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Aventuras de acá

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Alejandro Paternain. Foto: Archivo El País

Novela que conjuga acción, humor, erotismo, reflexión sobre las grandes dudas metafísicas y erudición.

LAS AVENTURAS DE LUCY BRISTOL, de Alejandro Paternain. Banda Oriental, 2015. Montevideo, 192 págs.

PATERNAIN (Montevideo, 1933-2004) fue un narrador tardío. Tras una carrera como docente y crítico, publicó sus primeros dos libros de narrativa (Oficio de réquiem y Dos rivales y una fuga) en 1979, seguidos, luego de 1990, por otra docena de libros de ficción.

Escritor versátil, pudo pasar del tono reflexivo de Oficio de réquiem al humor descacharrante de Crónica de un descubrimiento, en la que unos indios en tres piraguas terminan descubriendo Europa, y cultivar también la novela de aventuras, sobre todo navales, rubro en el que destaca La cacería, descubierta de modo casual por Javier Pérez-Reverte en una visita a Montevideo. De este hallazgo devino la amistad entre ambos escritores y la edición española de la novela, punto de mayor difusión internacional de la obra de Paternain.

Sin embargo ese éxito eclipsó una obra de parejo y elevado nivel, que en el renglón "novela de aventuras" incluye perlas como Señor de la niebla, sobre las andanzas del corsario francés Etienne Moreau en costas atlánticas de Rocha, y también Las aventuras de Lucy Bristol.

Esta novela conjuga, sin que se estorben, la acción, el humor, el erotismo, la reflexión sobre las grandes dudas metafísicas y la erudición. El autor dosifica estos componentes con mano maestra, haciendo un guiño al lector entendido pero sin atragantar ni dificultar a quien no esté en el secreto. Y también la reconstrucción de un paisaje bellísimo, desierto y peligroso, como lo fueron las zonas que hoy ocupan Maldonado y Rocha a inicios del siglo XVIII. Se lee de un tirón.

Es una novela de enfrentamientos. No sólo por los combates navales y terrestres que refiere. Así, el bello y dubitativo mestizo Algoleví (se apunta, de paso, que los nombres de varios personajes son eficaz recurso humorístico) se enfrenta la india hechicera Caracará (para los cristianos, María Salomé) y a Lucy Bristol, capitana del buque pirata "Nuestra Señora del acaso", mujer bravísima en peleas de mar, tierra y cama, hembra tan tuerta como atractiva, con antiguas andanzas prostibularias, y con pasado de cómica de la legua en España bajo el nombre artístico de Lucrecia Brótola. Pero la pirata no será de Algoleví, mandado al otro mundo por Juan Catinga —cazador, montaraz y hombre de mil astucias— quien a la postre será el narrador de la segunda parte de la novela, tras ser amado, hecho padre y abandonado por la protagonista.

No menos jugoso que esos enfrentamientos será el contrapunto entre los dos narradores. Fray Mamerto de la Cueva le sonsacará a un Catinga muy envejecido, a fuerza de porrones y porrones de ginebra, lo que otras fuentes no supieran revelarle sobre la bucanera. Terciará entre los dos relatos lo que le haga revelar al viejo la joven Felicia, contado con un desparpajo encantador. Este relato añade a la novela el toque justo de ambigüedad.

Otro detalle interesante son los anacronismos, administrados con mesura, que a todas luces no son de época. Los hay en el lenguaje, con términos como espiantar o patota, detalle que se excusa con la ficción de que el texto ha sido traducido del latín. Pero lo más divertido es el episodio en el que los piratas saltan de los botes y llegan a la costa de pie y haciendo equilibrio sobre unas tablas, los primeros surfistas de esas playas.

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Alejandro Paternain. Foto: Archivo El País

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