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Buenos tiempos

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Gustavo Garzón

El actor argentino estrenó en Montevideo su primera película como director, Por un tiempo. Un recorrido por la vida de un hombre que se reinventa constantemente y decidió convertirse en realizador de cine a los 60 años.

Gustavo Garzón tiene la piel gruesa, la voz curtida y una cadencia al hablar y al moverse que recuerda a los detectives de los policiales más negros. Podría usar en su vida cotidiana un apodo como "el Vasco”, igual que el último personaje que interpretó en cine para La plegaria del vidente (Gonzalo Calzada, 2012). Al Vasco, como a Garzón, le gusta fumar. También el perfil bajo. Además de averiguar quién asesinó a unas cuantas prostitutas en Mar del Plata, ese hombre de apariencia hosca se estaba carcomiendo de remordimientos y pérdidas. Los mejores detectives nunca pueden ser felices.

Gustavo Garzón tiene 60 años y muchas historias. Es un gran entrevistado, de esos que no pierden el humor, reconocen sus flaquezas y no esquivan preguntas. Sus respuestas tienen la gracia de las buenas líneas de Raymond Chandler.

Con un tono arrabalero y la calma de un fumador cuando da una pitada larga y pensativa, Garzón lleva años demostrando que es un hombre combativo, solidario y comprometido en primer lugar, con tener una vida buena. Su caso podría ser una excepción entre los detectives miserables. Cuando los periodistas de su país le preguntan una y otra vez cómo es ser padre de dos mellizos con síndrome de down que hoy tienen 26 años, él responde que ya no nota la diferencia. Que cuando nacieron lo asustaron porque la gente le daba el pésame, pero él estaba contento de tener dos bebés porque le gusta cargar niños en brazos. Once meses después nació su segunda hija, Tamara, que también se convirtió en actriz. Si le piden un comentario sobre cómo lo afectó la muerte en 2012 de su exesposa, la actriz Alicia Zanca, Garzón lanza que aprendió a llevarse mejor con la muerte y que va al cementerio una vez por mes porque sus hijos se lo piden. "La vida se puede rehacer", aseguró en algún medio.

Con Ruth Alfie tuvo a su cuarto hijo, Joaquín, en 1998. Unos años después superó un cáncer de lengua. Siguió el consejo de un psicooncólogo que le dijo que el cáncer era una oportunidad para cambiar de vida. Eligió mejor a sus amigos y en qué usar el tiempo. Durante un año no pudo trabajar y decidió que prefería ser más respetado que querido. "Con los problemas me las rebusco. No hay que morir con los muertos", declaró en otra oportunidad. Garzón se parece al Liam Neeson que se quiebra cuando raptan a su hija pero jura venganza a la(s) mafia(s).

Y están sus anécdotas pre fama; las favoritas de los programas de TV. Antes de ser famoso Gustavo Garzón fue vendedor de bulones, tuercas y tornillos -lo dice así, de un tirón, como si estuviera frente al encargado de una ferretería desplegando un muestrario-. La venta de calculadoras Olivetti a los almaceneros gallegos instalados en Buenos Aires le permitió comprarse su primer auto. Recorrió oficinas públicas buscando señoras para ofrecerles una vía rápida de concretar el sueño musical mediante una cítara. Actuó como extra en comerciales y películas. En alguna de Olmedo y Porcel, pero cuando los conductores le hacen esa acotación por décima vez, abriendo los ojos con un gesto de sorpresa gastado, él prefiere recordar que lo echaron de un rodaje por quejarse de la diferencia de comida que recibía un bolo de un protagónico. Ninguno de esos productores podía imaginar su futuro de estrella.

A Garzón siempre le interesó la política, "participé, estuve muy cerca de entrar en carrera pero cuando me di cuenta de que tenía que mentir decidí dejar", contó en algún momento. Es votante del Frente para la Victoria, una alianza electoral de orientación kirchnerista nacida en 2003. Continúa definiéndose como un militante. Hace pocos meses, declaró en un el medio Expediente político que el actual proyecto gubernamental le devolvió el orgullo de sentirse argentino. "Antes me daba vergüenza el país y los que nos gobernaban."

