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La anti heroína pelotera tiene un nuevo Imprevisto

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"Cara, cerebro y voz son mis fuertes en el escenario". Foto; Marcelo Bonjour

Quiso estudiar violín pero en Sayago no había ninguna academia y terminó yendo a clases de taekwondo. Se metió en un taller de teatro para acompañar a una compañera del liceo que quería vencer la timidez y resultó que era su vocación. Florencia Infante encontró la adrenalina del rock en la improvisación y lleva la bandera de este género hace una década desde Impronta Teatro. El viernes 6 de mayo hay una nueva función de Imprevisto: el juego en la Sala Teatro Movie Center y es la excusa perfecta para conocer un poco más de esta actriz egresada de la IAM, docente y única mujer del staff de Segunda Pelota (Océano FM).

‘Me gusta esta solera’, ‘quiero ese vestido’, decía al pasar la niña Florencia Infante. Y sus deseos eran órdenes: en menos de seis horas tenía pronto el modelo que anhelaba. Es que su abuela era modista de la boutique Mi Chocita (La Madrileña) y le hacía esos mimos.

Geanella, su madre, quedaba chocha: quería que su hija luciera espléndida. Le ponía medias bucaneras, polleras y botas, o vestidos con volados confeccionados por su abuela que eran la envidia de las pequeñas de su edad. Le colocaba moñitas o accesorios en el pelo, pero duraban muy poco en la cabeza de Florencia, que apenas llegaba a un cumpleaños pensaba lo complejo que sería treparse por ahí con esa ropa, aunque eso nunca le impidió tirarse por los toboganes o revolcarse en el pasto.

La madre de Marina, una de sus mejores amigas, la veía volver de las clases de teatro con jogging y championes, blanca como un papel y le decía, ponete un poco de color, un rímel, algo. Pero Florencia no se lleva bien con el maquillaje y las cremas, usa el pelo atado y es pésima para pintarse las uñas.

Hace un par de años se fue un fin de semana para afuera con su marido Quico Greco, que también es actor y miembro de Impronta Teatro, y al llegar encontraron el apartamento inundado y la ropa con mucho olor a podrido. Él salvó cuatro remeras pero ella tuvo que tirar todo el plácard. Ni se inmutó: renovarlo fue fácil porque había poca cosa. Se angustió porque recién habían terminado de pagar la vivienda y estaban endeudados "hasta la manija".

Su amiga Marina le dice que no puede salir de su casa como si recién hubiera terminado de lavar el piso pero a Florencia le tiene sin cuidado. Usa el mismo pantalón y botas para todo. No le gusta la ropa ajustada, ni los escotes. Esquiva las invitaciones a eventos de gala porque no sabe qué usar y dice que está mucho más cómoda con ropa informal que "disfrazada. Uno es más bello cuanto más se parece a sí mismo".

Le encanta bromear sobre las divas desde su pose de anti heroína. Juega a ser Susana Giménez y dispara un léxico que sus amigas disfrutan mucho: qué espléndida, estás regia, te dejo que me voy a hidratar. Repite a diario el clásico así no de Mirtha Legrand y Quico ya sabe que cuando su esposa y madre de su hijo Manuel dice cómo te ven te tratan, él tiene que contestar si te ven mal, te maltratan.

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Ni Barbie, ni kamikaze. Florencia tenía 10 años y soñaba con estudiar violín porque sentía que ese instrumento la elevaría. No pudo ser: en aquel entonces su madre no encontró ninguna academia de música por Sayago así que la mandó a aprender taekwondo. Años después sació esa necesidad con el teatro, pero en aquel entonces estaba más cerca de ser Rocky Balboa que una princesa.

En esas clases forjó una personalidad fuerte, aunque conciliadora. Practicó ese arte marcial por años pero no quiso llevar ningún cinturón porque no era afín a la pelea; en realidad le encantaba la técnica y entrenar. El gran estiramiento que hoy tiene es herencia de ese tiempo, pero cada vez que la ponían frente a otro compañero para tirar patadas y puños retrocedía rápido porque no quería dar ni recibir golpes.

