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Donar pero sin que se note

La humildad y el pudor frenan a los uruguayos a reconocer la filantropía.

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Marta Aguilera

En muchos países, la filantropía lleva nombre, apellidos y además está firmada con orgullo. En Uruguay es al contrario: el anonimato es el sello de identidad de casi todas las donaciones.

Alguien que no conozca el tradicional pudor uruguayo puede llegar a pensar que la filantropía no está bien vista, que apenas se practica o incluso que acá no se es solidario. Pero no es así.

Eduardo Ceballos, director general de la Fundación Teletón, afirma que hay muchas personas físicas que hacen contribuciones muy importantes, "aunque siempre de forma anónima. Ayudan con su corazón, no con ánimo de buscar un protagonismo dentro de la sociedad". El 35% del dinero que reciben proviene de grandes aportantes y el 65% son pequeñas contribuciones de la sociedad.

El empresario y fundador de la Fundación Don Pedro, Rodolfo Deambrosi, es uno de los pocos que firma con orgullo sus donaciones. Él no se esconde y está convencido de que el anonimato viene por el miedo a que les pidan más dinero o por la vergüenza de que la gente sepa cuánto tiene. "Es una forma de ser que no comparto", comenta. Para Deambrosi la filantropía está vinculada a lo monetario, pero la que él practica también está asociada al tiempo que le dedica a la fundación.

Enio Collazo, quien remodeló buena parte del módulo 3 del Comcar, es de los que prefieren silenciar las cifras. Asegura que "no vale la pena decir lo que se da". Aunque está en contra de la exhibición de la filantropía cuando no va acompañada de atender al hombre en sus necesidades, no juzga a quien cuenta lo que dona: "si la acción va a acompañada de amor y gusto por ayudar a los demás, ¿qué más da que lleve firma?".

Para Collazo, la filantropía es hacer el bien al prójimo de cualquier forma que sea necesaria. "No hay que dar lo que sobre, sino lo que se siente", afirma.

Hay muchas formas de definir filantropía pero si hay algo cierto en ella es que está muy bien vista. "El uruguayo es solidario, pero no le gusta alardear de las buenas acciones que hace", puntualizó Elizabeth Mallo de Brugnini, apoderada de la Fundación Retoño. Continuó diciendo que en este país el aporte de la sociedad civil es muy importante, "es un trabajo codo a codo con el esfuerzo que hace el gobierno en pos de los niños y la juventud".

Deambrosi, de origen humilde, hizo fortuna, dice, gracias al esfuerzo y dedicación de 40 años de trabajo. Para él, la filantropía es devolverle a la sociedad lo que le ha dado. "No hay nada mejor que dedicar el fruto de mi esfuerzo a ayudar a quienes más lo necesitan. Para muchos, ser rico es tener muchos ceros en el banco, pero para mí es esto", asegura, señalando con la cabeza al centenar de niños que juegan en la fundación al tiempo que le suena los mocos a una niña.

LEGISLACIÓN. La mayoría de los filántropos se camuflan tras fundaciones, los instrumentos institucionales preferidos para hacer que el dinero llegue a las metas elegidas: escuelas ubicadas en barrios deteriorados, centros médicos o comedores comunitarios.

La creación o elección de una fundación para hacer circular determinadas cantidades de dinero tiene normas y procedimientos específicos que facilitan el anonimato, regulan transacciones y otorgan exoneraciones fiscales para los donantes.

La investigadora del Centro Latinoamericano de Economía Humana (Claeh), Fabiana Hernández, está elaborando un estudio exhaustivo sobre este fenómeno cuyo el título traducido (el original está escrito en inglés) es "Fundaciones comunitarias: ¿un vehículo para apoyar y sostener los procesos de desarrollo local que tienen lugar en Colonia Uruguay?". "La filantropía en Uruguay se entiende como algo relacionado a la limosna, la caridad, el asistencialismo, y eso tiene una carga negativa para mucha gente", asegura.

Deambrosi se queja de que la filantropía no está regulada, es decir, que "no hay una ley para que puedas utilizar tu dinero y descontar impuestos". Y es cierto: no existe una legislación que regule la práctica, confirma Hernández, "sólo existe la ley de Donaciones y la de Fundaciones".

La Ley de Fundaciones 17.163 exime a estas organizaciones del pago de determinados tributos como el Impuesto al Patrimonio.

Desde la fundación Don Pedro están trabajando en una plataforma digital (www.apoyarlaescuelapublica.org) para dar a conocer la Ley de Donaciones 16.226, por la que los empresarios pueden donar a las escuelas públicas, a la Universidad de la República, al Inau, a proyectos declarados de fomento artístico cultural, a la Fundación Teletón Uruguay, o a la Peluffo Giguens, entre otras.

Esta ley otorga beneficios tributarios en el Impuesto a las Rentas de las Actividades Económicas (Irae) y el Impuesto al Patrimonio a los contribuyentes que efectúen donaciones en alguno de los casos anteriores. Las empresas descuentan el 75% del monto de su donación convertido en Unidades Reajustables (una UR son 463,82 pesos) que se imputan como pago a cuenta de impuestos, y la posibilidad de que el 25% restante se deduzca como gasto admitido fiscalmente de la empresa, explica Hernández.

"La gente se cura diciendo que ya paga sus impuestos, pero este país precisa más que eso, necesita cariño, dedicación y también dinero", asegura Deambrosi. Desde su fundación donó un total de 3.070.000 pesos uruguayos a las escuelas públicas.

Más de 69.800.000 pesos recaudó el último Programa Teletón, un 62% más que el año pasado. No alardeará de ello pero el uruguayo si puede da una mano.

FUNDACIÓN DON PEDRO

Los Deambrosi Irigoyen han invertido cerca de un millón y medio de dólares en este proyecto dedicado a la educación mediante la recreación y el deporte. Más de 300 niños acuden a diario para jugar o participar en talleres de música, plástica o computación.

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