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Rafa Cotelo: "Mi hija ahora me dice "peladito"

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En el balcón de su casa del Cerro. Foto: Fernando Ponzetto

Desfachatado desde la niñez. Hijo único y arraigado al Cerro desde antes de nacer incluso. Rafa Cotelo aprendió a leer por el club de sus amores. Hizo talleres de teatro en la adolescencia y le faltaron ocho materias para recibirse de profesor de historia. Hace un culto a la amistad. Trabaja de sol a sol. No tiene descanso. Su mal humor constante es causa del estrés. Regresa al Carnaval después de un mes durísimo por la recaída y operación de su hija menor, Ema (5 años). Un perfil a uno de los comunicadores más carismáticos del medio local.

La primera obra para Rafa se titulaba Del Apolo al Florencio, narraba la historia del teatro y de su Cerro natal. Lo dirigía Ovidio Fernández, quien además fue su primer profesor de teatro.

Investigó para encarnar un caramelero y logró un personaje tan convincente que impactó a todos. Pero él dice que solo fue un imitador.

Rafa se soltó en una función para la Federación Internacional de Actores. Se comenta que eso sucedía a menudo. Aún mantiene ese vicio. Había una traductora, los parlamentos eran un enredo. No le importó nada. Se arrimó al vice presidente del comité y le enseñó a decir ‘vamo arriba Cerro’. El tipo era africano, se paraba y daba gritos para cumplir con las instrucciones de este pibe de 17 años. Pero no se le entendía un pomo. Más tarde se enteraron que era una celebridad en su país.

Igual de cara dura fue un 15 de enero de 1999. Se tiró a un ensayo de Falta y Resto: quería cumplir el sueño de salir en su murga predilecta. Se paró frente al director en el entretiempo y sin titubear le lanzó, Raúl (Castro), soy hincha de la murga, me gustaría probarme porque tengo condiciones. Con eso último lo compró, "lo primero que precisa un carnavalero es ser atrevido", opina Tinta Brava. Acto seguido, sucedió este diálogo.

—¿En qué cuerda cantás?

—No, yo no canto muy bien.

—¿Tocás algún instrumento?

—Ninguno.

—¿Y qué hacés?

—Para probarme te puedo mostrar cómo hago La loquilla se divierte (famoso cuplé del 92).

—¿Te animás?

—Sí.

Pidió que le arrimaran una silla. Lo rodearon diez murguistas que no daban crédito ante la desfachatez del gurí. A algunos les cayó simpático, incluso se rieron. Entre ellos, Raúl Castro, que no quiso mandarlo al muere y atinó a decirle, déjenos el teléfono, lo vamos a llamar. Años después, el director de la Falta se enteró que había rebotado a Rafa Cotelo. "Yo no lo reconocí, él se vino a presentar. Siempre que cuento la anécdota hago el paralelismo de cuando Francescoli se fue a probar a Fénix y le dijeron que no porque era muy flaco".

Rafa anda con una foto y un logo de la Falta en su billetera para avalar que es hincha. Y tiene las puertas abiertas, "el día que quieras salir en serio, golpeá, capaz que te hacemos la prueba de vuelta", lo embroma Raúl Castro.

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A Jorge Cotelo, padre de Rafa, le gusta explicar su fanatismo por Cerro con una breve anécdota. Y no da lugar a la re pregunta. "Cuando era jovencito me hicieron una análisis de sangre, ¿viste que tenés que tener una relación entre glóbulos blancos y rojos? Bueno, yo tenía glóbulos blancos y celestes". Él comenta que no obligó a su hijo a que se hiciera hincha de Cerro, se lo inculcó. Le regaló la camiseta y lo llevaba a todos los partidos. A Rafa le gusta decir que lo obligaron y desde hace años lo elige.

De niño se moría por ser amigo de los jugadores. Los veía como superhéroes y eso no cambió. La diferencia es que ahora este groupie comparte asados con los futbolistas y sus amigos hinchas. Se juntan dos o tres veces por semana y solo hablan del amor por el club.

Rafa hace emocionar a su padre de formas bien distintas. En un abrazo cuando mete un gol Cerro o cuando le dice un insulto porque le hace una broma, "es con cariño, lo notás".

Es pasional en materia deportiva. Cuando era chico lloraba por Cerro, y le brotaban lágrimas de alegría o bronca si ganaba o perdía en el baby fútbol.

Antes le pegaba a todos en el fútbol 5. No aguantaba una joda. Una vez llegó tarde a un partido, le hicieron el vacío, no le pasaban la pelota, se puso mal y se fue caminando para la casa.

Está un poco más apaciguado, eso tranquiliza a Jorge: es síntoma de maduración. Pero igual se transforma en la cancha, dice las peores barbaridades viendo a Cerro. Y es inútil amagar con frenarlo.

