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El plan urbano de 1811

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Carlos Rehermann

EN 1811, LUEGO DE cuatro años de trabajo, una comisión neoyorkina especialmente creada para ese fin aprobó el plan de expansión de Nueva York. En ese entonces la ciudad tenía unos cien mil habitantes agrupados en el extremo de la península de Manhattan, donde hoy se localizan Wall Street, Tribeca, Little Italy y el Lower East Side.

La idea del plan era simple, y la intención también: no importaba nada de lo preexistente ni la topografía de la isla; la ciudad crecería según una rejilla uniforme, que constaba de 150 calles (la primera arrancaba en el límite exterior de la ciudad de entonces, donde hoy está la calle Houston) y doce avenidas que recorrían el largo de la isla. El largo y ancho camino que atravesaba la isla en diagonal (Broadway) quedaba eliminado en el plan, pero había demasiados propietarios a su vera como para que se respetara la decisión de la Comisión, de manera que hoy persiste como un generador de anomalías en forma de cuñas que dan origen a proas edilicias y plazas misérrimas, que producen aperturas inesperadas en el paisaje construido. Una de ellas es Times Square, que, en una ciudad de múltiples y desmesurados centros, puede considerarse el centro del centro.

La comisión declaró, en su documento final, que se había estudiado la posibilidad de hacer un plan como el que el francés Pierre L`Enfant había hecho para Washington, con plazas y calles radiales, pero que se optó por la trama cartesiana porque "una ciudad se compone de casas, y cuando las calles se cruzan en ángulo recto la construcción es más barata y la vida es más cómoda". Lo que no dijo la comisión es que la cuadrícula representa un orden democrático e igualitario, y en cambio el orden radial es jerárquico ("cerca del centro" es más importante que "lejos del centro", asunto que queda disimulado en una trama rectangular). Esa idea igualitaria reina en Nueva York desde aquellos tiempos, y probablemente sea el signo que mejor representa a la ciudad más urbana del mundo.

El plan de Nueva York de 1811 es el más ambicioso, por su dimensión, jamás propuesto para una ciudad, y el único que se ha cumplido a cabalidad a lo largo de los doscientos años que hoy cumple.

Suelo basto. Las aceras de Nueva York son las más austeras de todas las ciudades del planeta: superficies grises de cemento, limpias y duraderas pero sin ninguna particularidad, sin rasgos suntuarios. Es curioso que al pie de edificios construidos con los materiales más lujosos, adornados con detalles exquisitos, con vidrieras que exhiben objetos sólo accesibles a la plutocracia más esnob, los pavimentos parezcan soluciones de emergencia.

Pero quizá se trata de un cuidadoso designio: como en ninguna otra ciudad del mundo, las comunidades de inmigrantes conservan, sobre esas aceras neutrales, todas sus características culturales.

Para sostenerse a lo largo de generaciones, la diversidad cultural necesita un sustrato sin carácter, y las aceras de hormigón basto representan bien la base neutral de la ciudad. Esa diversidad cultural se expresaba estridentemente en las calles de Manhattan hasta que el gobierno del alcalde La Guardia prohibió, en 1936, la ejecución de música en la calle, así como cualquier otra actuación artística o proselitista. El alcalde Lindsey eliminó la prohibición en 1970, pero en la década de los noventa el gobierno de Rudolph Giuliani, sin cambiar la letra de la ley, instaló la costumbre, llevada adelante por la policía de la ciudad, de pedir amablemente (cárguese la palabra de la ironía que el lector prefiera) a los músicos callejeros y otros artistas que se fueran a otro sitio, en el que otros policías les hacían similares solicitudes. Algunos índices de delitos mejoraron la seguridad en la zona céntrica de Manhattan, pero la ciudad parece hoy mucho menos expresiva que en la época de oro de actividad callejera, los años setenta y primeros ochenta, cuando cada pocos metros un mimo, un predicador enardecido, un grupo de breakdance se cruzaban en el camino de los paseantes en las avenidas y las plazas.

