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Una cena con David Bowie

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David Bowie
Leonhard Foeger

Cartas de lectores

Hay notas del Cultural que provocan la memoria. Este lector recordó su encuentro en Londres con David Bowie.

La carta de Jorge Mara (Buenos Aires) no fue enviada a El País Cultural, sino a Manuel Borrás (España), quien entendió que la anécdota relatada debía ser compartida. Por eso llegó:

PADRE Y MAESTRO MÁGICO,
acabo de leer en El País Cultural de Montevideo un muy buen artículo de Darío (Jaramillo): ¿se trata de “nuestro” Darío?

Él da cuenta del libro de Simon Critchley sobre David Bowie. Fue una grata sorpresa. Traté a Bowie de forma breve pero intensa. Estando en Londres para organizar la exposición de Ben Nicholson que llevé a mi galería madrileña, fui a lo de mi amigo Bernard Jacobson a seleccionar la obra. Era un sábado al mediodía. En la galería además de Bernie había tres personas. Una mujer negra, hermosísima, de rasgos afilados, embarazada, ataviada con un vestido rojo vivo, de estilo ligeramente africano: Iman. Un hombre muy flaco, de edad indefinida, mirada amistosa y simpática, sin ningún empaque, vestido con blue jeans, una camiseta blanca común y corriente, zapatillas deportivas y, casi incongruentemente, un magnífico abrigo azul de cachemira, muy formal. Tenía el pelo corto y una barba rala: Bowie. La tercera persona era Norbert Lynton, el experto en la obra de Nicholson. Bernie astutamente le propuso a Bowie que me ayudara a elegir los cuadros. David era un gran coleccionista de la obra de Nicholson y tenía, reputadamente, muy buen ojo para la pintura. Nos fuimos con Bowie a la trastienda y empezamos a distribuir las obras de Nicholson contra la pared. Con gran sencillez, sin didactismo, David empezó a calificar las obras, a señalar virtudes en unas y en otras, a buscar dibujos y bocetos complementarios. Hicimos, hizo, una selección formidable, incluyendo obras de distintos períodos, con afinidades formales y relaciones cronológicas. Digna de un buen museo. Hecha la selección todos festejamos. Bernie tuvo la buena ocurrencia de proponernos cenar en su casa esa noche. La mujer de Bernie (Karen, holandesa), muy buena cocinera y tan acogedora como él, nos hizo una rica cena y puso una mesa baja, tipo comedor árabe, con almohadones en el suelo para sentarnos, sin la menor formalidad. Los hijos de los dueños de casa y sus parejas servían la mesa. Me sentaron junto a Bowie y aquí vino la sorpresa mayor. Me preguntó sobre algunos autores franceses que a él le interesaban. Tenía una aguda curiosidad literaria y filosófica y era un lector serio, dedicado, selectivo, nada trivial. Nuestro tête à tête solo versó sobre libros y autores. Su marotte era la filosofía francesa y poseía un rango de lectura muy amplio. Sin la menor afectación y con un entusiasmo genuino. Conversamos hasta bien entrada la madrugada y —todos— bebimos como cosacos. Como habíamos hecho buenas migas, me instó a que lo llamara para a volver a conversar. No lo llamé.

                                                                      Jorge Mara

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