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El escritor y el mar

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Desde 1991 hasta la fecha, Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, España, 1951) escribe todos los domingos una página de opinión en XLSemanal -un suplemento que se distribuye en 25 diarios españoles- que se calcula cuenta con nada menos que 4,5 millones de lectores. El autor le ha sacado todo el jugo posible: Los barcos se pierden en tierra (Alfaguara, 2011) es su quinto libro recopilatorio.

A lo largo de sus años, Pérez-Reverte ha tenido alguna que otra experiencia y varias historias que contar. Trabajó en prensa escrita, radio y televisión, como reportero de conflictos bélicos para la Televisión Española (TVE). Cubrió la guerra de las Malvinas, la del Golfo, conflictos en El Salvador y Nicaragua, Bosnia, Sudán y el Líbano, entre otros. Salió al mar con el Servicio de Vigilancia Aduanera, a bordo de barcos y helicópteros, capturando a inmigrantes y contrabandistas, y también fue capturado con ellos. Nació a orillas del engañoso Mar Mediterráneo, es capitán de marina y navega con asiduidad. "Uno navega para matar los diablos, igual que otros juegan al ajedrez o se van de putas", confiesa.

En sus más de veinte novelas editadas se filtran todo tipo de guerras, conflictos de poder, historias de mar, acción e intriga. En ellas es posible ver las vivencias del escritor, en sus temas y sus personajes. En 1996 comenzó la serie Las aventuras del capitán Alatriste (con siete títulos hasta la fecha), ambientada en el Madrid del siglo XVII -época predilecta del autor, donde conviven personajes históricos como Velázquez y Quevedo- narra con maestría las peripecias de un espadachín a sueldo en una España en decadencia. El éxito de la serie no se ha limitado al gran número de ventas -que alcanzan los cuatro millones de ejemplares-, sino que se ha visto replicado en una película protagonizada por Viggo Mortensen.

La carta esférica (2000) y Territorio Comanche (1994) también han tenido versiones cinematográficas, entre otras adaptaciones de sus novelas al cine y televisión, cómics y hasta juegos de mesa. El 12 de Junio de 2003 ingresó a la Real Academia Española, y su discurso se tituló: "El habla de un bravo del siglo XVII".

Piratas utópicos. Entre los siglos XVII y XVIII vivieron dos personajes que son la excepción a la regla en lo que respecta a historias de piratas. Un francés y un italiano se ganaron "su epíteto de piratas buenos, cuando se supone que un pirata es un perfecto hijo de puta que saquea, y viola, y mata, y cosas así".

El fraile Caraccioli (Pérez-Reverte lo nombra Caracciolo; Daniel Defoe, en cambio, que tenía referencias de primera mano y no aparece como fuente del español, Caraccioli), dominico y napolitano, se vio cautivado, como tantos otros de su época, por la lectura de la Utopía de Tomás Moro y por la trinidad de ideales republicanos -Liberté, Égalité, Fraternité. Una noche coincidió en una taberna en Nápoles con el capitán Misson, oficial de la marina francesa, "joven, bastante cultivado, que como muchos marinos de la época andaba provisto de cultura filosófica, lógica, retórica y otras disciplinas humanitarias que ahora a nadie le importan una mierda". Un tiempo después, ambos ya se encontraban a bordo del Victoire, barco dedicado al filibusterismo de una forma bastante peculiar.

En vez de adoptar la típica bandera pirata (Jelly Roger), negra con su calavera y dos tibias blancas, izaron una seda blanca con la inscripción: "Por Dios y la Libertad". Mientras surcaban océanos y mares, "escribieron un código de conducta para sus hombres que habría causado depresión traumática a cualquier rudo bucanero de Jamaica o Tortuga, pues se establecía el trato humanitario a los prisioneros, la prohibición de emborracharse o de blasfemar y el respeto a las mujeres." No obstante, eso no les impedía hacerse de todo el oro que se encontrara en barcos ingleses, portugueses o árabes.

Durante años prosiguieron con su honrada tarea de acechar las aguas del mundo, hasta que decidieron establecerse en tierra firme. Un anhelo bastante común en algunos hombres de mar, a pesar de la mistificación que afirma lo contrario, según asevera Daniel Defoe en su magnífica Historias de piratas (compilado de A General History of the Pirates). Fue así que, encontrándose en el Océano Índico, primero echaron ancla en las islas Comores y luego se establecieron definitivamente en el norte de Madagascar, fundando Libertalia o Libertatia, según Pérez-Reverte "una de las primeras repúblicas comunistas de la Historia, con estatutos que abolían la propiedad privada y obligaban a sus ciudadanos al trabajo y la defensa común".

