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Cerca del fuego

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Ulysses S. Grant

La cuestión es dónde estar durante la batalla: en el frente, junto a los soldados, o en la retaguardia. Qué hicieron Alejandro Magno, Ulysses S. Grant, Wellington y Adolfo Hitler.

LAS CIRCUNSTANCIAS del británico John Keegan (1934-2012) le dieron una lucidez especial sobre el fenómeno de la guerra y la mentalidad del soldado. No apto para servir en las fuerzas armadas, se especializó en historia militar y enseñó en la Real Academia de Sandhurst, por lo que convivió durante un cuarto de siglo con prestigiosos jefes y oficiales superiores retirados, devenidos docentes. Tal vez por estas razones Keegan conjuga en su obra una profunda comprensión de la mentalidad militar con un enérgico pacifismo.

El supuesto básico del autor en La máscara del mando es que cada cultura y época requieren del líder militar —a veces también político — no sólo determinadas aptitudes sino también algunas actitudes que debe adoptar, si espera que sus tropas lo sigan a la victoria (o la muerte). De ahí la metáfora teatral de la máscara. El autor estudia a cuatro generales: Alejandro Magno, Wellington, Ulysses S. Grant (General en Jefe de los ejércitos de la Unión, en la Guerra de Secesión) y Adolfo Hitler.

La clave de comparación es cuánto creía cada uno de ellos que el general debía estar en primera línea. La respuesta de Alejandro fue "siempre", según consta en testimonios de época. Elegía el punto clave del frente enemigo y conducía el ataque. Era un cara o cruz de genialidad y coraje: un error de elección implicaba la derrota, y en varias acciones Alejandro recibió heridas graves que estuvieron a punto de dejar a los suyos sin jefe. Para un uruguayo es ineludible la comparación con el estilo de comando de Aparicio Saravia.

El caso del Duque de Wellington es estudiado en el aspecto técnico —más de dos milenios no pasan en vano, hay más datos disponibles para los investigadores— pero también en el plano ético. El autor califica a Wellington de jefe anti heroico, y lo fundamenta en el análisis de sus campañas (la descripción de la batalla de Waterloo es uno de los puntos más altos del libro). El Duque llegaba hasta la línea de combate, incluso a riesgo de su vida, cuando había necesidad de subsanar una crisis, veía y decidía in situ, para volver de inmediato a retaguardia. Sus triunfos no se basaban sólo en el planteo genial de la batalla, sino en la capacidad de rectificar el plan original, atento siempre al compromiso moral de minimizar la pérdida de vidas entre los suyos. A su vez, tren y telégrafo mediante, la respuesta del Gral. Grant sobre cuánto debe estar el comandante en la línea de fuego es tajante: "nunca, si puede evitarlo". Esto requiere al hombre al mando desplegar otras estrategias para ganarse el respeto de su tropa.

El análisis de las campañas hitlerianas se basa en dos claves. La primera trata la influencia que los generales de la Primera Guerra Mundial tuvieron en Hitler, evidente en su tendencia a dirigir desde lejos (en el caso del líder nazi a cientos de kilómetros del frente). La segunda es la escenificación propagandística de un falso heroísmo, cuyo último acto fue el suicidio en el búnker. Prueba del éxito de esa ficción es que Alemania se rindió recién después de eso.

Respecto al liderazgo contemporáneo, el autor postula un jefe "posheroico" para evitar el conflicto nuclear. Alguien que en pro de la supervivencia humana priorice en sus decisiones y mensajes la lógica por sobre la pasión, la responsabilidad por sobre el heroísmo, la reflexión sobre la acción.

El texto presenta errores serios. En primer lugar menciona maizales y pumas en el entorno de Alejandro Magno, cuando ambas especies son americanas. En segundo lugar menciona la fecha de cierta crisis del avance nazi en Noruega (noviembre de 1940) cuando esa campaña había ya concluido en junio.

LA MÁSCARA DEL MANDO: UN ESTUDIO SOBRE EL LIDERAZGO, de John Keegan. Turner, 2015. Madrid, 440 págs. Distribuye Océano.

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