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Divertida y morbosa

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David Cronenberg

El polémico cineasta, realizador de El almuerzo desnudo, se lanza a novelista con curioso resultado.

ALGUNOS escritores están precedidos por el halo de ser quienes son en otras disciplinas, en particular la cinematográfica. Entre muchos se da el caso de un Pier Paolo Pasolini que comenzó como poeta, narrador y ensayista y luego se convirtió en director; el del británico Dirk Bogarde que ya tenía un nombre en el cine cuando se pasó a las letras; o el más reciente del canadiense David Cronenberg (n. 1943), que con más de setenta años y una larga carrera como director de filmes de culto, sobre todo de horror y ciencia ficción, se lanzó a novelista.

Consumidos (2014) es su debut y el lector se puede mover ahí igual que se movería como espectador entre los personajes infectados de parásitos de Shivers (1975), el alucinante ambiente médico y sexual de Pacto de amor (1988), los insectos de El almuerzo desnudo (1991) o los mutilados automovilísticos de Crash (1996). Cronenberg es fiel en su literatura a las pesadillas cinéfilas propias y a las que tomó de escritores como William S. Burroughs, J.G. Ballard o Patrick McGrath. Entre ellas: el deterioro y la modificación de los cuerpos, la descomposición, el sexo en contextos físicos y emocionales perversos, la mente torturada y la parafernalia tecnológica. Todo eso y más están aquí, en una historia menor, entretenida y escabrosa.

PERIODISMO HOT

La novela narra las peripecias de dos treintañeros canadienses que son pareja, pero a causa de sus trabajos en el periodismo no se ven nunca. Naomi Seberg y Nathan Math viven la vida entre aeropuertos y hoteles, comunicados a través de sus smartphones, de skype y en general de cualquier aparato electrónico de última hora. Ella investiga en París un asesinato seguido de canibalismo, en tanto Nathan está en Budapest siguiendo a un conocido y desprestigiado médico, Zoltán Molnár, pronto a realizar una rara intervención en los pechos de una paciente oncológica, Dunja, provista a su vez de una libido importante. Queda claro enseguida que el plato fuerte es lo que Naomi tiene entre manos, y sin embargo, por aquello del "efecto mariposa", los personajes de la historia periodística de su novio terminan implicados en la suya y viceversa.

La historia principal tiene que ver con dos filósofos franceses: Aristide y Célestine Arosteguy, intelectuales de renombre y dueños de una reputación sexual más bien promiscua, que involucra a sus alumnos. En apariencia la mujer fue asesinada y parcial o del todo comida por su esposo, quien se dio a la fuga, primero a Tokio y luego quizá a Corea del Norte, donde la anécdota se complica con repercusiones de intriga internacional. La apariencia es vector principal porque todo lo que ocurre en Consumidos ocurre "aparentemente", y pese a que toda la red reproductora e informática y sus chiches (cámaras y teléfonos de alta precisión, Google, Twitter, Facebook, Instagram, etc.) estén al servicio de la información y la verdad, lo cierto es que la verdad (en la novela y por extensión, en la cosmovisión de Cronenberg) es esquiva hasta el último renglón.

Por encima de la trama de policial folletinesco donde los investigadores no son policías sino periodistas amateurs, el anecdotario sexual de la novela tiene su propio brillo. Los personajes parecen destinados a tener sexo unos con otros (excepto Naomi y Nathan entre sí) y nunca en condiciones "normales", palabra siempre equívoca pero en todo caso desterrada del universo Cronenberg. Por supuesto no hay romanticismo de ninguna especie ni sentimentalismo sui generis. Sí hay algunas reflexiones sobre el sexo en la tercera edad y eso es lo más cerca que está el relato de una veta intimista. La consigna subyacente es que la vida íntima es tan trivial como para aparecer expuesta sin asombro en la vidriera deformada y deformante de la red.

LA ENFERMEDAD Y SUS METÁFORAS

Lo otro que hay —relacionado con lo anterior— es un muestrario de enfermedades físicas y mentales que definen a los personajes. Por citar algunas: un personaje cree que tiene un nido de insectos en el seno izquierdo, otro sufre de apotemnofilia (un trastorno cerebral que obliga al que lo porta a amputarse o comerse partes de su cuerpo), otro tiene la enfermedad de La Peyronie (su pene se curva en la erección), otro se contagia de una enfermedad venérea apócrifa, etc. En esta materia Cronenberg viene titulado como maestro del "horror corporal", y al igual que en su cine, aquí las barreras del asco están del todo quitadas.

La relación entre literatura y enfermedad es estrechísima, al punto que algunas enfermedades fueron definidas a partir de referencias literarias. Desde las plagas bíblicas a las ficciones sobre la peste, la lepra, la tuberculosis, el sida, y pasando por las rarezas de la ciencia ficción y el fantástico, las enfermedades tienen un protagonismo revelador no solo de que algo anda mal en un individuo o en la especie, sino de que algo anda mal en el mundo, intrínsecamente. La estructura del mundo y de la vida, parecen decirnos, es dolor y muerte.

Cuando el escritor chileno Roberto Bolaño (1953-2003), radicado en Barcelona, ya sabía que se estaba muriendo, le dedicó a su hepatólogo un texto formidable sobre la enfermedad y la literatura. Se titulaba "Literatura + Enfermedad = Enfermedad" y tenía varios momentos brillantes, entre ellos uno donde resumía muy cronenbergianamente lo que desean los que van a morir: "Follar es lo único que desean los que van a morir. Follar es lo único que desean los que están en las cárceles y en los hospitales. Los impotentes lo único que desean es follar. Los castrados lo único que desean es follar. Los heridos graves, los suicidas, los seguidores irredentos de Heidegger. Incluso Wittgenstein, que es el más grande filósofo del siglo XX, lo único que deseaba era follar. Hasta los muertos, leí en alguna parte, lo único que desean es follar. Es triste tener que admitirlo, pero es así". Si Cronenberg no lo leyó, por lo menos es seguro que lo aplica en su ficción.

Consumidos es una novela morbosamente divertida, así como inasible. Intrascendente desde un ángulo y poderosa por momentos. Los personajes que la pueblan exhiben su carne en forma variada y permanente y sin embargo resultan faltos de carnadura. En determinado pasaje una amiga de la protagonista admite estar mareada por los giros de la historia; los lectores pueden decir lo mismo.

También pueden suscribir la frase del filósofo caníbal Aristide —en un largo monólogo que rompe la narración general en tercera persona— cuando señala que "es tan fuerte nuestro deseo de significados, tan innato, al parecer, que construimos significados donde no los hay". Como señalamiento de un drama humano es demoledor y en ese sentido este debut de Cronenberg —y salvando las grandes distancias de espesor literario— tiene mucho en común con el mundo del Nobel Patrick Modiano, donde el ser humano está perdido sin remedio y termina disolviéndose en la multitud, en el ayer, en la nada. Aquí, en Cronenberg, se disuelve en las infinitas copias de la red, tan perfectas que el original carece de valor, y donde todas las anomalías se pueden ver al detalle y en grano grueso.

CONSUMIDOS, de David Cronenberg. Anagrama, 2016. Barcelona, 355 págs. Traducción de Antonio Prometeo Moya. Distribuye Gussi.

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