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Kassandra vive

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Roxana Blanco en el monólogo de Kassandra. Los domingos en Tractatus.

TEATRO

Cuando  en 2010 Sergio Blanco le envío a su hermana, Roxana Blanco, la dramaturgia de Kassandra ella sintió la necesidad de subirse al escenario y contar el mito desde las pequeñas tragedias actuales. Siete años después aleja el pudor y expone su cuerpo de forma salvaje frente al público.  

Para crear a este transexual que no tiene casa, familia, ni dinero, y trabaja con su cuerpo se coló en whiskerías junto a Gabriel Calderón, director de la obra, y sintió la mirada inquisidora de la sociedad cuando se paseó con el vestuario del personaje por la Ciudad Vieja a la diez de la mañana. Roxana Blanco guardó la valija con todos los objetos de Kassandra, incluso los cigarros, y la hizo resurgir para hacer ocho únicas funciones. Las últimas chances de ver esta formidable actuación son los tres domingos de noviembre en Tractatus. Por reservas comunicarse al 099 371 829. 

—Cuando eras chica te disfrazabas de Blanca Nieves, ¿querías ser princesa?

—Me disfrazaba de Blanca Nieves pero también de Batman. Quería ser protagonista y heroína. Jugaba con mis hermanos y mis primos, y dirigía las obras. Era una niña insoportable, pero princesa nunca quise ser.

—¿Había una necesidad de llamar la atención?

—Había una necesidad de ser mirada. Es muy misterioso el tema de la actuación. Siempre me pregunto, "¿por qué estoy ahí?" Después de más de 30 años de carrera creo que no es que te gusta que te miren, ni es una cuestión de ego. Eso ya está. Tiene que haber cosas mucho más profundas.

—¿Te gusta sentirte observada?, ¿cómo te llevás con eso?

—Me conflictúa un poco. Una vez en un rodaje dije, "no me miren todos". Y un sonidista me contestó, "te tenemos que mirar". A veces me incomoda. Es rarísima la sensación. Si me pongo a pensar que todo el mundo me está mirando me enloquezco. No me da alegría, sino que es más bien como una persecución.

—Álvaro Buela te convenció de actuar en Alma Mater (2004). Vos no querías quedar inmortalizada en una cinta. En esa anécdota contaste que habías combatido el narcisismo, ¿es una lucha terminada o reaparece cada tanto?

—Narcisismo fue una mala palabra durante mucho tiempo y ahora me encanta el mito de Narciso. Hay otras interpretaciones: ya no es morir por el amor propio o el regodeo de la belleza. El mito de Narciso no como mirarse en un agua estancada y quieta, sino en un agua que fluye. Narciso cuando se mira busca a su hermana gemela. Observarse y reconocerse me parece fundamental. En aquel momento no quería ser narcisista. Era políticamente lo correcto. Hoy pienso que a los uruguayos nos hace falta estar más contentos con nosotros, o al menos mirarnos más.

—¿Sos de mirarte y cuestionarte mucho?

—Muchísimo. Hago psicoanálisis. Para mí es fundamental revisarme, pensar sobre mí, estar siempre en movimiento y atenta.

—Tu hermano Sergio empezó a escribir Kassandra en la primavera de 2008 en Atenas, ¿te mandó el material antes o cuando lo terminó?

—Cuando lo terminó y me pareció increíble. Me impresionó porque él nunca estudió inglés. Somos tres hermanos, nos mandaron a clases de inglés y él a los siete años dijo que quería estudiar francés. Siempre criticó mucho el idioma. Yo decía, "¿cómo pudo escribir esto?" Es en un inglés muy precario y rústico. Pero se entiende todo.

—¿Qué te atrapó para querer ser Kassandra?

—Me atrapó ese mito contado desde el hoy. Está el mito de Casandra, la troyana, y está la pequeña tragedia contemporánea de una travesti sin casa, sin familia, sin dinero, sin idioma.

—Si bien sabías de tragedia griega porque lo estudiaste en la EMAD, ¿investigaste más sobre este mito?, ¿te dio curiosidad?

