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Las chicas del porno también sueñan

Este es un perfil del cuerpo más famoso del porno charrúa. Mía Etcheverría: la chica que actúa cada vez que se quita la ropa.

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Mía Etcheverría
Mía Etcheverría

La chica que me sonríe desde la puerta de su casa es una actriz porno. Nunca ve este tipo de películas, pero le gusta protagonizarlas. Mide un metro y medio y lleva puestos unos zapatos con un taco altísimo, que le agregan otros diez centímetros.Todo en ella es amarillo: el pelo largo hasta la cintura, la camisa escotada, la piel entre pálida y bronceada, el jugo de pomelo que me ofrece. Lo apoya sobre una mesa que reluce de limpieza, como el piso de baldosas blancas y el vidrio de los portarretratos que tienen la cara de un niño: su hermano menor. La chica que se sienta con timidez en su propio sillón lleva dos años fingiendo orgasmos frente a cámara. Gracias a estos contratos, siempre en dólares, compró estos muebles, paga el colegio del niño de las fotos y el canal de cable que está pasando una de esas películas de acción que tanto le gustan. Cuando no tiene que desnudarse, pasa el día viendo en la tele cómo trabajan las celebridades de Hollywood que, como ella, un día soñaron con ser famosos.

La carrera de Mía Etcheverría existe, esencialmente, en Internet, pero no tiene computadora. Por eso no puede descargar la última sesión de fotos que le hicieron en Argentina. Me acaba de conocer, sin embargo pone su celular en mis manos y me pide que las envíe a mi mail, las descargue y se las pase, una por una, a su casilla. Sostengo ese teléfono con carcasa de Minnie y obedezco. Pienso, un hacker se fastidiaría conmigo. La carpeta con el material tiene otro nombre, el verdadero. Mía Etcheverría suele contar sus anécdotas con entusiasmo, tanto que una y otra vez olvida utilizar su nombre falso. Se detiene, se muerde la lengua, pide que no lo escriba. Cuando recién empezaba y aceptó dar una entrevista extensa pidió que no publicaran su identidad, pero su nombre fue la primera palabra que tipeó el periodista. Yo ya lo conocía. Y ya lo había usado para revisar su perfil de Facebook, que es abierto al público.

Cada día, cuenta sus novedades en una cuenta personal y luego en otra profesional, y sin embargo parecen la misma. Comparte fotos con su sobrina lanzando un beso, otra de su tío asesinado hace dos semanas por un tema de drogas, fotos tomando mate con su perro Cagu (una conjunción de las iniciales de su nombre y las de su hermano). Los comentaristas, en ambos perfiles, son cariñosos. Y acompaña las imágenes con leyendas inspiradoras, como: "La vida es cambio. El crecimiento es opcional. Cada cual elige su camino". Debajo, subió la foto de una caja de masitas que recibió por su embarazo de dos meses. Estaba a punto de convertirse en el rostro de una marca chilena de preservativos cuando se enteró de la noticia.

Al padre le dice Richard, que para el resto de nosotros es el "Chengue" Morales. Mía es el nombre que había elegido un tiempo atrás para otro bebé que esperó de él y que perdió. Y Mía es el nombre que elige para el bebé en camino. Etcheverría es el apellido que tomó prestado para evitar usar el de su padre, que le prohibió mediante abogados relacionarlo al porno. Mía Etcheverría es un personaje y una marca que hasta tiene un logo. Es el nombre del sexo charrúa, aunque la firma la puso una chica que nunca había visto un consolador hasta que se presentó al casting que la convertiría en la estrella del placer celeste.

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Durante meses Divas TV prometió sacudir el pudor local, pero nunca llegó a la televisión. Según Mía Etcheverría, su figura principal, otro canal más importante le pagó para evitar una buena competencia. Aún así, las veintidós películas que rodó están a la venta en la web. Los trailers de esas producciones son los únicos videos hot que aparecen en Internet. Un panorama que quizá cambie el mes que viene cuando viaje a España para probarse en la productora que trabaja con la actriz Apolonia Lapiedra. "Es una empresa visionaria", dice, porque usa drones para filmar las escenas de sexo.

