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Crecer de golpe nunca fue fácil

En Tacuarembó, la madera y la carne impulsan boom de construcción y consumo.

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En Tacuarembó, Fabián Muro

Cuesta estacionar en Tacuarembó. Los autos, las camionetas 4 X 4 y, sobre todo, las motos que van en todas las direcciones, dejan cada vez más chico al centro de la ciudad. Ese que, en un arrebato de grandeza, los locales llaman "microcentro", como en Buenos Aires.

Las marquesinas en las principales calles dejan ver lo que es algo así como un boom sustentado en dos commodities: la madera y la carne. Esa combinación (la de la novedosa forestación y la de una industria bien tradicional del departamento) hizo que en menos de 10 años esta ciudad del norte tradicionalmente calma se transformara en este hervidero de vehículos.

Ahí están los carteles de los bancos, casas de crédito, tiendas de cadenas nacionales, automotoras y supermercados que siguen iluminando durante la noche, cuando los únicos vehículos que van y vienen son las motos preparadas, adrede, para dejar una estela de ruido punzante. Esos comercios parecen tan encima uno del otro como las motos estacionadas en hilera en muchas de las esquinas de 18 de Julio, la calle principal.

A la medianoche aún hay lugares abiertos para ir a comer, como un restorán al que entran todo el tiempo turistas y vecinos en busca de pulpa o asado que salen de la parrilla con el mismo ritmo acelerado con el que ha crecido la ciudad.

Todas las mañanas, los recién llegados recorren las recepciones de los cuatro hoteles de la ciudad en busca de alguna habitación. No hay: la inauguración de una sucursal de Multiahorro llenó los lugares de montevideanos. "Necesitamos más hoteles", dice una recepcionista y muestra la plantilla del día, tapada de ocupaciones y reservas.

Afuera, la ciudad empieza a moverse y Miguel Coitinho mira por la ventana de su oficina de negocios inmobiliarios. Todo cambio es bienvenido, opina, "excepto el del crecimiento del parque automotor". Le resulta complicado asumir que el trasiego de vehículos es constante.

Hace 25 años que heredó la agencia de su padre, quien la había manejado durante 45 años. Los precios que recita para casas, apartamentos, terrenos y alquileres parecen montevideanos. Los alquileres también subieron: un apartamento de dos dormitorios puede costar 7.000 pesos. Una casa con tres dormitorios puede andar por los 15 mil pesos. "El valor de la tierra se triplicó. Y hay mucho dinero dando vuelta", dice, y se despide para recibir a otro cliente, uno de varios que le ocupan la mañana.

No solo los precios para vivir parecen de la capital. Caminar por 18 de Julio es toparse con los mismos carteles y marcas que se ven en Montevideo. Muchos de los grandes grupos empresariales del rubro comercio y bancario abrieron sucursales en esa calle, desplazando a locales chicos y puestos de venta más o menos informales hacia las calles paralelas.

La sucesión de bazares, puestos callejeros que venden mercadería barata o películas "truchas" y colgadores con ropa es tal vez lo más parecido a lo que era el centro hace 10 años, pero con un optimismo y un vigor impensado en ese entonces.

Fernando Oyanarte vino a vivir a Tacuarembó hace 14 años y hoy es el principal dirigente de los trabajadores de la madera. Llega al encuentro con Qué Pasa caminando en una soleada tarde de una recién llegada primavera. "Cuando caminaba por el centro en 2002, era otra cosa", dice. "Estaban los carteles de `Vendo` o `Alquilo`. Era una ciudad deprimida. Hoy está todo lleno".

Hay otras señales de ese boom: calles que de un día para el otro pasaron a ser flechadas, terrenos que multiplican su valor de compra y venta y avenidas que se inauguran. Pero también llegó el ruido de los camiones que constantemente pasan por la ruta 5 que circunvala parte de la ciudad.

Los barrios nuevos también son síntomas de ese crecimiento, tanto los que se construyen en cooperativa como los emprendimientos privados. "Invertir en propiedades da más intereses que depositar el dinero en un banco", dice Coitinho. Él calcula que la diferencia es de 10% en rentabilidad.

"Cuando regresé de Montevideo, en 2006, había lugares que no estaban cuando me fui, en 2002", dice Gustavo Cuello, quien forma parte de una de cinco cooperativas de vivienda construidas en fila india en el Barrio Ferrocarril. El lugar designado para la construcción es donde estaba la pista de carreras de caballo La Criolla. "Esto parece lo que fue la explosión de gente y casas que hubo en la costa de Canelones, a una escala mucho menor, claro". Calculan que podrán inaugurar las 27 viviendas en noviembre, con asado y fiesta. Las demás construcciones lucen más o menos igual de avanzadas.

COMIENZO. La importancia de los commodities no solo dinamizó la economía local e hizo crecer al departamento en muchos sentidos. También se imbricó en el funcionamiento y la vida de Tacuarembó, que hoy depende del triángulo de crecimiento que representan Urupanel, Weyerhauser y Frigorífico Tacuarembó.

