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Hernán Casciari de este lado del río

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Foto: Adhocftotos

Le fascina relatar historias y con 13 años empezó a hacer crónicas de basquetbol para el diario El Oeste. Hernán Casciari se crió en el pueblo argentino Mercedes y tenía una antena que agarraba Canal 12.Se divertía imitando el tono neutro del locutor uruguayo que daba las noticias. Aceptó hacer una columna semanal en Todo Pasa (Océano FM) porque es la excusa perfecta para cruzar el charco una vez por mes. El 18 de junio será unos de los oradores de TEDx Montevideo y el 14 de julio entregará en mano la revista Orsai en el Aula Magna de la Facultad de Comunicación. Esta publicación de calidad puede adquirirse en Abitab, Red Pagos a través de la webeditorialorsai.com/uy.

—De chico escribías poesías que escondías de tu padre, ¿recordás esos textos con cariño?

—Sí, me acuerdo que estaba muy atento a la métrica y a la rima. Me gustaba mucho la poesía por la cuestión matemática que tenía, y al mismo tiempo era consciente de que eso conllevaba que otros varones vieran el asunto con demasiada sensibilidad, entonces no las mostraba. Recuerdo con mucho cariño esos cuadernos.

—¿Todavía los tenés?

—No, no guardo nada de antes de mis 30 años. Era una hermosa manera de soltar la mano pero nada perdurable. Quemé y regalé todo cuando me fui a vivir a España.

—¿Te arrepentiste?

—A veces sí. Cuando algún amigo saca de un baúl algo que yo había escrito y le regalé, aunque no me gusta, reconozco dónde empezaba a tener mi propia voz. Mi hermana encontró unas veinte páginas malísimas que había escrito en los 90, pero noto que tenían un germen y sé por qué no podía soltarlo. Es como una especie de trabajo antropológico de la propia letra.

—Siempre supiste que querías contar historias y escribir, ¿no hubieras podido hacer otra cosa?

—Lo tenía claro. El sábado pasado fui al cumpleaños de 90 de una vecina que me cuidó cuando yo era chiquito y me contaba que con 2 años estaba desesperado por su máquina de escribir. Mi única fascinación era relatar historias, no necesariamente escribir, pero sí contar a otros.

—Tu primer trabajo como periodista fue a los 13 años escribiendo sobre basquetbol en el diario de Mercedes, tu pueblo, ¿sabías de ese deporte o era solo por el afán de escribir y ser leído?

—Desde muy chiquito fui muy deportista, no por pasión, sino por presión paterna. Era medio gordito y me mandaban a todos los deportes que existían. Como me gustaba mucho escribir mi viejo habló con el dueño del diario y me dieron las crónicas de basquetbol. Las hacía los viernes y alucinaba al ver que lo que yo escribía a máquina salía al día siguiente en el diario.

—¿Escribir era como un juego?

—Siempre fue un juego. Después del infarto dejé de fumar y me di cuenta de que no me causaba tanto placer escribir sin fumar, y dejé de hacerlo. Nunca lo vi como un trabajo. Siempre fue como un hobby y cuando ya no causa placer hay que dejarlo un rato.

—¿No sufriste abstinencia?

—No. Lo suplí contando mis cuentos en la radio o arriba del escenario: es como un cigarro electrónico, ya que puedo seguir ejerciendo cierta creatividad sin querer pegarme un tiro por no poder escribir. Y me divierte mucho, entonces no siento tanto la ausencia.

—Retomaste la escritura con la ayuda de los oyentes de Radio Metro. Te mandan anécdotas y te disparan ideas para un cuento…

—Sí, pero en mi cabeza no funcionó. Salía algo lindo pero no sentí ningún placer, y lo dejé de hacer. No encontré algo muy puntual que me lleve otra vez al mismo camino.

—¿Extrañás el ser leído?

—Extraño actualizar mi blog,más que ser leído. Saber que me fui a dormir y hay un texto nuevo que está siendo trabajado por otros. Eso sí me jode un poco.

—A los 20 fundaste La Ventana y fue la mejor revista que hiciste en tu vida, ¿por qué?, ¿qué tenía?

—Tendrías que conocer Mercedes, el pueblo donde nací y se publicaba. Es tremendamente conservador y facho. Un pueblo de militares, obispos y abogados. Está la curia y una gendarmería. En ese contexto hicimos una revista tremendamente irónica donde poníamos a los personajes del pueblo en una ficción. Recibimos juicios. Los tres años que duró fue alucinante y un aprendizaje muy grande. Fue la previa a internet. Si podías escribir y ser popular en esa sociedad, después cualquier cosa que viniera estaba bien.

