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Cuatro libros para Delmira Agustini

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Delmira Agustini

Ediciones nuevas y reediciones

Delmira Agustini es revisada y recuperada de forma constante, más allá del episodio trágico de su muerte.

Tal vez valga la pena volver a la talentosa muchacha que fue Delmira Agustini para recuperar una fuerza vital generalmente escondida tras el largo y profundo impacto que causó, en nuestra sociedad, la tragedia de su muerte.

Nació en una familia burguesa de una sociedad provinciana y patriarcal que, contra todo lo previsible, alentó y protegió sus inquietudes intelectuales. Los padres la proveyeron de lo que necesitaba para su desarrollo: los medios materiales, los profesores, el respeto, el aliento, el afecto. En esa “burbuja” pudo crecer y transformarse en escritora. La jovencita que había estudiado francés, piano y pintura, a los 16 años decidió que su vocación era la escritura. No que iba a escribir —ya lo hacía desde los diez años— sino que iba a ocupar un lugar al que los hombres podían aspirar, pero que era inédito para la mujer. La música y la pintura permanecieron en el recinto del disfrute personal y familiar, pero la literatura quedó definida pronto como el espacio de la realización pública e íntima de su identidad. Una determinación que revela su temprana madurez dado el testimonio que proporcionan sus pinturas.

Al cumplirse cien años de la muerte de Delmira, en 2014, la Biblioteca Nacional colgó en su página web el catálogo de su obra pictórica. Alejandro Cáceres, que ha venido aumentando desde el año 2006 unas Poesías Completas de Delmira Agustini (Ediciones de la Plaza), sumó, en la quinta edición (2017), que ya era un voluminoso compendio de vida, obra y crítica sobre la poeta, un apéndice fotográfico con sus pinturas. Más allá de su manifiesta ingenuidad artística, esas pinturas son un valioso reservorio de los intereses y las imágenes que la nutrieron, y la muestran ejercitando una mirada personal que tendría cabal elaboración en su poesía.

La "niña ángel"

La manera de darse a conocer para cualquier escritor, en el Novecientos, eran las revistas literarias. Delmira comenzó a hacerlo en 1902: La Petite Revue, Rojo y Blanco, La Alborada. Publicó poesía y prosa en ellas hasta 1904, momento en que se abocó a la preparación de su primer libro que aparecería en 1907: El libro blanco. Recordar algunos de los inconvenientes que la nueva escritora supo sortear es una manera de comprender su voluntad de trascender el destino de las mujeres de su época.

En noviembre y diciembre de 1902, Delmira dio a conocer, en francés, en La Petite Revue, dos artículos dedicados a revisar la situación de la crítica y la poesía en su actualidad (disponibles en la biblioteca digital de la Biblioteca Nacional de Uruguay). En el primero, titulado “Nuestros críticos”, señalaba la escasa jerarquía moral e intelectual de quienes “ejercían el criterio” en su tiempo.

Tomaba un ejemplo de las reseñas de los conciertos y ejemplificaba: “Se habla más de la belleza de la cabellera o los ojos del artista que de su habilidad”. En el segundo, “Triste realidad”, se lamentaba de la desaparición de la poesía debido al apresuramiento de muchos poetas por mostrar su obra. Abogaba por lo que llamaba “verdadera poesía” y concluía: “debemos hacer poesías y no versos vacíos, debemos acordarnos también de que la poesía pertenece al alma y no al oído y que no llegaremos nunca al corazón de nadie con versos bien rimados sino con poesías sentidas y saturadas de nuestra propia alma”.

En estos primeros pasos su proclama fue tan audaz y seria como marginal (La Petite Revue casi no circulaba en el ambiente cultural). Delmira concebía la poesía como una actividad central del espíritu, y se iniciaba estableciendo las bases de un mundo poético proyectado al futuro. El libro blanco (1907) tiene un prólogo del escritor Manuel Medina Betancort que, como director de la revista La Alborada, había editado poesías suyas y le había dado un lugar como cronista de mujeres titulado “Legión etérea”, que Delmira firmaba con el seudónimo Joujou (menos candoroso y cursi de lo que parece). La mirada feminista de los años ochenta desmontó la reiterada estrategia de los críticos de infantilizar la figura de Delmira, como una manera de neutralizar el contenido erótico e intelectual de su poesía.

El prólogo de Medina Betancort fue un ejemplo entre otros. Comenzaba recordando una escena de cuatro años atrás cuando Delmira le había llevado sus poemas a La Alborada: “una niña de quince años, rubia y azul, ligera, casi sobrehumana, suave y quebradiza como un ángel encarnado y como un ángel llena de encanto y de inocencia”. No tiene sentido abundar en este recurso de halago y disminución, pero a la luz de los textos críticos de Delmira, citados antes, que protestaban ante el desvío del juicio hacia la figura de la artista en lugar de concentrarlo en su arte, y reclamaban de los poetas una poesía esencial, se vuelve más escandalosa la manera de colocarla en el lugar de la “niña” y el “ángel”. Las mujeres debían “agradar” y la mejor manera de dejarlas en su lugar, era potenciar el “agrado” que generaban.

