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Creyente, voluntarista, represor

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Álvaro Ojeda

EN LA CALUROSA tarde del 20 de agosto de 1940, Trotski dictó su última carta recomendando a un adherente la lectura de un diccionario inglés de argot que había recibido de regalo. Esa mañana había corregido los borradores de un artículo de título prometedor: "Bonapartismo, fascismo, guerra". Parecía encontrarse en buena forma otra vez, luego de sobrevivir al torpe intento de asesinato perpetrado por el pintor David Alfaro Siqueiros apenas tres meses antes. En esa ocasión, su segunda esposa, Natalia, había protegido a Trotski con su propio cuerpo, mientras se escondían debajo de la cama intentando escapar de las ametralladoras de los sicarios de Stalin.

Desde aquel atentado fallido la casa de la avenida Viena se había transformado en una fortaleza: una torre de vigilancia adicional, casetas para la policía mexicana encargada de custodiar la finca, nuevos cuartos para los guardaespaldas de Trotski, ventanas tapiadas, alarmas, mejor iluminación. El grupo encargado de la seguridad del ex comisario político casi no había reparado en el hecho de que la violenta irrupción armada de Siqueiros, había contado con un facilitador que convivía con la familia Trotski: Robert Sheldon Harte. Este estadounidense de 22 años al que todos llamaban Bob, era un tipo popular y había accedido sin demasiados problemas a la intimidad de la casa. Harte fue un caballo de Troya fallido, pero indicó la ruta a seguir. Sylvia Ageloff, secretaria de Trotski, solía ir a cumplir sus tareas acompañada por su novio, un tal Jacson, que pronto se hizo conocido de todos. Participaba en reuniones políticas, defendía las posturas del líder, visitaba la casa a distintas horas para conocer rutinas, costumbres, hábitos. Esa calurosa tarde del 20 de agosto, Jacson se presentó vistiendo una gabardina. Natalia preguntó desconfiada por la necesidad de la prenda. Jacson respondió en forma vaga sobre pronósticos de chubascos y se dirigió al estudio de Trotski en donde éste intentaba ayudarlo con un trabajo sobre los índices de crecimiento económico en Francia. Jacson se colocó a espaldas de su víctima, extrajo un piolet -un pico de alpinista- de la gabardina y lo clavó en el cráneo de Trotski. El largo brazo de Stalin se llamaba Ramón Mercader, fue vitoreado general del KGB en 1960 y falleció en Cuba en 1978.

Razones. El profesor inglés Robert Service (1947) pertenece a la British Academy y con este volumen dedicado a Liev Davidovich Trotski (Yanovka, Ucrania, 1879-México,1940) -hasta los 23 años Leiba Bronstein- completa una trilogía dedicada a estudiar las figuras clave de la Revolución de Octubre de 1917. En las cuatro partes del volumen, en sus 52 capítulos, en las listas de ilustraciones y mapas, en las 86 páginas de notas y de bibliografía seleccionada más un índice onomástico, Service desnuda una afirmación obsesiva: Trotski fue tan canalla como Lenin y Stalin. Sólo se destacó por su erudición, por su notable talento literario y por una oratoria vibrante y brillante, de la que hizo gala al menos hasta su último discurso público pronunciado en la URSS durante el sepelio de su amigo Adolf Ioffe, quien se había suicidado en noviembre de 1927. El 14 de noviembre, pocas horas antes del suicidio, Trotski había sido expulsado del Partido Comunista por un exasperado Stalin, que manipuló una votación dentro de la Comisión de Control Central de dicha organización. Las palabras finales del elogio fúnebre a Ioffe resumen la vida de Trotski, la que había vivido y la que le quedaba por vivir: "Como tú, juramos continuar sin desfallecer y hasta el final bajo los estandartes de Marx y Lenin."

El profesor Service se plantea desentrañar el misterio de la "buena prensa" que todavía rodea a Trotski y lo hace con serena inteligencia hasta cierto punto. El devenir histórico, en concreto la enfermedad y muerte de Lenin en 1924, dejó a Trotski como único opositor de peso frente a Stalin. Justo es decir que la exhaustiva descripción que hace Service de la campaña de Trotski como creador y organizador del Ejército Rojo sin previa experiencia militar, más la derrota sucesiva de tres Ejércitos Blancos (oficiales y tropas zaristas contrarrevolucionarias ayudadas por Inglaterra y Francia durante el año 1919), contribuye a erigirlo en un héroe con tintes homéricos sin necesidad de anteojera ideológica alguna. Incluso puede afirmarse que en la pluma de Service ese Trotski heroico y aventurero, asoma antes: desde su niñez junto a sus ocho hermanos como hijo de un judío analfabeto reubicado por el zar en la provincia de Jersón, cercana en magnitudes rusas a la ciudad de Odessa, en territorios nunca roturados y en donde su padre David prospera y se enriquece. Ese Leiba Bronstein que es dejado a cargo de sus tíos para que estudie en la Realschule de San Pablo en Odessa primero, y que comienza a tomar contacto con los revolucionarios en el último año de sus estudios en la ciudad de Nikoláiev después, es también un héroe razonablemente admirable y puro. Service debería entender que esa saga apasionante no necesita de un piolet o de un mártir propiciatorio y adecuado. Igual sensación deja su historia de amor con Alexandra Sokolovskaya, que incluye: la lucha contra la Ojrana (la policía secreta del zarismo) prisión, deportación y fuga de Siberia (la ciudad en donde estaban exiliados se llamaba Ust-Kut y es casi inhallable en los mapas) más el plus de dos hijas abandonadas junto a su madre en el antedicho territorio por el revolucionario Trotski en 1902. Hasta ahora una novela de Tólstoi. Ese personaje llamado Trotski, revivió en su libro Mi vida (de 1930) estos episodios con maestría literaria indudable. Son otros momentos los que no deberían olvidarse en relación con su figura y esos sí dejan perplejo al lector. Podría decirse que hasta el abandono de Alexandra, su bella y joven esposa y de sus dos hijas -Zina y Nina- en Siberia en 1902 para encontrarse con Lenin en Londres, Trotski es un personaje perfectamente admirable. Al igual que Trotski acaso Service pague un tributo excesivo a su ideología.

