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Caso curioso

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Luisa Valenzuela

Una novela negra que deja muchas preguntas

LA MAYORÍA de las crónicas acerca de Luisa Valenzuela indican que es una escritora comprometida. En cuestiones de género, política, filosofía. Nacida en Buenos Aires en 1938, posee un extenso currículum que incluye novelas, libros de cuentos y microrrelatos, ensayos y múltiples premios. Su primera novela, Hay que sonreír, apareció en 1966. A ella siguieron, entre otras, Como en la guerra (1977), Cola de lagartija (1983, que trata sobre el siniestro José López Rega), La travesía (2001) y La máscara sarda. El profundo secreto de Perón (2012). En 1990 publicó Novela negra con argentinos, que ya ha tenido varias reediciones.

Su protagonista, Agustín Palant, escritor argentino que hace usufructo de una beca en Nueva York, compra un día sin saber por qué un revólver calibre 22. A la noche, de forma azarosa, concurre a un pequeño teatro, ve una puesta en escena, conversa con la actriz principal, va a la casa de ella y, también sin saber por qué, le vuela la cabeza de un balazo. Estupefacto, camina por calles que ya no recordará, cargando con su revólver y con una mayúscula incertidumbre que lo lleva a pedir ayuda a Roberta, otra argentina que también está escribiendo una novela, y de la que es amigo y ocasional amante. Todo ello ocurre en las primeras treinta páginas del libro, y todo parece indicar que ambos se pondrán a buscar las razones del homicidio, la verdadera identidad de la víctima, el lugar exacto donde fue cometido el crimen.

“La novela policial clásica” escribió Josefina Ludmer “cuenta dos historias: la primera -el crimen- es lo que ‘efectivamente ocurrió’; la segunda -la investigación- narra cómo el investigador ‘se entera’ de la primera; la única que se lee es la segunda historia, que comienza cuando la primera ha concluido y sigue un orden progresivo-retrospectivo.” De seguir este criterio, el lector se prepara a las siguientes doscientas cuatro páginas con la esperanza de que tanto él como estos dos personajes se enteren -o al menos obtengan información- de por qué, cómo, dónde y cuándo. Pero la novela “negra” del título se transforma en otras cosas: cúmulos infinitos de situaciones, datos, escenarios, personajes y diálogos de la más absoluta irrelevancia, reflexiones metaliterarias que someten al lector a lugares comunes, consignas sin explicación (“escribir con el cuerpo”, algo que supuestamente hace Roberta, es la más frecuentada), oraciones que se interrumpen en cualquier momento, aliteraciones, tautologías, tesis encubiertas, declaraciones militantes.

También se supone que Agustín y Roberta han empezado un trayecto sin fin por una Nueva York crepuscular, en tanto los acosa la memoria de lo ocurrido en plena dictadura argentina. Pero en la Nueva York de Valenzuela no se escucha jazz, no se oye el tránsito alocado, no tiemblan las veredas al paso de los metros subterráneos, no se ven puentes sobre el East River ni sórdidos callejones ni vecinos extravagantes. Es decir, no es Nueva York, más allá de que la autora vivió exiliada en la ciudad durante diez años.

En Novela negra con argentinos nada lleva a ningún lado, todo es rocambolesco y tedioso, y las páginas se vuelven plomizas parrafadas retóricas. Sin embargo, a propósito del libro se pueden encontrar en Internet trabajos académicos que versan sobre “escritura”, “transgresión”, “búsqueda”, “poder”, “cuerpo”, “mujer”, “dominación masculina”, entre otros. Alguna vez Julio Cortázar escribió que los libros de Valenzuela “son nuestro presente pero contienen también mucho de nuestro futuro; hay verdadero sol, verdadero amor, verdadera libertad en cada una de sus páginas”. Y en catálogos del Museo Whitney de Nueva York se seleccionó a su libro de cuentos Aquí pasan cosas raras como uno de los textos que más influyeron en los escritores estadounidenses de la segunda mitad del siglo XX.

NOVELA NEGRA CON ARGENTINOS, de Luisa Valenzuela. FCE, reed. 2016. Buenos Aires, 234 págs. Distribuye Gussi.

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