Delmira, que quería ser leída por sus valores, en cierta medida aceptó el juego. Pensó cada uno de sus libros con primoroso cuidado. El prólogo de Medina Betancort es la consolidación de una estrategia que, entre la complacencia y la transgresión, le permitió conquistar, en pocos años, el reconocimiento del valor de su poesía.

Tres ediciones recientes permiten renovar el acercamiento a la escritora juvenil y adulta devenida mito.

En profundidad

Mirta Fernández dos Santos es doctora en Filología y docente de la Universidad de Oporto. Visitó reiteradamente el Archivo de la Biblioteca Nacional en los años dedicados al estudio de la obra de Delmira Agustini para realizar su tesis de doctorado. Desgranó el resultado en tres libros: una Poesía completa que abarca desde los primeros poemas publicados en revistas hasta la edición póstuma preparada por sus familiares en 1924. Esta última recogió los poemas que Delmira escribió después del tercer libro publicado en vida, Los cálices vacíos (1913). Otro dedicado a reunir la correspondencia no difundida hasta ahora de la poeta. No las cartas “íntimas”, sino, preferentemente, las recibidas en los siete años de la trayectoria profesional de Delmira y las de familiares. Las cartas están acompañadas de anotaciones precisas e indispensables para entender mejor el contexto en que se intercambiaron. Entre ellas se encuentra la enviada por Samuel Blixen, director del diario La Razón y de la revista Rojo y Blanco, donde Delmira publicó “¡Poesía!” (27.9.1902), que da cuenta de las suspicacias que pudo generar el accionar de Delmira en el medio intelectual.

Delmira organizó las ediciones de sus libros. En Cantos de la mañana (1910) y Los cálices vacíos (1913) incorporó los juicios obtenidos de intelectuales y críticos. Muchos de ellos fueron tomados de las cartas que recibió como respuesta al envío que hacía Delmira de sus obras. También entregó esas cartas a la prensa para que las diera a conocer. Resulta muy ilustrativo de este afán delmiriano de difusión el trabajo que realiza Mirta Fernández: señala qué recortó Delmira de las cartas para reproducir en sus libros.

Por último, Fernández publicó también un estudio, de ambición exhaustiva, sobre la poesía de Delmira y sus ediciones. En El profundo espejo del deseo repasó los problemas de la “trasmisión textual” de la obra de Delmira, una tarea imprescindible para poder superar los diferentes problemas planteados por las ediciones de su obra. Sacó a la luz contextos editoriales y de público de cada libro e hizo un estudio de su léxico, no realizado hasta ahora. Es especialmente estimulante el análisis del “universo poético” de Delmira a través de sus “máscaras, mitos y símbolos”. A partir de una cita de José Miguel Oviedo, Fernández planteó la manera de “marchar a contracorriente” de Delmira en términos literarios. Con Rosa García Gutiérrez, consideró que la mayor parte de las imágenes eróticas de su poesía ya estaban en Baudelaire y Darío y sostuvo que “la aportación fundamental de la uruguaya no es el imaginario sino la asunción de un rol activo que le permite redescubrir y re-enseñar los mitos clásicos, cuyas referencias proliferaron entre los modernistas, a través de su propia encarnadura y por medio del uso personal, a la par que abarcador, de su lenguaje”.

Poesía completa, edición ibérica

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POESÍA COMPLETA (1902-1924), de Delmira Agustini. Edición de Mirta Fernández dos Santos. Visor, 2019. Madrid, 331 págs. Edición ibérica que reúne desde los primeros poemas publicados en revistas hasta la edición póstuma de 1924.

Poesía completa con sus pinturas

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POESÍAS COMPLETAS, de Delmira Agustini. Quinta edición. Edición crítica prologada y anotada por Alejandro Cáceres. Ediciones de la Plaza, 2017. Montevideo, 647 págs.
La obra ya era un voluminoso compendio de vida, obra y crítica sobre la poeta; en esta nueva edición suma un apéndice fotográfico con sus pinturas.

Correspondencia inédita de Delmira

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LA RECEPCIÓN CRÍTICA DE LA OBRA DE DELMIRA AGUSTINI POR SUS CONTEMPORÁNEOS, (a través de su correspondencia inédita y poco difundida), de Mirta Fernández dos Santos. Iberoamericana, 2019. Madrid, 245 págs. Solo reúne la correspondencia de índole profesional, y la de familiares.

Estudio exhaustivo de su obra

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EL PROFUNDO ESPEJO DEL DESEO. Nuevas perspectivas críticas en torno a la poética de Delmira Agustini, de Mirta Fernández dos Santos. Editorial Verbum, 2020. Madrid, 353 págs.
Es un estudio exhaustivo de la poesía de Delmira y sus ediciones.

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