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China y el maoísmo leídos desde Uruguay

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Mao

Siglo XX y XXI 

El ensayo de Julia Lovell sobre la influencia de Mao en el mundo renueva la historia, y califica al líder actual Xi Jinping como el líder más maoísta luego de Mao.

Es un libro clave si se lee desde Uruguay. Titulado Maoísmo, Una historia global, está escrito por Julia Lovell, profesora de la Universidad de Londres, quien hace unos años nos deslumbró con el libro La Gran Muralla (Debate, 2007).

Es clave porque Uruguay vive un momento de gran acercamiento comercial con China. El texto trata justo de eso: de la influencia china en el mundo de los siglos XX y XXI. No importa que Mao Tse Tung, el gran constructor de la China moderna, ya no esté entre los vivos. Su legado, al parecer, perdura. Es más, Lovell se arriesga afirmando que el actual presidente Xi Jinping es “el líder más claramente maoísta que el país ha tenido desde Mao”.

El maoísmo en Uruguay tuvo poca influencia salvo en pequeños grupos intelectuales y guerrilleros de la década del 60, y ninguna en los tupamaros. Hoy existe una agrupación maoísta, el Partido Comunista Revolucionario del Uruguay (PCRU). Pero lo que ocupa es el futuro de este acercamiento soft entre ambas naciones, entre un país demasiado grande y un país pequeño. Porque, según la autora, lo soft no predominó en la historia del maoísmo. “El poder blando de la influencia china va muy por detrás de su poder duro”. Además, con diferencias de cultura política importantes, porque si en Uruguay el poder es ciudadano, emana desde los de abajo, lo habitual en China es que el poder emane de los de arriba.

No fue un libro fácil de escribir, pues debió remar a contracorriente. Su primer obstáculo: “La ortodoxia histórica” difundida por China y ampliamente aceptada en Occidente, que afirma que “la China de la época de Mao no se involucraba en el mundo más allá de sus fronteras”. Dicha ortodoxia trata de “enterrar todo detalle histórico vergonzoso de la era de Mao, en particular aquellos que contradigan la doctrina de no interferencia china en los asuntos internacionales”. Muchos de estos datos vergonzosos aún permanecen secretos, cuando no sometidos a intensas polémicas (el papel de Mao en la caída de Sukarno en Indonesia, o los vínculos del maoísmo con el genocidio de Pol Pot, por ejemplo). La China contemporánea ha liberado muy poco de sus archivos históricos, con aperturas parciales que no llegan a cubrir períodos clave como el de la Revolución Cultural (1966), de gran violencia interna con millones de muertos, y cuyos efectos todavía repican.

La cuestión es que el maoísmo viajó y se instaló con firmeza y gran seducción en la selva indonesia, en los andes peruanos, en los arrozales de Camboya, en las zonas rurales de Tanzania, en el quinto arrondissement de París o en la India nororiental. Siempre con una simplicidad aterradora a la hora de analizar la realidad, y con una enorme “falta de imaginación a la hora de considerar los efectos de la violencia política y el poder sin contención” afirma Lovell.

Un simpatizante

Como siempre, primero estuvo el relato. Que no lo escribió Mao, ni ninguno de sus lugartenientes, ni está en el famoso Libro rojo. Lo plasmó en 1936 el periodista norteamericano Edgar Snow en el libro La estrella roja sobre China. Snow viajó y entrevistó al guerrillero Mao cuando todavía era aliado de los nacionalistas chinos en contra del invasor japonés. El libro se convirtió en un best seller mundial. “La estrella roja sobre China marcará no sólo la carrera profesional de Snow como cronista de la Revolución comunista china y mediador entre los comunistas chinos y las varias audiencias internacionales, sino que también convertirá a Mao en una celebridad política. La obra servirá para traducir el pensamiento del líder y su revolución a los nacionalistas indios y a la intelectualidad china, a los partisanos soviéticos, a los sucesivos mandatarios estadounidenses y hasta a los insurgentes malayos, los rebeldes que luchan contra el apartheid, los sectores radicales de Occidente” y más. Fue el inicio al maoísmo global.

Snow era un simpatizante, y las palabras de Mao que registró fueron rigurosamente controladas por el líder y sus asesores. Allí estaba todo lo que los comunistas chinos querían de la nueva sociedad, pero cobró vida propia y escapó al control de Snow. Se convirtió en una pieza de realismo socialista idealizado. En los hechos este trabajo ayudó a “transformar un imperio indolente y fallido en una potencia global y desafiante” afirma Lovell.

