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El cuarteto de cuerdas que llegó a la Luna

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“El cuarteto es una locura, es de una exigencia enorme”

Cuarteto Gianneo

La gira uruguaya es parte de los festejos por los 20 años del Cuarteto. Comenzó en José Ignacio el 6 de febrero. Están a la espera de que se definan los próximos conciertos de este año.

Cuenta Felisberto Hernández que una noche, allá por los tiempos de Clemente Colling, fue invitado a la casa de sus tías a escuchar a su primo ciego tocar el piano. “Sentí por primera vez lo serio de la música” -dice. “Y el placer -tal vez con bastante vanidad de mi parte- de pensar que me vinculaba con algo de valor legítimo”.

Fue imposible no pensar en Felisberto mientras escuchaba el último concierto del Cuarteto Gianneo en el Auditorio de Radio Nacional. Se trató de un concierto inaudito, casi surreal. Fue el último de un ciclo que iniciaron hace cinco años en la Radio en el que se propusieron una tarea titánica: tocar la integral de los cuartetos de cuerdas de Beethoven. Para cerrar la odisea se reservaron el más poderoso e intrincado de los cuartetos: el celebrísimo opus 131.

Incluso antes de romperse el silencio, viéndolos sentados en semicírculo, uno tiene la impresión de que está frente a cuatro héroes. Hay un hilo invisible que los une en suspenso y que insinúa una suerte de superpoder. Hay que ser valiente para lanzarse a tocar el opus 131. Por la dificultad técnica. Porque el trazo de la música no permite descansar entre movimientos. Y, sobre todo, por el vapuleo emocional que significa abismarse en Beethoven. Wagner dijo alguna vez sobre esta obra que “revela el más melancólico sentimiento expresado en música”.

Ninguno escatima en entrega. Luis Roggero -primer violín del cuarteto y concertino de la Sinfónica Nacional desde hace más de 25 años- parece directamente traído de la Belle Époque. Es uno de esos violinistas que habitan en el imaginario de quienes amamos la música, pero rara vez aparece encarnado en la realidad. Cada cosa que dice su violín también la dice su cuerpo, porque toca desde los huesos. Sebastián Masci -violinista de la Filarmónica de Buenos Aires- está en el segundo violín, de frente y a su lado, impecable, preciso, sosteniendo al intérprete de los huesos y habilitándolo para nadar cómodo en su discurso. El sonido de la viola de Julio Domínguez -que también es violinista en la Filarmónica- es el de un virtuoso. Tiñe todo de un color hondo, es el filtro inequívoco de la melancolía. Y Matías Villafañe -cellista del cuarteto y también integrante de la Filarmónica- cierra el semicírculo con su violoncello intergaláctico. Es el héroe mayor, y puede que lo diga por ser yo misma cellista, pero también resulta que es la columna vertebral sobre la que todos pueden hacer lo suyo; es el comienzo y el final del conjuro sobre el que creó Beethoven.

Ocho ojos se levantan de la partitura como tirados por una tanza y vuelven a caer al papel, y uno no entiende cómo esos cuerdistas pueden estar en ellos mismos y también en cada uno de los otros. Será por esto que lo que hacen tiene aspecto de actividad suprahumana. Será por eso que el cuarteto de cuerdas es considerado la formación perfecta, casi platónica, de la música de cámara. Durante los 40 minutos que dura la obra, nadie respira. El escenario es un vertedero de sudor y de sangre. Cuando termina, entre aplausos desbocados, los músicos se paran y agradecen. La sangre de a poco se seca. Roggero se quiebra y llora. Algunos de nosotros también lloramos.

Es tal el drenaje emocional y tan inesperado lo que acaba de pasar, que se impone la entrevista -en eso quedamos- y no quiero. Siento que tengo que apartarme porque ésta no fue una interpretación cualquiera, y que me tengo que encontrar en la intimidad de una entrevista con seres exhaustos, con sobrevivientes. Me animo y me acerco después de verlos ser saludados y felicitados decenas de veces. Caminamos hacia un salón que nos prestan en Radio Nacional y en el trayecto tengo que hacer de tripas corazón para despegarme del impacto y entrar en modo pensante, funcional. Cuando estoy a punto de atravesar el umbral de vuelta hacia lo terrestre, veo que en la cumbre del estuche del cello de Villafañe hay una enorme insignia de Batman. Toso. Me pregunto si en verdad no formarán parte de alguna hermandad de superhéroes.