Todos los lugares tienen un determinado carácter, pero no todos los lugares son plenamente lugares, como bien lo ha observado Marc Augé al definir a ciertos espacios como "no-lugares": por ejemplo los aeropuertos, las autopistas, los centros comerciales, es decir, los lugares donde la actividad principal es el tránsito. Y si parece natural que una ciudad como Venecia, o Glasgow, o Shanghai o Patna tengan un carácter marcado y reconocible de inmediato, se trata casi siempre de ciudades homogéneas, resultado de los esfuerzos mancomunados de una sola cultura o al menos de una cultura dominante. Esas ciudades suelen ser tan características como ajenas o pintorescas para quienes no forman parte de la cultura de sus habitantes.

Nueva York es un extraño caso de ciudad de aluvión de diferentes culturas, rompecabezas de múltiples intereses y formas de ser, que al mismo tiempo tiene un fuerte carácter. Sus aceras neutrales y hasta desagradables son capaces de aceptar de inmediato al visitante e incorporar para sí sus atributos, por extraños que parezcan.

La ciudad como personaje. Algunas personas son tan interesantes que algunos escritores se sienten tentados a convertirlos en personajes de una historia de ficción, y lo mismo ocurre con algunos lugares o momentos de la historia. Pero si la ficción puede crear espacios inolvidables (el castillo de Gormenghast de Peake, la nave Rama, de Clarke, el pueblo Macondo de García Márquez, o el ejido de Troya, en la Ilíada de Homero), convertir un espacio en protagonista no parece una tarea fácil.

Las ciudades son lugares peculiares, que suelen ser dotados de personalidad por la imaginación de quienes las aman: la París de Hugo o la Londres de Dickens no se limitan a ser meros fondos para la evolución de personajes -a pesar de que fueron descritas en la época de oro del Personaje, la segunda mitad del Siglo XIX-. Pero incluso cuando el escritor es consciente de que las ciudades son piezas clave de su obra (como Dickens en Historia de dos ciudades), la estrategia narrativa recurre, como siempre, a los personajes humanos.

Uno de los escritores que más se acercó a contar una historia cuya protagonista es la ciudad de Nueva York fue John Dos Passos, que en su Manhattan Transfer eligió una estrategia narrativa de múltiples puntos de vista y ningún protagonista que destaque claramente sobre todos los demás. De ahí, múltiples perspectivas, tal como es la experiencia visual del viandante al recorrer las calles de una ciudad, y muy especialmente las calles-túnel que generan los rascacielos y la trama ortogonal de Nueva York. Las películas de Woody Allen que se desarrollan en Nueva York también crean un efecto de protagonismo de la ciudad, ya que los personajes se mantienen dentro de márgenes limitados, ninguno parece querer destacar sobre los demás, y de una a otra película tienden a repetirse las cualidades que los definen.

Dos libros sobre Nueva York intentan atrapar su infinita variedad. Uno es Gotham, de Edwin Burrows y Mike Wallace, que cuenta la historia de la Nueva York del siglo XX. El otro es un libro único, que no ha sido producido para ninguna otra ciudad del mundo: Encyclopedia of New York, editado por Kenneth Jackson. Recoge, en casi 5.000 entradas ordenadas alfabéticamente, datos de toda clase referidos a la ciudad, sus servicios, su estructura física y su historia. Ambos son notables por sus logros al construir con eficiencia un personaje que la ficción no logra atrapar. La secuenciación histórica genera un hilo argumental que refuerza el carácter de ente vivo de la ciudad, pero es la Encyclopedia... la que mejor se ajusta a la infinitud de Nueva York: cualquiera de sus entradas es una inmersión en la vida urbana, una experiencia similar a bajarse en una estación de metro al azar y emerger a un paisaje distinto y al mismo tiempo identificable por la promesa de aventura que manifiesta.

Gotham. En una revista satírica que Washington Irving publicó con su hermano en 1807, se refirió a Nueva York como "Gotham". La idea era satirizar a los neoyorkinos, poniéndolos a la par de los aldeanos de Gotham, un pueblo de Inglaterra cuyos habitantes habían sido, a su vez, caricaturizados por una colección de cuentos breves publicados en el siglo XVIII: los habitantes del pueblo Gotham son considerados, desde entonces, como los más simples del reino. Que los neoyorkinos son aldeanos no es fácil de entender si uno atiende a la idea preconcebida de que una ciudad enorme y cosmopolita debe tener habitantes cosmopolitas y abiertos al mundo.

