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Cuentos inéditos y obscenos de Charles Bukowski

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Charles Bukowski

El retorno del maldito

Antisensiblero y cínico, Bukowski vuelve al sexo, al alcohol y al desencanto sin dramatizar ni moralizar.

Charles Bukowski, Heinrich Karl Bukowski o “Hank” fue y es el tipo de artista que suele generar adhesión ciega o rechazo fulminante, y casi nunca indiferencia. Nació en 1920 en Alemania, se nacionalizó estadounidense y murió enfermo de leucemia en 1994 en Los Ángeles. Hay que decir que hizo lo posible por entrar y permanecer en el territorio de lo “maldito”, lugar que primero vende y luego tiene dos destinos: el olvido o el culto. Bukowski aún conserva el segundo. Lo confirman los relatos inéditos en castellano de Las campanas no doblan por nadie, donde alude desde luego a Hemingway (citado en numerosos relatos), quien a su vez tomó prestado un verso de un poeta inglés del siglo XVII, John Donne, para su famosa novela sobre la Guerra Civil Española (Por quién doblan las campanas, 1940). En manos de Bukowski las campanas no solo no doblan por nadie sino que se funden en alcohol, sexo y desencanto, aunque el eco de algún tañido permanezca.

Antisensiblero y cínico profundo, Bukowski se amparó en una veta creativa y no se despegó de ella. Está compuesta mayormente de sexo y violencia, tiene un sesgo autoficcional, y lo que la vuelve singular es que su autor no dramatiza. No importa lo que narre (diálogos que terminan en golpizas, sexo sádico, violaciones, escenas en psiquiátricos), nada es relevante como para sufrirlo —ni los personajes ni los lectores—, y no hay un apunte crítico o moral como no sea la reflexión nihilista sobre la vacuidad de la vida humana. Tampoco las historias dan mucho de sí: vagabundos que se juntan en una casa ante la mirada atónita de los vecinos; hombres que se acuestan con las mujeres de otros; desconocidos que se cruzan en bares y terminan bien o mal en una cama; aviones secuestrados para inverosímiles fines. Hay dos denominadores comunes. La categoría de personajes abarca: alcohólicos, drogadictos, sexópatas, pendencieros, empastillados, vagos, artistas decadentes, intelectuales frustrados o depresivos o psicóticos, prostitutas, etc. Y el lenguaje que elige Bukowski para narrar sus aventuras es coloquial, cargado de obscenidades, divertidamente lúbrico por momentos y viciado de exceso en muchos más.

Algunos titulados y otros no, los relatos de Las campanas no doblan por nadie (con dibujos del autor) no impresionan unitariamente. Es en el conjunto que se logra una impronta. Desde luego Bukowski habla del fin del american dream, de la soledad humana, de los paraísos artificiales, de la necesidad de reírse de todo para no cortarse el cuello, etc. Por encima de sus personajes y de su propio personaje, sabe desde el vamos que “el jardín se fue al carajo” (frase final de un cuento de 1948, “Una cara amable, comprensiva”) y si por ahí queda una rosa viva, no hay que demorar en cortarla.

LAS CAMPANAS NO DOBLAN POR NADIE, de Charles Bukowski. Anagrama, 2019. Tr. de Eduardo Iriarte. Barcelona, 390 págs. Distribuye Gussi.

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