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Piel de canción

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Mariana Lucia

Es una de las voces femeninas más importantes de la escena local, pero se muda a Colombia para buscar nuevo ritmos. ¿Cómo y por qué canta Mariana Lucía?

Mariana Lucía habla y parece que estuviera cantando: para quienes escuchamos su música es una habilidad extraña, como si oírla pronunciar las palabras más comunes conectara nuestra memoria auditiva con retazos de sus canciones. En el origen de este estilo hay un pasado de dramatismo infantil, un poco de influencia de la Música Popular Brasileña, otro poco de literatura africana y mucho del lamento del fado portugués. Luego de cuatro discos que la posicionaron como una de las más destacadas y creativas cantantes locales, se arriesgó a dar un paso al vacío instalándose durante un año en Colombia, donde seguramente incorporará nuevos ritmos que devolverá en forma de melodías. Para que no la extrañen ya tiene agendado un concierto para el 4 de mayo en Montevideo Music Box.

—¿Cuándo te diste cuenta de que lo tuyo era cantar, de que eras buena en eso y podías tener una particularidad?

—Irónicamente yo era re disfónica. De niña un día llegué a casa y le dije a mi mamá, "me gustaría ser cantante" y ella me dijo: "¡Ay, no!, bueno, tendrás que estudiar mucho". Yo tenía una voz recontra ronca, eléctrica, me pasaba todo el día gritando.

—¿Qué te despertó las ganas?

—Me vine de Brasil a los 11 años, y durante la adolescencia me hice amiga de músicos como Martín Buscaglia, Luciano Supervielle, me gustaba mucho Samantha Navarro. Eran los inicios de todos ellos, que eran más grandes que yo.

—¿Y cómo te ayudaron?

—Pasaba que muchas veces nos juntábamos a cantar y ellos eran amantes de la música brasileña y yo cantaba en portugués, y aunque fuera ronca sonaba bien porque es mi lengua. Y me volvieron esas ganas.

—¿Cómo se volvió vocación?

—Ahí empecé a disfrutar de cantar aunque la disfonía fuera mi cruz. Empecé a estudiar canto, porque invento canciones desde niña. Tenía cuadernos llenos de letras. Yo era una niña romántica a la que gustaba cantar y bailar a la vez, algo muy clásico de las niñas. Jugaba a eso. Con mis amigas nos empapábamos de esa emoción estética que sentíamos pero no teníamos idea de qué era.

—Era un juego dramático.

—Sí. Y con la repetición del juego desarrollás el oído y una inteligencia musical intuitiva. Yo afiné sin saber cómo, porque eso es algo que más que aprenderse se adquiere.

—¿Tenías ídolos? ¿Algún tipo de cantante que imitaras?

—Mirá, al principio lo que hacía era copiar. Lo que pasa es que cuando llegué a Uruguay entendí el valor que tenía la Música Popular Brasileña. En Río yo escuchaba a Xuxa y pop de radio en inglés: Michael Jackson, Madonna, Cindy Lauper. Cuando fui creciendo entendí que eso que escuchaban mis viejos me emocionaba y por la distancia y ese proceso de rearmar tu identidad en la adolescencia en un lugar nuevo, escuchaba cosas que me hacían llorar sin saber porqué.


—¿Siempre que te gusta una música llorás?

—Sí, soy re llorona. Sobre todo si tiene que ver con mi historia.

—Lo primero que se conoció de tu obra fueron fados, un estilo que se suele relacionar a un tono más lamentoso, ¿qué encontraste ahí?

—Yo estudiaba lingüística y una profesora de portugués y literatura africana me mostró a escritores alucinantes, y lo que descubrí es que ellos escriben como hablan y eso me gustó mucho. Esta profesora a su vez tuvo que ver con una beca que conseguí por un año en la Facultad de Letras de Lisboa. Fui en 2001 y el fado había sido declarado Patrimonio de la Humanidad, así que se escuchaba en todos lados todo el tiempo. Yo estaba muy sola y me empapé de ese cuelgue. Y me puse a averiguar en mis raíces familiares y resultó que la madre de mi abuela era portuguesa.

—¿Por qué investigaste?

—Porque en esa lloradera había algo que yo entendía, lo mismo que me había pasado antes con la música brasileña. Cuestión que volví con una onda llorona, más de "puñales", que incluso me hacía cantar mis canciones pop con esa cadencia.

—¿Cómo te sentís después de cantar fados?

—Para el cantante es catártico, para el público debe ser un poco denso. Yo como público no me aguanto un show entero de ese fado, entonces busqué algunos más alegrones, que los hay. Es una belleza parecida a la que tiene el flamenco.

—¿Dirías que tu música quedó impregnada con este lamento?

—Sí, algo queda, si escuchás el tema Mi corazón bombón está lleno de dramatismo y es mi último disco: no era así en los anteriores.