En el escenario jamás se permite ir para atrás, y si alguien se queda, lo agarra y lo arrastra con ella hasta el final. Sus compañeros saben que tienen al lado una jugadora que no falla. El barco jamás se hunde si Florencia está al mando. Es una guerrera, una topadora que trabaja codo a codo y hace sentir al resto que nada es imposible.

Va para delante en cualquier situación. De hecho, fue ella quien conquistó a Quico. Se conocieron en el Instituto de Actuación de Montevideo (IAM), fueron amigos inseparables durante dos años, salían juntos por los boliches de la Ciudad Vieja, cada uno tenía sus piques hasta que pegaron onda. Iban y venían los mensajes virtuales pero nunca concretaban. Una noche salieron en barra a bailar al Pony Pisador de Pocitos, se fueron todos, quedaron los dos solos y ella lo apuró, bueno, yo me voy, le dijo. Entonces él se hizo cargo de la situación, la besó y desde entonces no se separaron más.

Estimula de forma innata. Sus amigos le decían que cuando su hijo Manuel cumpliera un año ya iba a hablar porque no para de hacerle voces, personajes, morisquetas y le charla como a un adulto.

Junto a su marido Quico Greco y el pequeño Manuel, de un año. 
Junto a su marido Quico Greco y el pequeño Manuel, de un año. 

En sexto de liceo la eligieron sus compañeros para dar el discurso de fin de cursos y ella se sorprendió porque cayó en la cuenta de que los representaba a todos.

Manda mensajes al grupo de whatsapp de la obra Imprevisto los días antes a la función, avisa cuántas entradas llevan vendidas y les dice, arriba gurises, va a salir divino. Así los motiva. Es la que pincha en la previa, pone música e instaló el ritual de filmar un vídeo cantando y bailando canciones de Los Fatales en el camarín para envíarselo al Fata Delgado antes de salir al escenario a hacer Imprevisto. Y él siempre responde, "mucha mierda, vamo arriba la cábala". Florencia dice que el Fata tendría que ser el presidente del mundo.

Hace ocho años es profesora de artes escénicas en el liceo Saint Georges. Sus alumnos la adoran. Insiste en que sus clases son un espacio sagrado, les habla del círculo de confianza y así promueve que los adolescentes se suelten y logra resultados increíbles. Una de las estudiantes era tímida al extremo, había que sacarle las palabras con tirabuzón pero se desinhibió tanto que a fin de año presentó un personaje impensado: interpretó a una prostituta en el patio frente a todos sus compañeros. Cuando Eduardo, director del liceo, vio esa escena le costó asociar y reconocer a esa chica tan vergonzosa con la adolescente en pose de actriz, vestida con una minifalda y en actitud provocativa.

Es eficaz para transmitir confianza a los otros y aunque se muestra segura, su autoestima está algo baja. Atribuye lo bien que le va a lo mucho que se esfuerza y trabaja, pero duda de su talento. Quico y sus amigos la retan porque cada vez que la convocan para un nuevo proyecto se pregunta, ¿por qué a mí? No puede ser siempre casualidad, le dicen, pero ella no se la cree.

—Hace cinco años que estoy en Segunda Pelota y cada día siento que vengo a ganarme el lugar. Eso es inseguridad. También me pasaba cuando hacía Olga en Buen Día Uruguay o ahora que conduzco Padres Hoy (Canal 10) con Quico (Greco). En el único lugar que no me pasa es en el escenario.

Le fascina cantar pero le da vergüenza soltarse en público. Lo hacía en La esquina peligrosa (murga joven) porque se escondía detrás del maquillaje. Su marido le insistió y fue a algunas clases con Carmen Pi, pero abandonó porque Manuel era un bebé y resultaba caótico. No sabe si algún día retomará.

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—Me voy a anotar en un taller de teatro en la Casa de la Cultura porque necesito vencer la timidez, ¿me acompañás?-, le preguntó una compañera del liceo Mariano.

Florencia alucinó con su actitud. Aceptó, fue se sintió cómoda y además le gustó un compañero, así que no dejó de ir. A su amiga le dieron el protagónico en Doña Rosita la soltera (García Lorca) y ella interpretó a una de las hermanas solteronas, papel que repitió años después dirigida por Emilce Viñas. Probó unas clases en Arteatro y salió en murga joven. En 2004 decidió hacer del arte su profesión y se inscribió en el Instituto de Actuación de Montevideo (IAM).

