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Un éxito que terminó perdiendo sus encantos

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Rachel McAdams y Collin Farrell son los protagonistas.

Hoy termina la segunda temporada de True Detective y es imposible no hablar del fracaso y la decepción que significó para los fanáticos de una serie que en su primera temporada había conseguido generar pasiones.

Es que a veces lo más difícil del éxito es saber qué hacer después, cuanto mayor es más difícil colmar las expectativas. En el caso de True Detective el listón estaba altísimo.

El debut de la dupla de Nic Pizzolatto como guionista y de Cary Fukunaga como director, fue explosivo. La serie tenía todo, desde romance realismo mágico y acción.

Era sencilla, en el sentido de que el centro del show eran dos detectives que buscaban a un asesino. Pero cada uno de los lados de ese triángulo tenía complejidades y conflictos internos que los volvían fascinantes.

A su vez, los detalles del caso, el ambiente de bayou, una fotografía impecable y una dirección excelente —que le valió un Emmy a la mejor dirección de serie dramática— convirtieron a esa primera temporada en unas de las mejores que se han visto en televisión.

De todo eso fantástico que mostró la serie en 2014, ya no queda casi nada. Es que True Detective decidió echar por tierra todo lo que había construido y empezar de nuevo. Cary Fukunaga, el director, se fue y Pizzolatto hizo lo que quiso, pero estaba medio perdido. Esa es la sensación que dio esta temporada de la serie.

Matthew McConaughey y Woody Harrelson, que tan bien le habían hecho a sus papeles de detectives, fueron reemplazados por Vince Vaughn, Rachel McAdams, Collin Farrell y Taylor Kitsch quienes parecían estar buscando que el prestigio del show se reflejara en ellos, en lugar de ser al revés, como sucedía antes.

La historia y la locación se convirtieron en algo significativamente más aburrido. Del pantano encantado de Louisiana se pasó a Vinci, una imaginaria ciudad industrial de California. Se repitieron hasta el cansancio planos aéreos de Los Angeles.

De una trama intrincada y fascinante, se pasó a una aburrida, inconexa y llena de cabos sueltos, por lo menos hasta el séptimo de los ocho capítulos. Esta temporada avanzó más que nada a fuerza de tiempo transcurrido, no de eventos importantes o giros inesperados.

La intención de Pizzolatto parece haber sido la de hacer un homenaje al cine noir, a los detectives clásicos. Todo en Vinci es oscuro y decadente. Sirviéndose de diálogos demasiado fingidos y de alegorías muy obvias —como las manchas del techo reflejando el estado de ánimo de un personaje— el guionista quiso volver a hacer algo complejo y conflictuado, pero no lo logró.

Los tres detectives, Antigone Bezzerides (McAdams), Woodrugh (Kitsch) y Velcoro (Farrell) se enfrentan al homicido de un político importante de la ciudad, pero su investigación es obstaculizada constantemente por la corrupción de la ciudad. Parte de esta red es Frank Seymon (Vaughn), un mafioso local.

Pero el caso está a la deriva y no descubren prácticamente nada hasta el tercer tramo de la temporada. Se centra más que nada en los demonios personales de cada uno, aunque ninguno es demasiado convincente, salvo Farrell.

Todo esto cansó a los espectadores. Los memes burlándose del show, empezaron a multiplicarse por internet. Incluso, el público bajó de tres millones a dos millones del primer al séptimo capítulo. Los que siguieron fue a fuerza de fe y voluntad. Y fe y voluntad no hacen necesariamente a un clásico de la televisión.

El eterno femenino de una imaginativa pintora
Rachel McAdams y Collin Farrell son los protagonistas.

Termina hoy la segunda temporada de True Detective

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