—Ese disco también presenta un costado más lúdico en varias canciones.

—Es como que me río un poco de mi lado dramático, porque es como te contaba: me sorprendí con ese aspecto mío pero o me quedaba colgada con eso o salía. Yo juego a ser algo que capaz que me lo creo, en este caso el dramatismo. Pero si tuviera que describir parte del don de ser artista te diría que te permite viajar en una locura y volver, no quedarte ahí. Y yo juego con eso de creérmela.

—Dijiste que aprender a cantar ayuda a conocerse y aceptarse, ¿qué cambió en vos?

—Me ayudó a definir mi personalidad, porque parte de esto tiene que ver con el espejo: con el reconocimiento de los demás. Empecé a cantar en público en la adolescencia, a subirme a un escenario y me hacía "la cosa" por más que era un perro cantando. Eso me ayudó mucho.

—¿Cómo recibías las criticas?

—Me hacía la mala, la que no me importaba lo que decían de mí, pero eso me ayudó para agarrar un tono. Me enfrenté a ese momento, se me apretó la garganta, y seguí adelante porque era lo que quería hacer.

—Es habitual que te despiertes con melodías en la cabeza, ¿siempre fuiste tan prolífica?

—Siempre. Aunque ahora estoy en blanco. Me doy cuenta de que a veces no tengo la disponibilidad para componer. Hay algo que requiere un tiempo y yo para crear necesito aburrirme. Si no tengo tiempo, me levanto y grabo melodías en el celular que terminan en nada: son pedacitos de ganas, de intuiciones. Debería estar más "diluida en el éter" para arrancar, porque para mí esto es como un enganche.

—¿Cómo te guías con los temas?

—No tengo un plan. Con el tiempo advertí que sí tenía un método, que en mi caso es usar a la melodía como guía. Es interesante porque yo me defino como una persona emocional, entonces lo que hago es pensar: "Esta melodía, ¿a qué emoción me convoca?", y depende del viaje en el que ande puede ser algo de amor, o despechada. Y ahí va saliendo la letra, sobre todo con el juego lingüístico y eso hace que surjan imágenes. Es como un ovillo de lana y yo voy tirando de la piola y siguiendo los pasos siguientes.

—Tu estilo le da más protagonismo a tu forma de cantar que a la letra misma, ¿esto es buscado?

—Me he dado cuenta de que a mí me gusta cantar como hablo. Eso a nivel de técnica vocal es un principio del cual siempre partí. No me gusta esa idea de que la voz cantada sea algo diferente a la voz hablada. Canto parecido a como hablo y por eso creo que logro una singularidad que es como lograr un todo con mi persona. También me parece divertido jugar a hablar como si estuviera cantando.

—¿Reconocés alguna raíz?

—Esa forma de cantar la tengo de la tradición brasileña que tiene una cosa muy natural en la música, algo muy de la oralidad, de la vida misma, menos acartonada.

—Dijiste que sos "una seguidora de lo sublime"; el amor es uno de los temas más repetidos en tus canciones, ¿qué tratamiento querés darle?

—Para mí es una palabra que significa tanto y a la vez nada, porque puede ser tantas cosas que al final, ¿qué es lo que es el amor? Pero sin duda esto de lo sublime lo relaciono al amor porque la música es intangible: vos la escuchás pero, ¿dónde está? Entonces, cuando asumís que lo que hacés es algo que no podés tocar, ni pesar, ni contar, el paso siguiente es darte cuenta de que sos una devota de lo sublime y que estás buscando trascender.

—¿Qué cosas te inspiran?

—Los ritmos siempre me dan una curiosidad genuina, que para mí es donde están las motivaciones más importantes. Cuando uno se da cuenta de lo que lo mueve creo que da un paso enorme en esa fantasía que es encontrar lo que querés hacer.


—¿Sos estricta para terminar una canción?

—No. Soy arriesgada al punto de cantar una canción en vivo que no esté terminada.

—¿Qué es lo más complejo de componer?

—Trabajar con un intangible tan sutil, porque podés encontrar un lenguaje, una forma, y te podés quedar ahí, en un look que te funciona, que da la imagen que querés, pero luego podés confundirte con que eso sos vos. Ahí, creativamente hay un problema que es complejo. Ser artista no se trata de dejar de ser lo que uno es, porque hay algo esencial que va a volver a aparecer siempre, pero hay un encuentro con la sorpresa que tiene que darse. Por eso no podría estar únicamente pendiente de la música.

—¿Qué diálogo esperás con el espectador?

—Me gustaría que le pasara lo mismo que a mí con artistas que escucho y soy fan, que me identifico, que viene aquella parte de la canción que estás esperando y decís "te entiendo". En ese momento no existe una distancia con el artista, ¿sabés por qué?, porque estás metido en la piel de la canción.

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