Buena parte de ese empuje se debe a estas inversiones. En 2004 se instaló Urupanel, que hace un mes cambió de propietarios chilenos a un fondo de inversión suizo. Un año más tarde vino la estadounidense Weyerhauser. Ambas son parte de una cadena industrial forestal: procesan madera -eucalipto y pino principalmente- para la construcción de viviendas y para muebles. Emplean entre las dos aproximadamente a mil personas. En 2008, la empresa brasileña Marfrig compró el Frigorífico Tacuarembó, uno de cuatro que el grupo tiene en Uruguay. Ahí trabaja más o menos otro millar de personas.

"Hubo un crecimiento acelerado y un poco desordenado", dice Eduardo Puentes, veterinario, empresario lácteo, directivo de la Asociación Empresarial y presidente de la Agencia de Desarrollo del departamento, un organismo oficial.

La llegada de esas multinacionales dinamizó a muchos sectores de la economía local gracias al volumen de sus operaciones financieras. Como publicó El País el 19 de agosto, el día de pago de sueldos en Urupanel significa medio millón de dólares disponibles para inversión y consumo en Tacuarembó.

PORVENIR. A unos 10 minutos caminando detrás de las cinco cooperativas en las que Cuello y sus compañeros ya piensan con la próxima inauguración, Andrés y su esposa Claudia siguen construyendo su hogar. Hace cinco años que son pareja, y dos que se casaron. El año pasado pidieron y obtuvieron un préstamo de 6.000 dólares, a pagar en cuotas en pesos, para comprar uno de los 180 lotes de lo que se llamará Barrio Alibé. Se vendieron todos los lotes.

Él, con 28 años, es empleado. Ella, con 23, estudia inglés. "Primero la casa, luego el auto y luego niños", dice Andrés, sonriendo, sobre los planes. Todavía falta para terminar la casa de ladrillos y material. La van haciendo en las horas que no trabajan o estudian, con la dirección de un oficial de la construcción.

Cuando Qué Pasa los encuentra, están preparando la vuelta a lo de los padres de Claudia. Se termina el día y no hay luz eléctrica, por eso también se termina el trabajo. "Es lo único que le falta al barrio, la iluminación", dice Andrés mientras mira hacia fuera a través de lo que será la ventana de uno de los dormitorios.

En la entrada está la moto que los llevará a descansar. Las calles que eran de tierra ahora tienen esa superficie cruda y negra de las calles recién estrenadas. Y el ir y venir de gente es constante, caminando o en alguna moto china, lo más barato del mercado.

Andrés trabaja en Urupanel y es optimista. No es probable que la situación general se modifique de manera drástica, piensa. Aunque la compañía haya cambiado de propietarios, aunque haya retirado su servicio de enfermería y aunque se hable de futuros pases a seguros de paro, no luce preocupado.

Cuello, tampoco, aunque esté en seguro de paro del Frigorífico Tacuarembó. Luego del incendio que afectó parte de la planta hace cuatro meses y con 700 de 1.000 trabajadores en su misma situación, confía que en diciembre volverá a la planta. Y dice seguro: "No me voy más". Mientras espera por volver a ponerse el delantal que usa para faenar sigue trabajando en lo que será su vivienda. Recorre y exhibe las habitaciones con entusiasmo y seguro de que lo que está construyendo será para toda la vida.

Fabián Álvez es compañero de Gustavo en el frigorífico. También está en el seguro de paro, desde hace dos meses. Y también está contento, porque en marzo comienza la construcción de las viviendas de la cooperativa que integra. Serán 30 familias que tendrán una casa en un terreno de 60.000 dólares que el frigorífico les prestó y que se cobrará en 49 cuotas de 800 pesos a deducir de los sueldos. El acuerdo le cierra por todos lados, aunque hoy perciba la mitad de lo que ganaba en la planta. Ariel Jacques es delegado de Foica, el sindicato de los trabajadores del frigorífico. Hace unos meses que está en seguro de paro. No está desesperado, pero constata que cada vez se matan menos animales. "Justo cuando el precio de la carne está históricamente alto, faenamos cada vez menos", dice.

Oyanarte señala la paradoja de las dos principales industrias de Tacuarembó. "Para la carne hay compradores, pero no materia prima", dice. "Y para la madera es al revés: hay mucho stock, pero no se puede colocar en los mercados internacionales, al menos como lo hacíamos antes". Rememora cuando la tonelada de madera estaba a 500 dólares, hace siete años. Hoy está a la mitad de eso, con suerte. También recuerda que solo Estados Unidos demandaba un millón de toneladas para su mercado y hoy, nada. Esa canilla se cerró: la madera empezó a tener problemas hace tres años, cuando el mercado inmobiliario estadounidense se desplomó y con él, prácticamente toda la economía en el mundo industrializado.

