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El coraje de la ingenuidad

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Francis Scott Fitzgerald

Siempre es bueno volver a las obras maestras. Pero cuidado con las malas traducciones.

SCOTT Fitzgerald escribió esta novela antes de alistarse en el ejército para ir a la Primera Guerra Mundial, bajo el título que nombra la primera parte, El egocéntrico romántico, pero la guerra terminó antes de ser enviado al frente y la novela fue rechazada dos veces. Le aceptaron la tercera versión en 1919 y bajo el título A este lado del paraíso vendió cincuenta mil ejemplares en un año. Fue su consagración como escritor, y como un ícono de la llamada "generación perdida". El paso de un siglo no ha hecho más que sumar prestigio a la obra y al malogrado talento de Fitzgerald, que murió a los 44 años luego de una vida que se extravió en el alcohol. Dejó escritos sin embargo excelentes cuentos y su novela mayor, El gran Gatsby, título que merecería no ser confundido con la deplorable versión cinematográfica que Baz Luhrmann estrenó en 2013, y que podría adjudicarse a la completa incomprensión de la excitada estupidez que el propio Fitzgerald avizoró a los 23 años, cuando escribió A este lado del paraíso.

Lleva muchas reediciones y acaba de regresar en una edición de Losada con una traducción muy mala del argentino Pablo Ingberg, enturbiada desde la primera frase: "Amory Blane heredó de la madre todas las características, excepto algunas inexpresables extraviadas, que lo hacía valioso". Para defenderse la novela necesita de la voluntad del lector y la ayuda de otras traducciones, entre las que destaca la que el escritor español Juan Benet hizo para Alianza. Y si importa defenderla es porque todavía hoy como entonces ofrece el prístino espíritu de la juventud de Fitzgerald a través de su alter ego, Amory Blane, un chico de pretensiones tan vanidosas como elocuentes de su audacia y el genio para dar cuenta de la moral norteamericana a inicios del siglo XX, del tormento de su educación cínica, y de la vitalidad de su corazón.

Blane es un presumido señorito descendiente de irlandeses nacido en Minnesota, mimado por las virtudes y defectos de su madre, educado en Princeton, incapaz de sostenerse a la altura de sus pretensiones, pero notablemente diestro en convertir sus fracasos intelectuales y amorosos en una conmovedora saga de experiencias que lindan con la astucia y la inocencia, incluso a la hora de narrar la extraña alucinación del diablo. Por momentos no solo es brillante, también tiene la virtud de recuperar experiencias delicadas, como la emoción del primer beso en la mejilla de una niña o el descubrimiento de la propia mente, y el beneficio de educarla en la lectura.

En el canon literario anglosajón quedó el procedimiento de intercalar cartas, monólogos, poemas, guiones de teatro, saltos en el tiempo del relato, asociado a lo que dio en llamarse "modernismo"; fugas del encuadre tradicional de la novela que inauguró Joyce y Fitzgerald leyó tempranamente. El resultado es, naturalmente, desordenado, y se sostiene por el vigor de la expresión que en el caso del joven Fitzgerald vacila y vuelve a irrumpir con inesperadas derivaciones. Comparecen sus lecturas, amores adolescentes, ilusiones, sarcasmos sobre la vida norteamericana, denuncias de su decadencia y las esperanzas despertadas por la revolución soviética, el mundo católico y el protestante, la baratura del mercado, los prestigios ganados y perdidos, todo revuelto como en un cuarto de estudiante.

Hay en esta novela una reducida galería de mujeres intrigantes y encantadoras: la madre, de una indolente audacia, una prima mayor de arrobadora lucidez, una chica deliciosa y demasiado cuerda, una joven misteriosa y demasiado loca, y un sacerdote católico que oficia de guía espiritual con muy singulares interpretaciones sobre los desafíos del crecimiento. Conviven con una zona francamente tediosa que transita por detalles irrelevantes sobre la vida de los clubes y asociaciones estudiantiles de Princeton, pero es indudable que Fitzgerald narró la suma de sus experiencias con la genuina desesperación de hacerlas brillar en su naturaleza más sensible. Estaba lleno de ideas acerca del mundo que lo rodeaba y se preocupaba más por esgrimirlas que en ordenarlas.

Los libros que llegan del pasado tienen la virtud de devolver, junto a la imagen en la que todavía es posible reconocerse, lo que ha dejado de ser frecuente. A este lado del paraíso trae a la palabra el coraje de la ingenuidad, una actitud a la hora de emitir la voz y pronunciarse, a sabiendas de que por mucho que las ideas luzcan arbitrarias o discutibles, tienen la propiedad de destazar la vida y abrirla, incluso por el error, y que las emociones pertenecen al orden del azar y las confusiones. No es una gran novela, pero está colmada de brillos, un gran carácter, y sobre todo, originalidad.

A ESTE LADO DEL PARAÍSO, de Francis Scott Fitzgerald. Losada, 2014. Buenos Aires, 309 págs. Distribuye Océano.

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