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Banda al desnudo

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Alejandro Spuntone, Carlos Ráfols, Garo Arakelian e Irvin Carballo. Foto Archivo El País

LIBRO SOBRE LA TRAMPA

Crónica-reportaje que no evita los asuntos difíciles.

El año 2016 marcó el retorno a los escenarios del grupo La Trampa lo que constituyó un sacudón en el ambiente cultural del Uruguay. Fueron cinco Teatros de Verano con entradas agotadas unas veinte mil personas como respuesta de un público que nunca recibió una comunicación oficial de la separación de la banda, demostrando así un alto grado de fidelidad y adhesión.

Fundada en 1991 fue, en su origen, un proyecto llevado adelante por el tecladista Sergio Schellemberg y el guitarrista Garo Arakelian cuando compartían salones en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República. Un ámbito donde lo que más sonaba eran las canciones de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. Era la música tomada como acto de militancia que no permitía distracciones mientras Arakelian se sentía identificado con el álbum Love de The Cult y con bandas como The Sisters of Mercy o The Damned. Entre esos compañeros que coincidían con los gustos de Garo se encontraba Schellemberg, que sintió una "empatía intelectual y amistad instantánea" con Arakelian. Ese comienzo es narrado en detalle por Ignacio E. Martínez en el libro La Trampa. Sin miedo en la oscuridad, finalista de los premios Bartolomé Hidalgo 2017. De esa unión rebelde ante la música casi hegemónica que se escuchaba en esas aulas surge una de las bandas más importantes del rock uruguayo.

En el comienzo La Trampa fue un quinteto con el que llegaron a grabar un demo de cuatro canciones y un videoclip del tema "Vals" que aún hoy se puede ver en Youtube. A los fundadores Arakelian y Schellemberg se sumaron Martín Rosas en voz, Gabriel Francia en bajo y Nicolás Rodríguez en batería. Luego ingresaron Alejandro Spuntone en voz y Carlos Ráfols en bajo, músico que había integrado la banda ADN. La batería es el puesto en el que más músicos han tocado en la banda. Luego de Rodríguez, Álvaro Pintos y Javier Villanustre ocuparon ese lugar en el que actualmente se desempeña Irvin Carballo. Ya con Spuntone como cantante graban el primer álbum Toca y obliga (1995). La banda se movía en el ambiente under, con una propuesta algo oscura que iba desde la vestimenta negra hasta las letras y música. Desde el comienzo no querían ser otra banda de rock al estilo de las que surgieron luego de la dictadura. Incursionaron en otros estilos como el tango y la milonga para lograr esa voz propia. El primer disco pasó a ser un álbum de culto luego del éxito que llegó a partir de su segundo trabajo, Calaveras (1997), en cuya portada aparece el símbolo de la banda, esa estrella de cinco puntas con un ojo en el medio que, con los años, pasaría a estar en varias camisetas de sus seguidores.

CRISIS.

En agosto de 2001 Schellemberg anuncia su voluntad de abandonar el grupo. La banda no solo perdía a su tecladista sino a uno de los dos compositores de sus canciones. En Resurrección (1999), último álbum en el que intervino, los teclados se habían concentrado en crear texturas musicales más que en llevar un papel protagónico. Durante la grabación de ese álbum en Buenos Aires Schellemberg sufrió mucho la separación de su familia. Ese fue un argumento poderoso para abandonar el proyecto: las cosas que se estaba perdiendo de vivir con sus hijos. A partir de Caída Libre (2002) la banda resuelve seguir sin tecladista y las canciones son compuestas en forma exclusiva por Garo.

Como en todo grupo de rock, la voz del cantante marca una de las señas que lo identifica. Sin Spuntone, sin su forma de cantar e interpretar las canciones de Arakelian, sería difícil reconocer a La Trampa. Pese a ser el líder indiscutido del grupo, al que en alguna entrevista Martínez llamó "el dueño" sabiendo que eso provocaba molestia al guitarrista, La Trampa es mucho más que un proyecto personal de Arakelian. Guarda cierta similitud a lo que ocurre con The Who donde, desde la muerte del bajista John Entwistle, el guitarrista Pete Townshend es creador exclusivo de las canciones pero sin la voz del cantante Roger Daltrey. ¿Puede seguir llamándose The Who? Como alguna vez dijo Roger Waters, los nombres de las bandas también son grandes marcas.

Martínez no escapa a los temas difíciles. Relata choques entre los miembros del grupo o dramas familiares como los que vivió Spuntone. En el caso del álbum Laberinto (2005) hay opiniones encontradas de algún integrante del grupo y de quien fuera su productor, Fernando Cabrera, sobre la angustia que le genera a Garo ser el creador exclusivo de la banda. Con frases precisas, Martínez logra desnudar el carácter del guitarrista. Cuando habla de la época en que se separó de su mujer, alcanza con decir que "Le molestaban los gemidos automáticos de las prostitutas, así que se colocaba sus auriculares con música para no escucharlos". El bajista Diego Varela, que ingresó a la banda luego de la partida de Carlos Rafóls en 2007, tuvo momentos complicados en la convivencia con Arakelian. Una vez quiso interactuar con el guitarrista sobre el escenario, pero recibió como respuesta un "Quedate quieto, esto no es una banda de funk". Garo es siempre sincero en sus conclusiones. Afirma que el ingreso de Varela a La Trampa "fue un error" y que nadie le dijo que iba a ser socio limitándose a ser un músico contratado. Esas confusiones también ocurrieron con la integrante de la banda Vendetta, Laura Romero, guitarrista que ingresó para tocar en las actuaciones en vivo presentando el álbum El mísero espiral de encanto (2008) para, según Arakelian, bajar los niveles de testosterona de La Trampa. Hoy reconoce que fue otro error, que la inclusión de una mujer no fue una solución y que tampoco Romero entendió lo que era la banda.

DETRÁS DEL VIDRIO

El libro escapa a la opción de contar intimidades para satisfacer el morbo del lector. Si esas historias, que ocurrían del otro lado del vidrio, son sacadas a luz es en aras de una visión completa de lo que es La Trampa. Las diferentes versiones sobre un mismo hecho, logradas a través de esas cuarenta entrevistas, enriquecen el resultado y constatan que siempre hay varios, o por lo menos dos lados de una historia. No era fácil lograr esa independencia dado que el libro, para lograr una mayor difusión entre los fans, debía tener la aceptación y apoyo de los miembros de la banda. Habla muy bien de Arakelian que aceptara mostrar las luces y las sombras de esa historia que lo tiene como protagonista.

La Trampa. Sin miedo en la oscuridad no es una biografía complaciente pero tampoco un libro que pretenda explotar el sensacionalismo para captar lectores. Es una historia contada con buen pulso que recurre a las voces de protagonistas y actores de reparto en la vida de La Trampa, para encontrar esos rincones no tan visibles que terminan explicándola. Algo que los fans, que agotaron las entradas en cinco Teatros de Verano, agradecerán. Para el público en general es un interesante documento que permite entender el complejo funcionamiento de una banda de rock.

LA TRAMPA. SIN MIEDO A LA OSCURIDAD, de Ignacio E. Martínez. Fin de Siglo, 2017. Montevideo, 229 págs.

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