Las negociaciones con la empresa han sido buenas, dice. Esa relación institucional es la que por ahora viene salvando a los trabajadores de Urupanel del seguro de paro. Se rebajan los jornales -de 25 a 19- de trabajo y así se evita rotar entre los empleados. En Weyerhauser, la situación es distinta: ahí serán enviados, dicen fuentes sindicales, casi todos a seguro de paro. "Un 80% de los trabajadores", según Oyanarte y Daniel Fagúndez. Ninguna de las dos madereras quiso hacer declaraciones.

Pero los indicios de problemas se amontonan. Al lado del Hotel Gardel, el más nuevo y más lujoso de la ciudad, está la empresa de transporte Alistra, la más grande del departamento. Sus característicos camiones amarillos son parte del paisaje, pero el lunes los choferes pararon por tiempo indeterminado. El aguante lo hacen en una carpa cerca del portón de entrada de Alistra, y con asado la primera noche.

No cunde el pánico ni se palpa angustia. Las forestales siguen pagando por encima del laudo, como lo han hecho desde que se instalaron. Y el último convenio celebrado entre patronal y trabajadores es, según éstos, el mejor posible.

Los problemas que son parte del mercado inmobiliario de Estados Unidos, una de las causas que impulsó la reestructura de Urupanel y que ahora llega a la otra empresa, parecen muy lejanos entre los tacuaremboenses. Y, como decía Coitinho, hay mucho dinero dando vuelta.

Pero en frente a lo del agente inmobiliario, Walter comenta que desde hace un par de meses, la actividad en su rubro -negocios rurales- tiene un ritmo más lento. "Ta medio quieta la cosa". En los comercios más humildes, la merma en el ingreso de los trabajadores en seguro de paro se siente. José dice que pasó de vender 8.000 pesos por día a 3.000 en su papelería desde que el frigorífico detuvo la mayor parte de sus tareas, un indicador de la pérdida de poder adquisitivo de buena parte de la población.

En el momento en el cual la ciudad necesita más inversiones para dar lugar a un crecimiento económico tan acelerado es que los problemas se agudizan. Con todo, tanto en un sector como en el otro se cree en la recuperación, aunque en la madera el optimismo es casi imperceptible entre algunos de los trabajadores y sus representantes.

"Creo que es viable. Y está en nuestro interés que esta sea una industria sustentable, por eso es tan importante, creemos, agregarle todo el valor posible a nuestro trabajo, que no está muy bien visto. La forestación tiene mala fama", dice el secretario general de Soyma, Oyanarte.

En el Hotel Central, Silvia atiende a un recién llegado que dice haber reservado pero no figura en los registros. Hay mucho para hacer, entra y sale gente todo el tiempo. "Siempre está todo lleno de martes a viernes, no es que hoy haya algo especial", dice.

Tal como Gustavo, hizo el camino inverso al tradicional, que se lleva a los habitantes del interior hacia Montevideo. Hace dos años regresó, tiene trabajo, es optimista y está segura: no volverá a la capital a buscar empleo. Su lugar de nacimiento parece haberse recibido de ciudad industrializada y, aún con sus vaivenes coyunturales, tiene un futuro para ofrecer. Al menos es lo que todos quieren creer.

Lugar para todos

El acelerado crecimiento de la ciudad trajo los problemas típicos: falta de infraestructura. "No hay, en todo Tacuarembó, un estacionamiento lo suficientemente grande como para albergar los camiones de la empresa Alistra, la que tiene la mayor flota. Y Alistra es una de las 18 empresas de transporte que se instalaron acá", dice Eduardo Puentes, vicepresidente de la Asociación Empresarial de la ciudad. La instalación de las madereras y del Grupo Marfig también atrajo a marcas internacionales como Caterpillar y John Deer, entre otras.

2.000

personas trabajan en la industria de la madera y la carne en la capital del departamento.

6.000

dólares cuesta un terreno para construcción en un barrio periférico de Tacuarembó.

200

millones de dólares invirtió Weyerhauser, que anunció envíos a seguro de paro.

"El comercio creció mucho"

-¿Qué significó para Tacuarembó la llegada de las empresas multinacionales?

-Entre otras cosas, la creación de 8.000 puestos de trabajo. Fue muy importante. Y fue gracias a que Eber Da Rosa (senador, Alianza Nacional) sedujo a inversores chilenos para que vengan a instalarse acá. Pero también hay que recordar que existen otros emprendimientos, como los aserraderos y la generación de energía.

-¿Cuáles fueron las principales repercusiones de estas inversiones?

-Existe una actividad comercial mucho mayor. Lo digo con propiedad: soy empresario y he tenido que contratar a más gente (NdR: Ezquerra es empresario del rubro calzado).

-En este momento hay muchos trabajadores en seguro de paro en el frigorífico, y también se determinó un paro en el sector de transporte de mercaderías.

-Nos preocupa, claro. Ante eso, seguimos tratando de ser facilitadores de todas las inversiones, las que ya se hicieron y las que puedan venir en el futuro, y seguir haciendo obras.

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