Pero en Nueva York hay chinos que pueden vivir toda una vida, estudiar, trabajar y jubilarse sin aprender una palabra de inglés. Algunas comunidades coreanas y vietnamitas pueden tener casos similares, y los italianos, los puertorriqueños y otros grupos de inmigrantes latinoamericanos también desarrollan comunidades muy cerradas donde se mantienen claves culturales propias y se minimiza el intercambio con otras culturas. Esto hace que la ciudad tenga cierta tendencia al aldeanismo, y que los estadounidenses blancos con raíces más antiguas en la ciudad también se retraigan, se quejen de la invasión de taxistas pakistaníes y de porteros ecuatorianos. En Nueva York todos los grupos sociales son minorías. Es impensable un ideal de neoyorkino al que los advenedizos quieran parecerse. Si se suma a esa característica el hecho de que el tamaño económico y demográfico de la ciudad la hacen autosuficiente, una meca mundial de estudiantes, comerciantes y profesionales de múltiples oficios, puede comprenderse que los neoyorkinos sientan que forman una entidad autónoma del resto del mundo.

Probablemente haya sido la historieta Batman la responsable de convertir el apelativo de Irving en algo parecido a "gótico": Gotham tiene un parecido fonético con gothic (gótico). En inglés, gótico no se refiere sólo al estilo de la baja Edad Media europea, sino también (y sobre todo) a la literatura fantástica y de horror que se desarrolló desde fines del siglo XVIII y hasta principios del XIX. Las siluetas sombrías de los rascacielos neoyorkinos parecen adecuarse tanto a los ambientes tenebrosos de las novelas de castillos embrujados como a la imagen vertical y erizada de gárgolas de la arquitectura gótica del norte de Europa. "Gothic" dejó de designar simplemente un estilo en el sentido que se le da en historia del arte para convertirse en un apelativo para el estilo personal en el sentido de tendencia de la moda. Urbano, nocturno, siniestro y paródico, el gótico casa con Nueva York, lo cual explica la confusión entre gothic y gotham.

2001. La ciudad de Nueva York y sus aceras sin personalidad habían elegido un par de edificios sin personalidad para representarse a sí misma.

Las "torres gemelas" son un programa arquitectónico bastante conveniente para los inversores inmobiliarios: basta fotocopiar los planos de un edificio para hacer el doble de metros cuadrados por el precio de un solo diseño arquitectónico. En cuanto impacto visual, la duplicación es un signo de urbanización: "dos cosas iguales", en una aglomeración urbana que se caracteriza por la diversidad, es lo mismo que "muchas cosas iguales". En particular, los edificios del World Trade Center de Nueva York, prismas sin relieves especiales, eran casi una idea, una plasmación del concepto de rascacielos: cosas altísimas, brillantes, de acero y vidrio, sin ninguna particularidad propia (salvo un tímido dibujo de arcos apuntados cerca del suelo, formados por el revestimiento de acero), es decir, imágenes tan faltas de personalidad como las aceras de cemento gris.

Si el ataque hubiera ocurrido contra la Estatua de la Libertad, el blanco habría sido menos la ciudad que la idea de Libertad. Durante décadas, la ciudad fue representada por el edificio Empire State, pero a partir de los años setenta, cuando se construyó el World Trade Center, la foto que muchas veces representaba a la ciudad era la de las dos torres. Una sola no es nada; dos son la ciudad. Los edificios del World Trade Center representaban una clase de objetos urbanos, la clase que constituye esa ciudad, la que le da sentido a ser neoyorkinos: cosas grandes, altas, sin rasgos distintivos más que la multiplicidad. "Cualquiera puede ser esto, si no es único", gritan las fotos de esas mellizas sin gracia.

