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La escritora católica del profundo sur

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Carlos Ma. Domínguez

UNA BUENA ESCRITORA católica es difícil de encontrar. En la literatura predominan los ateos, los agnósticos, los herejes, los nihilistas. Flannery O`Connor se dedicó a la escritura como a una misión. Nacida en Savannah, Georgia, el 25 de marzo de 1925, falleció el 3 de agosto de 1964, víctima de la enfermedad de lupus, a los treinta y nueve años, pero sus libros se abrieron camino dentro de lo que la crítica norteamericana llamó "gótico sureño", junto a escritoras como Carson Mc Cullers y Eudora Welty, y tardíamente en el mundo de habla hispana. Dos novelas y dos libros de cuentos forman el núcleo de su obra, a la que se sumaron, luego de su muerte, una novela inconclusa, una recopilación de sus cartas y una antología de sus conferencias y artículos.

En 2007 Mondadori publicó en un tomo sus Cuentos completos y acaba de llegar a las librerías su biografía, escrita por el profesor Brad Gooch, de la William Paterson University, publicada por Circe. No es buena. Abusa de informaciones irrelevantes y desaprovecha fuentes de interés, pero se trata de una gran escritora y Gooch exhibe un laborioso trabajo en el que tomó contacto directo con muchas de sus amistades. De sus dificultades puede dar cuenta una frase de Flannery O`Connor, escrita en una carta a su amiga Betty Hester y colocada a modo de epígrafe: "En cuanto a las biografías, no habrá ninguna sobre mí por la sola razón de que las vidas que transcurren entre la casa y el gallinero no resultan apasionantes".

LOS INICIOS. Hija única de un matrimonio de ascendencia irlandesa, fue criada y educada dentro de una cerrada comunidad católica, favorecida por la posición económica y social de la rama materna. El padre fue un agente inmobiliario de escasa fortuna, debió llevar adelante sus negocios en medio de la recesión del año 29 y murió joven, de lupus, cuando Flannery tenía dieciséis años. Entonces vivían en Milledgeville, un pequeño pueblo de seis mil habitantes, donde Flannery cursaba su high school.

Desde niña mostró inclinación por el dibujo y una obsesión por los pollos. Con apenas cinco años había conseguido que su gallina caminara hacia atrás y un programa de televisión llegó a su casa a filmar la proeza. De adolescente, tenía una colección de ciento cincuenta réplicas de aves, en porcelana y cristal, y paseaba por las calles del pueblo con una gallina, a la que llevaba atada con una correa. Le tejía ropa de punto, incluso la ropa interior.

No destacó como estudiante, ni se interesó por el sexo o la vida social. Entonces los católicos compartían con los negros y los judíos el desprecio de los integrantes del Ku Klux Klan, de fuerte presencia en la zona, pero la familia materna era lo bastante influyente como para garantizar a sus miembros una vida tranquila al lado de la iglesia. Flannery no era una chica atractiva, no tuvo muchas amigas y tendía a aislarse muchas horas en su dormitorio, entregada a dibujar pollos y a leer. Compensaba su carácter huraño con un humor cáustico que muy pocos apreciaban. "Cuando tenía doce años tomé la decisión de no crecer más", escribió muchos años después a una amiga."No recuerdo cómo esperaba detener el tiempo. Había algo relacionado con la adolescencia que me resultaba repugnante. Desde luego no me gustaba lo que veía en la gente de esa edad. Era una vieja de doce años, mis opiniones a esa edad habrían sido el orgullo de un veterano de la guerra de Secesión. Ahora soy mucho más joven que cuando tenía doce años, o al menos no estoy tan agobiada. El peso de los siglos recae sobre los niños, estoy segura".

