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El personaje soy yo

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Moré

Fue vidriero, cobrador y reveló fotos. Era hippie. Durante sus primeras actuaciones lo insultaron. Antes de cada función cumple con varias cábalas. Es fanático de Peñarol, del tenista Roger Federer y de su perro García. Tiene 45 años y está en el mejor momento de su carrera. Aquí la historia de cómo Roberto César se convirtió en Moré.

Cuando era niño Moré visitaba la casa donde hoy vive para comprarle nitrato de plata a un anticuario. Con esa especie de sal su abuelo fabricaba espejos. A los nueve años, viajar en ómnibus recogiendo materiales para llevar al taller era una de sus tareas. En la calle Maldonado a la altura de Barrio Sur, Moré tocaba el timbre y esperaba estático hasta recibir el paquete. Tenía prohibido acercarse a las antigüedades que ocupaban la sala. La misma sala donde 36 años después me recibe junto a sus hijos, Nino de 8 y Luca de 5, y un perro bóxer al que llaman García.

Señala un rincón del living donde hay un escritorio angosto cubierto de papeles. Es el único ambiente de la casa que todavía parece viejo. Ahí estudia a sus personajes para el teatro y prepara las columnas humorísticas del programa de radio El balcón. Moré, el tipo cómico, el actor premiado, el locutor guarango, el charlatán de las publicidades de Claro, por puro azar armó su familia en un espacio que había aprendido a ver con curiosidad. Una de esas vueltas del destino a las que se responde con una media sonrisa.

En esta charla revuelve recuerdos como quitándoles el polvo. Cuenta que consiguió ser un niño alegre aunque su padre era alcohólico. Ninguno de sus amigos se animó a decírmelo cuando me hablaron de él. Pero Moré está cansado de que seamos tan políticamente correctos. Dice Adela Dubra, excolega del programa radial Viva la tarde, que sus columnas eran las de un francotirador. "Me daba miedo por los disparates que decía al aire, era común recibir mensajes de taxistas que lo amenazaban con ir a buscarlo". Le propusieron agrupar sus comentarios detrás de un personaje inventado pero Moré respondió que no, que el personaje era él y que no había razón para esconderse.

Si el humor lo había salvado de una mala niñez, una adolescencia rebelde y una juventud desencontrada, podía protegerlo de una audiencia ofendida.

—Acá está bien reírse de todo menos de los míos. Eso no me gusta porque no es humor, eso es soberbia.

—¿Qué te hace reír de vos?

—Que soy totalmente compulsivo, maniático y obsesivo.

Sentado en su escritorio, Moré podría girar hacia la derecha y ver sobre la pared decenas de fotos colgadas que resumen su vida. Antes de ser un actor respetado y uno de los directivos del Teatro Circular, trabajó revelando fotos.

Moré en el rincón de la casa donde prepara a sus personajes.
Moré en el rincón de la casa donde prepara a sus personajes.

—Hay algo en eso de observar la vida de los otros.

                                         

                              —¡Las cosas que vimos! Hacíamos álbumes con copias, dice con malicia. Había gente paranoica que te decía "me voy a quedar al lado de la máquina porque no quiero que me roben una foto"; lo hacíamos igual.

También fue vidriero (como su padre), repartió cartas, cobró cuotas para la colectividad judía ("si me preguntaban si era judío tenía instrucciones de responder que era sefaradí, por mi tono de piel"), vendió fotos de músicos en el Parque Rodó y fue cadete y productor en una agencia de publicidad que fundó su tío. Ahí conoció a Karina, su pareja desde hace 17 años. Una noche la invitó al teatro y nunca más se separaron.

Álvaro Moré, ocho años mayor que su sobrino Robert, dice que siempre notó una condición transgresora en sus actitudes. "Sus cosas siempre iban a ser distintas. El casamiento fue una fiesta de disfraces. Fue la única vez en mi vida que me disfracé. Me vestí de juez de fútbol y le saqué una tarjeta amarilla".

Paola Venditto, compañera de estudios y colega en el Circular, todavía recuerda esa fiesta porque perdió el concurso de disfraces. A Moré le dice "el Negro". Cuando lo conoció no se parecía en nada al hombre que es ahora. "Era un hippie desprolijo, en él todo era rocanrol. Pero lo que siempre tuvo fue tenacidad para desarrollarse."