Oscuridades. Service avanza con moroso cuidado por la descomunal, casi inhumana biografía de Trotski: encuentro con Lenin, exilios políticos permanentes, fundación del primer diario Pravda (Verdad) en Viena en 1907, nacimiento de sus dos hijos varones, su consolidación como publicista de la revolución de 1917, el cargo de Comisario de Asuntos Exteriores que lo lleva a negociar la paz con Alemania en Brest-Litovsk en 1918 y la guerra civil de 1918-1919.

Aquí la proclama vociferada hasta el hartazgo se encarna, el eslogan aterriza y se vuelve tarea. Y aquí Trotski muestra sus dos peores renuncios. El 14 de marzo de 1918 y ante la insistencia de Lenin, es nombrado Comisario del Pueblo para Asuntos Militares. Estaba al mando. Tenía el poder militar para salvar la revolución del levantamiento Blanco y lo hizo. En su famoso tren (4 locomotoras y 2 conjuntos de vagones completos, más soldados, imprenta y banda militar) recorría el frente de batalla. El Ejército Rojo a su cargo obtuvo su primera victoria: salvaguardó Sviyazhsk a orillas del Volga y tomó Kazán el 10 de setiembre de 1918. Algo nuevo asomaba en su personalidad. Informaba a Lenin que no podía llevar adelante una guerra sin piedad por carecer de recursos. Trotski creó el 2 de setiembre de de 1918 el Consejo Militar Revolucionario de la República con poderes difusos para operar entre los comisarios políticos y los mandos militares. Se reservó para sí mismo la presidencia y pese a las quejas Lenin lo respaldó. La barbarie se desató en Ucrania. "Tanto los rojos como los blancos tenían problemas con los campesinos, que se habían organizado en bandas de guerrilleros. Conocidos como el Ejército Verde, luchaban en defensa de los derechos rurales. Rechazaban las exigencias que se les hacían en cuanto a levas forzosas. Los verdes operaban en la mayoría de las provincias. A veces los dirigían los anarquistas o los socialistas revolucionarios. Y en algunas áreas como Ucrania constituían contingentes de decenas de miles de hombres." Trotski volvía a los paisajes de su infancia pero no fue un regreso amable. Telegrafió a Moscú y aclaró cuál iba a ser su política contra esta mezcla de anarquistas y campesinos: "la primera exigencia es una purga radical en la retaguardia, especialmente en grandes centros: Kiev, Odessa, Nikoláiev, Jersón." Service agrega: "Solicitaba envíos de hasta dos mil nuevos militantes de la capital. Argüía la necesidad especial de unidades de la Cheká (policía política) completamente fiables."

El otro baldón en la carrera de Trotski está relacionado con la represión de los marinos de la base de Kronstadt que se habían levantado expresando algunas reivindicaciones básicas: libertad de expresión, de reunión, convocatoria a elecciones en las que pudieran participar anarquistas, socialistas revolucionarios y campesinos y una reformulación de los soviets como esencia de la revolución. Estos marinos -pese a las afirmaciones de Trotski- eran los mismos que habían salvado a la revolución en 1917 convocados por el propio Trotski. La represión fue debidamente enterrada, porque beneficiaba la centralización burocrática del régimen comunista. Según Service, la llegada de Víctor Serge a Francia en 1936 escapando del terror estalinista, refrescó la memoria marchita. Serge era un trotskista confeso y pese a que pretendía mantener buenas relaciones con su líder no olvidaba la represión de los marinos. El Ejército Rojo atacó a sus antiguos camaradas el 7 de marzo de 1921. Al frente del ataque se encontraba el general Mijaíl Tujachevski, purgado por Stalin en 1937. La ciudadela de Kronstadt cayó a los diez días de combate. Las bajas del Ejército Rojo están relativamente claras y llegan a los 10.000 soldados. Entre los marinos alzados la cifra todavía es muy discutida pero durante el combate algunos oficiales del Ejército Rojo desertaron y otros fueron obligados a luchar a punta de pistola.