Danna Liberman empezó las clases una semana más tarde y apenas vio a Florencia supo que serían amigas, aun sin haber intercambiado una palabra. Fue una corazonada real: al año siguiente comenzaron a investigar sobre improvisación, se formaron en el exterior y crearon su propia escuela. La meta era que ese conocimiento no murieran en ellas.

Llevan la bandera de la improvisación desde 2005 y el objetivo siempre fue que el género se reconociera como tal. En el debut de Sopa Instantánea, su primer espectáculo, reinaba el desconcierto. Estaban ante un mercado virgen. Pero confiaban en ese lenguaje escénico, crearon la compañía Impronta Teatro y empezaron a formar profesionales en improvisación. Hoy hay cinco espectáculos de impro en la cartelera teatral y Florencia sabe que si se escribiera un libro sobre el género en Uruguay, se le dedicaría muchas páginas a Impronta.

—¿Qué te gustó tanto de la improvisación?

—La adrenalina. Cuando uno es pendejo transita por esa cosa del rock and roll y la improvisación te da esa sensación de que te tirás en paracaídas. Tenía 22 años y decía, no quiero ser Antígona, quiero hacer esto. Ahora quiero que me llame un director para hacer una comedia de texto. Es más, tengo un proyecto con Danna y Luciana Acuña para hacer una obra. Quedé encasillada en la improvisación y yo egresé de una escuela de arte dramático, pero también hay que saber entender las señales.

Lleva siete años en el espectáculo Imprevisto junto a Piero Dáttole, Danna Liberman y Quico Greco, y no deja de sorprenderse. "Para mí somos el Barcelona: Piero tiene esa inocencia de catequista de Las Piedras, Danna ese mundo religioso judío con costumbres distintas, y Quico ese universo ateo y terrenal".

—¿Y vos?

—Yo tengo eso de decir, no, chiquilines, escuchen, esta es la realidad.

A Florencia le cuesta definirse, pero sus compañeros hacen el trabajo por ella. Enérgica. Decidida. Contundente. Clara y precisa.

Los actores de Imprevisto viven situaciones tan absurdas que parece que estuvieran dentro de una película de humor. Danna pasó varios minutos intentando encontrar su celular y en realidad lo tenía en la mano porque estaba hablando. Florencia quedó atrapada en el baño de una funeraria y se desesperó. No podía gritar. Salió empapada reptando por el pequeño espacio que había entre la puerta y el piso.

***

Su día a día tiene poco de improvisación. Es organizada y metódica. Está obsesionada con el orden. Se altera si llega a su casa y encuentra un buzo tirado en una silla, estamos viviendo en Kosovo, grita. Solo pondría un perchero en el livng de su casa si le aseguraran que nadie colgaría nada porque cuando se amontona ropa siente que es un caos.

Es una máquina cerebral, su cabeza vuela. El único momento en que logra dejar la mente en blanco es cuando improvisa en el escenario.

Anota en un cuaderno todo lo que le pasa para combatir la "locura". Hace un tiempo escribe columnas para el blog Mujer Mujer y eso la ayuda a exteriorizar. Planea sacar un libro con Carolina Anastasiadis (conductora de Abrepalabra) y la temática que está "a flor de piel" es la maternidad. En Océano FM dicen que como buena madre primeriza, el 90% de sus charlas pasan por Manuel. Cuenta todo. Diego González, compañero de Segunda Pelota y actual moderador de Imprevisto está seguro de que esa es su principal muletilla.

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Se tira al agua pero con cautela. Es actriz, nunca había hecho radio, la llamaron de Océano (93.9 FM) y aceptó sumarse a Segunda Pelota. Maneja un discurso muy fluido, agradable y natural. Es tan auténtica y espontánea que los oyentes podrían decir que la conocen por lo que sale al aire. "Flor en la radio es Flor en la vida real", opina Christian Font, que condujo con ella Falta Menos (ciclo de verano de la 93.9 FM) en 2015.

