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La curiosidad que no mató al gato

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Alberto Manguel en Spitsbergen, 2007 (Foto Bjarne Riesto)
Bjarne Riesto / www.riesto.no

Una Historia Natural de la Curiosidad, provocativa, ingeniosa y recién publicada en España, pronto llegará a Uruguay.

De Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948) se ha dicho que es el Montaigne actual. Como el gran ensayista francés del Renacimiento, Manguel es erudito y ameno, profundo y sencillo a la vez, didáctico en la exposición y atrevido a la hora de plantear preguntas sin respuesta.

Ha cultivado la narrativa, el ensayo y el periodismo. Ayuda a su estilo y punto de vista el haber viajado mucho, desde pequeño. Hijo del embajador argentino en Israel, vivió su infancia en Tel Aviv, retornado a Argentina a los siete años. Desde 1969 ha residido en variados puntos del globo, destacando su residencia en Canadá entre 1982 y 2000. Fue designado en diciembre de 2015 Director de la Biblioteca Nacional de Argentina por el nuevo gobierno de Macri, aunque todavía no ha asumido debido a compromisos previos de docencia en Princeton, hecho que ha provocado polémicas y alguna protesta (su asunción está anunciada para el mes de julio 2016). De Una Historia Natural de la Curiosidad (Alianza, 2015) podría decirse lo mismo que él afirma sobre la República de Platón: “…nos propone un trayecto constantemente demorado, cuyas digresiones y dilaciones producen en el lector un misterioso placer intelectual.” (p.268).

HISTORIA NATURAL.

El título es un tanto engañoso. No es este un libro de psicología o neurología (aunque en el texto se mencione a Freud, Jung, Lacan y Oliver Sacks). Tampoco es una historia, un relato cronológico sobre lo que se haya pensado acerca de la curiosidad humana. Este libro es, entre otras muchas cosas, un elogio de las capacidades humanas de imaginar y preguntar, cuya íntima relación ha sido clave en nuestro desarrollo como especie, más por ser el motor de nuevas búsquedas y encuentros interpersonales, que por las escasas respuestas definitivas a las que arriban.

Pero el que sea una “historia natural…”, como esas en que los viajeros de otros siglos daban cuenta de sus hallazgos botánicos y zoológicos, en lugar de una historia a secas, le da al libro otro enfoque y otro encanto: a través de diecisiete capítulos, Manguel hace un amplio y perspicaz análisis sobre el dudar y el preguntar, señalando aspectos cuya complejidad, riqueza e incluso cuyo riesgo se pasan por alto en la rutina cotidiana.

Por eso, aunque pueda emparentarse este volumen con trabajos como las historias de la belleza y de la fealdad, de Umberto Eco, o con Una historia de la lectura, del mismo Manguel, este libro dejará en el lector un regusto único, mezcla de iluminaciones y perplejidades.

DE LA VIDA Y LOS LIBROS.

Una Historia Natural de la Curiosidad es un libro sobre el lenguaje, herramienta imperfecta e imprescindible con que indagamos y nos expresamos, en el que Manguel usa como guía la Divina Comedia, en diálogo con pasajes de su propia vida que abren los capítulos. Y en fértil maridaje con los más variados escritores: Gertrude Stein, Cicerón, Cervantes, Lewis Carroll, Samuel Beckett, Friedrich Dürrenmatt y largo etcétera, en alarde de versación y fineza analítica. De paso: no es un mérito menor la curiosidad que provoca leer los escritores que menciona, así como también releer los conocidos, pero tomando las sendas de interpretación que el autor propone.

Es interesante la admiración de Manguel, ecléctico y librepensador, por Dante, poeta de un catolicismo casi sin fisuras. Esto importa, porque para Dante, que sigue en esto a Santo Tomás de Aquino, la indagación racional y empírica sólo sirve en tanto conduce a un mejor conocimiento de la verdad revelada. Para el Cristianismo, fe y razón resultan inseparables, pero la primera es preeminente, pues es la virtud teologal que permite aceptar y entender, en la medida posible, las verdades reveladas. Es una curiosidad reglada y con límites, en la que no todas la sendas conducen a buen fin (en la Divina Comedia, Dante como personaje empieza desviándose del camino recto, pero su aprendizaje, fruto de curiosas indagaciones, no se produce en su desvío, sino al viajar por los tres reinos de ultratumba para llegar a Dios).