Maoísmo, Una historia global registra ocho escenarios en Asia, África, Europa y las Américas donde el maoísmo buscó instalarse con ideas simples: disciplina de partido, revuelta anticolonial y revolución permanente. Tres palabras definen la actitud de este radicalismo a lo largo de ochenta años: insurrección, insubordinación e intolerancia global. Con una gran paranoia, al punto que terminaron peleados a muerte con la Unión Soviética, conflicto definido por “una mezquindad sectaria”. Tanto provocó Mao a lo soviéticos que se generó un sangriento incidente fronterizo (Damanski/ Zhenbao, 1969) donde murieron 31 soviéticos y al parecer centenares de chinos. Hartos, ese mismo año Moscú evaluó la posibilidad de borrar del mapa a China con bombas nucleares, pero sus aliados no lo apoyaron. “Ahora estamos aislados” dijo Mao lastimosamente. “Nadie quiere ser nuestro amigo”.

Esa rivalidad entre chinos y soviéticos fue, según describe Lovell, uno de los motores de la guerra de Vietnam. No todo fue culpa de Estados Unidos, como cierta izquierda todavía pretende. La Guerra Fría fue compleja, contradictoria, cruel y muy estúpida. Consagró ideas como la del “lavado de cerebro” comunista, herramienta que al parecer utilizaban los chinos con gran eficacia para convertir a demócratas decentes en agentes comunistas desalmados y asesinos. Por esto la inteligencia norteamericana gastó mucho dinero en contrapropaganda, planes absurdos y psicólogos mediocres (de lo más interesante del libro, escrito con fino humor).

Camboya y los Andes

El enemigo histórico de los vietnamitas fue China, no Estados Unidos. En la guerra de Vietnam los norvietnamitas recibieron en la etapa final el decisivo apoyo de la Unión Soviética, mientras China jugaba sus cartas con un vecino, Camboya, enemigo de Vietnam. Pero los políticos norteamericanos de la época no lo entendieron, ni hicieron el esfuerzo. Para ellos la amenaza en Vietnam era china y roja. Punto. Una película educativa del Departamento de Defensa de los Estados Unidos lo decía claro en 1964: “La China comunista busca expandir su propio sello dentro de la revolución global (constituyéndose en) el centro ideológico de un mundo esclavizado”. Era la teoría del dominó, donde si caía uno, caían todos. Fue una obsesión “que ayudó a crear el mayor desastre militar y de política exterior de los Estados Unidos: la intervención de más de una década en Vietnam.” Algunos soldados norteamericanos llevaban una insignia en el brazo con una espada que cortaba al medio a la Gran Muralla china. Años más tarde los analistas norteamericanos aceptaron que fueron víctimas de la retórica militante China, ya que no eran en el caso vietnamita una amenaza real.

China, Vietnam y Camboya tenían su propia teoría del dominó. Vietnam se desencantó con China al ver los resultados reales del maoísmo; el radicalismo de la Revolución Cultural terminó de convencerlos. Del amor al odio hubo un paso. Luego China encontraría en los Jemeres Rojos de Pol Pot un aliado y un posible realizador de sus ideas más radicales. Finalizada la guerra de Vietnam en 1975, “tanto Vietnam como China se peleaban por recomponer las relaciones con Estados Unidos, su amargo y antiguo adversario (el cual, ciñéndose al credo amoral de ‘el enemigo de mi enemigo es mi amigo’, mantuvo a los Jemeres Rojos en las Naciones Unidas hasta 1989). A lo largo de los años 80 China y Vietnam lucharon entre ellos, mientras China y Estados Unidos juntos financiaron y facilitaron la guerra de los Jemeres Rojos —con toda probabilidad el vástago más extremista del maoísmo global— contra Vietnam”. Parte de esa guerra secreta quedó retratada en una película incómoda para la CIA, Air América (1990, dir. Roger Spottiswoode), con Mel Gibson y Robert Downey Jr.

