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La pasión de los cuadritos

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Elvio E. Gandolfo

COMO DIBUJANTE tenía un talento excepcional, que se canalizó en la obra inagotable de un trabajador "a full" de la historieta. Cuando lo entrevisté en el programa final de Los libros y el viento (TV Ciudad), se consideraba casi retirado. Eso porque "solamente" estaba haciendo la tira diaria en blanco y negro y la página dominical a color de El juez Parker, un personaje clásico de la historieta estadounidense, creado en 1952. Ahí hablamos de su época en El Día de los Niños, bajo la dirección de José Rivera, a quien consideraba junto a Emilio Cortinas los dos creadores de historieta uruguayos que incluiría en una lista de los diez mejores del mundo. Por una vez, estaba satisfecho con lo que estaba haciendo para la industria americana, porque una tira tenía un público mucho más amplio, menos específico que los "comicbooks" o álbumes de superhéroes que había dibujado durante tanto tiempo.

Cuando lo entrevisté en 1982 para el semanario Opinar Barreto tenía 28 años. Había declarado que quería ser historietista antes de aprender a leer, "desde que tuve una revista en las manos". Había comenzado a trabajar profesionalmente a los 15, y en el momento de la entrevista ya llevaba produciendo con regularidad trabajos para la editorial argentina Columba (con guiones de Oesterheld, Ray Collins y otros). Antes había hecho una tira para un sindicato de cómic: El poderoso halcón. Y en las páginas de El Día de los niños había elaborado numerosas historietas e ilustraciones en el tamaño digest de ese suplemento semanal. Como lo haría siempre, desconfiaba de los agregados de "significado", o la pose de "artista" en un dibujante de cómic. Al mismo tiempo, también como haría siempre después, se mostraba inquieto, con ganas de otra cosa que las exigencias del mercado norteamericano. Sin embargo fue su principal fuente de vida, y acaba de despedirlo en distintas páginas de Internet con respeto y aprecio, como una pérdida de valor (al igual que sitios de Italia y Francia).

PELOTA AL PISO. Creo que la mejor entrevista que hicimos fue la del medio, para Jaque revista (una fórmula que duró poco). Hablamos hasta por los codos, como pasaba siempre con él. Porque en Eduardo Barreto existía al mismo tiempo la pasión por la forma de arte (o artesanía, como diría) que había elegido, con la conciencia plena de lo que seguía tratando de alcanzar, y un conocimiento a fondo de los corredores y entresijos tanto del mercado como de las modas culturales, vistas desde un lugar lúcido y distinto.

Cuando le pregunté si los cambios numerosos que estaba sufriendo la historieta en ese momento (1986) no la desvirtuaban, dio un ejemplo claro, a la vez histórico y práctico: "Creo que sí, en los años `60 y `70. Para mí fue la entrada del seudointelectualismo en la historieta. Yo las tomo como algo que lo leés, te entretiene y punto. No hay que inflar demasiado la cosa. En esa época se empezaron a estudiar factores filosóficos, psicológicos, intelectuales, que pueden haber existido o no, pero a mi juicio se les fue la mano. Como en el caso de Batman y Robin. ¿Por qué tenía un niño como compañero? Es simple: porque cuando lo inventó Bob Kane era un personaje bastante tétrico, que llegaba a balear un bandido. (…) Por eso se le agregó Robin, que además ofrecía una variación de color con su traje, y que permitía que el lector juvenil se identificara con él. (…) En los años `60 empezó la moda de decir que había una relación homosexual entre ellos y que Batman no andaba con mujeres porque era maricón, y Robin su novia. La DC se lo tomó tan en serio que mandó a Robin a la Universidad, y a Batman lo dejó solo".

En esas mismas páginas Barreto contaba con minucia cómo había sido su segunda residencia (después de una muy breve anterior) en Estados Unidos (acompañado por dos colegas de Columba), explicaba el crecimiento demencial de los "universos paralelos" entre los superhéroes, o por qué era casi imposible el desarrollo de una historieta realista de aventuras uruguaya de tanta calidad como la argentina o la estadounidense (el público prefería el humor, nadie estaría dispuesto a pagar el trabajo de documentación), subrayaba cómo el americanísimo Capitán América (en la que había trabajado) estaba guionado por un inglés y pasado a tinta por un uruguayo.

VASTA Y DISPERSA. Él mismo consideraba que su extraordinario talento no le había sido tan útil como la simple buena suerte. Pero en su momento Julius Schwartz le pidió una prueba de tapa de Superman (como solía hacer con todos los dibujantes) y a partir de allí Barreto hizo durante dos años y medio las de Superman, Superniña, y de la revista Action hasta empezar con la historieta de los Titanes Juveniles. Seguramente obró además de la suerte su capacidad para elegir ángulos insólitos, imágenes fuertes, impacto seguro. Durante años su guionista fue el famoso Marv Wolfman.

En cada una de esas veces en que nos vimos para intercambiar preguntas y respuestas, el aporte de Barreto fue sólido, preciso, mechado por el humor, mezclando el análisis con datos mínimos sobre la forma de guionar, de dibujar, de entintar (hubo un periodo en que lo sacaba de quicio un entintador filipino que le simplificaba detalles de su dibujo a lápiz). Tanto en esa situación como cuando nos cruzamos unos momentos en la calle o en algún Montevideo-Comic, estaba dispuesto al humor y el afecto pero también a la ironía, a la crítica.

Cuando tuve que armar el número de una revista sobre Batman me prestó generosamente una bolsa de material extraordinario. Había álbumes con el volumen I de los Archivos de Batman, con las "más grandes historias" del Joker, con "Batman y Drácula", con una pionera "Batman 3D" (con sus correspondientes anteojitos), con una versión de Pepe Moreno de Batman totalmente digital.

Lo visité una sola vez en su casa de la Costa de Oro, hace muchos años. La visita estuvo amenizada por un extenso corte de luz. Él mismo se encargó de aclarar que no eran infrecuentes, mientras las luces y las sombras le daban a todo un tono especial, narrativo. Ni entonces ni después, cuando nos cruzamos, terminamos de coordinar para devolverle la bolsa. Característicamente, no incluía trabajos de él, que tantos había hecho.

Recuerdo con especial nitidez por su calidad un álbum que estaba dedicado a la "biografía no autorizada" no de Batman sino de su archienemigo, Rex Luthor. Y otro donde Batman operaba en el mundo de Julio Verne, donde Barreto se había roto el alma para recrear el tono de los grabados de época. O sus historietas "uruguayas", como una historia cotidiana que hizo para el especial de la revista El Dedo sobre historietas, u otra de fútbol para el libro [email protected].

Otra cosa que le debo es haberme descubierto las historietas de Russ Manning no de ciencia ficción (que conocía) sino las hermosas páginas para Tarzán. Barreto lo admiraba desde niño por las planchas sepias del suplemento de El Día, y admiró aún más después las de Burne Hogarth. Junto a su mesa de trabajo tenía enmarcado un original que le había regalado el maestro.

Es inevitable: muere un gran tipo y un gran creador, y uno quiere volver a ver lo que hacía. Pero es una obra tan vasta y dispersa que uno se pregunta si tenía archivos, si sería posible verlos. Incluso si no sería hora de que, por ejemplo, la Biblioteca Nacional empiece a tener no sólo archivos de escritores, sino también de otros narradores que se han destacado a nivel internacional.

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