Salió corriendo de un teatro incendiado y para no perder el dinero de las entradas convenció a Daniel Fanego -que apagó el fuego- de sacar el humo y seguir con la obra. Hizo lo mismo otro día de apagón, "vos seguí que al público le encanta", dijo que le susurró a Fanego. Bajando una escalera mecánica casi tropieza con una mujer desmayada. Pensó que iban a culparlo y también se fue. Quiso transformarlo en el inicio de una película pero la idea está descartada, "me da demasiada vergüenza".

La fama de Garzón empezó cuando se presentó a un casting en Canal 9 y fue seleccionado porque se parecía a otro actor, a un galán. Pero a él no le interesa ni la pinta, ni la figuración ni lo glamoroso, "el actor es un trabajador como un plomero", concluyó en otra ocasión.

Entre las decenas de tiras, series, películas y obras de teatro que hizo, aseguró que solo se sintió pleno con dos o tres. En especial con El fondo del mar (Damián Szifrón, 2003), donde interpreta a Aníbal, un terapeuta serio y seguro de sí mismo que atiende a Ana (Dolores Fonzi), la novia desmotivada de Daniel Hendler. El boca a boca sostiene que las escenas de persecución entre los dos personajes fueron muy costosas: sus actores no dejaban de reír.

A los 57 años, y con Szifrón, Hendler, Ana Katz (pareja de Hendler, directora de Una novia errante, Los Marziano) y Gastón Duprat (codirector junto a Mariano Cohn de El artista, El hombre de al lado, entre otras) de consejeros, se convirtió en director de cine. Otra vuelta de tuerca para su perfil de Wikipedia.

"Tengo mucha autocrítica, no me creo un sabio. Hendler fue un gran compañero de ruta. A Duprat, que es mi vecino, le caí el día anterior al inicio de rodaje y le dije, tengo esta escena, no sé qué decir. No sé dirigir una película y me dio una lección de cine en su casa." El rodaje pasó demasiado rápido, comentó en entrevista con El País, "fueron las semanas más plenas de mi vida como artista. Era el primero en llegar y no quería que se terminara. Todas mis ilusiones, todos mis esfuerzos, hoy están puestos en el cine. Me encantaría filmar una película por año y solo pensar en eso".

Por un tiempo es una película pequeña, sencilla y bien hecha, que se estrenó en Argentina en 2012 y esta semana llegó a Uruguay. Fue bien recibida por la crítica y el público. Inspirado en la adolescencia complicada de su hija, dedicó nueve años a escribir la historia. Cada algunos meses entregaba una nueva versión del guión "al consejo" y, con sus acotaciones, volvía a escribir.

Cuando habla de escritura Garzón usa el verbo tener. Escribir hoy es su pertenencia más valiosa. "Hace 25 años que escribo para TV y teatro pero con el cine me encontré con otras dificultades, con otras ignorancias. En el cine todo tiene que ver con el detalle y con lo visual, es exactamente lo opuesto a lo que yo estaba acostumbrado a hacer. Tuve que olvidarme de todo lo explicativo e ir a lo tenso de la escena, eliminar palabrerío. Creo que la película tiene lo que sé y lo que no sé, puedo reconocer mis defectos y mis virtudes. Lo que hice fue filmar a actores actuando en escenas y descuidé planos, no tuve variedad. Pero encontré mi capital: sé cómo elegir y dirigir actores".