La lista de méritos y reconocimientos que acumuló el Cuarteto Gianneo en sus casi veinte años de trayectoria es interminable y son tantas las cosas que hay para decir sobre ellos que el listado no viene a cuento. Han tocado en las salas más prestigiosas de Argentina, incluidos el Teatro Colón y La Ballena Azul del Centro Cultural Kirchner. Este año celebraron sus 500 conciertos y ganaron el Konex de Platino como el mejor conjunto de cámara de la última década. Habrá que estar atentos y preparados para el despegue, porque en 2020 estarán girando por Uruguay.

Se conocieron de amor y de casualidad, y aunque ahora son grandes amigos y se conocen “hasta el ADN”, antes fueron colegas. Los cuatro se cruzaron tocando en las orquestas más destacadas del país. Roggero había jurado jamás volver a formar parte de un cuarteto de cuerdas en su vida “porque hay que estar chiflado para tocar en un cuarteto de cuerdas”, hasta que recibió la llamada de Sebastián Masci. Sebastián es el más antiguo en la vida del cuarteto -está desde su fundación en 2000- y cuando era chico escuchaba al violín de Roggero por la radio y rezaba “para tocar como él”. Domínguez estaba en pleno enamoramiento con la viola tras algunos desencuentros con el violín y cuando lo convocaron como violista del cuarteto no lo dudó ni un segundo. También recuerda a Roggero como un personaje casi mítico de su infancia: Dominguez creció en San Juan, provincia de Argentina, y recuerda que más de una vez se hizo “la chupina” de la escuela para ir a ver a Roggero tocar como solista en alguna visita. Villafañe estaba recién llegado de Alemania, y acababa de tocar en algún escenario porteño La Pampeana de Ginastera, una de las obras más difíciles jamás escritas para cello. Masci lo convocó. La primera vez que se juntaron a ensayar los cuatro, no ensayaron. Comieron un asado en una terraza y la carne estaba tan tierna que se cortaba con tenedor. El resto es historia.

LA POTENCIA EMOCIONAL. 

-¿Qué significa para ustedes haber terminado hoy este ciclo de la integral de los cuartetos de Beethoven?

-Masci: Fue como llegar a la luna. Se acaba de cumplir un sueño que duró 5 años, porque hacer la integral de los cuartetos de Beethoven es un sueño para cualquier cuerdista. Fue un desafío enorme: somos amigos, nos queremos muchísimo, pero hacer Beethoven en cuarteto de cuerdas te pone a prueba en todos los sentidos imaginables.

-Roggero: Y en especial esta última obra que tocamos, porque es extremadamente compleja. Uno puede preguntarse por qué es tan distinto tocar un cuarteto cualquiera, que tiene cuatro o cinco movimientos, y tocar el opus 131 que tiene siete, o sea que tampoco es tanto más largo. Sucede que por las características de esta obra, un movimiento tiene que ir inmediatamente enlazado con el siguiente, sin pausas. Y siempre es vital poder parar entre movimientos para dar vuelta la pagina en todos los sentidos. Es la primera vez que toco una obra sin pausas. Todo en el opus 131 es nuevo para nosotros. Y se suma la potencia emocional de que se trate del fin del ciclo.

-Villafañe: En estos años fuimos desarrollando la sensibilidad de anticipar situaciones. Visualizar y anticipar conciertos es importantísimo para nosotros. Es como estudiar pero desde otro enfoque. Pero no habíamos anticipado el impacto emocional de esto. Hoy algo se fue. Tenemos una gran alegría y una gran tristeza. Durante los últimos cinco años, la esencia de nuestra existencia como cuerdistas fue este ciclo.

-Dominguez: Proponernos hacer los cuartetos de Beethoven fue como si nos dieran la llave y nos dijeran: anda a internarte a estudiar en Juilliard. Fue un verdadero Master. Lo que nos dejó a cada uno de nosotros es intransferible.

-¿Fue variando la formación del cuarteto durante estos 20 años?

-Masci: Nosotros cuatro estamos desde 2012. Antes fueron cambiando integrantes. Al inicio fui primer violín y también segundo: íbamos rotando con Nicolás Favero. Cuando él tocaba el primer violín todo funcionaba, y cuando yo tocaba el primer violín también, pero eran dos cuartetos distintos. Un cuarteto tiene que tener un primer violín y segundo violín fijos. Cada una de las voces tiene que ser clara.

