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Actualidad y misterios del gran pintor

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Las Meninas, de Diego Velázquez

La vigencia de Velázquez

El amor por Velázquez llevó a la investigadora Laura Cumming a descubrir una historia increíble.

El afilado ojo de la crítica de arte Laura Cumming (Londres, 1961, que publica sus artículos en The Observer) describe con sumo detalle la pintura Las Meninas (1656) del pintor español Diego Velázquez (1599-1660). Su observación no esquiva datos fundamentales de la realización de la obra, tales como el deshilachamiento de la pincelada: un dato relevante que buena parte de la historia ha dejado de lado en esta y otras pinturas del período barroco. El abordaje que hace la autora de conceptos vinculados a cierto tipo de representación pictórica (la verosimilitud, el realismo, el detalle mimético) tiene un pulso ágil, lo que no impide bucear en otras complejidades inherentes al tema, como el marco histórico, el gusto, o los significados del famoso lienzo. Las observaciones se entrecruzan asimismo con comentarios que exploran los vínculos entre los protagonistas retratados y el pintor.

Así da inicio el libro Velázquez desaparecido, un trabajo de investigación en el que la escritora celebra la obra del artista sevillano, pero también explora la curiosa historia de un librero inglés que halló un supuesto cuadro de Velázquez hace siglo y medio.

EMOCIONES VERSUS ACADEMIA

Cumming sostiene que Velázquez es el más grande de los pintores “por su actitud humana de profundo respeto, compasión e igualdad hacia todas las personas; desde la servidumbre, los criados de palacio, los enanos, incluso el rey y la reina. Velázquez expresa hacia todos ellos humanidad y respeto cuando los pinta.”

La autora se pregunta, de forma retórica, si necesitamos otro Velázquez. Una pregunta que podría hacerse cambiando el ejemplo y agregando otros nombres como Tiziano, Miguel Ángel, Durero o Rembrandt, porque desde siempre el arte ha sufrido descalificaciones o celebraciones muchas veces fundadas en el gusto, de tal forma que el valor de una obra artística se ha visto sujeto al agrado o desagrado que provoca en el espectador de turno. Aún así admite que las emociones primarias resultan ajenas al lenguaje de la erudición. “La historia del arte no se interesa demasiado por la capacidad de las imágenes para emocionarnos o afectarnos”.

Esta temprana confesión le facilitó la excusa para ingresar a un segundo nivel de análisis, pues Velázquez desaparecido es un título que de forma simultánea puede ser catalogado como biográfico (la vida del librero John Snare y la del pintor Velázquez) y de suspenso, a tal punto que sus páginas dejan ver la sombra tutelar de Charles Dickens. El recurso literario de acercarse al género novela para evitar que un relato se agote en la mera biografía no es condenable, sobre todo si la ensayista maneja con destreza ambos formatos narrativos.

En 1845 un librero inglés llamado John Snare compró en una subasta un retrato de Carlos I por ocho libras. El autor de la figura fue identificado como Van Dyck (1599-1641), un pintor flamenco dedicado a la manufactura de retratos. Snare no reconoció la autoría de Van Dyck porque —según sus conclusiones— el hombre plasmado en el lienzo era, en apariencia, demasiado joven para ser Carlos I. El librero estaba confiado en que lo había pintado Velázquez, y para comprobar su certeza afrontó, de manera solitaria, un derrotero signado por la duda y el descrédito de sus contemporáneos. “He pasado mi vida intentado descubrir las pruebas de su originalidad hasta el punto de dejar de lado cualquier otra ocupación”, escribió en 1847. Entre 1849 y 1850 el librero abandonó a su esposa y a sus cuatro hijos y se encaminó hacia Nueva York donde expuso la pintura en varios establecimientos de Broadway. La certidumbre de Snare, casi religiosa, estaba depositada en ese rectángulo de tela que lo llevó al martirio. Murió exiliado, desamparado y pobre.

Si bien las instituciones mediadoras como los museos llevaban casi un siglo de permanencia, el librero no encontró razones para consultar a los expertos. Velázquez, además, casi nunca firmaba sus obras. “A lo largo de la historia, hasta su nombre ha sido una fuente de intensa confusión grafológica. Ha sido Velasco, Valasky, Valasca, Valesques” dice Cumming, “como las conjugaciones de un verbo irregular”.

El rescate de la estampa de un individuo, desvanecida por la falta de documentación fidedigna, redobla al mismo tiempo los enigmas en torno a su vida. “Estoy muy agradecida a Snare porque me dio un misterio. (…) Me involucré mucho porque el mismo pintor que me ha dado tanto gozo había arruinado la vida de este señor", explica. La periodista recabó información durante dos años en comercios, casas de subastas, bancos y galerías de Londres, Edimburgo y Nueva York. Una de las evidencias refiere a un documento firmado por Mark Twain. El autor de Las aventuras de Tom Sawyer y publicó una reseña periodística —bajo seudónimo— sobre la decadencia psíquica de Snare. En otra oportunidad, un miembro del patronato de la National Gallery de Londres le hizo llegar un diario de notas del librero en cuya caligrafía ya se advertía su trastorno mental. Toda la investigación, en suma, deja al descubierto el desequilibrio de Snare, pero le introduce el interés humano de lo vulnerable.

LOS DESAPARECIDOS PESE A TODO

En 1905 se hizo una muestra temporal en el Metropolitan Museum de Nueva York en la que se expuso el retrato en el marco de una exhibición colectiva. Cumming llevó adelante una pesquisa en la que confirmó que la pintura ya no se encontraba en Estados Unidos, sino en Inglaterra: “El lienzo aparece y desaparece, va y viene, y cada vez que desaparece va a parar a la caja fuerte de un pequeño banco inglés”, afirma. Los enigmas no culminan ahí. Cuando la autora publicó su libro en febrero de 2016, encontró una carta que había escrito el director de este banco, quien cuenta que trató de buscarlo durante diez años. “Muere sin haberlo visto”, relata. “Desde que se publicó el libro me han escrito varias personas diciendo que lo tienen, pero todas ellas eran pistas falsas: los americanos creen que está allí, y los ingleses que está en el Reino Unido. También he mantenido correspondencia con un historiador español de arte que cree que el cuadro está en España y que nunca ha salido de Madrid.”

La mano de Velázquez desaparece bajo los retratos que pinta, razón por la cual es factible que el lienzo de Carlos I esté pintado por el pintor sevillano y no por Van Dyck, quien documentó muchos semblantes, pero siempre con una fisonomía particular como consecuencia de su estilo. Esto no pasa con Velázquez, quien, al margen de la característica de su pincelada, permite que los personajes mantengan su impronta personal. Es probable que hoy, dada la relativa abundancia de información sobre la producción simbólica del pintor español, sea viable determinar si una pintura pasó o no bajo sus pinceles.

En una entrevista ofrecida durante la promoción de Velázquez desaparecido, Cumming reconoce que es insignificante saber si el cuadro era auténtico o falso, e incluso si realmente existió. “Para mí es la historia de mi pasión por Velázquez y una llamada de atención para que el arte se enfoque de una manera diferente a como lo hacemos habitualmente.”

VELÁZQUEZ DESAPARECIDO, de Laura Cumming. Taurus, 2016. Barcelona, 332 págs. Traducción de Belén Urrutia.

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