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Martina Graf y su pasión por los animales

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Martina Graf

En un momento de su vida llegó a tener 11 mascotas en su casa. Era cuando vivía en un campo en Punta del Este y tenía espacio para criarlos. Hoy Martina Graf es consciente de que no puede levantar todo perro o gato que se cruza en su camino pero ayuda y colabora desde otro lugar. Conozca un poco más sobre el vínculo de la modelo y los animales.

—¿Cómo nace tu amor por los animales?

—De chica viví en Itialia y no podía tener animales, me tenía que conformar con algún caracol adentro de un tupper, no podía tener ni perros ni gatos porque no estábamos nunca. Cuando volví, a los 7 años, lo primero que hice fue sacar a pasear a Carlota, nuestra perra que se había quedado en lo de mis abuelos. Fue mi primera mascota: una cocker que vivió 14 años, era ciega. Ahí arranca la historia de los animales, a mis padres también le gustaban porque mi mamá se había criado en el campo y siempre tuvo una fascinación muy especial por los caballos.

—¿Hubo otro animal que te haya marcado?

—Sí, Pelusa. Una vez que me fui a vivir sola, empecé a tener animales con responsabilidad. Nunca compré ninguno, siempre tuve adoptados, rescatados de la calle. Pelusa fue una perra que apareció en Punta del Este con un tajo en la cabeza, la tuve siete meses porque enseguida la castré, a los meses tuvo un problema neurológico y la tuve que sacrificar. Sin embargo me cambió porque nunca tuve que rezongarla, era re educada, andaba sola arriba del caballo. Era una genia. De tan fea era linda.

—¿Cuántos animales tenés?

—Dos perras y dos gatos. Mi gata de 11 años es re especial porque es el único recuerdo que me queda de la casa donde viví toda mi vida con mis padres y mi hermano. Cuando nos dividimos, la gata se quedó conmigo, estuvo en Paysandú, fue a Brasil, viajó por todos lados. Es muy afectuosa conmigo, con el resto no tanto. Apenas se separa de mí sufre pila. Se llama Guima. La encontré en una palmera de adolescente con un novio que se llamaba Guillermo, y quedó Ma de Martina y Gui de Guillermo. Tengo a Fígaro, otro gato, a Inqui por inquieta y a Telma, todos animales rescatados. A Inqui la encontré camino a Pueblo Garzón. Estaba toda cortada, con el pecho abierto en tres, las costillas golpeadas. Mi auto era nuevo y cuando la subí me ensució todo con sangre y lo tuve un mes y medio sin poder pararlo porque estábamos haciendo temporada en Punta del Este, no podía dejarlo a lavar.

—Pero has llegado a vivir con muchos más animales...

—Llegamos a tener 11. La forma de no volverte loca cuando sos muy sensible con los animales es mantener la coherencia y racionalidad. Cuando viví en Punta del Este y tenía un campo, podía dedicarme, tenía espacio, ayudé a todos los animales que pude y logré recolocarlos, darles una vida o una muerte digna porque vivieron su último año de la mejor manera. Ahora mi realidad es diferente, vivo en Montevideo en un apartamento de un dormitorio, bastante que tengo dos gatos y dos perros.

Martina Graf
Martina Graf

—¿Qué haces cuando ves algún animal abandonado?

—Hoy estaciono, le doy comida y me voy, como mucho le saco una foto y publico, es mi forma de ayudar. Me encantaría llevarlo a mi casa pero sé que no puedo. Soy madrina del grupo Narices Frías Tala y hacen una labor increíble.

—¿Cómo ponés en práctica el amor por los animales, además de rescatarlos de la calle?

—Amo los animales pero amo la disciplina. Vos a un hijo tenés que ponerle límites porque sino le hacés un mal. Es lo mismo: los animales que me rodean son disciplinados, entienden, gasto tiempo en enseñarles, salen sin correa pero se sientan en las esquinas, no cruzan la calle, se portan bien, no dejo a mis perros sueltos si sé que son agresivos. Me encanta la disciplina en los animales.

—¿Sos medio milica?

—Soy, a veces pienso eso pero no me quieren menos por eso. Soy súper ordenada y no voy a renunciar a tener lindo el apartamento porque viva con cuatro animales. Mis perras no pisan las alfombras: llegan a casa, están en su cucha, comen en la cocina, si me tengo que ir quedan encerrados en la cocina. Es como un hijo: parte de ser responsable es enseñarles qué cosas sí, qué cosas no y eso no impide darles amor. La educación es control y constancia, no es a través de la violencia.

—¿Qué cambio tiene que hacer la gente para concientizarse en este asunto?, ¿qué aconsejás?

—No ser indiferente, no mirar para el costado y esperar que lo hagan los otros, sino tratar de hacer algo uno, ser proactivo. Quedarte amargado por haber visto una situación fea, volver a tu casa pensando en X perro, te va a hacer reaccionar un poquito más para que algún día digas, este perro depende de mí, voy a hacer algo.

—¿Crees que desde el gobierno se tendría que ejercer algún tipo de práctica?

—Está a la vista lo que significa un país desarrollado y uno subdesarrollado. Como decía Gandhi, las civilizaciones se miden por cómo tratan a sus animales. No le paso la pelota al gobierno, es un tema de educación. Sí es muy importante seguir destinando recursos para hacer las castraciones comunitarias que son más que bienvenidas, tienen resultados increíbles, cada año más personas se animan a castrar; que sigan apoyando de esa manera. Después rescatistas y refugios van concientizando. Crece el interés por la sensibilidad de los animales y cada vez hay más vegetarianos.

—¿Sos vegetariana?

—No soy al 100%, no consumo casi carne, pero creo que los cambios no son abruptos, sino paulatinos. No me quiero presionar para ser parte de ningún grupo. Los fanatismos, ya sea por fútbol o religión, no los comparto con mi forma de vivir. Creo que la utopía de un mundo perfecto no es con el 100% de la población no consumiendo carne porque no es el ciclo de la vida. Cuando era chica veía documentales donde el león se comía a la cebra, hoy son imágenes que no puedo tolerar, hieren mi sensibilidad pero son naturales. Si como atún, por ejemplo, busco que en la lata diga que no haya habido delfines afectados. Hay cosas chiquitas que hacen bien y otras que son naturales. Yo uso una bota de cuero y sé lo que es, pero capaz que la uso de forma racional y no abuso.

La historia increíble de Braulio.

Una tarde extremo calor Martina Graf encontró un perro cruza con cimarrón en la ruta. Estaba desnutrido y lastimado. Lo llamó Braulio. Lo tuvó unos cuatro meses hasta que se recuperó y lo ofreció en adopción. Encontró a una pareja que tenía ya a una cimarrona que resultó ser la madre de Braulio. El perro no solo encontró una familia, sino que se reencontró con su madre.

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