—Investigué un poco más. Había trabajado en Las Troyanas, en la Comedia Nacional, cuando el personaje de Casandra lo hacía Estela Medina. Yo era estudiante de la EMAD y me invitaron a trabajar haciendo el coro. Sergio (Blanco) hace a esta Kassandra pelear contra Eurípides y Esquilo y enojarse porque nunca le escribieron una tragedia y es verdad: no hay ninguna dedicada a ella. Me parece un gran hallazgo.

—¿Encontraste cosas en común contigo y esta Kassandra?

—Sí, yo me siento expresada en esta Kassandra, sobre todo cuando la tratan de loca y no le creen. Todos tenemos un punto donde nos sentimos incomprendidos. La sociedad pone una mirada sobre nosotros para clasificarnos. Kassandra sufre eso y ahí también me puedo sentir identificada.

—Para vos cada personaje es empezar de cero, ¿de qué te tuviste que despojar para construir a Kassandra?

—Me tuve que despojar de toda una mirada sobre mi cuerpo. Eran muchos planos: una mujer que hace de hombre que se siente mujer. Tuve que despojarme de esa timidez y pudor para poder exponer mi cuerpo, que no me importara estar tan cerquita del público y tan salvaje. Fue doloroso ser Kassandra durante la creación porque es un personaje muy sufrido.

—Estrenaste Kassandra en 2010, hiciste algunas funciones en una whiskería y ahora volviste a interpretarla. Decís que el vestuario te transforma, ¿qué hiciste estos siete años?, ¿lo guardaste?

—Tengo una valija donde guardo todos los objetos de Kassandra. Yo me siento Kassandra. En 2010, Gabriel Calderón estaba súper complicado en el Ministerio de Educación y Cultura, ahora fue papá y pudo venir muy poquito. Sergio (Blanco) estaba en París. Así que me siento como el personaje: ando en los boliches sola con esa valijita. Y la tengo siempre pronta. Tengo todo guardadito, hasta los cigarros. Y resurge. Hace tres años se hizo el festival Radical Calderón y Kassandra se volvió a exhibir ahí. Ahora estoy de gira con Las Artiguistas (Marisa Bentancur) y como los fines de semana no estoy en sala con la Comedia Nacional pedí un permiso para poder volver a hacer Kassandra en Tractatus.

—¿Qué papel jugó esa lengua inventada que se parece mucho al inglés durante el proceso creativo?

—Estudiar la letra de memoria me enloqueció. Fue muy difícil. Me daba cuenta de que hablaba bien inglés, así que después lo tuve que llevar a hablar mal. Me iba a la Rambla, me armaba cronogramas y estudiaba de a bloques. Es un viaje construirla, hablar ese inglés mal, pero sentir que todo el mundo te comprende. Hay palabras importantes que el público tiene que agarrar, por ejemplo, Hope (Esperanza), y Sergio la rodeó de otras, como future, optimist, para que se entendiera.

—Tanto con Kassandra como con la monja que interpretaste en La Travesía (Jorge Denevi) seguías una rutina que implicaba dormir mucho y comer determinados alimentos, ¿no?

—La rutina de los personajes es crear las condiciones para estar tranquila en escena y eso significa dormir bien, comer sano, descansar. No es que porque interpreto a una monja me alimento como tal. Pero me cuido mucho porque es muy difícil estar en escena sosteniendo esos protagónicos tan grandes e intensos.

—¿Qué más implica la rutina?

—Camino mucho. Estoy muy atenta a mi voz para que no falle: no tomo frío, ni salgo la noche anterior. Cuido mucho el cuerpo porque es como correr una carrera en las Olimpíadas.

—¿Influye lo que hacés a nivel físico en el escenario?

—Sí, yo he sentido que no logro avanzar en la escena. El público quizá no lo nota pero es feo actuar pensando que no llegás. Ir cansado a una función es lo peor que te puede pasar.

—Este personaje está todo el tiempo preguntándole al público si les gusta su cuerpo, hablando de él, que además es su arma de trabajo, ¿cómo hiciste para empatizar con la realidad de un travesti?

