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Amor reciclado en América Latina

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Eduardo Milán

Columna de Eduardo Milán

El amor a través del arte

"Apenas o amor e, em sua ausencia, o amor” (Décio Pignatari)

El reciclaje del amor en América Latina, la imposible, no funciona mucho. Este César Vallejo que este año cumplió 80 de haber finalizado su convivencia con lo que había de especie en el momento me lo recuerda. “Eu quero paz e arroz/. Amor e bom e vem depois”, decía Jorge Ben, luego Jorge Ben Jor, con certeza. Este amor recoverizado no es el amor hippie anti-producción, comunero, frágil y —para Dylan—, estúpido, según las Crónicas I, monumento al escribir sin mármol ni eternidad. Yo no estaría tan seguro, Gran Dylan. Esa gente se anticipó bastante en medio de una vorágine sesentera muy psicodélica pero indiferente a la circulación del capital y al valor del trabajo. Los hippies no: estaban simplemente en contra del trabajo. Lo vieron cincuenta años antes. El amor deriva por las vías comunicativas de la sangre y olvida o se separa de la búsqueda poética como si esta fuera una Delmira —gloriosa, sí, pero…— loca de atar.

Las vanguardias le pegaron duro con un palo y duro también con una soga al amor-arte, al amor-amor, al amor-familia. La desformalización de la vanguardia, el alargamiento o recogimiento de las formas, la disolución de las formas o como quieras llamarle, estaban contra la comunicación. Porque el hombre es el gran productor de Sentido. Y si uno arranca el motor diciendo “Dadá no significa nada” en 1914 a mitad del camino de la vía, en la curva donde el cuervo espera bajo el silencio de la lechuza, no del cardenal, la culpa te asalta como policía de caminos. Hay que re-hacer. Eso no lo dijo Breton. Pero eso fue el surrealismo, la corrección por la imagen del sin sentido de la sintaxis, especie de economía-mundo adelantada. El inventor de lo hiper-humano en poesía, este Vallejo que me lo recuerda ahora en sus 80 de partido, se dio cuenta que luego de la Segunda Guerra toda radical no-comunicativa era un imposible-malo (existe el imposible-bueno: el imposible poético): el mundo era una real Teresa Batista. Sin amado. Entonces este Vallejo pone en circulación la hiper-humanidad que entronca con la utopía renacentista —moro y cristiano, poroto y arroz— y de la cual venimos todos los que tenemos en la poesía a un ser querido. Pero he aquí —“y entonces”, como decía Yurkievich, narrándolo todo— que estamos en la encrucijada —las miradas enfrentan su entrecejo, grazna el grajo, al córner la corneja— de la confusión: humano se confunde con amor por la vía que liga la comunicación: esa endiosada que sirve, como la democracia, tanto para un lavado como para un fregado. Y la jerga de la poesía se tiende secándose al sol.

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