Esta va a ser su segunda vez en Europa. La primera fue un año atrás, y le dijeron que para lucir como una chica top del porno tenía que invertir más de 15 mil dólares en cirugías estéticas. Le sugirieron que se bajara el mentón y se hiciera una lipoescultura en los brazos, las piernas y las rodillas. Que se pusiera más cola. Que se agrandara los pechos. Y que se redujera las mejillas: eso o adelgazaba otros diez kilos del peso que ya había bajado. Mía Etcheverría no sabe de qué le hablan cuando le hablan de medidas: nunca se midió la cintura ni la cadera. Pero dice orgullosa que el contorno de sus pechos es igual al largo de sus piernas. Y aún así aclara que no le gusta ver este tipo de cine porque la mayoría de las mujeres le resulta grotescas.

Mía Etcheverría.
Mía Etcheverría.

Antes de que ocupara este puesto vacante, Uruguay se sacaba bandera con Uma Stone, la única de nuestras actrices que llegó a Los Ángeles: la cuna de la pornografía. La vida detrás de sus gemidos es una cadena de rumores, que dicen que nació en Paysandú, que viene de una familia adinerada, que tenía novio, que está instalada en Estados Unidos y que nadie sabe de ella desde que circuló su último video hace unos seis años. En cambio, Mía Etcheverría prefiere sacarle dramatismo. Se inspira en la postura de Esperanza Gómez, una actriz colombiana que cambió las telenovelas por los sets picantes. La primera vez que la vio tenía 16 años y la escuchó decirle a Susana Giménez que era actriz porno y que le gustaba su trabajo. "Cuántos ovarios", repite ahora su discípula.

Hay 52 videos de Esperanza Gómez en Xvideos, algo así como el Youtube del porno. Rodó 17 películas para la compañía Brazzers, 13 para Naughty America y 12 para Brongbros. Su rating es de 9,7: un puntaje casi perfecto. El sueño de nuestra Cicciolina es que sea su madrina. Cuando una estrella se retira presenta a otra, una especie de sucesora, y eso en este ambiente podría significar una carrera asegurada.

Mía Etcheverría dice que nada es imposible y pone como ejemplo la tarde en que visitó a su ídola en Chile. Charlaron en su camerino. Desde ese momento comparten el asesoramiento de Mariano Rocca, un manager que ayuda a las mujeres que viven de su sensualidad a planificar su futuro. Como Esperanza, Mía aspira a ser una empresaria. Quiere vender carteras, zapatos, ropa y lencería que lleve su nombre. En eso está, sacando cuentas.

La primera vez que fue a España, luego de escuchar el listado de retoques necesarios para triunfar, recorrió Madrid preguntando precios. Es probable que el documental biográfico que se está rodando sobre su vida la ayude a costear mejor los gastos de la importación. También el libro que algún día escribirá y en el que, amenaza, revelará el nombre de muchos "tipos grosos" que la contrataron. ¿Por qué lo haría? "Porque me mostraron videos en los que ellos se burlaban de mí y me ensuciaban". Cuando un medio publicó esta advertencia, Mía recibió casi 20 mensajes en su celular: varios caballeros le recordaban que sabían la dirección de su casa.

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A pesar de la mejoría económica, nunca se fue de Las Piedras. A Mía Etcheverría le gusta recordar cuál fue su primer escenario. Cuando era niña y sus padres estaban juntos, creció en un galpón detrás de la casa de su abuela materna: "Si llovía corríamos a poner latones debajo de las goteras para que no se nos inundara la casa", recuerda. Y con un padre alcohólico: "Llegaba de noche, borracho, y orinaba los muebles". Para darse algunos lujos, cocinaba pasteles con su abuela y los vendía en el centro de la ciudad. Tenía 9 años. Cuando cumplió 12, su madre se lesionó la columna y estuvo un año entero con la mitad del cuerpo enyesado, desde el hombro hasta el pie. "La prejubilaron. Yo no tenía plata ni para pagar las fotocopias del liceo". Unos meses después, Mía descubrió una infidelidad de su padre, lo que terminó por sacarlo del hogar. Entonces, ni siquiera tenía dinero para comer. Ni siquiera para comprar yerba y cenar unos mates. A los 13 empezó a trabajar. Primero, en un 24 horas en el que el dueño le pagaba cuando quería o con productos. Luego, en la barra de un boliche: por preparar tragos le pagaban $500 cada noche. Para ahorrar el dinero del taxi, Mía volvía caminando a su casa. Caminaba 20 cuadras por la antigua ruta 5, de madrugada. Empezó a ausentarse en el liceo, hasta que lo abandonó.