—¿Es cierto que la revista dejó de salir por un juicio?

—Sí, fuimos contra la iglesia, nos metieron un juicio y tuvimos que vender las máquinas donde se hacía la revista para pagar. Y no la pudimos sacar más.

—Tus cuentos y relatos están repletos de anécdotas personales, ¿te preocupa lograr el justo equilibrio entre la realidad y la ficción?

—No. Me doy cuenta de que quedo encasillado dentro de lo autorreferencial. Sé que en algunos círculos no está bien visto contar todo en primera persona, pero no me preocupa eso, ni la relación entre la verdad y la mentira.

—¿Son ciertas las premoniciones de tu madre que mencionás en El pibe que arruinaba las fotos?

—Eso es mentira. Hay cosas que son pura macana y las escribí para que ella se sienta ofendida y confundida.

—¿El relato sobre la muerte de tu padre fue una suerte de catarsis?

—Ese relato lo escribí seis meses antes de que mi viejo se muriera repentinamente de un infarto de miocardio jugando al tenis. Mi padre se reía de cómo se lo tomó la gente del pueblo (Mercedes): pensaron que se había muerto en serio. Y a los seis meses falleció. Lo que fue premonitorio no fue mi vieja sino el cuento.

—¿Qué pasó cuando Antonio Gasalla te citó en su casa y te mostró los personajes del texto Más respeto que soy tu madre?

—Fue la primera vez que otra persona más talentosa que yo agarró un texto mío y lo mejoró. Después me pasó con dibujantes haciendo historietas, o pintores. Fue muy raro reírme de cosas que había escrito yo y sabía el final. Pero no me estaba riendo de eso, sino de la tercera dimensión que conseguía otro con eso. Tuvo la misma fuerza interna que la primera vez que vi un texto mío impreso en el diario El Oeste. Esa sensación de decir, quiero que esto pase más veces.

—El fútbol fue el lenguaje por excelencia con tu padre. Él quería que fueras hincha de Racing a toda costa, ¿cómo es ese vínculo con tu hija mayor, Nina (13), que es mujer y catalana?

—No le importa nada el fútbol y nunca hice ningún esfuerzo para llevarla por ese lado. Debe de ser porque en el fondo no me gustó tanto que mi viejo lo hiciera conmigo. Hace un mes nació Pipa y mi mujer, Julieta, es más fanática que yo de Racing, y le canta canciones de cancha y no de cuna. A mí no me gusta. No estoy tan a favor de que los padres sean tan talibanes respecto a que los hijos tengan que ser hinchas de tal equipo o de que le gusten las mismas cosas.

—El fútbol es protagonista de tus relatos, un conector universal con los lectores y solía ser una obsesión, ¿ya no?

—Es un conector. Usaría otro deporte si fuera tan masivo y popular. No es una obsesión para mí. Siempre me gustó mucho el porro y el fútbol, y siempre supe que si un día tenía que dejar de fumar porro o mirar fútbol no me pasaría nada. Con la marihuana lo pude demostrar: dejé de fumar y no pasó nada. Y podría dejar de ver fútbol sin ningún problema. Me interesa muchísimo la antropología que lo rodea, pero el partido en sí no me interesa tanto. De hecho no sé tanto. Mi relación con todo eso era únicamente la necesidad de mantener una conversación con una persona que admiraba, mi viejo.

—Llegaste a Barcelona casi al mismo tiempo que Messi, ¿qué recordás de verlo jugar en inferiores?

—En España el paquete de cable incluye el canal Barça TV y pasan en directo los partidos de todas las inferiores. Ya en 2004 se corría el rumor de que había un nene que la rompía, y muchos prendíamos la tele los sábados a la mañana para ver esos partidos infames de nenitos por él. Y yo le tenía particular cariño por ser argentino. El primer día que Messi jugó un partido en primera era importante para todos. Sabíamos que iba a hacer cosas interesantes, pero jamás sospechábamos que tanto.

—¿Empezaste a ir a la cancha cuando debutó Messi o antes?

—Empecé a ir cada vez que jugaba el Barcelona de local cuando tuve recursos económicos. Una vez que pude hacerme socio y tenía guita, era simplísimo y muy divertido.

—¿Extrañás ir?

—No tanto. Estoy yendo mucho a la cancha de Racing. Me invitan al palco y es más cómodo. Soy muy burgués para el fútbol, no voy a la tribuna.

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—¿Te enteraste si Messi supo de tu texto Messi es un perro?

—Lo supo. La Nación me lo pidió y apareció en el suplemento deportivo del diario. Un editor me contó que el padre de Messi llamó ese mismo día para quejarse porque sólo había leído el título. Le dijeron, esperá, Jorge, fijate todo. Lo leyó y llamó de vuelta para decir que le había gustado mucho, y al hijo también.