Señala Gooch que gran parte de "el peso de los siglos" era la enfermedad de su padre, al que amaba con devoción, pero es posible que también hablara de una percepción más honda acerca de la pubertad. Como sea, la muerte del padre la colocó delante de la voluntad de Dios y de una manera de entenderla: "El poder de Dios ha fracturado nuestra complacencia como una bala en el costado… Nuestros planes estaban perfectamente trazados, listos para ser puestos en acción", escribió dos años después, "pero con magnífica certeza Dios los dejó a un lado y dijo: ¿Has olvidado… los míos?".

Las caricaturas y primeros relatos que Flannery publicó en revistas estudiantiles alentaron a un profesor a solicitarle una beca de periodismo en la Universidad de Iowa, que cuando le fue otorgada se apuró a aceptar. En 1945 Iowa era una pequeña ciudad universitaria de 18.000 habitantes y 11.600 estudiantes matriculados, en su mayoría soldados becados que regresaban de la Segunda Guerra Mundial, como Hazel Motes, el protagonista de su novela Sangre sabia. Flannery comenzó a trabajar en ella poco después de llegar a la universidad y de ingresar al taller de escritura literaria de Paul Engle, uno de los primeros talleres de escritura incorporados a las universidades norteamericanas. Su primera entrevista con Engle no fue sencilla. Engle era un escritor del Medio Oeste y Flannery hablaba con un cerrado acento de Georgia que sonaba "como la voz del Pato Donald". Cuando entró a su oficina no le entendió ni una palabra y tuvo que pedirle que le dijera por escrito lo que necesitaba. La aceptó apenas leyó algunos de sus primeros relatos y Flannery no tardó en convertirse en una de las más destacas alumnas del taller. Escribía unas historias tenebrosas, mucho más maduras y densas de lo que podía esperarse de una muchacha de 21 años, pero tenía dificultades con las escenas de amor y de sexo. No sólo carecía de experiencia, la asaltaban muchos miedos y dudas sobre el poder corruptor de lo que escribía y lo consultaba con los sacerdotes durante sus confesiones.

Flannery llevó una activa vida universitaria, vinculada a una publicación estudiantil de la que llegó a ser su directora. Los profesores y escritores que pasaron por el taller no dejaron de alentarla a publicar sus primeros relatos en revistas literarias y a trabajar en el proyecto de una novela. La editorial Reinehart buscaba nuevos talentos y prometió un adelanto de 750 dólares al mejor proyecto de novela del taller, y otros 750 dólares cuando fuera aceptado. Consiguió ese estímulo a punto de graduarse, en 1947, por el proyecto de Sangre sabia, que tardaría siete años en escribir. Pero entonces Flannery ya sabía que era una gran escritora y así se lo dijo a una amiga. Que nunca la reconocieran era otro problema. "Sabía lo que estaba destinada a hacer". Entonces se dedicó a leer con mayor voracidad, "a todos los novelistas católicos, Mauriac, Bernanos, Bloy, Green, Waugh; leí a todas las lunáticas como Djuna Barnes, Dorothy Richardson y V. Woolf (es injusto con la querida señora, por supuesto). Leí a los mejores escritores sureños, como Faulkner y los Tates, K. A. Porter, Eudora Welty y Peter Taylor; leí a los rusos, no tanto a Tolstoi como a Dostoievski, Turguéniev, Chéjov y Gogol. Me convertí en una gran admiradora de Conrad, del que he leído casi toda la obra". T. S. Eliot fue otro de sus autores admirados. La tierra baldía fue el punto de partida de Sangre sabia, tal como lo expresó en el proyecto presentado a la editorial, y en varios pasajes asoman referencias a sus versos.