Trotski permaneció en silencio sobre la represión sangrienta de estos camaradas. Fue su hijo mayor Liev quien emprendió la tarea de limpiar el nombre de su padre. El resultado iba en el rumbo de siempre: "Liev siguió la interpretación de su padre. Así declaró que la dirección central de los bolcheviques había tenido todas las razones para creer que una conspiración internacional se instigaba contra ellos." La vasta biografía de Service permite reflexionar sobre algo más crucial que la perplejidad del autor sobre la conducta brutal de Trotski, no demasiado diferente de la llevada adelante por su enemigo y a la postre asesino, Stalin. La biografía permite plantear la posibilidad de una revolución respetuosa de los derechos humanos en sus fines declarados y en sus métodos tangibles. En este punto la reivindicación de Trotski como un poderoso escritor y un intelectual de nota, juega en contra del personaje. También es cierto que ante el peligro del nazismo Trotski realizó propuestas de una sagacidad no demasiado común en la Europa de la época. Planteó por ejemplo, la necesidad de implementar alianzas muy amplias -con liberales y socialdemócratas- para hacer frente al peligro inminente. Incluso en 1933 aventuró la eventualidad nada distante de una alianza entre Stalin y Hitler que redundaría en ventajas mutuas para ambos genocidas. Service señala a texto expreso que desde el punto de vista cultural y con la excepción de Winston Churchill, Trotski carecía de rivales de fuste intelectual entre la clase política europea. Si esto puede considerarse como una opinión justa, y tomando en cuenta las solitarias advertencias de ambos líderes - Churchill y Trotski- sobre el creciente nazismo, la reflexión que surge es otra: la crítica de Service y su documentado libro, puede ser demasiado ubicua y sesgada. Dicho de otra manera, lo que en Stalin era vulgaridad, patología, inmoralidad, en Trotski pudo ser cálculo, frialdad, arrogancia. El lector deberá decidirlo.

TROTSKI. Una biografía de Robert Service. Ediciones B, 2010. Barcelona, 735 págs. Distribuye Ediciones B.

Trotski modelo

ROBERT SERVICE transcribe las memorias de la escultora inglesa Clare Sheridan -prima de Churchill- mientras Trotski posaba para su propio busto en Moscú en 1920. El ambiente de seducción es indisimulable. "Sin dejar de mirarme, dijo: `Cuando aprieta los dientes y lucha con su trabajo, sigue siendo una mujer (vous ètes encore femme)`. Yo le pedí que se quitara los quevedos, porque me despistaban. Eso es algo que le molesta mucho, dice que se siente désarmé y absolutamente perdido sin ellos. Cuando se los quitó era como si le hubiese dolido de verdad. Se han convertido en una parte de él y cuando no los lleva le cambia la personalidad. Es una lástima porque estropean una cabeza que de otro modo sería de lo más clásica. Abrió la boca y chasqueó los dientes para enseñarme que la mandíbula estaba torcida. Cuando lo hizo me recordó el gruñido de un lobo. Cuando habla se le ilumina la cara y los ojos le centellean. Los ojos de Trotski son famosos en toda Rusia: le llaman `el lobo`. La nariz también la tiene torcida parece como si se la hubiera roto. Si fuera recta la línea desde la frente sería perfecta. Ese rostro es el de Mefisto. Las cejas se le levantan en ángulo y la parte inferior de la cara acaba en una barba afilada y desafiante." Service agrega otros datos: "Resulta obvio que a la artista le gustaba su modelo; él seguro que sabía a qué jugaba cuando, ya en plena noche, en la tenue luz de su oficina, consintió en desabrocharse la guerrera y la camisa que llevaba debajo para descubrir `un pecho y un cuello espléndidos`. También se levantó y cruzó el despacho para ponerse tras ella, con las manos en sus hombros. No era un comportamiento totalmente inocente."

Trotski escritor

"ME HABÍAN ASEGURADO que los telegramas iban por un alambre, pero yo veía por mis propios ojos que el despacho lo traía de Brobinets un mandadero a caballo, a quien le daban por el servicio dos rublos y cincuenta cópecs. Los telegramas eran papeles como una carta con unas cuantas palabras escritas a lápiz. ¿Cómo iba a pasar aquello por un alambre? ¿Lo empujaba el viento? Me dijeron que venía por electricidad. Pero eso lo ponía todavía más oscuro. Mi tío Abram se esforzó un día por aclararme el misterio.

-Mira, por el alambre pasa una corriente y marca signos en una cinta de papel. ¡A ver, repítelo!

-Por el alambre pasa una corriente -volví a decir yo- y marca signos en una cinta de papel.

-¿Lo entiendes?

Sí, lo había entendido…

-Pero entonces, ¿de dónde sale la carta? -le pregunté, con el pensamiento puesto en el papelito azul del telegrama.

-La carta viene aparte -me contestó el tío.

Yo no me explicaba para qué la corriente, si la carta viajaba a lomos de un caballo. Mi tío empezó a enfadarse.

-¡Déjate estar de cartas, chiquillo! -me gritó-. ¡Estoy explicándote el telegrama, y tú dale que dale con la dichosa carta!

Y el misterio se quedó sin aclarar."

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