Rafa no dio opción a sus hijas en materia de fútbol. Tres hinchas de Cerro. 
Rafa no dio opción a sus hijas en materia de fútbol. Tres hinchas de Cerro. 

Con cuatro años reconoció la palabra Cerro en un diario, quiso saber cómo sonaban las letras, su madre le explicó y empezó a unir los sonidos por onomatopeya. 'Papá, ganó Cerro' '¿Cómo sabés?', preguntaba Jorge. 'Lo leí en el diario'.

La maestra del jardín llamó a sus padres para comunicarles que Rafa iba un paso más adelante. Sumaba, restaba y leía. Evaluaron la situación junto a la directora y la decisión fue que comenzara primero de escuela con cinco años (cumplió seis el 11 de julio).

Jorge tiene bien presente que también escribía a esa edad. Lo recuerda porque le destruyó el trabajo de una tarde entera. Pintó las paredes de su casa de blanco con mucho sacrificio y apenas se distrajo, Rafa agarró una piedra de ladrillo y escribió: "Cerro, 42 años en la A". La madre le dio un chancletazo y lo mandó al almacén -que era a media cuadra- a comprar Agua Jane para limpiar.

Era tan hiperactivo que Nancy, su mamá, agarraba una pelota y lo llevaba a un campito para que descargara toda la energía y se agotara.

Esa inquietud también aparecía en materia intelectual. De niño quiso saber sobre la dictadura y la represión. Nancy y Jorge le dijeron, 'está este libro'. Le acercaron Memorias del calabozo (Rosencof y Fernández Huidobro) y lo leyó con 7 años. Hoy Rafa piensa que fue un poco mucho. 

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Jorge y Rafa tienen banderas de Cerro colgadas en sus hogares y en la casa de Araminda. Pablo Aguirrezábal, amigo íntimo, opina que no puede zafar del estandarte de su viejo. No logra cortar el cordón umbilical. "Es más hincha de su padre que de Cerro".

"Durante muchos tiempo fue casi que el único punto de encuentro con mi papá. Él se iba a las cuatro de la mañana y llegaba a las once de la noche a casa. El único momento que estábamos juntos era el fin de semana que íbamos a ver a Cerro. De esto me di cuenta hace muy pocos años", asegura el comunicador y murguista.

Rafa es hijo único y se moría por tener hermanos. Hizo varios planteos serios a sus padres que lo bajaron a tierra con total franqueza. Le mostraron algunos cálculos contables, en qué se iba el dinero y le hicieron notar que ni siquiera era viable que existiese él. Jorge reconoce que Rafa quizá necesitó un hermano pero él y su mujer lo evaluaron por la vía económica: querían darle una atención médica, una buena alimentación y educación. "Capaz que nos equivocamos y fue un egoísmo".

Tal vez por esa razón se rodeó de amigos y se volvió tan fanático de ellos como de Cerro (barrio y club).

Hace un culto de la amistad. Está convencido de que todos los mojones de su carrera profesional tienen a un amigo en el medio: por uno de ellos llegó al Florencio Sánchez, amigos en común lo arrimaron a Agarrate Catalina, donde encontró hermanos. La murga de los Cardozo es el lugar donde viven sus amigos. Él cree que no puede ir y venir cuando quiere, "tengo que preguntar si hay lugar para quedarme a dormir".

Desde la Catalina aseguran que es una alegría cada vez que se da una vuelta por esa que nunca dejará de ser su casa, aunque las visitas sean fugaces, por un rato. "Lo disfrutamos y él nos disfruta, nos divertimos. Nos hacen reír todavía muchas cosas en común", dice Yamandú Cardozo, director de este colectivo artístico.

"Él es de la Catalina, anda, va, está, tiene amigos, tiene otros proyectos preciosos de los que también es parte pero él de la Catalina para nosotros", confirma. 

Rafa sueña con volver a hacer un espectáculo con ellos pero se conforma con verlos más seguido, "con una vez por semana ya soy feliz". Y sabe que todo lo que vive hoy vino como consecuencia de la murga.

Un excompañero del Instituto de Profesores Artigas (IPA) le avisó que Martín Charquero lo buscaba para hacer notas de color en un programa de Tenfield que iba a salir por Canal 12. Así entró en La Redonda y pegó buena onda con varios futbolistas que recién arrancaban, entre ellos, Luis Suárez. Hoy son amigos.

Se metió en el stand up porque Carlos Tanco le ofreció hacer De Pie. 'Si nos va bien, vamos a agarrar unos pesos', le dijo. Clarita (8 años) estaba por nacer y él le venían bárbaro. Esas cuatro funciones se transformaron en cinco años.