Ello lleva a uno de los capítulos más sorprendentes del libro de Lovell: el que relata el papel de China y el maoísmo en el genocidio que mataría a dos millones de camboyanos. Mientras los Jemeres Rojos comenzaban la evacuación forzada de las ciudades y pueblos hacia el campo, y luego a los campos de exterminio (The Killing Fields, estrenada en Uruguay como Los gritos del silencio, 1984), Mao y Pol Pot tuvieron una reunión el 21 de junio de 1975 en China. Pol Pot llevó a esa reunión a dos de sus traductores:

Pol Pot (emocionado): —¡Estamos extremadamente felices de poder encontrarnos hoy con el gran líder, presidente Mao!
Mao: —¡Y nosotros los aprobamos! Muchas de vuestras experiencias son mejores que las nuestras. China no tiene derecho a criticarlos. (...) Están fundamentalmente en lo correcto.

Uno de esos dos traductores camboyanos fue asesinado en la purga de 1978 y se llevó a la tumba el secreto. El otro logró escapar a Francia y contó esta versión. Es más, cuando los tanques soviético-vietnamitas avanzaron sobre Camboya para acabar con la locura homicida de los Jemeres Rojos, antes de que cayera Phnom Penh (1979) uno de los últimos actos de los jemeres fue ejecutar a todos los traductores del chino que pudieran encontrar porque supuestamente “habían participado en conversaciones de alto secreto y naturaleza potencialmente dañina”, señala Lovell. Tras la muerte de Mao, Pol Pot continuó el vínculo con la Banda de los Cuatro —el comité de Mao que dirigió la cruenta Revolución Cultural— e incluso lo visitaron, hasta que fueron purgados. Sólo así China se pudo salvar de sufrir algo similar al genocidio camboyano, señala un historiador chino citado.

Y luego los Andes peruanos. “A lo largo de los años ochenta, los seguidores de Sendero Luminoso —o senderistas, como se los conocía— se organizarían, cantarían, combatirían, torturarían y asesinarían en nombre de una revolución maoísta peruana”. Querían liquidar el mercado, la desigualdad, la religión, el disenso político e incluso ir más allá, liquidar el revisionismo en China, ya que consideraban al sucesor de Mao, Deng Xiao Ping, como un traidor. Para Lovell el proyecto de Sendero Luminoso fue “surrealistamente extemporáneo. Tampoco era adecuado para Perú”. El saldo fue de casi 70 mil muertos. Si bien logra construir un perfil interesante del líder Abimael Guzmán (objeto de adoración personalista al estilo maoísta, capaz “de oscilar entre los mundos de la más abyecta desesperación y la abstracción intelectual”), la autora no convence al analizar las razones de la existencia de este movimiento en el contexto andino.

De los otros escenarios de acción del maoísmo el lector quedará prendado con el relato de Indonesia y el supuesto papel que jugó el partido comunista en el intento de golpe contra Sukarno (Lovell busca demostrar que fue maoísta) lo que derivó en una terrible represión contra todo lo que era o parecía comunista, una matanza indiscriminada de medio millón de personas y que, 50 años más tarde, aún tiene a los perpetradores como héroes (ver el documental El acto de matar, 2012, dir. Joshua Oppenheimer).

Neomaoístas

El libro de Julia Lovell es muy ameno, nunca aburre. También es honesto a la hora de provocar. Cuando la autora arriesga, el lector sabe que debe tomar distancia. Sucede con el último capítulo, “La China cuasimaoísta”. En China persisten versiones del maoísmo llamados neomaoísmo o el despectivo “maoístas de internet”, de un nacionalismo y antioccidentalismo rabioso. Si bien radicales han habido siempre, en todas partes, el tema es cuánto corte les darán hoy las elites chinas. Y el asunto, claro, es Xi Jinping. Según Lovell, “siendo hijo de uno de los camaradas revolucionarios del propio Mao, ha vuelto a normalizar algunos aspectos de la cultura política maoísta: las sesiones de crítica/autocrítica, la estrategia de Mao del ‘frente de masas’, el culto a la personalidad”. Ahora, que eso anuncie el inicio de un retorno al antiguo radicalismo intransigente, cruel y paranoico... no convence. China hoy tiene problemas muy diferentes a los que tenía en la era de Mao. Además, esta mirada de Lovell parece estar teñida por los temores de los países grandes del hemisferio norte respecto a una posible hegemonía china, y a su propia pérdida de protagonismo. Una mirada diferente a la que se tiene desde un pequeño país del sur.

MAOÍSMO, UNA HISTORIA GLOBAL, de Julia Lovell. Debate, 2021. Barcelona, 752 págs. Traducción de Jaime Collyer.

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