—Tuviste la oportunidad de conocerlo dos veces, ¿qué pasó?

—Me dio vergüenza. Un representante de Maxi López que yo conocía me invitó a dos asados donde iba a estar él. La primera dije que no rápidamente. La segunda dije que no a último momento. Me da mucha vergüenza la gente famosa, no sé qué hacer. Y no me arrepiento. Si hoy me invitaran haría lo mismo. No sabría bien de qué hablar.

—El periodismo argentino no lo perdona. Martín Liberman, por ejemplo, lo ha tratado de fracasado, ¿qué te pasa cuando escuchás apreciaciones como esa?

—Un poco lo entiendo. Messi es el primer ídolo futbolístico argentino que no tiene una camiseta de un club argentino atrás, entonces es difícil que haya un grupo grande de gente que lo defienda a muerte como le pasa a Maradona con los hinchas de Boca. Tampoco hubo un Barça TV para que vieran las maravillas que hacía ese nenito. Empieza a ser un hijo tuyo cuando lo ves crecer. Los argentinos no tuvieron eso con Messi y un poco entiendo que no se le perdonen las cosas como se le perdona a los hijos verdaderos. Es como un hijo adoptado. Para peor es medio chúcaro, no quiere cantar el himno, entonces alimenta un poco esa sensación.

—¿Es cierto que de chico tenías una antena que agarraba Canal 12 y fingías ser uruguayo?

—Sí. Siempre tuve una fascinación rara e inexplicable con Montevideo, más que con Uruguay. Yo escribí un texto hace un montón donde lo explico y con el tiempo le encontré un significado: un día casi muero de un infarto en ese lugar y ahí me salvaron la vida.

—¿Qué veías en Canal 12?

—Veía un informativo y me interesaba mucho el acento neutro y grave del señor que daba las noticias, que para mí era el de todos los uruguayos. Me fascinaba imitar esa entonación.

—Ahora estás haciendo tu columna en Océano en FM, ¿qué pasó en ese almuerzo con la gente de la radio que te motivó a aceptar?

—Fue anterior. El almuerzo fue para conocernos. Acepté rápidamente a un llamado telefónico porque yo tenía la intención de que mi relación con Montevideo tuviera mayor cantidad de viajes. Y para poder ir a un lugar muchas veces tenés que comprometerte con algo. Imprimir la revista Orsai en Montevideo, hacer la columna en la radio y la participación en TV Ciudad me ayudan a tener la seguridad de ir una vez por mes.

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—No conocés la farándula española pero sí sabés quién es Vicky Xipolitakis y te divierte hacer zapping por los programas de la tarde en Argentina, ¿con qué cabeza lo mirás?

—Durante los 15 años que viví en Barcelona ver esa clase de televisión me servía para saber qué pasaba en Argentina, no desde lo político y social, sino desde la clase media para más o menos entender mi país. Saber cuál fue el último libro más leído hacía que solo me enterara de un pequeño círculo. Estando acá no me es tan necesario. Salís a la calle y se habla de eso. No miro tanto a Jorge Rial, Mirtha Legrand o Marcelo Tinelli, pero en Barcelona era un consumidor ávido porque tenía una necesidad patriótica de saber qué estaba pasando.

—Comparaste el arranque de Tinelli con el inicio de un campeonato de fútbol, ¿por qué?

—Hay una cuestión así como que empezó el año: para mucha gente si no está Tinelli todavía son vacaciones de verano. Hay una competencia de baile que no importa mucho, pero sí todo lo de alrededor: igual que en el fútbol. Estas presentaciones que hace Tinelli una vez por año son tremendamente largas, caras, pero él podría no hacerlas, quedarse con esa plata y la gente lo seguiría viendo. Lo respeto mucho porque genera un contenido de ocio de calidad.

—¿Te gusta como espectáculo?

—Sí, lo veo una vez por año en la presentación. Es como los Juegos Olímpicos: no me importan mucho pero miro la ceremonia de apertura.

—¿Tinelli es mucho más reflejo del argentino promedio que Lionel Messi o Diego Maradona?

—Sí, claro, porque Tinelli forjó al argentino. Maradona y Messi brindan un espectáculo. Tinelli, en cambio, hace 25 años que está cincelando cómo habla la clase media, qué dicen, de qué se ríen. Y de acá a un tiempito va a decidir qué vota la gente, va a ser presidente de la Nación y ahí nos vamos a querer cortar las bolas.

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Foto: Adhocftotos

ORSAI Y OCÉANO

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