A pesar de todo, cada semana viajaba a Montevideo para estudiar actuación. A los 16, cuando quedaba un mes para que le dieran el diploma, el boliche donde trabajaba fue clausurado. Le pidió el dinero a su padre, se pelearon y terminó declarando en una comisaría, después de una patada en la cabeza que le arrancó los brackets de los dientes. Pasaron dos meses y consiguió trabajo en el boliche Botineras. La barra de la que se hacía cargo era la que más facturaba: ganaba entre $2.000 y $3.000 por noche, es decir, unos $9.000 a la semana. Uno de sus jefes, era Richard. El bar cerró.

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La chica que le dijo "no" a Tinelli.

En 2015 Marcelo Tinelli la convocó para formar parte de Bailando por un sueño. Mía Etcheverría rechazó la propuesta, ya que le ofrecían un pago de 2 mil dólares por mes, una cifra que le resultó demasiado baja para el nivel de exposición que tendría.

Como volvió a faltar la comida, esperó a cumplir los 18, esperó a que su hermano festejara su décimo cumpleaños y una semana después viajó en ómnibus hasta un prostíbulo de Punta del Este. Viajó llorando, llegó llorando y llorando atendió al primer cliente, que conmovido le dejó la plata sobre la cama y se fue. "Al día siguiente, a las ocho de la mañana, le mandé un giro a mi madre. La plata que hice alcanzó para pagar todas las cuentas que tenían fecha de corte para ese día y más". No volvió por dos meses: "Una cosa es mentirle a tu madre por teléfono y otra es mentirle en la cara. Yo hasta ese momento le había dicho que estaba en Buenos Aires haciendo fotos publicitarias y de golpe empezaron a caer primos míos para sacarme de ahí. Gente que nunca me había ayudado cuando lo necesité, ahora aparecía".

Mía repite una muletilla: "No me olvido más".

El que la llevó hasta la puerta de Divas TV fue Richard. Refunfuñando, porque no estaba de acuerdo. Mía entró al estudio con el estómago en la garganta. Vio decenas de juguetes sexuales y le dijo al productor que no sabía qué hacer con ellos. "Me pidieron que fingiera un orgasmo y me dio tanta vergüenza que tuve que empezar de nuevo cuatro veces. No lo hice hasta que saqué a todos del estudio y le hice prometer al camarógrafo que solo me iba a ver a través de la cámara". Terminó. Bajó las escaleras y antes de abrir la puerta de salida la llamaron para decirle que estaba elegida y tenía que firmar el contrato. "Yo lo que pensé fue, 'mirá, soy buena para algo'", dice.

Tres días demoró en decidirse. "Para mí el tema siempre fue mi hermano. Sabía que mi madre lo iba a entender, pero a mi hermano se la dibujo. No me da para decirle cómo son las cosas", confiesa. En la pantalla, Mía interpreta a una chica a la que le gusta divertirse, pero esa realidad se aleja bastante de su rutina diaria. Por ejemplo, los fines de semana los dedica a cuidar a su hermano. "Me ocupo de él más que mis padres. Esa es la verdad", dice. Cada vez que mira por encima de su hombro izquierdo observa el tatuaje que se hizo con su fecha de nacimiento. No le gusta salir. Prefiere ver una película con Angelina Jolie o Jason Statham, de las de acción, esas que muestran cómo a la vida podrida se le puede responder con un golpe.

