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La Reina que quería pelear sin que la vieran

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Reina Comunales

Cecilia Comunales terminó boxeando por casualidad. Nunca imaginó que saber pegar iba a ayudarla a superar una timidez que la paralizaba. Aquí una charla con La Reina del ring.

Cecilia Comunales se transforma en “La Reina” apenas saca de una cartera uno de los cinturones que lleva ganados y lo muestra con los ojos brillantes. Alrededor suyo, los que no la reconocieron por el maquillaje y el peinado elegante, empiezan a atar cabos. Esta es una tarde poco común en la rutina de la boxeadora. Para empezar lleva un día entero sin sentir dolores, de esos que la acompañan desde que comenzó a entrenar a los 16 años. ¿Sabía que el dolor de las orejas machucadas puede ser una pesadilla? Cecilia Comunales hoy tiene el día libre, aunque ya está pensando en los cinco kilos que debe adelgazar en dos semanas para desfilar en el Carnaval de Melo, el segundo escenario en el que se siente feliz. Recién separada de su pareja (que también es su manager), dice estar atravesando un tiempo de cambios: quiere saldar cuentas pendientes con los estudios, seguir soñando con una academia que lleve su nombre escrito en la fachada y, sobre todo, con recibir la llamada que le diga qué día volverá a pelear para defender su título de Campeona del Mundo.

—¿Por qué elegiste el boxeo?

—Yo quería hacer un deporte tipo artes marciales, pero un día vi la película Million dollar baby y me encantó y quise empezar. Encontré un único gimnasio que tenía clases de boxeo en Paysandú. El primer día que fui vi a tres mujeres entrenando, pero nos lo tomábamos como si fuera una clase de gimnasia.

—¿Qué fue lo que te motivó de ese personaje?

—Bueno, el final evidentemente no. Fue el entrenamiento, la superación de los problemas familiares que encontraba el personaje.

—La salida por el deporte, digamos.

—Sí. Yo quería aprender un deporte de contacto porque quería aprender a defenderme.

—¿A qué le tenías miedo?

—Tenía 16 años, había empezado a salir a los boliches y tenía la idea en la cabeza de que me podían atacar. Yo era una chiquilina súper miedosa y tímida.

—¿Eso te lo sacó el boxeo?

—Totalmente. Soy otra persona. A mí boxear me ayudó en todo. Me costaba hasta hablar con la gente, hacía todo con mi madre de intermediaria. Pero nunca me imaginé que el boxeo además de lo físico también me iba a ayudar a resolver mis trabas psicológicas.

—¿Cómo te ayudó?

—Me dio seguridad. Yo no podía tomar decisiones, era completamente insegura y dependiente. Me tiraba para atrás. Me castigaba mucho. Sigo siendo un poco así, negativa conmigo, pero le perdí el miedo a las personas, ¿te imaginás lo que es no animarte a hablar?

—De niña, ¿te gustaban los deportes?

—No, en gimnasia siempre fui parte del montón. Era la más alta y no tenía el prototipo necesario ni para gimnasia ni para patín, que era lo que me gustaba.

—¿Cuándo el boxeo se volvió una vocación?

—Fue progresivo. Iba a entrenar tres veces por semana pero para mí era gimnasia, hasta que un día uno de los hombres que entrenaba allí consiguió llevarme para una exhibición en Salto. Me preguntó si me animaba a ir porque iba a tener que entrenar más intenso.

—¿Cómo lidiaste con la timidez?

—Me morí de nervios. Me sigue pasando: en el camino hacia el ring me muero de miedo. Hasta que no piso el ring quiero salir corriendo.

—¿Y cómo te llevás con el público?

—Bueno, tanta exposición me empezó a hacer mal. A mí me gustaría boxear sin público: yo, mi rival, los jueces y la gente que lo mire por televisión. Ahora, después de que ganás es hermoso que te aplaudan.

—¿Qué era lo que no te dejaba disfrutar?

—Exponerse arriba de un ring solo, tener que resolver sola: elegir un deporte individual es muy complejo. Es raro, porque uno piensa que para boxear tenés que tener una personalidad fuerte, creerte un ganador y a mí me pasó al revés.

—¿Te identificás con algún boxeador?

—Mi historia me hace acordar a la de "Maravilla" Martínez. Él siempre cuenta que era un niño tímido y que un boxeador te diga eso es rarísimo porque uno tiene que transmitir que va a comerse el mundo y no todo el miedo que siente antes de empezar a pegar.

—¿Te parece que ya conseguiste el carácter que anhelabas?

—Sigo sintiendo que no tengo una personalidad fuerte, pero sí sé que pelear me provoca algo interior que lo saco ahí. Todo lo que no soy en mi vida privada lo soy en la pelea.

—¿Qué es eso que sacás?

—Creo que es la rabia de todo lo que viví y experimenté en mi vida y que al ser tan tranquila no saqué para afuera. Cuando estoy entrenando o arriba del ring puedo explotar todo eso que me callé. Igual, en mi vida ya no soy tímida pero sigo siendo muy tranquila, no es que ahora que sé pegar me llevo el mundo por delante.