No puede haber una historia de la ciudad de Nueva York que no mencione el atentado: no se derribó un edificio peculiar, un signo de algo único y distinto, sino el símbolo de la multiplicidad y de la igualdad.

Dos veces Nueva York

EL Diccionario de Nueva York de Alfonso Armada, corresponsal de varios grandes diarios españoles, pinta a través de artículos arbitrariamente organizados alfabéticamente ("Manos", "Manzana", "Maracas", o "Cárcel de Brooklyn", "Carnegie Hall", "Cementerios"), apuntes, comentarios, noticias e informaciones que no tienen lugar en una guía tradicional. Quizá su afición por la poesía lo empuja a ciertos excesos formales. La impresión que le causó el 11 de setiembre no lo abandona, de manera que página no y página sí hay una referencia a la caída de las torres. Es un libro disfrutable sobre todo para quien conoce la ciudad y planea un nuevo viaje, en el cual podrá catar personalmente algunos de los gustos del español.

Rutherfurd por su parte se califica a sí mismo, en su sitio web, como "maestro de la épica", lo cual lo define como un individuo con tendencia a la exageración. Londres, el libro que lo hizo conocer en todo el mundo, era una historia de dos mil años de la ciudad. Luego de otras experiencias similares (con los irlandeses, con los rusos y con otras etnias), le toca ahora el turno a Nueva York. Desde los tiempos de la colonia holandesa hasta el 11 de setiembre de 2001, Rutherfurd inventa las historias de algunas dinastías que representan, a su entender, las características de la ciudad. El esfuerzo es encomiable, pero la ciudad tiende a desaparecer detrás de las anécdotas a menudo romanticoides de las historias familiares. Amplias zonas históricas quedan en blanco (unos setenta años entre la Revolución y la guerra de Secesión, por mencionar un período esencial de la vida de la ciudad) y otras se aprovechan de la memoria sensible del lector, como la caída de las torres gemelas.

DICCIONARIO DE NUEVA YORK, de Alfonso Armada, Ediciones Península, 2010. Barcelona, 398 páginas. Distribuye Océano.

NUEVA YORK, de Edward Ru-therfurd. Roca Editorial, 2010. Barcelona, 942 págs. Distribuye Random House Mondadori.

Escribir Gotham

EL TALLER de escritura más grande del mundo nació en 1993 en un apartamento del Upper West Side de Nueva York, una zona residencial con fama de barrio de artistas. Dos egresados de cursos universitarios de escritura, Jeff Fligelman y David Grae, dieron una primera clase de prueba, gratuita. Al final de la clase, todos los concurrentes se inscribieron al curso. Fue el primer día del primer taller semestral del Gotham Writers` Workshop (Taller de escritura Gotham).

Casi dos décadas más tarde Gotham ofrece cursos en una docena de ciudades de Estados Unidos, tiene sedes en cuatro barrios de Manhattan, un enorme sitio web con talleres en línea y ha publicado tres buenos libros sobre el oficio de escribir.

Gotham da cursos de fin de semana, de un día, de una tarde, de un semestre o de dos años, diseña talleres para empresas, para grupos de tercera edad, para adolescentes, da clases individuales, y ofrece servicios de asesoría y entrenamiento para pitching (exposición oral de ideas para guión de cine).

Uno de los motivos de su éxito está en las calles de Nueva York: el Gotham Writers` Workshop tiene cientos de máquinas expendedoras de su Boletín mensual, junto a las máquinas del New York Times o de USA Today, en las esquinas más transitadas de la ciudad. El folleto de 38 páginas es más que un catálogo de cursos: es una respuesta inesperada a los estímulos que produce deambular por las calles de Nueva York. Esos personajes estrambóticos con los que uno se cruza cada pocos pasos, esos acontecimientos extraordinarios que acechan a la vuelta de la esquina, esos lugares fabulosos que forman la trama de la ciudad interminable, hacen que uno piense: "¡Ah, si yo pudiera describir todo esto!". Mientras el paseante trata de imaginar cómo lograrlo, en la otra esquina lo espera la caja amarilla de Gotham Writers` Workshop, ofreciéndole la oportunidad de satisfacer su anhelo.

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