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Los Borbones al desnudo

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Isabel II

Había que desprestigiar a Isabel II, y nada mejor que pintarla participando de orgías.

EN LA acuarela alguien retira un cortinado y queda a la vista el retablo de la cámara real decorado con la flor de lis borbónica. Sobre el retablo se halla recostada la reina Isabel II ofreciendo su vientre desnudo, el cetro en la mano y la corona caída. Del otro lado del dosel, el pintor de las acuarelas y un grupo de hombres desdibujados observan la escena o hacen fila para alcanzar las atenciones de la reina. Esta es una de las noventa y tres ilustraciones de temática satírico-política, muchas de ellas pornográficas, pertenecientes a la revista Gil Blas (1864 a 1872) y adquiridas en su mayoría hace unos treinta años por la Biblioteca Nacional de España. Ahora fueron publicadas en formato álbum en Zaragoza por la IFC (Institución Fernando el Católico/Diputación de Zaragoza) con un título tan directo como escandaloso: Los Borbones en pelota.

Impiadosas, violentamente impactantes, las acuarelas son contemporáneas a los momentos finales del reinado de Isabel II, en 1868. Son verdaderas caricaturas testimoniales de la decadencia moral, las intrigas palaciegas, la corrupción imperante y la complicidad de las autoridades de la Iglesia. Desfilan como personajes principales la reina Isabel II, hija de Fernando VII; su esposo Francisco de Asís, siempre con profusa cornamenta; Carlos Marfori, el último amante de la reina; Luis González Bravo, presidente del consejo de ministros; el confesor de la reina, el padre Claret; Sor Patrocinio, llamada "la monja de las llagas"; y Luis Bonaparte, emperador de Francia. Abundan las alegorías de un poder agonizante, los cuadros eróticos, las escenas circenses y de sexo grupal, los coitos extravagantes y los falos descomunales. No menos inquietante resulta la firma, Sem o Semen, siempre presente al pie de las obras. Dato que ocultaría, entre otros, la autoría de los hermanos Valeriano y Gustavo Adolfo Bécquer.

GÉNERO ANTIGUO

Francia e Inglaterra fueron los países pioneros en combinar el desnudo obsceno con la crítica política. Prueba de ello son los libelos que exigían la muerte de María Antonieta presentándola como un monstruo depravado, acusándola de lesbianismo, zoofilia e incesto con un hijo. Los largos brazos de la pornografía alcanzarían, andando el tiempo, a los Borbones napolitanos y a la zarina Alejandra, ofreciendo sobradas razones para afirmar que este tipo de publicaciones y viñetas eran más habituales de lo que se supone, constituyendo una tradición cultural del siglo XVIII europeo.

La influencia de la caricatura grotesca de J.J. Grandville, o las más sutiles de Paul Gavarni o Honoré Daumier, no es menor. Papelería erótica y/o pornográfica circulaba en abundancia en los arrabales frecuentados por la bohemia parisina posromántica y en torno a las galerías del Palais Royal. En España, pocos años antes, el Álbum de la revolución de 1854 por un patriota, publicación también atribuida a los hermanos Bécquer, desplegaba toda clase de ilustraciones explícitamente provocativas. Los Borbones en pelota parece ser la punta del iceberg de una profusa circulación clandestina de ediciones eróticas, la más lograda por la perfección de su dibujo y la más certera por su contundencia política.