La colonia de piratas, devenida en "República", duró veinte años y vio pasar por sus costas a todo aquél que asomara su proa por el Índico. Entre ellos se encontraba el capitán inglés Thomas Thew, quien se unió a Caraccioli y Misson al frente de Libertalia. Pero luego, lo que siempre pasa: la utopía se cansó, los piratas se hicieron viejos, tuvieron sus diferencias y los indígenas malgaches se hartaron de las aventuras de los europeos y atacaron la república de Libertalia. Caraccioli murió ahí, mientras que Misson y Thew lograron huir. Para entonces sus enemigos ya eran demasiados y, "destrozada la utopía, se hicieron sanguinarios". Más tarde a Misson se lo tragó una tormenta y Thew murió de un tiro en el estómago durante un enfrentamiento en el Mar Rojo.

Gusto por incordiar. El tono al que Pérez-Reverte recurre es provocador. Desde el lenguaje en extremo coloquial -que recurre a una jerga españolísima y a los insultos soeces sin ningún tipo de reparos- hasta algunos temas de actualidad en los que deja en ridículo a todo aquél que no esté de su lado. En una entrevista, el autor declaró: "El de cada domingo es un personaje casi literario que busca la eficacia por métodos contundentes. Un fulano subjetivo y camorrista, a veces malhablado y brutal, creado a propósito para esta página. Pero en mis novelas y en la vida real no soy así."

Sólo con leer los títulos de los previos libros recopilatorios de su página dominical se puede percibir el tono pendenciero y rebelde: Con ánimo de ofender (2001) y No me cogeréis vivo (2005), complementados por Cuando éramos honrados mercenarios (2009) y Patente de corso (1998), ambos recurriendo a terminología asociada al "comercio" marítimo que linda con lo ilegal y con esa representación de la libertad a costa de todo, plasmada en la figura del marino, del aventurero.

Una de las víctimas de sus dardos dominicales fue nada menos que el ahora ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero, a quien tildó de "imbécil". Esta actitud le ha generado sus detractores y se le ha acusado de ser impropio de un académico hablar así de un presidente. Sin demasiados tapujos, Pérez-Reverte contesta: "Bueno. Pues si soy académico y le llamé imbécil, será que sí es propio." De la misma manera arremete contra funcionarios del gobierno, directores de museos, historiadores, los ingleses en general -a quienes tiene un odio profundo-, cualquier propietario de barco que no considere un verdadero marino y todo turista que pise las costas españolas. Uno de sus temas recurrentes es la crítica al carácter español y al olvido de su historia, en especial marítima, invocando las palabras del Cantar del Mío Cid para ilustrar su desencanto: "El nuestro es el país de los buenos vasallos siempre fieles, siempre traicionados, que nunca encuentran buen señor".

El sutil sarcasmo de los primeros años se convierte en un enfrentamiento directo y agresivo en la última década. "[La] antigua ironía cede paso a un desencanto más feroz. Ya que van a ganar los malos, me digo, que por lo menos en la pequeña parte que me toca les sangre la nariz (…). Entre otras cosas, porque en España nadie se da por aludido si no le pateas directamente la entrepierna." La insistente queja llega a ser agotadora hasta perder su eficacia; en la mitad del libro se tiene la sensación de que ya se ha dicho todo, de que no eran necesarios tantos domingos. Incluso el propio Pérez-Reverte dice en su página que cada tanto alguno de sus millones de lectores le pide que vuelva a la viejas historias de mar y al ensueño que ellas provocan en los lectores, y deje de lado las preocupaciones banales de los que viven en tierra. De hecho, el autor llega a perderse en tierra. Lo recuperamos lejos de la costa.

Literatura y Amigos. "Del mismo modo que el mundo se divide en stendhalianos y flaubertianos, también se divide en tintinófilos y asterixófilos. (…) Al abrir un Tintín, puedo sentir ese aroma que ya siempre, a partir de entonces, asocié con la aventura y la vida." Y como el personaje de Hergé, al que Pérez-Reverte tiene devoción desde su infancia, la literatura ofrece variados personajes y héroes con los que el lector viaja y aprende.