Hoy los eventos son una de su principal fuente de ingresos. Hace menos de los que le ofrecen pero más de los que quisiera. Él dice que en noviembre y diciembre tiene que aprovechar la zafra porque es un trabajador independiente y no cobra aguinaldo ni salario vacacional.

Pero la pasa horrible. Sufre los días antes y durante. "La gente no va a verte. Solo el que te contrató pensó que podía ser buena idea, los demás verán, pero estás expuesto y en permanente juicio, chiste tras chiste".

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Sueña con volver a hacer un espectáculo con sus amigos de Agarrate Catalina
Sueña con volver a hacer un espectáculo con sus amigos de Agarrate Catalina

Pensó en anotarse en la Escuela Municipal de Arte Dramático (EMAD) pero no se animó. Le mostró unos textos que había elegido para la prueba a al reconocido Pepe Vázquez y él le dijo que no era por ahí.

Ovidio vio su eficacia para hacer reír y le habló en términos futbolísticos para que entendiera. "Si la ves venir, pegale". Eso hizo. Se soltó y remontó una obra que ninguno recuerda el título. Ganó Mejor Actor de Movida Joven en el 97.

Rafa piensa que fue un premio a la desfachatez del grupo. Ovidio dice que la obra repuntó gracias a él.

Pablo opina que se inclinó hacia el showman y dejó de lado al actor que le salía muy bien. Es que Rafa piensa que es pésimo intérprete. Él cree que es pésimo en todo. Solo queda satisfecho con los trabajos grupales. Los espectáculos 2005, 2006 y 2007 de la Catalina le parecen formidables, pero le quitaría todos sus parlamentos y se los daría a otro para que los hiciera.

En su casa no hay discos ni DVDs de la Catalina, ni de Asaltantes con Patente, ni de Don Timoteo. No le gusta verse ni escucharse. Si llega a la casa de sus padres y están oyendo algo suyo, corre a apagar la radio. Su madre tenía esa misma conducta pero cuando se venía la hora del irreverente y mal hablado Edison Campiglia.

Rafa dejó de hacerlo en Segunda Pelota por sus hijas: no quería que pasaran vergüenza.

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La EMAD no pudo ser y le quedó la sangre en el ojo. Fue el IPA. Sus padres eran docentes y cuando les comunicó la decisión, le mostraron un recibo de sueldo. "Es lo que me gusta", contestó. Y se inscribió en historia y literatura. La asignatura era lo de menos. Le gustaba transmitir. Preparar una clase le llevaba horas. Quería que los alumnos se divirtieran. Su única preocupación era no aburrirlos. Le quedaron ocho materias para recibirse de profesor de historia.

Trabaja muchísimo. Está agotado. Sus seres queridos temen por su salud. No para. En zafra maneja kilómetros y kilómetros (ahora que volvió a vivir en su barrio (Cerro) más aún).

Atribuye su mal humor constante al estrés. E intenta disimularlo cuando está con sus hijas.

Vive cansado físicamente y de sí mismo. Sabe que su presencia en los medios tiene una vida útil, que llegará un día que le dirán, "Rafa, no vengas más, no rinde lo que hacés, no entretiene a nadie". Va a pasar, afirma.

"Le pasa a gente mucho más talentosa. Yo soy un idiota", se auto convence.

Le da miedo de saturar al público. Dice que estiró demasiado los cinco minutos de fama y está jugando los descuentos. Tiene dos hijas para educar y alimentar. Por eso apostó a un par de negocios que fracasaron.

Se para frente al regador que da vueltas en el fondo de su casa. Se hipnotiza al observarlo y en un momento de lucidez, comenta, "me fascina cortar el pasto, viviría de eso". Y jura que si en cualquiera de sus trabajos le pagaran como en todos ellos juntos, haría uno solo. Y saldría en Carnaval.

Su padre se cuestiona si esa impronta de no hacerle asco al trabajo no habrá sido consecuencia de verlo a él deslomarse. No es el único motivo. Están Clara y Ema.

"Estaría bueno que aflojaras un poco", le dice a veces. Pero Rafa en seguida lo convence: "cuando hay, hay que darle, es un mercado muy chico".

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Perfil bajo en la vida. Desfachatado detrás de Edison Campiglia o en algún monólogo.

Poco afectuoso. Mostrarse insensible le ha dado réditos. Así es su personaje: no deja títere con cabeza. De vez en cuando se le escapa la ternura, sobre todo con sus hijas.

Negativo. Rebelde. Crítico. Calentón. Ha sido despiadado con Tenfield pero no suicida, "es mi laburo y lo quiero cuidar". Está más blandito.

Pablo Aguirrezábal lo pone en términos futbolísticos: es la forma en que Rafa lo recepciona mejor. "Antes era un barra brava, puteaba por cualquier cosa, ahora sigue a su cuadro pero desde el palco".