Sin embargo, el montaje resolvió la escasez de planos primando justamente lo esencial de cada escena. Por un tiempo no desperdicia minutos en rodeos y eligió bien los detalles que hacen avanzar la trama. Una pareja con la vida perfecta (Esteban Lamothe, Ana Katz) espera su primer hijo cuando él se entera que, fruto de un amorío fugaz de la juventud, hace 12 años que es padre. La madre está enferma y solo por un tiempo debería hacerse cargo de Lucero (Mora Arenillas), una adolescente deprimida que no quiere hablar ni comer. El tono se mueve en una cuerda floja entre el drama y la comedia. A ese género Garzón lo bautiza como "humor a cara de perro", y es lo que más le entusiasma de la escritura.

"La idea inicial era trabajar con Hendler pero le salió Graduados y eligió; yo hubiera hecho lo mismo. Al optar por Lamothe la película cambió de tono porque Daniel me daba más comedia. Lamothe es más serio, más intenso, más introvertido. El guión y la película fueron cambiando por los actores y yo me adapté a ellos".

Reconoce que nunca tuvo la curiosidad de saber qué es un lente, una cámara o un foco, "sigo sin saber de qué se trata. Yo soy muy exigente con la narración, estudié mucho guión y para mí es lo más importante. Con un buen guión tenés buenos técnicos, dinero y actores". Lo que hizo fue rodearse, también en el rodaje, de amigos con experiencia. Otra vez Hendler llenó ese espacio como coproductor de la cinta a través de su productora local Cordón Films. Le recomendó convocar a Gabriela Iribarren - "hizo una interpretación del guión que superó lo que había escrito"-, Andrea Davidovics, Mirella Pascual y a Fernando Amaral. Le dijo que había un genio llamado Fernando Cabrera dispuesto a hacer la música de la película - "que al principio me pareció rara, no me gustó. Me desesperé, él renunció, y fui a ver a Duprat. Puso la música en los lugares correctos de la película y ahí sí, entendí que era exactamente la que necesitaba la película que filmé, que cambió mucho de la que escribí"-.

Mercedes Morán fue la primera en ver la película terminada y le sugirió hablar con su pareja, el artista plástico uruguayo Fidel Sclavo para trabajar el arte de la presentación de los créditos. "Su obra tenía el tono exacto de ingenuidad que yo le quería dar a la película. Fue un cúmulo de encuentros mágicos." Hablar de magia: otro paso más lejos del detective amargo.

Y es que a Garzón le interesa explorar las emociones y las relaciones vinculares en sus guiones. En otro que arma a cuatro manos, entre ellas la de su novia, la guionista Romina Hamra, explora cómo la crisis económica afectó a los argentinos en el plano afectivo: "la única manera de sobrevivir fue plegarse a los amigos y a la familia, porque no teníamos un peso". Ya tiene el título: Plazo fijo. También prepara la adaptación de la novela Rugby, de Manuel Soriano, un argentino instalado en Montevideo con otra adaptación en camino: Variaciones de Koch en manos de Julián Goyoaga. Para despreocuparse del tipo de lente Garzón citó al actor y cineasta Fabián Forte para codirigir.

Actuar, cita, tiene que ver con la madurez, con entenderse, con entender el simbolismo. Mientras sueña con más cine cuenta que viene de filmar un monólogo para la próxima película de su vecino, El ciudadano ilustre, y se prepara para protagonizar junto a Mercedes Morán la nueva película de Ana Katz, Sueño Florianópolis. Luis Ortega lo dirige en la miniserie de Telefé Historia de un clan, basada en el Clan Puccio, una familia acomodada de San Isidro que durante los '80 se dedicó a secuestrar y asesinar empresarios cercanos para robarles el dinero. Interpreta a Díaz, un secuestrador a sueldo. De regreso al policial.

—Son buenos tiempos, entonces.

—Sí, está todo bien. Soy militante político y un buen amo de casa. Puedo manejar la casa y trabajar a la vez. No dejo de ser actor y tengo la escritura. Dos veces por semana doy clases de actuación. Ahora voy a eso, pero antes me voy a dormir una siesta.

Los mejores detectives apenas encuentran tiempo para dormir.

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Gustavo Garzón

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