-Roggero: Los integrantes fueron cambiando. También es maravilloso. Cuando Sebastián me llamó, hacía 15 años ya que yo no hacía cuarteto. Tenía otros grupos de cámara y estaba dispuesto a tocar solo, en dúos, tríos, quintetos, pero en cuarteto, no. Con los otros grupos preparábamos los conciertos en ocho o nueve ensayos, y eso para un cuarteto de cuerdas no es nada, es un desastre. Cuando me llamó Sebastián, yo no sabía si él quería hacer cuarteto como a mí me gustaba; hay poca gente que está dispuesta a trabajar de esa manera. Estuve de acuerdo con participar un año y luego volver a conversar, pero después de trabajar juntos nunca existió esa segunda reunión.

-¿Cómo es esa forma de trabajar en cuarteto?

-Roggero: Hay sólo una manera: dedicación total. Todo el amor tiene que estar puesto ahí. Hace falta tanto porque el funcionamiento de un cuarteto es efímero. Cuando después de mucho trabajo llegamos a una conclusión, decimos: ok, esto es así hoy. Yo toco esta nota más alta y esta más baja, porque así suena bien hoy, no sé mañana. Es una locura. Es de una exigencia enorme, hay que ser muy flexible. Si no te bajas del pedestal, estas muerto. Tenemos que ser soldados rasos; no hay lugar para jerarquías.

-¿Por qué esta formación que inventó Haydn marcó un antes y un después en la música de cámara?

-Villafañe: Lo que hace único al cuarteto de cuerdas es el equilibrio que hay entre las voces. Y la manera en la que se combinan las voces se monta sobre una humildad que tiene que portar cada uno, por saber que lo que está sonando es de todos por igual. Ese equilibrio no es reproducible en otra formación, y por eso el cuarteto es el paraíso de la música de cámara. Todos los grandes compositores tuvieron que transitar primero el cuarteto de cuerdas porque hay algo del pensamiento de la música académica que se forja así. La parte primaria de la polifonía adentro de la cabeza opera a través de cuatro sonidos maridados; no hay una voz que predomine.

-¿Qué es lo más difícil a la hora de buscar ese equilibrio para que funcione un cuarteto?

-Masci: La dinámica humana. Podes tener cuatro virtuosos y con que uno de ellos no se baje del pedestal, ya no anda. Somos cuatro tipos haciendo algo en una frecuencia que resulta en que todo lo que nos pasa a cada uno por separado le pega al cuarteto. Festejamos como un logro de todos que uno tenga un concierto o haya comprado un instrumento nuevo. Y cuando alguno de nosotros no está bien, lo sufrimos del mismo modo. La cercanía que necesitamos para constituirnos como cuarteto conlleva eso.

-Roggero: Tuve clases de cuarteto con gigantes como Spiller, pero nadie te enseña lo importante. Te enseñan afinación, fraseo, hay libros gordísimos de ejercicios para cuarteto. Te entrenan por ejemplo a emparejar los crescendos pero eso no te garantiza absolutamente nada. Si no tenés ganas de hacer un crescendo con el otro, si no te convence, ni Dios te ayuda. Nadie te puede decir qué hay que hacer porque a cada cuarteto le sirve algo diferente. Te rompes los cuernos intentando, y hay que seguir buscando, y si no te bancas esa frustración se termina el cuarteto. Y si uno no se baja del pedestal, también. Lo único importante es querer hacer algo hermoso con el otro. No se trata tanto de una cuestión técnica. Se trata de las ganas que tengas de construir con los otros tres el famoso ‘quinto’. Cuando el cuarteto es bueno hay ‘un quinto’ que está ahí, distinto a los cuatro integrantes. Él comanda el cuarteo de cuerdas.

-¿Cómo es su rutina de ensayos?

-Masci: En promedio tenemos cuatro ensayos por semana. Hemos ensayado también cinco, seis, y hasta siete días por semana. ¡A veces doble turno! Siempre arrancamos con un café, que se extiende 25 y hasta 35 minutos y viene con terapia. Es un ritual. Nos contamos todo lo que nos pasó. Y la mesa en la que nos sentamos… es cuadrada.

-Después de haber llegado a la luna, ¿qué se viene?

-Masci: Ya comenzamos una gira por Uruguay, que seguirá en 2020. Y empezaremos un ciclo nuevo en Radio Nacional de compositores Argentinos. Y como a nivel estatal todo se esta reformando en la Argentina, no sabemos más. ¿Y qué más? Hacer cuarteto. ¡Siempre hacer cuarteto!

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