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Erwin Schrott: la Celeste en la ópera

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Schrott, un grande de perfil bajo

El artista uruguayo vuelve a cantar en Montevideo luego de casi dos décadas

No todos los uruguayos saben quién es Erwin Schrott, aunque de algún modo estaría bueno que todos lo supieran, hablaría bien de la cultura de este país. Porque si todo el mundo sabe quién es Luis Suárez, Schrott bien puede ser definido como el goleador uruguayo de los grandes escenarios líricos del mundo, el Diez del canto lírico local, la gran figura nacional reconocida en todas las latitudes. Pero hay más: además de tener una voz privilegiada, de manejarla con soltura y profesionalismo, y de estar parado en la cima de su carrera brillante, este excepcional cantante posee un carisma especial, que lo convierte en un seductor nato, una persona que la fama y la promoción social no parece haberlo corrido nunca, además, de su forma de ser.

Al promediar los años 90, el artista debutaba profesionalmente en Montevideo, donde nació en 1972. Pronto llegó al Teatro Colón, y en 1998 ganó el primer premio en la categoría hombres (y el premio del público) de Operalia 1998, competencia fundada por Plácido Domingo: fue ahí cuando llamó la atención de importantes teatros internacionales como La Scala. Desde entonces su nombre se ha multiplicado en las páginas de los diarios y revistas más importantes del mundo (en publicaciones de ópera pero también en las revistas menos centradas en esos temas), siguiendo paso a paso una trayectoria impecable, creciente, que los públicos reclamaban ver. Esa gloria lo ubicó entre una de las impactantes figuras de la nueva generación de cantantes líricos, mientras su vida personal también era objeto de atención, dado que estuvo casado con la soprano rusa Anna Netrebko.

Pero la fama no es todo: hay mil modos de conquistarla, y de encararla. Y Schrott la conquistó también por medio de una actitud fresca y distendida, que fue siempre muy bien vista en el tantas veces acartonado mundo operístico. Sobre el escenario, el público disfrutó y disfruta de una voz de oro, pero la voz debe ir acompañada de una mente que la conduzca, y un corazón que la sienta. Y Schrott no solamente sedujo con su voz de enorme caudal y ductilidad. También conquistó las audiencias más severas con su rostro sumamente expresivo, con su histrionismo, con su picardía en medio de un ambiente signado tantas veces por la rigidez de los cantantes, los músicos, los directores de orquesta, y hasta los propios espectadores.

Y una vez conquistada la fama, por decirlo así, Schrott la ha llevado casi que con indiferencia, como buscando no dejar de ser nunca el joven que se abrió paso desde Montevideo, o el niño que se formó en una familia en la que la situación económica no sería buena, pero que le permitió saborear a Mozart con tan solo siete años de edad. Por eso este regreso del artista al Teatro Solís, casi dos décadas más tarde, para protagonizar L’elisir d’amore, está cargado de significados. Y Schrott le agrega un significado mayor, por encima de su propia figura, al promover que lo recaudado en las tres funciones (que van el sábado 15, el lunes 17 y el miércoles 19) sea volcado a la Fundación La Muralla, un proyecto de ayuda social en el que él está embarcado visceralmente.

En la conferencia de prensa del pasado lunes 10, cuando en el Teatro Solís se presentaron detalles de la ópera que subirá a escena, y de la fundación que el artista está apoyando, Schrott tuvo hasta la delicadeza de, a la hora del brindis, tomar alguna de las bandejas con canapés, y ayudar al personal del servicio de ‘catering’. Un ejemplo no solamente para todos los uruguayos, sino para todos los demás famosos cantantes del firmamento lírico.

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