—Cuando hice Alma Mater tenía un vínculo directo con un travesti y estuve muy cerca de ellos. Fue impresionante ver esa relación que tienen con el cuerpo: están todo el tiempo queriendo agradar y que les guste ese cuerpo que eligieron tener. Traté siempre de no verlo con tristeza, ni compasión, no sentir lástima.

Todo el mundo está interfiriendo y opinando sobre nuestro cuerpo: cómo te vestís, si estás flaca, gorda, si tenés ojeras. Y la sensación es, "déjenme en paz, es mi cuerpo, hago lo que quiero". Montevideo tiene algo pacato. Siempre están juzgando cómo se viste el otro, si quiere exhibir su cuerpo o no. Me encantaría vivir en una ciudad más libre: que cada uno haga lo que quiera y nadie se meta en el cuerpo del otro.

—Contaste que una mañana estabas ensayando en Tractatus, tuviste que salir vestida como esa chica transexual y sentiste la hostilidad de hombres y mujeres al mirarte. Ahí entendiste la agresión del personaje, ¿fue como un click ese episodio?

—Eso me pasó ahora y sentí que de 2010 a 2017 a pesar de todo lo que pasó a nivel de políticas de género, que hay una legisladora trans, igual sigue habiendo un machismo espantoso. Yo reivindico que ningún hombre le diga más nada a una mujer y que nadie te mire con hostilidad. Poder ser libre realmente. Aunque hubiera salido desnuda. Pero fue tremendo. Era una mirada muy inquisidora sobre mi cuerpo y sobre mí. Estuvo bueno sentirlo porque me sirvió para entender por qué durante el comienzo del monólogo ella está tan agresiva. Comprendí que es una defensa: si me mirás mal yo te voy a mirar mal también.

—Con Calderón y Sergio fueron a varias whiskerías durante el proceso y vos dijiste que solo con observar era una escuela de actuación, ¿qué buscabas ahí?, ¿qué te detenías a observar?

—Era fuerte lo social y lo político. Ver a esos tipos con esas chiquilinas tan jóvenes. Yo no juzgo la prostitución, pero había algo de poder sobre el otro. En 2010 hicimos la obra en una whiskería en la Ciudad Vieja, ensayábamos de mañana, y entraban una cantidad de chiquilinas de 15 ó 16 años a limpiar, y yo pensaba, "son las hermanas de Kassandra" porque en el monólogo ella dice que ayuda a sus hermanas del mundo. Era fuerte ver eso. Esos tipos espantosos con esas chiquilinas. Ahí sí sentía compasión. Ver la prostitución tan de cerca me movió. Fue fuerte. En esas whiskerías no dejan entrar mujeres pero decíamos que íbamos a hacer un rodaje, nos hacíamos pasar por argentinos y nos permitían ingresar. Era todo un machismo: desde cómo trataba el portero a Gabriel y a Sergio, y después a mí. Yo era un cero a la izquierda. Es un mundo falocrático.

—¿Te sirvió para la creación?

—Me sirvió para construir lo discriminada e inferior que se siente Kassandra a veces: querer cambiar su cuerpo, tener que trabajar con su cuerpo para comer, ir a morir en ese taxi porque necesita el dinero. No conocemos la realidad de esas chicas que tienen que trabajar con su cuerpo porque no tienen otra opción. No saben si las van a moler a palos o qué fantasía va a tener ese tipo del que también se habla en la obra. Eso lo vimos de primera mano y fue muy impresionante. Me encantaría que hubiera saunas o antros donde se hagan orgías, pero esas whiskerías de machos donde tienen que ir chiquilinas a trabajar para mantener sus familias me parece espantoso.

—Kassandra refiere a sus dos hombres: Héctor, su hermano, es el romántico y el rey Agamenón el sexual, ¿trabajaste en el amor y el erotismo?