—Además, estar solo delante de un montón de desconocidos para que te peguen debe ser la pesadilla del tímido.

—Totalmente, son todos mis miedos juntos: al ridículo, a que se rían, a que te humillen. Yo no me animaba a pasar al pizarrón porque no quería que me mirara nadie, imagínate después. Lo sufrí mucho. Me veías en un programa y yo ponía la mejor cara pero por dentro era horrible.

—¿Tenés cábalas antes de pelear?

Tuvo que dejar de tocar guitarra eléctrica por el boxeo. Foto: Daniel Ayala
Tuvo que dejar de tocar guitarra eléctrica por el boxeo. Foto: Daniel Ayala

—No. Repaso mentalmente todo lo que lloré, porque he dejado un mar de lágrimas en cada gimnasio. Lloro antes y después de las peleas.

—¿Qué recuerdo tenés de la primera vez que te subiste a un ring con público?

—Salí como una loca a repartir piñas, no sé ni lo que hice, pero se me fue el terror y recuerdo que me puse muy feliz.

—¿Cómo te volviste profesional?

—La misma persona que me propuso pelear la primera vez (el manager Sergio Márquez, que luego sería su esposo) me propuso buscar más peleas. Así que hice una exhibición en Paysandú y luego arranqué con las peleas amateurs.

—¿Qué sacrificaste por esta vida nueva?

—Tuve que dejar de estudiar guitarra eléctrica, que me fascinaba y me iba muy bien. Y dejé el Carnaval: salía con parodistas y me gustaba tanto que nunca me iba de vacaciones con mi familia para quedarme a ensayar.

—¿Tu familia qué decía?

—No les gustaba. Mi madre hasta el día de hoy me pide que deje el boxeo. Va a las peleas pero se queda lejos. Y a mí tampoco me gusta verla antes de pelear, trato de que no vaya, porque sé cómo lo sufre. Yo la entiendo porque cuando pelea un compañero la paso muy mal, así que imagínate un hijo, ¡y un hijo que antes no mataba una mosca!

—¿Por qué te acercaste a los mormones?

—Me acerqué hace 4 años con mi esposo, pero me separé y no estoy yendo a la iglesia porque ellos creen en la familia eterna y en mi caso no sucedió así, pero sigo espiritualmente cerca de ellos. Me ayudó muchísimo. Aprendí a agradecerle a Dios, a las cosas que pasan, a tener fe.

—¿Por qué decidiste ir?

—Cuando volví de Panamá con el título de Campeona del Mundo sentí la necesidad de agradecerle a Dios y no sabía cómo. Me acuerdo que recé y me sentía con un debe enorme y le dije: "decime cómo hago". Y al día siguiente aparecieron dos misioneros en casa, entonces lo tomé como una respuesta.

—¿Cómo decidís dedicarte al boxeo?

—A los 18 me vine a Montevideo y me puse a estudiar para ser chef. Había dejado el gimnasio. Y cuando estoy a punto de terminar el curso me llama mi manager para decirme que existe la posibilidad de una pelea que me convertiría en profesional, pero tenía que volver al gimnasio de Paysandú. Y me volví. Al poco tiempo me convertí en profesional y empecé la relación con él.

—¿Te hiciste amigos en este ambiente?

—Nunca tuve amigos del gimnasio, ni hombres ni mujeres. No sé por qué. Con las rivales me ha pasado de todo: hay algunas que te charlan y otras que ni te saludan.

—¿En qué te fijás para conocer a tus rivales?

—Lo primero es el récord: el número de peleas y cuántos nocauts tiene. Luego en las rivales que ha tenido, a ver si conozco a alguna. Y después todos los detalles técnicos, como por ejemplo cuántos rounds suele aguantar.

—Siempre sos más alta que ellas.

Cuando estaba a punto de terminar el curso de chef, la llamaron para boxear. Foto: Daniel Ayala
Cuando estaba a punto de terminar el curso de chef, la llamaron para boxear. Foto: Daniel Ayala

—Siempre. Pero esa es una ventaja que yo busco. Mido 1.75 y doy 61 kilos para las peleas, lo cual es poquísimo. Cada año gano más masa muscular y cada año me cuesta más reducir peso: cada gramo me cuesta la vida, terminás obsesionándote porque ya no te los sacás ni transpirándolos. Pero es el sacrificio que hago para luego pararme al lado de los rivales y ser una cabeza más alta y el doble de cuerpo de grande.

—¿Qué tenés que hacer para dar el peso?

—He hecho de todo. Una vez hice una deshidratación que me hizo tener mi peor pelea, la gané pero me sentía súper mal. Lenta, pesada, el cuerpo no me respondía: adelgacé 4 kilos en 24 horas.

—¿Cuál fue tu pelea más difícil?

—Mi mejor pelea fue con la dominicana Lina Tejada, una morena que no me la voy a olvidar nunca. Me encantó esa pelea, fue la más dura que tuve. Y la mejor victoria.

—¿Se piensa arriba del ring?