YADDO. Sus nuevas relaciones con el mundo literario la llevaron a ganar una beca de estadía en Yaddo, la residencia para artistas de cuatrocientas hectáreas ubicada al norte de Nueva York, por la que desde 1926 pasaron grandes artistas contemporáneos. Coincidió su llegada con la de Patricia Highsmith, que entonces trabajaba en su primera novela, Extraños en un tren. Highsmith la describió como "muy taciturna, se quedaba sola […] mientras los demás éramos escandalosamente sociables, lo opuesto a la imagen de un escritor". Flannery hizo muy buenas relaciones con el poeta Robert Lowell, vinculado a la fundación, y con la directora de Yaddo, Elizabeth Ames, pero se mantuvo al margen de las juergas de sus compañeros. "En cualquier grupo de supuestos artistas encontrarás un buen porcentaje que es alcohólico en mayor o menor grado", escribiría más tarde. "En un lugar así puedes contar con que todos se acuestan con todos. Eso no es pecado sino Experiencia, y si no te acuestas con el sexo opuesto, se asume que te acuestas con el tuyo. Los criados eran moralmente superiores a los huéspedes". No tardó en hacerse amiga del portero y la cocinera, que eran irlandeses, y de compartir las misas del domingo por la mañana con ellos.

En Yaddo, Flannery conoció a Robert Giroux, el editor de Harcourt Brace, quien a su vez la vinculó con su agente literaria Elizabeth McKee, a la que le advirtió que escribía muy despacio y no era nada prolífica. Tenía escritos algunos cuentos, pero su novela avanzaba a cuentagotas. "No tengo un esbozo de la novela y he de escribir para descubrir lo que estoy haciendo", le escribió. "Como una anciana, no sé muy bien lo que pienso hasta que veo lo que digo; y entonces tengo que volver a decirlo".

Robert Lowell, de quien Flannery habría estado enamorada, le presentó al poeta y traductor Robert Fitzgerald y a su mujer, Sally, con quienes habría de mantener una decisiva y larga amistad. Todos estaban convencidos de que Flannery tenía dotes extraordinarias, pero Lowell inició un período de desestabilización delirante en el que se proponía canonizarla. Sumó un escándalo al pretender echar a Elizabeth Ames de la dirección de Yaddo, luego de acusarla de convertir la residencia en un nido de comunistas. Años atrás había renunciado como asesor de la Biblioteca del Congreso, después de ganar una dura lucha para otorgar el Bollingen Prize de 1948 a Ezra Pound por sus Cantos pisanos, con el apoyo de Eliot, Auden y Tate, pero entonces emprendía una campaña alineada con la del senador McCarthy. A discreta distancia, Flannery quedó de su lado. Veía en el comunismo la encarnación del mal, pero la iniciativa no prosperó, gracias al respaldo que recibió Ames de medio centenar de escritores, entre los que se hallaban John Cheever, Carson McCullers, Katherine Anne Porter, Alfred Kazin, y poco después Lowell fue internado en un manicomio, del que finalmente consiguió salir.

Flannery vivió una larga temporada con el matrimonio Fitzgerald, encargada del cuidado de sus hijos, pero un dolor en sus articulaciones la obligó a volver Milledgeville con su madre, donde se sometió a una serie de pruebas médicas. Corría el año 1950 y los partes médicos no fueron alentadores. A los veinticuatro años Flannery sufría de lupus.

UNA IGLESIA DE CRISTO SIN CRISTO. A partir de entonces los problemas reumáticos, las transfusiones sanguíneas y los tratamientos con cortisona la llevaron a refugiarse con su madre en Andalusia, una granja de 200 hectáreas que les había legado un tío materno, donde alternó su trabajo literario con la cría de pavos reales y otras aves exóticas. Su madre llevó adelante el establecimiento con brío. Regine era una mujer de carácter fuerte, se ocupó de desarrollar un tambo, de contratar trabajadores y de resolver los temas económicos. La relación entre ambas siempre fue tensa, Regine apenas comprendía las historias que escribía su hija y trataba de inmiscuirse en su trabajo y en sus relaciones, pese al rechazo de Flannery. La mayoría de los cuentos que integran sus libros son deudores de la experiencia en la granja. Sangre sabia, que finalmente publicó Harcourt Brace en 1954, fue su única historia de largo aliento ambientada en la ciudad de Atlanta y de un modo subrepticio alude al quiebre de su salud. Desde el punto de vista editorial la novela fue un fracaso. Las primeras críticas fueron negativas y unas pocas destacaron su poderosa expresividad. El año anterior Salinger había publicado El guardián entre el centeno, y El viejo y el mar, de Hemingway, Al este del Edén, de Steinbeck, y El hombre invisible, de Ellison, competían por el título de la Gran Novela Estadounidense. Varios críticos creyeron que la autora de Sangre sabia estaba loca.