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Al principio, sufría, porque se daba cuenta de que estaba siendo una mala actriz. "No recomiendo mis primeras cinco películas -dice-. Estoy horrible, miro permanentemente a la cámara". Llegó al set sin haber visto, nunca, una porno. No quería besar. No quería orgías. No quería escenas de lesbianismo. "Entonces el director me dice, mirá que el lesbianismo no es negociable". ¿Así que digamos que finge al cien por ciento? Mía, que es demasiado honesta, responde que si me dice la verdad no va a vender películas. "Pero te puedo contar que el primer día me tocó con una chica y ca-si-me-mue-ro", lanza, separando las sílabas. Las mujeres son las que más le envían mensajes privados. Algunas de ellas quieren contratarla para pasar una noche juntas —y no acepta— y otras le piden consejos para mejorar su sexualidad.

Mía Etcheverría.
Mía Etcheverría.

A partir de la sexta producción triple equis que protagonizó, empezó a ver porno. Se veía a sí misma. Tomó nota de los errores, de los planos que la favorecen, de hacia dónde le convenía mirar en cada posición. Y cuando rodó la séptima comenzó a sentirse una diva. "Llegaba a grabar con entusiasmo. Nosotros no vamos para disfrutar sino para trabajar, y el clima era muy lindo porque éramos todos buenos compañeros. De a poco se me fue saliendo la Mía de adentro y me gustaba que me filmaran. Yo de ahí llegaba y me iba contenta", dice sonriente.

Con el surgimiento del VHS el cine pornográfico dejó escapar la excusa romántica. Algo parecido le sucede a Mía Etcheverría en su vida privada, que dice resignada que tiene mala suerte en el amor. Si para algunos su relación con el "Chengue" Morales es pintoresca, para ella, por momentos, es trágica. Mía lo ve así: lo conoce desde que pasaba hambre. "Siempre fue él. Tuve dos novios más. O menos. Y los llamaba cuando me peleaba con Richard, como hacemos las mujeres cuando estamos dolidas. Yo nunca fui infiel. Nunca le doy mi número de teléfono a nadie porque siento lealtad hacia Richard. Él estuvo conmigo en las malas, soportó que yo no priorizara la relación frente a mi bienestar económico, y ahora, que hay de las buenas, ¿cómo no vamos a estar juntos?"

Una actriz porno en Uruguay cobra entre 200 y 700 dólares por película. Depende del nombre. Mía Etcheverría gastó la mayor parte de su dinero en arreglar la casa en la que ahora vive, la misma que unos años atrás edificaron sus padres. En la que me recibe, con los pisos brillantes, las paredes forradas con piedras, y con persianas y portones de buena madera. Mía todavía duerme en el cuarto en el que se encerraba a llorar cuando comenzó a prostituirse. El otro es para su hermano. Y hay uno más para su madre.

Hace un año su carrera profesional tembló. Tenía ganas de volver a ser una mujer anónima, más parecida a la que era antes de aparecer con escotes en los programas de televisión. Quiso dejarlo todo. "Me cansé de que me cuestionaran y me confundí. Pero después entendí que siempre, haga lo que haga, alguien me va a criticar". Y una vez más, negoció. Se hizo un tatuaje en chino: "En busca de la fortaleza", y otro en inglés: "Nunca un error, siempre una lección". Le propuso a Richard empezar de cero. Viajó. Conoció cuatro países, hizo contactos, planificó un futuro como empresaria.

"Yo sé que no voy a ser una actriz porno para siempre", dice convencida.

El único desorden que hay en su casa es el de unas valijas que todavía tienen ropa adentro. Son de cuando viajó a Chile para ver a Esperanza Gómez y de cuando voló a Argentina para comunicarle a su exnovio la noticia del embarazo. "La vida es cambio. El crecimiento es opcional. Cada cual elige su camino", escribió para sus seguidores. La vida es impredecible cuando apenas se tiene 21 años.

Mía Etcheverría.
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