La firma Sem se dio a conocer por primera vez entre 1865 y 1866 en el periódico satírico Gil Blas, expandiéndose en los años siguientes a publicaciones como El trancazo o La Píldora de España, y LIllustration de París. Pero fue inmediatamente antes e inmediatamente después de los sucesos de 1868 que el rótulo reapareció. Tras él se cobijaron dibujantes del prestigio de Francisco Ortego o Vicente Urrabieta. Está comprobado que los hermanos Bécquer lo integraron al menos en sus comienzos. Los alcances de su participación son, sin embargo, objeto de largas discusiones de biógrafos y especialistas. Hay quienes procuran armonizar la exquisita sensibilidad del poeta que conmoviera con sus Rimas a generaciones de enamorados con la brutalidad manifiesta en estas imágenes. Otros, en tanto, se esfuerzan por explicar cómo siendo ambos hermanos, hombres leales a González Bravo, también lo fustigaran con tanto denuedo. Aún más, el desconcierto aumenta si se tiene en cuenta que hasta hace pocos años el pensamiento de uno y otro estaba lejos de tildarse de republicano, antimonárquico o anticlerical.

REINA NINFÓMANA

 Una monarquía constitucional gobernada por una mujer era un concepto difícil de aceptar para la sociedad española del siglo XIX. A la inestabilidad que surgía de un consenso de difícil equilibrio se sumaba la desconfianza, la subestimación o el simple rechazo. Era tan arraigado el concepto de monarquía como institución masculina que, ante los cuestionamientos a María Antonieta, la escritora francesa Louise-Felicité de Kéralio había advertido que "una mujer que se convierte en reina cambia de sexo". La ambigüedad se resolvía potenciando la imagen de una soberana regeneradora de las costumbres sociales y de la nación, portadora de nuevos valores morales. En otras palabras, a ojos de todos, la reina debía ser ángel del hogar, madre cristiana, dama ejemplar entregada a la filantropía.

Isabel II fue exactamente lo opuesto. Asumió el trono de España a los 13 años, cuando fue declarada mayor de edad, siendo obligada a casarse tres años después con el infante don Francisco de Asís de Borbón, duque de Cádiz, apodado "Paquita". Una copla popular registró de inmediato el acontecimiento: "Isabelona/ tan frescachona/ y don Paquita/ tan mariquita". No se hizo esperar una larga sucesión de amantes que perseguía toda clase de favores reales. Se dice que su hijo y sucesor en el trono, Alfonso XII, era en verdad vástago del capitán de ingenieros Puigmoltó, conocido como "el pollo real".

Sin preparación para gobernar, de escaso razonamiento, apasionada y temperamental, Isabel se vio fácilmente manipulada por intereses partidistas, por sus familiares y por la camarilla cortesana que en todo momento la rodeaba. Los continuos escándalos desviaban la atención pública ocultando la corrupción y el tráfico de influencias, a la vez que alimentaban la maledicencia popular. La vieja misoginia denigratoria, siempre presente, reiteraba por todos los medios que la mujer era la encargada de civilizar y purificar las costumbres pero que poseía también, en potencia, el peligro de bastardear y pudrir el cuerpo social y el cuerpo político. La consecuencia fue la demonización de la reina, empresa que llevaron adelante nobles y políticos, alegremente repetida hasta el cansancio por el pueblo y difundida con tenacidad por decenas de publicaciones.

El inicio de la Revolución de 1868, que inauguró el primer intento en España por establecer un régimen político democrático, sorprendió a la familia real veraneando en San Sebastián. A fines de setiembre la reina atravesó los Pirineos y fue recibida en Biarritz por Napoleón III. Una de las caricaturas exhibe a la Revolución, dama de túnica roja, gorro frigio y espada en mano, irrumpiendo en la sala del trono y derrumbándolo. Caen sus ocupantes: la reina, Carlos Marfori y Francisco de Asís, todos en cueros. Los hombres orinan sobre la corona, corren despavoridas las ratas del palacio real y el ministro González Bravo huye cargando una bolsa con 400 mil reales, acompañado del padre Claret con el trasero al aire.

La pornografía política adquiría, de este modo, con su poder simbólico y su dosis de grueso humor, una forma definitiva y triunfal. Su incidencia en el acontecer político no era de desdeñar.

Isabel II
Isabel II
Los Borbones en pelota
Los Borbones en pelota

Pornografía y políticaAlfredo Alzugarat

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