uno de los más bellos panoramas de Europa. Incluso en sueños, usted no verá nada parecido. Las montañas, el agua, el brillo, todo es mágico”.

El novelista ruso Nicolás Gogol había vivido allí en 1842.

Un paranoico en Vevey

Dostoievski, todavía muy triste, se volcó con decisión a terminar su novela inconclusa. Sin embargo surgieron contratiempos. Recibió un adelanto de dinero de la revista literaria El Mensajero Ruso, donde se publicaría la novela, pero lo destinó a pagar deudas y a apostar en el casino de Saxon, en el cantón de Valais. Además, había muchos rusos en Vevey, y sospechó que era espiado por la policía secreta de su país, que no olvidaba su pasado de disidente. Creyó que su correspondencia era violada y leída. Se volvió a enojar y escribió que Vevey era una pequeña ciudad “malvada”. “Todo me repugna aquí”, sentenció. A comienzos de setiembre de 1868 Dostoievski se fue a Italia con su esposa. Ese mismo año, instalado en Florencia, terminó El idiota, considerada una de sus mejores obras. Ya no volvería a Suiza.

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