Hay aventureros de todo tipo, explica el autor, y disfruta clasificándolos. Hay héroes involuntarios -como Robinson Crusoe, Lemuel Gulliver o John Clayton III, más conocido como Tarzán-, personas comunes y corrientes que se ven en una situación excepcional, con las que el lector se identifica rápidamente. Sin embargo, el escritor manifiesta predilección por los aventureros profesionales, los de pura cepa, "que van llegando a la novela a partir de la literatura romántica con su bagaje de libertad, fuga, revolución e individualismo, con la aventura como vocación, como refugio, como solución e incluso como medio de trabajo." Algunos de los que cumplen con estas condiciones son el capitán Tom Lingard de Conrad, quien fuera apodado por los malayos como "Raja Laut" (Rey del Mar), John BlackBourne, o el gran Jack Aubrey, marino de la Corona Británica, en la admirada Capitán de Mar y Guerra, de Patrick O´ Brian. "Ningún otro género literario ofrece, como éste, tan escogido manojo de amigos leales, resueltos a seguirte hasta las mismas fauces del infierno: Yañez, Porthos, (…) los Irregulares de Baker Street, los mohicanos Chingachguk y Uncas, los nobles caballeros de Camelot" y, los más queridos, dos arponeros: Ned Land de Julio Verne y Queequeg de Herman Melville. Pero el héroe por excelencia, el "bisabuelo de todos", es Ulises de Ítaca, "héroe voluntario en la guerra de Troya [que] se convierte en héroe involuntario en el azaroso viaje de regreso a su isla natal". El que navegó por el mismo mar Mediterráneo que Pérez-Reverte cuenta en sus peripecias y percepciones de las aguas vinosas.

"Y en todas esas novelas vinculadas al mar -dice Pérez-Reverte-, caballeros, más aún que en ninguna otra, se cumple inexorable el gran ritual de la literatura, de la aventura y de la vida: el viaje peligroso mediante el que, quien se atreve a emprenderlo, progresa en el conocimiento de sí mismo y del mundo en el que vive."

Corsarios uruguayos

En más de una ocasión a lo largo del libro, el uruguayo Alejandro Paternain (1933-2004) y su libro La cacería son elogiados por Pérez-Reverte. Cuando fallece, le dedica su página (reproducida en El País Cultural Nº 771), pero antes, en 1999, le rendía este homenaje.

Arturo Pérez-Reverte

UNA advertencia: no suelo utilizar los domingos para recomendar libros más que de uvas a peras, y cuando lo hago especifíco que le estoy rindiendo a un amiguete y que me ciega la pasión, de modo que mi juicio puede ser cualquier cosa menos objetivo. Esta vez, sin embargo, voy a hablarles de una novela escrita por alguien a quien apenas conozco, y cuya publicación en España constituye para mí una excelente noticia y un acto de justicia. El título es La cacería. Y su autor, un uruguayo de sesenta y seis años llamado Alejandro Paternain.

Llegó a mí por casualidad en 1996. Yo estaba en Montevideo, buscando el hotel desde donde el espía británico ve al Graf Spee hacerse a la mar en La batalla del Río de la Plata, cuando el azar puso en mis manos La cacería. La novela y el autor me eran desconocidos, pues Paternain nunca había sido publicado en España; pero el asunto me fascinó desde el principio: primer tercio del siglo XIX, corsarios, una persecución clásica en el mar. Aventura, historia, navegación, se daban feliz cita en aquellas páginas, que además estaban extraordinariamente escritas. Así que localicé al autor -supe entonces que era profesor de Literatura y que tenía otras tres novelas-, hablé con él por teléfono y le dije ole sus huevos, abuelo. Ya no se escriben novelas como ésa, y me habría gustado firmarla a mí. Luego compré cinco o seis ejemplares, se los regalé a los amigos, y me desentendí del asunto.

Uno de esos ejemplares cayó en buenas manos, y Amaya Elezcano, que es mi editora y mi amiga, se empeñó en publicarla. La cacería acaba de salir, por tanto, y anda por las librerías con una goleta preciosa pintada al óleo en la tapa, navegando a todo trapo entre cañonazos, ante un cielo y mar azules. (…) Una novela singular, bellísima, insólita en la literatura actual en lengua española. Relata las peripecias y combates de una goleta artiguista entre 1819 y 1821, durante la campaña naval que abarca el período de las invasiones portuguesas. A bordo de embarcaciones ligeras y audaces como ésa marinos norteamericanos y de otras nacionalidades pelearon bajo el pabellón tricolor por la independencia de Uruguay, constituyendo la primera marina de guerra de ese país. (...) Digna de figurar junto a los mejores relatos navales (...), La cacería es una epopeya ruda e inolvidable. Nos devuelve al tiempo en que una raza especial de hombres aún surcaban los mares en busca de gloria o de fortuna.

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