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"Tenía que pegar un volantazo o me iba a la banquina"

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Fernando Ruíz Díaz. Foto: Francisco Flores

El cantante de Catupecu toca hoy en La Trastienda y antes habla de su nuevo proyecto.

Con Los Andes y las nubes en el horizonte, solo en una piscina de Mendoza, Fernando Ruiz Díaz asegura que tuvo una epifanía: tenía que parar porque si seguía así iba a terminar mal. Y parar implica, en este caso, aflojar a las presiones y el estrés de la actividad incesante con Catupecu Machu, hoy una de las bandas de rock más populares de la vecina orilla. Eso fue en el verano de este año, pero en vez de tomarse unos meses sabáticos el músico hizo de esa visión un proyecto nuevo y le dio forma a Vanthra, el grupo en el que hoy pone todas sus energías. No es el fin de Catupecu ni un receso indefinido, sino una nueva búsqueda que hoy lo motiva y que en un mes lo tendrá estrenando nuevo disco y nueva propuesta. Sin embargo, no es Vanthra lo que lo trae esta vez de vuelta a Montevideo, una ciudad a la que reconoce como uno de sus lugares en el mundo, en la que tiene muchos amigos y en la que sueña alguna vez —"lo voy a hacer, porque yo cuando me propongo algo cumplo", avisa— tener su propio apartamento con vista a la rambla para venir a hacer kitesurf. Esta noche, Ruiz Díaz dará un concierto acústico en La Trastienda, sólo con su guitarra y un repertorio que todavía no está definido y que puede incluir cualquier cosa que se le ocurra. Quedan entradas en Red UTS a $ 600. "A los ocho años agarré por primera vez la guitarra criolla y no la solté más. Es mi primer amor y también el último", confiesa, y dice que cualquier excusa es buena para cruzar el río.

—Por estos días, la principal novedad es que tenés una nueva banda, Vanthra. ¿Qué significado tiene esa palabra?

—Es una palabra que inventé hace bastante, calculo que es mi interpretación del mantra. A mí me gustan mucho la V porque es como la punta de la flecha que abre los caminos; y la H porque supuestamente no tiene sonido, es como la meditación. Y un día se me vino esa palabra a la cabeza representando un montón de cosas.

—¿La música de Vanthra tiene algo mántrico?

—Sí. Fue pasando por distintas etapas porque tiene mucho tiempo. Fueron dos años en los que estuve haciendo el disco de Catupecu y el de Vanthra juntos, y me alimentaban uno al otro. Vanthra nació de algo más viajero y después fue cobrando matices. Ahora, en esta instancia que estamos ya terminando el disco, veo que tiene de todo, tiene mucha fuerza y viaje.

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—Y te llevó a retrasar el nuevo disco de Catupecu Machu, que ya venían postergando.

—Claro, porque fue muy larga la gira de los 20 años, y después decidimos sacar de gira el formato de Madera Microchip. Pero este año después del verano, me di cuenta que mi pedalera y mi sonido necesitaban un tiempo para trabajarla. Y pude hacerlo con Vanthra, que está hecho con un espíritu muy despojado; porque Catupecu tiene un montón de presiones por la historia que tenemos. A la vez sucedió que nosotros estamos sueltos de vuelta porque terminamos el contrato con EMI, y había cosas que había que resolver que con Vanthra no. No importa por dónde sale el disco pero sale, y fue, para mí, recobrar el entusiasmo de lo incierto.

—Pero cuando aparece un nuevo proyecto, ¿se tiende a pensar que reemplaza al anterior?

—No, no. Yo en el verano me encontré solo con mi hija en mis primeras vacaciones en mucho tiempo, y me fui a Mendoza que es uno de mis lugares en el mundo, y tuve una epifanía, porque en un momento me quedé solo en la pileta y se veían Los Andes y nubes que venían. Y dije: "Estoy todo roto, no puedo más". Así de corta. Me di cuenta que tenía que pegar un volantazo porque si no me iba a ir a la banquina, que en un punto es lo que pasó con mi hermano. Mi hermano no quería tener el accidente. Y cuando volví a Buenos Aires y me senté con el iPad —que a fin del año pasado me olvidé de uno arriba de un taxi y perdí dos años de trabajo— no podía encarar el disco de Catupecu, que si te lo hago escuchar tiene músicas alucinantes. Sentí que estaba perdiendo cosas de mi hija.

—Con todo eso te metiste en nuevo proyecto que consume un montón de energía.

—Un montón de energía y una autopresión bárbara. Pero así como pasó con Catupecu, Vanthra sucedió: no es un capricho. Y estoy en condiciones de decirte que es un discazo, no desde el punto de vista comercial sino porque me siento muy pleno con lo que hicimos.

—¿Buscaste una nueva voz?

—Los chicos dicen que escuchan otra cosa, yo no me pongo a escuchar mucho porque soy yo. Sí habité otros lugares, otras maneras. Sentí que hice cosas que con Catupecu no podría haber hecho, porque más allá de que todos los discos de Catupecu son diferentes, tiene un formato y tengo que respetarlo. También armé esto en mi cabeza y vamos a salir a tocar Vanthra y no voy a tocar temas de Catupecu porque en algún sentido, Catupecu está más vivo que nunca. No me gusta usar la palabra parate porque esto no es un parate, pero hoy soy yo haciendo esta música.

—Y en todo este proceso, subirte a un escenario sólo con tu guitarra como vas a hacer hoy, ¿qué te genera, qué te aporta?

—Alucino porque improviso todo, te juro que no tengo lista de temas. Es un show muy despojado pero también muy profundo. Es un salto al vacío real.

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Fernando Ruíz Díaz. Foto: Francisco Flores

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