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El artista como dios, verdugo y víctima

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Felix Ovejero

Libro con las preguntas correctas

Félix Ovejero Lucas explora la mente de los creadores, y enfrenta los miedos e inseguridades de los artistas.

Felix Ovejero

Hay ensayos que no pierden vigencia y preguntas que crecen cuanto más escasean las respuestas. Entre otros ingeniosos consejos de escritura, el hondureño Augusto Monterroso decía: “Cuando sientas duda, cree; cuando creas, duda”. Del mundo del Arte, poblado de certezas, dudas, ambiciones, egoísmos, vanidades, soberbias y talentos, es de lo que habla este libro del español Félix Ovejero Lucas (n. 1957), doctor en Ciencias Económicas e ideológicamente ligado al partido político Ciudadanos, de centro derecha.

Quizá por su formación en la mal llamada “ciencia lúgubre”, Ovejero realiza un constante paralelismo por oposición entre las ciencias y el arte, considerando que aquellas tienen criterios y procedimientos de tasación y verificación confiables, en tanto el arte no. No porque en el mundo científico todo sea limpio y transparente, sino porque existen reglas más claras: institucionales, metodológicas y pragmáticas. En el del arte, en cambio, no está claro que existan medidores confiables de calidad de la obra en sí. Con facilidad se cae en la medición del artista y con frecuencia se mide su “trastorno”, su “patología” o “malditismo”, como si esas dimensiones legitimaran algo más que una vidriera de exhibiciones. “Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio” decía Capote (y era el “gran” Truman Capote).

En crudo, la afirmación es discutible, pero la serie de preguntas que explícita o implícitamente el ensayo tira sobre la mesa es digna de atención: ¿están los artistas enfermos de inseguridad?, ¿quién determina qué es mejor en arte?, ¿son los críticos literarios equiparables a astrólogos?, ¿garantiza el mercado la libertad en el arte?, ¿la ayuda estatal es buena o mala?, ¿basta que una obra se autodefina como “artística” para que lo sea?

Ovejero no tiene respuestas totalizadoras ni concluyentes y aun si fuera él mismo un artista no las tendría. Una vez más, la cuestión de la honestidad viene dada por la relación primaria entre el creador y su obra, superior y anterior a todas las demás que puedan establecerse. Una vez más sirve de faro la máxima onettiana de no sacrificar la sinceridad literaria a nada (extensible a todo el arte). En el inicio de todo está el creador —dios, verdugo y víctima a la vez— y él es el primero que tiene que liberar de toxinas el entorno y hacer su obra lo mejor que pueda.

EL COMPROMISO DEL CREADOR. Ética de la estética, de Félix Ovejero Lucas. Galaxia Gutenberg, 2014. Barcelona, 447 págs.

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