Esto importa porque el autor aborda con valentía el problema de la responsabilidad del que averigua. Desde un punto de vista no creyente, impresiona la comprensión y el respeto de Manguel por la curiosidad de Dante, condicionada por su fe y, por lo tanto, autolimitada, en tanto hay cosas que sólo le toca saber a Dios. Manguel no acepta para sí esta limitación dogmática, pero a la vez afirma que se debe asumir las consecuencias éticas de la curiosidad (es interesante la relación que hace entre la curiosidad de Ulises, que lo lleva al naufragio, según cuenta Dante en el Canto XXVI del Infierno, y los trabajos de J. R. Oppenheimer en el Proyecto Manhattan, cuyo resultado fueron las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki).

En este sentido, es interesante la reflexión de este autor sobre el abordaje que Dante hace de la figura de Ulises. Para empezar, porque Dante toma la versión del mito que desdeñó Homero, quien prefirió en la Odisea que su héroe volviese a su hogar y su familia en Ítaca. Es una interesante dicotomía: la curiosidad nos tienta a arriesgarlo todo, pero también deseamos regresar al hogar, puerto seguro y conocido.

Sobre la misma curiosidad nuestra cultura es ambivalente. Afirmamos con la misma seguridad que “preguntando se llega a Roma” y que “la curiosidad mató al gato” porque ambas cosas son ciertas, según las circunstancias. Así, aunque en el Quijote, el epíteto “curioso lector” tiene un tono elogioso, Cervantes intercala la “Novela del curioso impertinente”, en la que no sólo previene contra los celos, sino también contra el querer averiguar más de lo que conviene. Y lo uno no quita lo otro.

Pero hay más. La mención de las Columnas de Hércules, con su inscripción que prohibía ir más allá, muestra que el temor a las consecuencias de la curiosidad no entra a nuestra cultura sólo por la vía judeocristiana, sino también por la griega. Y si bien la curiosidad es lo que hace que Ulises muera en pecado –ante la vista de la isla en que se alza la Montaña del Purgatorio, una tormenta hace naufragar la nave, pues no hubiera sido coherente que Dante, un cristiano de la Edad Media, presentara a un navegante arribando por su solo mérito humano a las costas de la salvación. Ulises no acaba en el octavo foso del octavo círculo por curioso, sino por consejero fraudulento. Si la curiosidad es un pecado, no es el que Dante castiga en Ulises.

DATOS CURIOSOS.

El culto y curioso lector disfrutará este libro, incluso si estuviera en desacuerdo con algunas de sus afirmaciones. Entre otras cosas, por las muchas curiosidades de las que el volumen da noticia. Descubrirá, por ejemplo, que Galileo Galilei escribió, años antes de usar el telescopio y entrar en líos con la Inquisición, un minucioso trabajo sobre las medidas del otro mundo dantesco. Los profesores de Literatura hallarán una perspectiva novedosa sobre muchos pasajes de la Divina Comedia, que enriquecerá su trabajo de aula.

La bibliografía es minuciosa y amplia, aunque incomoda algo el que las notas estén al final del libro y no al pie de página. Hay unos pocos errores de fechas, algunos de los cuales dan la impresión de ser malas pasadas que a Manguel le juega la memoria (ubicar a San Agustín en el siglo III, atribuir a Timoteo afirmaciones que San Pablo le dirige en una carta). Otros podrían deberse a mala traducción (la obra original está escrita en inglés, idioma en el que Manguel escribe de forma habitual). Aunque se disculpan por los muchos valores de este libro, provocativo en el mejor sentido del término, sería deseable se corrigiesen en futuras ediciones. La versión aquí reseñada es la que ahora circula en España. Otra edición estará en librerías uruguayas a mediados de junio, publicada por Siglo XXI.

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Alberto Manguel en Spitsbergen, 2007 (Foto Bjarne Riesto)

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