—Sí, sobre todo en "te voy a arrancar la cabeza y no me vas a ganar", pero a la vez tenés que tener un equilibrio y escuchar a tu técnico, porque si te enojás y te cegás, marchaste. Tenés que estar eufórico pero mentalmente concentrado, y frío para no olvidarte de las combinaciones porque un segundo de distracción te puede costar la pelea.

—¿Qué golpe duele más?

—El nocaut al hígado, pero es muy difícil de darlo bien, porque es un punto muy exacto. El nocaut en sí es un golpe que es un momento. En la cabeza por ahí se te apaga la luz, pero el hígado te deja doblada del dolor.

—¿Cómo es el trayecto del ring al vestuario cuando ganás?

—Eso y ver nacer a mi hermano menor son las sensaciones más plenas de felicidad que tuve.

—¿Cuánto demora en irse el dolor?

—A veces te queda algún machucón, sobre todo en las ojeras, pero lo que más te duele son los golpes en la cabeza que no se ven, lavarte el pelo el día después de la pelea es una tortura. ¿Sabés qué duele?: Las orejas. Aunque siempre te duele algún golpe, y los hombros que es un dolor constante, te acostumbrás a vivir con dolor muscular cada día.

—¿Qué te gusta hacer en tu tiempo libre?

—Ir al cine. Me gustan los dramas y los thrillers o un terror realista. Lo que más hago en el día es entrenar y ver películas o series.

—¿Cuál es la película que más veces viste?

Titanic: la vi tantas veces que me sé varios diálogos de memoria. Después Armagedón, Gladiador, El Naúfrago.

—¿Cuál es tu situación actual con el boxeo?

—Separada.

—De tu pareja, ¿pero también del boxeo?

—Es que mi exesposo es mi manejador (también tengo un promotor). La separación generó un distanciamiento lógico para curar la situación. Pero ahora estoy en una etapa en que estoy esperando una fecha para pelear.

—¿Existe un trato económico distinto entre boxeadores hombres y mujeres?

—No tiene nada que ver lo que se gana en el boxeo masculino que en el femenino. El precio varía mucho dependiendo del lugar de la pelea, el título que se disputa, el público que va, la fama del boxeador y si será televisada. Hacete una idea de que en Estados Unidos se paga más de 100 mil dólares y que acá es muchísimo menos. Hay todo tipo de cachets, pero las mujeres cobramos casi la mitad que los hombres.

—¿Por qué?

—Lo que pasa es que el boxeo femenino todavía no es interesante para la televisión de Estados Unidos y hasta que eso no pase no va a tener repercusiones acá. Por velada hay una pelea de mujeres y seis de hombres, y a casi nadie le gusta. Un montón de boxeadores me han dicho que no les gusta ver a dos mujeres pegándose.

—¿Qué admirás en un boxeador?

—Yo admiro a "Maravilla" Martínez por cómo es y por su inteligencia como boxeador. Él me dio uno de los mejores consejos que recibí, que tiene que ver con el día antes de la pelea, cuando te pesás. Ese día toda tu familia y amigos quiere estar con vos, pero vos lo que querés es estar solo y no ver a nadie. Él vio que yo no podía manejar eso y me dijo: "Toda esta gente te está consumiendo energía que necesitás para pelear. Vos tenés que estar sola y sin murmullos, en tu habitación, porque mañana la que vas a estar con los guantes puestos sos vos".

—¿Cuántas peleas podés tener por año?

—El ideal es 3 ó 4, y yo estaba teniendo más 1 que 2: es muy poco. Pero yo espero y hago caso a lo que me dice el promotor. Ahora acabo de firmar para ser el rostro de Dafelors, una firma internacional de artículos deportivos, y eso es bueno porque significa que me estoy convirtiendo en una marca como deportista.

—¿Cuánto tiempo estrenaste en Argentina?

—Estoy desde hace 4 años entrenando allá. Ahora, que estoy sola, quizás me vuelva a Uruguay, aunque el entrenamiento es mejor allá, pero lo que pasa es que Argentina es otro mundo, es muy duro y estar sola es tremendo y no quiero tener más domingos melancólicos.

—¿Querés alejarte del boxeo?

—Yo no quiero alejarme, quiero seguir peleando. Pero esta es una etapa nueva y también quiero terminar el liceo y la carrera de chef y pensar en cómo armar mi propia academia, que es mi sueño. Mi última pelea fue en junio y tengo un año para defender el título de Campeona del Mundo de la Sociedad Mundial de Boxeo: tengo un año y sino quedo fuera del ranking. Así que voy a tener que salir a pelear sí o sí.

—¿Dónde tenés guardados los cinturones?

—Son como mis hijos, están donde estoy yo, aunque son pesadísimos. El día en que tenga mi casa los voy a poner en una vitrina. Otra cosa que guardo son revistas de boxeo, carteles de fanáticos, todas las polleras de mis peleas, guantes que usé o que me han regalado, notas de prensa y me llevo los afiches de cada pelea. Todo lo convierto en un recuerdo lindo.

—¿Te gusta verte en las peleas?

—No, lo hago porque tengo que aprender, pero yo salgo en una nota y no la leo, me da mucha vergüenza. Ni siquiera me gusta tener fotos mías en portarretratos, y ya te pregunto, ¿esta nota va a salir en la tapa?

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