—Kassandra es muy libre en ese sentido. Habla de Agamenón y Clitemnestra, el ménage à trois, no cuestionar tanto, que cada uno pueda hacer el pacto que quiera. La obra dice: "Nuestro trío es posible, tú sos la reina, tú el rey y yo la esclava. Yo lo acepto, tú me respetas, yo te respeto". Yo reivindico esos pactos que vienen de todas las partes. Seríamos más felices. La obra es muy revolucionaria: ella se acostó con todos sus enemigos e incluso con su hermano. Como que el sexo no tiene moral. Es cuestionable y delicado el tema pero está bueno ponerlo en discusión, que se hable.

—Hubo un momento maravilloso con Kassandra que fue cuando la representaste en un bar perdido del norte argentino mientras rodabas El muerto y ser feliz (Javier Rebollo, 2012), ¿cómo fue?

—Fue divino. Yo co protagonizaba con (José) Sacristán, fueron tres meses de rodaje y estuve mucho en contacto con él. Entre las cosas que hablamos le conté de Kassandra, y él me decía, "¿por qué no la hacés acá? Tuvimos una semana libre y nos quedamos en Villa del Totoral (Córdoba). No tenía mi valijita con los objetos esa vez, pero el asistente de dirección me ayudó a armarla. Estaban ahí los iluminadores de Almodóvar cooperando, gente grosa, yo no podía creer. Hice Kassandra sobre unas mesas en un bar. Fue mágico. Había ido mi hermana que estaba de paseo en Córdoba y mi sobrino desde su celular me ponía la música para la obra. Fue todo muy precario, pero hermoso.

—Sergio escribió Ostia para ser leída e interpretada solo por ustedes dos, ¿van a volver a hacerla?

—Sí, el 27, 28 y 29 de diciembre viajamos a Madrid para hacer tres funciones. Él dice eso pero una vez la leyó con otra actriz. Él dice cosas que no cumple. (Risas).

—¿Sentís que has logrado humanizar a Kassandra desde 2010 a hoy?

—Sí, muchísimo. Incluso le he dicho a mis amigos que vuelvan a verla. No lo había puesto en palabras. Yo decía, "está distinta, soy otra". Pero es eso, la humanicé, a veces quizá demasiado. Para mí es un logro cuando los técnicos que son siempre hoscos se comprometen, y hay uno que me dice que quiere tatuarse frases de Kassandra porque le encantan.

—¿A vos cuál frase te gusta?

—Me gustan muchas. Me encanta el momento en que la matan y dice, "soy libre y puedo contar mis heridas y mostrar la violencia". En la tragedia griega hay como una convención: no se ve sangre ni muertes en escena. Esta obra tiene algo muy político. Yo puedo contar que fui muerta con violencia: miren mis cicatrices, mis heridas. Habla de su padre desaparecido. Basta de esconder los muertos y las heridas. Acá estoy, me torturaron. Por eso agradece tanto cuando escuchan su tragedia.

—¿Qué sentís cuando termina la obra y se apaga la luz?

—Yo hago un corte. Me parece que el público es el que se queda con esa angustia. Yo necesito volver, saludar, que me aplaudan, agradecer. El domingo pasado, los dueños de Tractatus se colgaron con la idea de que me fuera en un taxi al final. Cuando salí, pasó el auto y me subí. En un momento habíamos hablado con Calderón de hacer eso todas las funciones y que Kassandra no volviera, pero sentía que era muy ingrato dejar al público con esa angustia. Me parecen arrogantes los actores que no saludan. El público necesita el aplauso porque es como tocar el cuerpo del artista.

Cuando termina quedo un poco perturbada porque, además, es de mucha soledad: no hay boliche después, no hay amigos, ni compañeros, ni vamos a tomar una. Termino, me voy a mi casa con todo ese pelo sucio, el maquillaje, la mugre, la sangre en el cuerpo. Al otro día siempre voy a nadar. Me viene mucha tensión física, con moretones de verdad. Kassandra es fuerte e intensa. Ahora lo manejo muy bien, antes quedaba muy angustiada. Me perturbaba. Entraba en crisis. Ahora he logrado disfrutarlo.

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