Muy trabajador.
Una gran carcajada.
Una extraña mezcla de Spike Lee y Carlitos Bueno.
Un juego irónico de humor: él está detrás de eso que nos hace reír.
Así lo describe Lucio Hernández, otro actor que se formó con Moré.

"No me gustaba estudiar, me gustaba la joda. Un amigo del liceo, Rafa, me dijo hacé teatro. Yo tenía la visión de que me iba a perder si no agarraba para algún lado y le hice caso. Hay que hacerle caso a los amigos. No me acuerdo cuál fue la primera obra que vi en el Circular pero sí del impacto que sentí cuando entré a la sala", recuerda.

Durante un año pasó pruebas para ser seleccionado en la escuela de teatro junto a Venditto y Hernández. Había más de 450 postulantes para 20 lugares. Moré perdió en la última etapa, pero alguien renunció y consiguió el puesto. Hernández recuerda que pasaban horas entrenándose, iban a clases y luego seguían las discusiones en algún bar. Muchas veces en el Mincho, donde miraban desde lejos a los "últimos parroquianos intelectuales de Montevideo". "Darnauchans siempre estaba sentado en la barra. Todos le decíamos a Moré que era igualito. Lo admiraba y se vestía como él."

En otros bares Moré empezó a probarse como artista, como hacían los dramaturgos argentinos, como hizo el dúo Suárez-Troncoso. "Tenía mucha noche pero una ingenuidad tremenda. Fui al Perro Verde vestido con ropa de colores, y cuando empiezo a hablar tres tipos altísimos gritan 'callate puto', 'andate puto'. Escuchaba la palabra 'puto' cada 30 segundos. Me asusté, pero si me iba tenía que pasar al lado de ellos y lo más probable era que me pegaran. Así que seguí y al final me los gané. Me invitaron una cerveza que acepté por miedo".

—¿Qué te decía el público?

—Era muy punk el ambiente. Me pedían cosas: 'decí lo que pasa con la música', 'decí que a los jóvenes nos meten presos'. Cosas que no tenían nada que ver con mis delirios. Era el año 1992 y todo estaba efervescente.

Actuaba acompañado de Rufi, un oso de peluche que usaba como partenaire con la excusa de pegar en su espalda un recordatorio con los principales puntos de la obra. Tenía miedo de quedar en blanco. El año pasado actuó en tres obras simultáneamente. Por una de ellas (La fiesta de Abigaíl) ganó un premio Florencio.

Ahora piensa que la bohemia es lo peor que hay para un artista. "Yo no salgo después de una función porque se me estropea la voz y a la mañana siguiente la necesito para trabajar". El viejo Moré se parecía al personaje Rulo de la película 25 Watts. Es lo primero que dice Diego González, su colega en el programa de televisión En su salsa, que conducía Sergio Puglia. "Cuando me dijeron que iba a venir como locutor se me vinieron todos los prejuicios juntos, hasta que me enteré de que era el actor de la escena del Marmota chico", dice.

También protagonizó Joya, una película que resumió los personajes que le tocó interpretar durante gran parte de su carrera: "fuma porros, tira piedras, barra bravas". Nada más lejano del hombre de 46 años perfectamente afeitado y peinado que responde mis preguntas mientras atiende los pedidos de sus hijos y juega distraídamente con García, el bóxer.

—Dicen que cada dos meses te ven con un peinado nuevo.

—Hace años que tengo un look que no me gusta. Mi aspecto va en función del teatro, no me importa nada más. Cuando hice Una visita inesperada (2012) tenía el pelo y el bigote de Hitler: me miraban mal en todos lados.

—¿Cómo te gustaría verte?

—Con el pelo largo otra vez. Para mí es la libertad, es como sentir el viento. Mi verdadero nombre es horrible: Roberto César, y César quiere decir el de los cabellos largos. Hace unas semanas tenía el pelo largo de nuevo por una obra. Me morí de vergüenza. Había marcado en el calendario el día en que podía cortármelo.

Moré
Moré

Moré transformó a su amigo Diego en uno de los amuletos. "Nunca había ido al teatro hasta conocerlo", dice el comunicador. "Ahora tengo que ir al estreno de cada una de sus obras porque dice que le doy suerte. Me gusta ponerlo nervioso, entonces cuando está por empezar la función le mando una foto por mensaje de texto o le hago sonar el celular", cuenta con picardía.

