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Amigos ladrones

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di Candia con su gato

Extracto de su nuevo libro, El pleito de la Princesa de Gales y otros relatos, donde vuelve a uno de los puntos más altos de su trayectoria: el humor.

Señores ladrones
De mi mayor consideración y estima:

Anoche tuvieron la gentileza de visitar nuestra casa nuevamente. Lamentablemente no pudimos recibirlos con los honores que ustedes se merecen porque estábamos pasando unos días en La Paloma. Sentimos mucho que en esta oportunidad se hayan encontrado con algunas dificultades que espero atribuyan a la casualidad y no a la falta de cortesía. Constatamos que tuvieron que meter un gato hidráulico para abrir el vallado perimetral con todos los gastos y esfuerzos que eso implica, luego arrancar la reja de una ventana utilizando una palanca y por último desconectar los sensores de la alarma. Les rogamos nos disculpen por esas dificultades. Somos conscientes de que deben haberles acarreado pérdidas de tiempo y esfuerzos. No era nuestro propósito ocasionarles ningún perjuicio ni entorpecer su trabajo. Debido a un imperdonable olvido también omitimos dejarles, en lugares bien visibles, dólares, cheques firmados, dinero suelto y tarjetas de crédito, elementos que a quienes ejercen su digna profesión resultan tan importantes. Para colmo, tampoco tuvimos la precaución de proporcionarles recipientes adecuados de esos que utilizan normalmente para los imperiosos desahogos a que los conduce la tensión nerviosa de su dura profesión. En otras oportunidades, como ustedes recordarán, les hemos dejado soperas, guiseras, ollas, fuentes y toda clase de elementos hondos capaces de proporcionar comodidad para sus menesteres, así como toallas, sábanas, papel de cocina, repasadores, polleras, cortinas y otros elementos similares que siempre sacan de apuro. Comprendemos que a ustedes les sea imprescindible marcar su territorio para conocimiento de sus colegas y sabemos de la extrema prolijidad con que lo hacen. Reitero nuestras excusas y prometo que estas distracciones no volverán a darse. No es posible que una relación de tantos años como la que tenemos nosotros, cimentada en las innumerables visitas que ustedes han llevado a cabo —no solamente a nuestra casa sino a la de todos nuestros familiares, amigos, vecinos y conocidos— se vea interrumpida por obstáculos que lo único que hacen es impedir nuestra larga relación. ¡Cuánto mejores eran aquellos tiempos en que uno concurría a la feria de Piedras Blancas y recuperaba honradamente y a buen precio todas sus pertenencias! ¡Qué cómodo era reclamar en la comisaría más próxima y contar con la buena voluntad y la ausencia de codicia de algún agente!

Es incomprensible, señores ladrones, que existan espíritus egoístas y poco abiertos al mundo de hoy que no comprendan el espíritu solidario con que ustedes llevan a cabo sus tareas. La sociedad ha cambiado y no reconoce la justicia distributiva que aplican cuando llevan a cabo sus acciones. Ni siquiera es reconocido que ustedes, con la perfeccionada y costosa tecnificación alcanzada y la habitualidad de sus presencias hogareñas, ya configuran parte de nuestra identidad nacional. Es impensable imaginar nuestro país sin ladrones, boqueteros, punguistas, copadores, rapiñeros, violadores de cerraduras, descuidistas y todos los demás subgrupos que integran un gremio tan activo puesto al servicio de la comunidad. Muchos piensan que robar es fácil y exento de costos. ¿Y el precio de las armas y las balas? ¿Y el IVA que pagan? ¿Y la inflación a la que son sometidos? ¿Y las horas de vigilancia que invierten cuyo laudo hay que pagar? ¿Y las linternas, llaves apropiadas, ganzúas, sierras, barretas, punzones y gases adormecedores de perros en los que hay que invertir? ¿Y lo que se pierde en la reventa a los reducidores? ¿Y las comisiones que es necesario costear?

Compruebo con dolor y desazón, amigos ladrones, que las normas que procuran ayuda y comprensión para los desvalidos sociales los han dejado afuera. Se da por admitido que el Estado aplique a sus deudores intereses por mora propios de avezados delincuentes, cobre impuestos a los propios jubilados robándolos dos veces, ponga multas a discreción y le saque el dinero a la gente por cualquier motivo no bien entra a una oficina pública. En esos casos, la reacción siempre es menos virulenta que la que se aplica al pundonoroso gremio que ustedes integran. Quiero expresarles por medio de estas líneas mi más completa solidaridad, mientras aguardo confiado me sean devueltos aquellos objetos por los que profesaba singular cariño.

Sin otro motivo y enviando recuerdos afectuosos a sus familiares, los saluda con su mayor consideración y estima.

(tomado de El pleito de la Princesa de Gales y otros relatos, de César Di Candia. Editorial Fin de Siglo, 2016. Montevideo, 120 págs.)

El autor.

CÉSAR DI CANDIA nació en Florida, Uruguay. Periodista y escritor, ingresó al diario El País en 1954, dirigió la revista humorística Lunes y volvió a ese género con El Dedo y Guambia. Trabajó con diferentes grados de responsabilidad en Repórter, Hechos, La Mañana y Marcha. En el semanario Búsqueda publicó reportajes especiales durante quince años. En 1999 vuelve a El País realizando investigaciones que se publican los sábados en el suplemento Qué Pasa. Ha hecho del género periodístico un estilo literario: Ni muerte ni derrota (1987 y reeditado en el 2006), El viento nuestro de cada día (1989), Los años del odio (1993), La generación encorsetada (1994), Grandes entrevistas uruguayas (recopilador, 2000), Sólo cuando sucumba (2003), Tiempos de tolerancia, tiempos de ira (2005). Vuelve a escribir para Búsqueda en una sección de viñetas bajo el título "Fantasmas del pasado, perfumes de ayer", editadas en forma de libro en 2006. Ha incursionado en cuentos y como novelista con El país del deja, deja (1996), Resucitar no es gran cosa (1997) y Concierto para doble discurso y orquesta (2003). Rindió homenaje a su pueblo adoptivo, La Paloma, en un libro editado en 2004, La Paloma, y a la costa uruguaya. También recopiló numerosos datos del mundo político para Resbalones y caídas, un siglo de política uruguaya (2009) que continúa con Tropezones y porrazos (2010). En el año 2011 publica un libro de cuentos titulado Olor a mar. En 2012 publicó Oficio de periodista, y ese mismo año recibió el Premio Bartolomé Hidalgo a la trayectoria. Gurisote, novela, es también del 2012. En 2014 publica Doña Casilla, reflexiones profundas y humorísticas sobre los cambios civilizatorios, y en 2015, La larga espera de tío Ramón, una novela que narra la tragicómica historia de un legendario hacendado apodado tío Ramón. El texto adjunto fue tomado de su último libro El pleito de la princesa de Gales y otros relatos (Fin de Siglo, 2016).

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