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Bombas termobáricas rusas que consumen poesía

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Eduardo Milán

Poéticas de Milán

Además de consumir oxígeno, cuerpos, posibilidades humanas.

El poema va por abajo. La tendencia subterránea no se la quita nadie. No sé si alguna vez —incluso en la poesía más cortesana— la poesía dejó de ser ese fluir con una base en tierra o lodo en caso de túnel para escapar a la censura. Tiene algo de topo ese cavar, algo de hijo de tupa en su escape histórico de un penal. Gran parte de la lírica fue una revelación del “alma en pena”, ingenua, confesional, lacrimosa. Pero nunca igualó esa distinción de “alma bella” que tanto molesta a Hegel —y a mí, pero en otra escala. Y las escalas, esos peldaños de cuerda que suben los artistas de circo antes de tirarse a las manos del otro. Bajo la carpa.

“El romanticismo es un fenómeno de circo”, decía Friedrich Schlegel. Pero los alemanes son circenses —no cirqueros, que no es lo mismo. Y el circo es de esas pocas manifestaciones de dignidad que hacen querer al ser humano. Los mundos que construye la poesía dentro son distintos a los que muestra la poesía cuando el poema se ofrece afuera. Pienso en las Las eras imaginarias, ese libro de Lezama Lima que es una mezcla de la realidad simbólica y de la realidad de la imaginación. Es un lenguaje medio visible, medio oculto. Cuál es la línea divisoria no sé. Me interesa la espacio-temporalización que hace Lezama de acuerdo a un principio de coexistencia poética, es decir, de ecología de la imaginación. Yo había entendido que liberación era la capacidad real de coexistencia de los seres vivos, de la vida entre sí, de la vida porque sí, sin más. De ahí la importancia del circo. Lo que representa es el porque sí de la vida, sin explicación. Pero eso pertenece a la historia como tragedia, a la verdad —diría Hegel. Hoy es el momento de la historia como farsa. La farsa se nota en el camuflaje imperial disfrazado de defensa de “seguridad nacional” (cosa que puede ser cierta: del otro lado de ese honor gran-ruso manchado primero por los soviéticos y luego por los norteamericanos hay, en el primero, un recuerdo de resentimiento hitleriano, y, en el segundo, una realidad muy real: EE.UU. arrincona). A partir de ahí, la bomba se come el oxígeno del mundo, como si fuera el capital depredador —cosa que también es. 

Ir por abajo no es ir cubierto o cobijado ante el peligro del arriba —siempre opresivo, según el léxico de las izquierdas populistas de esta época. Pero ahí está el oxígeno y la poesía es ese oxígeno, como bien saben Ginsberg y Philip Glass. Es una capacidad de respirar. Eso es poesía. La respiración de las palabras, la respiración entre las palabras. Por eso es de este mundo. De este ordenamiento climático. Las sucesivas explosiones de las bombas termobáricas que usa Rusia en Ucrania son comedoras de oxígeno, bombas comedoras de cuerpo, de la posibilidad humana, animal, atmosférica —y poética.

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