Paola Venditto, la mujer con la que más ha actuado, confirma su diagnóstico obsesivo: "tenemos prohibido tocar sus materiales de utilería". En Canal 10 descubrieron que Moré nunca usa dos medias del mismo par. "Eso no es nada. Tengo 150 mil cábalas", aclara, "algunas las escondo porque me dan vergüenza".

Moré no actúa si no se pone primero la media y el zapato del pie izquierdo. Y no se mueve de su casa si no lleva puesta una medalla. "La encontré hace unos años. Estaba buscando algo que me protegiera y donde pudiera depositar muchas cosas. Un día fui a la Plaza Matriz, estaba mirando en un puesto de antigüedades, levanté un vaso y debajo estaba la medalla." Es de plata y tiene un águila grabada. Le aseguraron que es egipcia. Nadie la puede tocar.

—¿Sos religioso?

—Soy supersticioso. Si estoy haciendo algo y me iluminé con una idea, convierto esa acción en un ritual. Además soy muy agradecido y tengo fe. Creo que estoy bendecido y protegido por algo que me ha salvado de cuando era hippie, de la noche oscura, de las cosas que tomé. Algo me puso en el buen camino.

García, el bóxer, también forma parte de las creencias de Moré. Su tío lo explica así: "Se consiguió un perro igual al que tenía cuando era niño. Creo que guardó un buen recuerdo de esa mascota dentro de una infancia complicada". García es un protagonista frecuente de los tweets y posts de Facebook de su dueño. También Peñarol y el tenista Roger Federer.

—Peñarol es una de las pocas cosas que le agradezco a mi padre.

—¿Jugador preferido?

—Fernando Morena, es Dios.

Una mañana mientras filmaba la serie Uruguayos campeones lo vio en el set. "Me puse a llorar, estaba desesperado. Con mis amigos del teatro nos pasamos hablando de fútbol. Decimos que eso es cultura, la de la cancha".

—¿Por qué el tenis?

—De adolescente vi un programa en la televisión y desde ese momento empecé a comprarme revistas de tenis. Mi madre no entendía nada. Vengo de una familia humilde, de pasar hambre de niño, y empecé a levantarme los domingos de mañana para jugar frontón, una cosa de afrancesado. Tengo dos dioses, el segundo es Federer.

Jorge Bolani conoció a Moré como estudiante y como actor. Lo dirigió en Tape (2009) y en Hay barullo en el resorte (2013). Opina que está en el mejor momento de su carrera. "Cada cosa que va descubriendo la va guardando", complementa Venditto.

Mirando las fotos colgadas en la pared de su casa, se me ocurre sugerirle que su vida se parece a un teatro donde él fue cambiando de personaje. Moré responde que sí, bajando la cabeza con un gesto afirmativo y rotundo. "La paternidad, por ejemplo, para mí fue fundamental. Es lo mejor que me pudo haber pasado. El tiempo adquiere otra dimensión y te das cuenta de que lo que verdaderamente importa son ellos".

Le pregunto a Lucio Hernández qué opina sobre las transformaciones de su amigo. "No tengo esa percepción", interrumpe, "Robert encontró unos mecanismos para armarse un personaje que tiene que ver con él, porque es extrovertido y está apelando al humor constantemente, y los tomó. Creo incluso que se vende así. Pero eso no es él. Lo que dice está detrás de ese juego del humor. Yo nunca lo perdí de vista, para mí Moré siempre fue ese joven con cierto aire depresivo pero que hacía chistes y que renació cuando descubrió las posibilidades que te da el teatro. Lo que él hizo fue llegar a lugares donde nadie creía que iba a llegar. Moré no cambió, Moré fue creciendo, y eso es algo distinto."

La agenda de Moré.

Protagoniza la campaña de Claro que lo convirtió en un personaje popular. Además interpreta a Wilson Palomeque, personaje humorístico del programa de RadioCero El balcón que conducen Rufo Martínez y Alicia Garateguy. Con un Florencio al Mejor Actor de Reparto por su labor en La fiesta de Abigail, acaba de estrenar Del amor. Prepara su primer unipersonal que se estrenará en enero en el Teatro Movie.

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Moré

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