La novela cuenta la historia de Hazel Motes, un ex soldado que a poco de regresar a Georgia y hallar su hogar destruido, viaja a Atlanta en medio de un furor interior que lo lleva a relacionarse con una prostituta, a predicar en las calles una nueva iglesia de Cristo sin Cristo (un Cristo que no resucita a los muertos, no devuelve la vista a los ciegos, no salva a nadie), a juntarse con falsos profetas protestantes y con una serie de personajes desesperados, sumidos en una asfixiada soledad. El sexo, la obsesión mística, las estafas a la ingenuidad, la esperanza y la culpa, forman un tejido abigarrado, con fuertes dosis de humor cruel, secuencias demenciales y patéticas que colocan al ciudadano medio en una encrucijada de estupidez, nihilismo y agonía interior.

La novela se haría mítica luego de que John Huston la trasladó al cine bajo el mismo título, en 1979, pero entonces su recepción fue controvertida y mucho más incómoda para los integrantes del círculo católico de Milledgeville, entusiasmados en celebrar que tenían a una escritora en su comunidad, aunque no le entendían una palabra. Lo poco que entendían, los horrorizaba, y aún así le rindieron agasajos que para Flannery fueron incómodos. Le escribió a un amigo escritor: "Espero que te cueste menos que a mí impedir a la gente organizar fiestas en tu honor. Aquí, si publicas el número de bigotes de los cerdos del lugar, todo el mundo tiene que invitarte a tomar el té".

Desde entonces quedó claro que Flannery O`Connor tenía una singular manera de entender el catolicismo y de ponerlo a rodar en sus relatos, no sólo reñida con la moral protestante y la del mundo secular, sino también con la inteligencia media de los católicos practicantes. "Leo mucha teología porque hace más audaz mi escritura", le confesó a un amigo, y toda su producción posterior, sus dos tomos de cuentos y la novela inconclusa, Los profetas, aunque está ambientada en el mundo rural y los pequeños pueblos del sur, pone en juego una concepción de la gracia de Dios inseparable de las situaciones truculentas, los accidentes y crímenes de sus protagonistas.

Aunque su cuento preferido siempre fue "El negro artificial" (la visita de un niño negro a la ciudad de Atlanta, en cuyas alcantarillas ve las bocas del infierno), su cuento más célebre fue "Un hombre bueno es difícil de encontrar", la historia de una típica familia del sur que durante un paseo a Florida se topa en la carretera con un asesino serial apodado "El descerebrado". El relato está narrado desde la abuela, una simple dama sureña que termina manteniendo una equívoca conversación sobre Jesús con el criminal. Es un relato escalofriante y poderoso, que leyó en público muchas veces. Hay una grabación en Internet que registra una de esas lecturas, y su aflautado acento sureño deja una impresión imborrable (https://flanneryoc.blogspot.com).

Particularmente conmovedora es la historia de su cuento "La buena gente de campo", inspirado en la relación de Flannery con un australiano que llegó a la granja como vendedor de libros de Harcourt Brace. Se hicieron amigos y pese a que Flannery estaba afectada por la cortisona y se movía con muletas, tuvieron un pequeño romance. Fue, acaso, lo más cerca que estuvo de la experiencia del amor, aunque Eric, así se llamaba el vendedor, llegó a besarla una sola vez y su comentario a Gooch fue ingrato: se chocó con sus dientes y pensó que besaba un cadáver. Luego Eric se apartó, ella le envió cartas enamoradas y él se casó con otra mujer en Dinamarca. Entonces Flannery escribió ese cuento tremendo en el que un vendedor de biblias llega a una granja, seduce a una paralítica con una pierna ortopédica, la lleva a un granero y después de hacerle el amor, huye con la pierna de la muchacha en su maleta.

