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Daniel Mella se desnuda

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Fernando Ponzetto

Nueva novela del autor uruguayo

El retorno con furia de Daniel Mella a lo autobiográfico tiene ahora otro capítulo, la novela Visiones para Emma.

A ojos del lector promedio, Daniel Mella podrá tener sus defectos a la hora de narrar o encontrar la palabra justa. Pero eso sí, nadie puede negar que es de esos escritores que “deja el alma en la cancha”, por decirlo en términos futboleros. Uno que no se guarda nada con la pluma: es auténtico, visceral, crudo por momentos. Un autor que literalmente se desnuda frente al lector y por momentos le habla directo, como queda claro con las Visiones para Emma.

Novelista precoz de la literatura uruguaya, ya a los 21 años publicaba la primera obra, Pogo, en 1997, a la que seguirían Derretimiento (1998) y Noviembre (2000). Su carrera se vería discontinuada por las vueltas de la vida, cuando son otros los intereses que mueven a cada ser humano, a pesar del libro de cuentos que publicó en 2013, Lava. Volverá al ruedo con furia con un par de novelas autobiográficas muy profundas y muy intimistas, El hermano mayor (2016), y ahora con Visiones para Emma (2020). Son libros cortos, pero del estilo ya comentado. En cierta forma, libros que se complementan en este puzzle de la vida del autor.

Las claves de lo autobiográfico se encuentran conforme se avanza en la lectura, como también googleando un poco al autor y estudiando las fechas que aporta la narración. De hecho, el narrador es precisamente eso mismo: un escritor. Pero de momento anda un poco alejado del ambiente atraído por nuevos horizontes, otras culturas. Y claro, esa costumbre de sentarse a escribir se va perdiendo, igual que le pasaría a cualquiera en la vida real. Son los “años en el desierto”.

La llave para volver a publicar tiene nombre de novela. Se llama Emma; no es editora, pero trabaja en una editorial. Es la que insiste, la que motiva, aunque en un principio ninguno de los dos sabe bien por dónde empezar; podría ser un relato infantil, o acaso una guía espiritual. La figura de esta mujer se cuenta en la primera página con lujo de detalle, y, aunque su sombra envuelve todo lo demás, ya no volverá a aparecer.

Contar la vida

En una primera instancia ni el libro infantil ni la guía espiritual tendrán efecto para recuperar la vena de escritor, pero la búsqueda de una trama es suficiente motivo para hurgar en el pasado, preguntarse cosas, aunque esa introspección dure casi un lustro. Hasta que vuelve a publicar.

A partir de entonces y hasta la última palabra, Mella se mete una y otra vez en diferentes etapas de lo que parece ser su vida: son como destellos fugaces, resplandores que se mezclan. El lector deberá estar atento, pues podría pasar que, a un cierto acontecimiento, enseguida le siga otro que haya pasado años después, o antes. Todo en un mismo párrafo, sin ningún aviso. Como si fuera un fluir de recuerdos que nos asaltan y que, sin filtro ni orden, los estampa en la hoja. Todo muy anárquico y muy pintoresco. A algún lector le gustará; otros quizá lo rechacen.

Dentro de esa miríada de recuerdos se cuela la adolescencia, con la figura permanente y estricta del padre, cuya evocación vuelve una y otra vez. Luego la juventud y las primeras amistades del liceo; el desapego a las reglas y la vida libre, las drogas, la noche, el alcohol, las malas palabras; la primera vez y los burdeles del “bajo montevideano”, como llama a la zona limitante entre el Centro y la Ciudad Vieja. También los primeros pasos en el mundo literario, la emoción de escribir y ser publicado. Ya para entonces hay un Mella adulto, independiente, un autor/narrador al parecer responsable que se enamora, se casa y tiene hijas. Un Daniel Mella que se aburre y se va a Nueva York a buscar una nueva vida lejos de todo, pero que uno de esos días decide volver.

Hay tantos “Daniel Mella” en el libro como personajes variopintos, inolvidables. Muy humanos, cercanos, muy clase media. Como Henry, un vendedor de discos montevideano (inspirado en un personaje real), o como Dragan, un inmigrante serbio de Queens (Nueva York), que brinda alojamiento a Mella en uno de tantos momentos de zozobra: así son los buscavidas.

El mito de Mario Levrero

Además de memorias y personajes, la novela es un ejercicio de interpelación permanente. En especial cuando Mella —lector voraz en su adolescencia— descubre su oficio para contar historias, y luego intenta ser escritor, y así se va metiendo en un Montevideo intelectual. Al mismo tiempo se muestra pesimista con todo lo referente a la literatura uruguaya y a los que la forjaron; no se salvan ni Juan Carlos Onetti ni Felisberto Hernández ni Horacio Quiroga.

Pero sí Mario Levrero, que merece una mención aparte, y no solo por sus recordados talleres, o porque su intrigante figura seguirá sobrevolando la novela. Merece una mención, pues cuando Mella lo conoce se enamora enseguida de sus cuentos y sus novelas.

Las descripciones y los encuentros entre ambos son una delicia, como queda patente en el siguiente final de párrafo: “Sus ojos están opacos y no se mueven salvo por el batir de los párpados, que parece costarle un gran esfuerzo. Tiene la piel verdosa, reseca y compleja, plagada de verrugas alrededor de los ojos. En el cráneo tiene llagas rosadas y la nariz, que es enorme y bulbosa como la de los alcohólicos, está toda ennegrecida, como amoratada. No puedo mirarlo sin pensar que trae puesta una máscara. Incluso la barba, gris, sucia, parece falsa. Levrero se da cuenta de que me estoy por poner a llorar. Se da cuenta de todo”.

Levrero es esto y mucho más. Es un mito viviente, pero también un hombre pegado a la silla que se deja estar. Es tantas cosas buenas y malas a la vez, que el uso del oxímoron puede servir para ensalzarlo: “El mejor escritor del país, también el hombre más feo del mundo”. Leyendo estas definiciones y otras más, el lector intuye que Levrero representa para el autor, y para muchos más, la esencia más pura del ser escritor. Aunque más tarde el narrador cambie de opinión.

VISIONES PARA EMMA, de Daniel Mella. HUM, 2020. Montevideo, 159 págs.

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