Lo que más disfrutan sus compañeros es su rapidez para responder con ocurrencia. Esa velocidad mental es gracias a la "gimnasia" que le ha dado la improvisación en esta década.

Es la única mujer del equipo de peloteros pero maneja perfecto el código varonil. Nunca se ofendió por una broma, entiende el humor, le divierte y juega de taquito, aunque sabe que ahí el que se calienta pierde.

Es una mujer con energía masculina, siempre se sintió más cómoda en grupos con hombres y lo atribuye a que tiene calle porque es un tipa de barrio (Sayago). Es más, le pasa piques a Quico sobre cómo identificar una "situación turbia aunque esté disfrazada". Dice que el barrio le afinó el ojo.

En la radio saben que es muy sensible pero es "muy difícil que la veas soltando el moco". En su casa, en cambio, es de llanto fácil. Cuando recién empezó a salir con Quico y aún no estaba claro si eran novios o no, las charlas sobre el tema la hacían lagrimear. Si Manuel balbucea y ella imagina que dice mamá, se emociona, si se frustra en un ensayo porque algo no sale, llora, si está mirando un reality show y escucha una historia conmovedora, también moquea.

Quiere casarse desde que tiene uso de razón. Marina fue testigo de uno de los momentos más significativos el día de su boda: Florencia se emocionó mucho viéndose en el espejo vestida de novia.

También se conmovió durante la ceremonia civil en Punta Cala. Igual pensó que lloraría como una magdalena, y no sucedió: pasó toda la noche "como un perro cachorro en un pelotero". No bailaron el vals, comieron "como chanchos" y ella tiró el ramo al principio. Se apagaron las luces, empezó la música y no pararon de bailar hasta el final.

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Hay estereotipos que le calzan perfecto. La actriz porno española, la porrista de universidad americana, el policía y el rockero son los que más divierten a Christian Font (exmoderador de Imprevisto).

Es difícil recordar personajes puntuales cuando se hace improvisación porque en cada función se interpretan infinidad de roles. Quico no necesita ejercitar mucho su memoria para ir hacia el que más le llamó la atención. Lo tiene clarísimo.

—El primer año de Sopa Instantánea yo ni siquiera estaba en el elenco, iba a filmarlos y me acuerdo que Danna y ella hicieron a dos viejas del interior que iban a un baile, de pronto llegaban las hijas y Flor le decía, disimulá, disimulá. Era muy divertido.

Marina también se acuerda de ese personaje y sospecha que ha tomado gestos y actitudes de su madre para caricaturizar a esas señoras mayores, sobre todo la coquetería de Geanella.

Florencia tiene cuatro hermanos por parte de su padre (Fabián, Maxi, Belén y Gemma) pero siempre vivió con su mamá y su abuela. Y aunque ella no considere que las imite porque no se identifica con ellas, hay ciertas cuestiones solapadas que aparecen sin que se lo proponga. Incluso cuando describe a Olga Echeverry de Alsamendi, el personaje que interpretaba en Buen Día Uruguay, se delata el parecido. Usa nombre y apellido de casada, igual que lo hacía su abuela. Es una señora de barrio pero que conserva cierta elegancia, duerme con ruleros, sale a bailar, juega al póker y tiene un grupo amigas.

El personaje de señora mayor ha ido mutando, pero se transformó en una especie de sello para Florencia Infante. Siempre aparece esa viejita que la acompaña en distinto contexto, ya sea como maestra, empleada pública o directora de la comisión fomento.

—Le tengo miedo a la vejez, me conecta directo con la muerte. El viejo solo me angustia mucho, por eso intento interpretar esas viejitas vitales que están de vuelta, como Olga. Me da terror imaginar cómo me va a encontrar la muerte. Yo veo un viejo solo en la calle y aunque quizá él está feliz de la vida, me da por pensar por qué andará solo. Cuando aparecen esas viejitas desesperadas por charlar en la peluquería o en el supermercado, siempre les hablo porque quizá lo necesitan.

El eterno femenino de una imaginativa pintora
"Cara, cerebro y voz son mis fuertes en el escenario". Foto; Marcelo Bonjour

florencia infanteMARIEL VARELA

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