EL LOBO. Muchos escritores, críticos y lectores peregrinaron a la granja de Andalusia para conocer a Flannery, que poco a poco se convirtió en una escritora de culto. Aunque la crítica comenzaba a asociarla con Carson McCullers, ambas se detestaban. Flannery admiraba a Welty y a Porter, y desde luego a Faulkner, que alentaba a publicarla. Mantuvo una larga amistad con Betty Hester, una lectora que atraída por sus libros se convirtió al catolicismo y acabó declarándole su amor. No fue la única, tuvo varias invitaciones al lesbianismo y a todas Flannery contestó con elusiva ajenidad.

La única vez que salió de Estados Unidos fue en un viaje organizado por la diócesis de Savannah al santuario de Lourdes, en el sur de Francia. Viajó a regañadientes, y pese a que el tour incluía paseos por varias ciudades, se negó a pisar Dublín (rechazaba el mundo irlandés), y sólo participó de una audiencia general con el papa Pío XII, en Roma. El único mundo posible para ella estaba en Andalusia, con sus exóticos pavos reales, y la única realidad era la escritura. Se entregó a ella con un empeño que compensaba los estragos del lupus en sus articulaciones. Pero también escribía artículos para revistas católicas y mientras su salud lo permitió dio muchas lecturas y conferencias sobre su trabajo de escritora. Llevó una mala vida, recluida en la granja la mayor parte del tiempo, hasta su fallecimiento, el 3 de agosto de 1964. "Me temo que el lobo está dentro, despedazándolo todo", escribió en una de sus últimas cartas.

En un nuevo esfuerzo por llamar la atención sobre su obra, Giroux reunió su colección de cuentos ordenada cronológicamente y en 1972 el volumen obtuvo el National Book Award. En la ceremonia, dijo Giroux: "En una época de mendacidad, falsedad y trituradores de documentos, la lúcida visión de Flannery O`Connor no sólo brilla más intensamente que nunca sino que lo hace a través de las máscaras de lo que llamó `voluntades ciegas y golpes bajos del corazón`". Alguna vez Flannery expresó: "los escritores modernos a menudo cuentan historias perversas para escandalizar un mundo moralmente ciego", y en otra ocasión: "A los duros de oído les gritas, y para los casi ciegos dibujas figuras grandes y asombrosas".

La truculencia de sus relatos es esencialmente católica, deudora del brillo patético de la iglesia, sólo que en una inteligente clave personal, explícita en sus ensayos y conferencias que reunieron póstumamente sus amigos Robert y Sally Fitzgerald. Cualquier prejuicio acerca de su perspectiva religiosa en el arte del relato queda pulverizado por su honesta comprensión de la literatura y de los misterios de la creación. Lo notable de sus relatos es que no apelan a ninguna trascendencia religiosa para emocionar, y todos han sido escritos alrededor de ella. El poder de su obra, como alguna vez ha dicho Chesterton a propósito de Kipling, es su visión. Cuando un escritor alcanza no una idea, ni dos, ni tres, sino una visión del mundo, lo tiene todo. FLANNERY O`CONNOR, de Brad Gooch, Circe, 2011. Barcelona, 485 págs. Distribuye Océano.

Libros en español

Un hombre bueno es difícil de encontrar, Lumen, 1973

Los profetas, Lumen, 1986

Las dulzuras del hogar, Lumen, 1986.

Sangre sabia, Cátedra, 1990.

El negro artificial y otros escritos, Encuentro, 2000.

El hábito de ser, Sígueme, 2003.

Un encuentro tardío con el enemigo, Encuentro, 2006.

Cuentos completos, Lumen, 2005, DeBolsillo, 2006.

Misterio y maneras. Prosa ocasional, Encuentro, 2007.

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