Se da palo como arma de defensa. Se ataca antes de que lo hagan otros porque lo sufre. 

Se fue del Cerro cuando se separó: tuvo que vender la casa, no podía comprar otra y alquiló donde le quedaba más cómodo por sus trabajos. Varios dijeron que hizo un mango y se fue del barrio. Eso lo mortificaba. Después entendió que no había necesidad de explicar. Quienes lo querían ya lo sabían.

Deseaba volver y apenas pudo, lo hizo. Igual su padre dice que nunca se fue. "Pernoctaba en otro barrio pero seguía perteneciendo al Cerro".

Reconoce que su vuelta al Cerro también esconde una explicación "descarnada y desconsiderada": la linda y cómoda casa que compró valdría el triple en otra ubicación. Y aunque da vueltas, todo concluye en el arraigo a este lugar, "debo ser sincero, la misma casa, al mismo precio en otro barrio X, no me iba. Me vine porque es en el Cerro". 

Perdió estereotipos, modelos y fanatismos a medida que se hizo amigos de diversas clases sociales y atravesó situaciones conmovedoras. "No somos más que un montón de huesitos pasando un rato por acá, pasemos lo mejor posible, no jodamos a nadie y demos una mano en lo que se pueda", dice.

Gran compañero. Muy generoso. No tiene problema en agarrarse a piñas por defender a un amigo.

Corajudo. Se pone el equipo al hombro. Vive por y para sus hijas. Jorge se babea cada vez que menciona a Rafa pero se le entrecorta la voz cuando habla de él como padre, "es único".

Hace terapia desde 2010: no podía decir que no a ninguna propuesta de trabajo por temor a quedar como agrandado. Su psicólogo dice que tiene facilidad para identificar sus problemas, no así para resolverlos.

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Se muestra fuerte e impenetrable. "Es un robot al que de vez en cuando se le escapa un virus de sensibilidad", compara Pablo.

No exterioriza, se guarda todo pero quienes lo conocen saben dónde le aprieta el zapato y se la rebuscan para hacérsela más fácil.

Le tocó afrontar lo más difícil que le puede pasar a un ser humano: la enfermedad de un hijo. Ema nació con una hidrocefalia, la intervinieron en 2014 y tuvo una recaída hace un par de meses. Jorge tuvo miedo que su hijo se cayera. Él y Nancy los acompañaron en todo momento. "Solo los que estuvimos al lado de él vimos la fortaleza de ese muchacho y de la mamá de las nenas". El abuelo estaba destrozado y eran ellos quienes lo levantaban o Ema cuando la podían ver.

Rafa Perrone (uno de los directores de Don Timoteo) y su esposa Susana viajaron con ellos a Buenos Aires y fueron claves para aguantar la situación.

Ema llevó la situación con una madurez que sorprendió a los afectos más cercanos pero también a los profesionales. Hubo semanas que padeció mucho dolor. No había forma de calmarla. Fueron días durísimos. Resistió. "Es una tigra, algo de otro planeta. Es una tora", dice Perrone.

Rafa y su familia sintieron gran impotencia cuando se enteraron que precisaban una máquina que acá no existía, válvulas que acá no llegaban y especialistas que no había disponibles. "Te sentís como en la selva". Pudieron viajar pero después de que pasó la tormenta y Rafa pudo tomar aire sintió mucha rabia y tristeza: "es súper injusto que la salud de un niño en nuestro país esté condicionada a la guita".

Perrone estaba "cabreado" con Dios pero se metió adentro de una capilla y rezó. Otros desconocidos pidieron desde su casa, hicieron reiki o solo enviaron buena vibra con sus pensamientos positivos. Y Ema zafó otra vez.

La recuperación es lenta y complicada pero ella lleva su cabecita pelada y su cicatriz como una diosa. "No pasa nada, está todo bien, el pelo crece", dijo la pequeña de cinco años al salir de la operación. 

El 27 de diciembre cumplió 5 años y se cambió tres veces de vestuario. Quería ser Rapunzel y estar cómoda. Desfiló. El abuelo intuye que está preparada para algo especial.

El Carnaval quedó en último plano. Si Ema no estuviera bien, Don Timoteo no salía. La murga estaba tensa. Perrone propuso que todo el staff se pelara para acompañar, involucrarse y enviar energía.

Rafa charló con un psiquiatra infantil antes de raparse. "No era en plan, estamos todos en la misma porque no era cierto, a los demás no nos habían abierto la cabeza de par en par. Le buscamos la vuelta por el, me encanta tu corte de pelo, te queda demás, me quiero hacer el mismo. Sí, papá, te va a quedar precioso. Y ahora me dice peladito".

El eterno femenino de una imaginativa pintora
En el balcón de su casa del Cerro. Foto: Fernando Ponzetto

otro carnavalMariel Varela

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