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Estrés digital, mal moderno

| Conectados a toda hora y dominados por una compulsión a chequear todo el tiempo el mail y las redes sociales, la vida virtual comienza a impactar en la salud.

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LA NACIÓN | LUCIANA VÁZQUEZ

Quién pudiera declararse en bancarrota. Pero no por falta de dinero sino por el exceso de emails acumulados sin contestar en la bandeja de entrada. Email bankruptcy es el concepto. No es nuevo: lo acuñó en 1999 la profesora Sherry Turkle del Massachusetts Institute of Technology (MIT), que se puso a estudiar la relación entre las nuevas tecnologías y los usuarios de aquellos días, cuando la Red hacía poco que se había instalado.

La idea es simple pero audaz. Cuando la cantidad de emails se hace inmanejable y el estrés empieza a crecer ante la tarea imposible de leer y contestar todo lo que llega, la opción que se plantea es drástica: borrar todos los mensajes o hasta cerrar la cuenta.

El abogado y profesor en leyes de Harvard Lawrence Lessig, un superespecialista en el tema del copyright libre en Internet, llevó la idea del default de emails a su máxima expresión. "Queridos todos -empezaba el que escribió en 2004 a aquellos que le habían enviado un mensaje-, me disculpo pero me estoy declarando en bancarrota de emails". Después, borró el 90 por ciento de su bandeja de entrada.

El problema viene de lejos. Pero está claro que hoy es mucho más grande; Internet está cada vez más presente.

Tecnoestrés. La ansiedad ante la bandeja de entrada llena es apenas una de las evidencias del tecnoestrés. Allí también está la compulsión por chequear el Twitter decenas de veces por hora. "En el supermercado, no veo la hora de llegar a la cola para poder chequear mi Blackberry", confiesa el especialista en nuevas tecnologías Julián Gallo. "Ecosistema de la distracción", lo llama Gallo, retomando conceptos de Nicholas Carr, el gurú norteamericano crítico de los efectos de Internet. En su último libro, Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, Carr mostró cómo la hiperconexión y las distracciones permanentes que ofrece impactan en nuestra biología cerebral. Cada vez somos menos capaces de concentrarnos en tareas que lleven tiempo y demanden atención total.

Gallo conoce el tema: "Intentar atraer la atención de los usuarios de Internet es como hablarle a un jefe apurado: siempre se están yendo a otro sitio". Ante la conexión continua, el cerebro siempre en red, superponiendo tareas de todo tipo, el estrés resulta un efecto casi obvio.

En Argentina, especialistas de la salud reconocen que el problema está instalado en el consultorio. Le pasa a los adolescentes que nacieron con un mouse bajo el brazo. "Entre ellos, se ve una sobreestimulación permanente y una incapacidad de procesar tanta información. Vienen por trastornos en el sueño, por ejemplo", dice la psicóloga especialista en estrés Elena Weintraub.

En los mayores de cuarenta estresa el cambio tecnológico continuo. Entre los adultos más jóvenes, el estrés digital es una subespecie del estrés laboral. "Viven en conflicto permanente. Si abrir el mail o no, si desconectarse o no, si preservar su intimidad o no", según Weintrub.

¿Qué nos pasa cuando la demanda de conexión es continua? En definitiva se trata de lo que cada uno es capaz de soportar. La palabra clave es la "adaptación", señala el presidente de la Sociedad Argentina de Medicina del Estrés, Daniel López Rosetti, que define: "Cuando la persona tiene capacidad de resistencia adecuada, ese estrés no es dañino. Cuando hay incapacidad de adaptación, aparece la sintomatología del estrés".

Llegado ese punto, el estrés digital activa un circuito similar al del trastorno obsesivo compulsivo. Lo explica el neurólogo y psiquiatra Enrique De Rosa: "Se da una sucesión de ansiedad que luego descarga en una compulsión. El sujeto sólo puede descargar su ansiedad conectándose". El resultado final es un círculo vicioso donde lo que genera ansiedad -la conexión continua- es la vía de escape para esa misma ansiedad.

Velocidad de respuesta, la que esperamos recibir y la que esperan de nosotros. Incluso el curso del pensamiento se acelera con el estrés digital. El problema se llama "taquipsiquia", explica López Rosetti.

Si no es la ubicuidad de Internet y su velocidad, la angustia y el estrés surgen, paradójicamente, cuando esa misma velocidad y ubicuidad fallan. El programa que se cuelga y no arranca. La aplicación que se demora segundos que parecen siglos. La búsqueda desesperada de una red donde conectarse.

Ahí está también el síndrome del reloj de arena, ese en que se transforma el cursor del mouse para indicarnos que hay una proceso en marcha en la computadora. Cuando el relojito demora segundos, el estrés se dispara.

Cuerpo. Mente. Alma. Todo queda afectado por el estrés digital. Van en aumento las consultas por dolores de cabeza vinculados con hábitos digitales. Así sucede en el servicio de Neurología del Hospital Argerich, según la jefa del servicio, Fabiana Rodríguez.

Los casos se repiten, sobre todo en adolescentes. "Por estar conectados se olvidan de comer, no descansan adecuadamente, se tensionan por las respuestas que tienen que dar en sus Facebooks, tienden al aislamiento y abandonan los deportes", diagnostica Rodríguez. Las cefaleas vinculadas a problemas de la columna cervical también son parte del estrés digital. Entre los adultos, los dolores de cabeza se relacionan con "la conexión permanente y la atención continua".

A un periodista que pasa 12 horas diarias conectado, su médico le hizo una llana recomendación: "Tenés que parar". No es fácil, pero por ahí se empieza. Por detenerse. Respirar hondo. Relax.

Detenerse, "resetear" y bajar la velocidad

La clave para no sucumbir a la conexión continua es alejarse de la fuente de estrés. Luego superar el síndrome de abstinencia hasta desintoxicarse, como en las adicciones. Explica el psiquiatra Enrique De Rosa: "Parte de la cura es lograr que la persona sostenga la decisión de no reforzar el circuito. Con el tiempo, esa respuesta se agota y la necesidad imperiosa desaparece. La detención es central. Es un reseteo, algo imposible en la conexión continua".

También se aconsejan tareas con otro ritmo, como la lectura de filosofía. O caminar lento, para bajar la velocidad en todo, aun en el pensamiento.

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