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Una vida extra

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Las picadas clandestinas no siempre se convocan. Foto: Fernando Ponzetto.
Picada de autos, carrera de automoviles, foto Fernando Ponzetto, nd 20150729
Archivo El Pais

A pesar de los intentos que se han hecho desde la década de 1990 por regular las picadas clandestinas, el gusto por lo prohibido sigue encontrando cómo subsistir.

Quienes corren intentan explicar una costumbre que tiene mucho de adicción. Algunos la catalogan de conducta suicida. En Montevideo están casi controladas, pero no en el interior.

El Fiat contra el Fusca 109. Ambos parados en uno de los semáforos de la rambla. Es viernes, son las 20:40 horas y la calle costera sigue transitada, repleta de autos. El semáforo está en rojo. Los dos conductores se hacen señas para ver hasta dónde van a ir. Se miran. Esperan. Hacen sonar sus motores. El del Fusca detecta espacios entre la multitud de vehículos para poder tomar la delantera.

El semáforo se pone en verde. Demora en acelerar a fondo. Cuando los autos comienzan a separarse, el Fusca se escabulle. Tiene la calle libre, pisa el acelerador y llega a 120 km/h. Se topa con la tanda de autos del siguiente semáforo. Frena. Acelera y vuelve a frenar para meterse entre uno y otro. Le tocan bocina. Pierde de vista al Fiat, así que lo espera porque sabe que adelante la calle está despejada y tiene ganas de seguir corriendo.

Finalmente su rival aparece por la derecha. No puede avanzar porque tiene un auto adelante. Le hace señas de luces, pero no se mueve. Lo intenta de nuevo; nada. Lo pasa por su derecha. Mira por el espejo retrovisor y ve a otro joven en un auto negro, pegado a su paragolpe: otro que se suma a la improvisada carrera. Intenta separarse lo más que puede mientras esquiva en zigzag a los demás vehículos. La curva de la Playa de los Ingleses marca el final. El Fiat y el auto negro estacionan delante del Fusca.

—¡Cómo anda! —exclama el del Fiat, refiriéndose a la velocidad del Fusca.

—¡Es el Fusca, él empuja! ¡Chau, nos vemos! —responde el del 109 y saluda con la mano consciente de su victoria.

Pasión de fuscas.

El conductor del Fusca 109, así lo conocen. Tiene 22 años. Terminó el bachillerato tecnológico y hoy en día es asesor en reparación de autos. En su trabajo lo formaron para eso y recibió así un diploma metálico firmado por el dueño de Toyota, Akio Toyoda. Sabe manejar desde los 13 años, pero se largó a la calle con 17. Los autos son su pasión, y el Fusca, "uno más de la familia".

Es mecánico de alma. En esos veranos en que tenía que rendir exámenes del liceo, salía de la academia de estudio y se iba directo al taller de su tío. "Andá a estudiar", le decía luego de ver que su sobrino había estado 10 horas con él cambiando repuestos y reparando autos.

Es, también, un apasionado por los Fusca, un tipo de auto que siempre estuvo presente en su familia. Su abuelo tenía uno y era especialista en ellos. Ese mismo auto pasó a su padre, y su tío, Gonzalo, compró otro. Él no planeaba continuar esa tradición, pero las circunstancias hicieron que le tocara arreglar uno en el taller y el dueño no tuviera más dinero para arreglarlo. Pagó apenas US$ 1.000 por él. Con el tiempo la inversión aumentó —le llegó a poner encima unos US$ 5.000, de los cuales 3.500 fueron solo para el motor— y el viejo Fusca se convirtió en una máquina de correr.

Hoy por hoy su rival puede ser cualquiera que en un semáforo muestre intenciones de competir. Estos autos suelen tener las luces camineras encendidas y han sido preparados para estar más cerca del suelo. La primera señal es hacer sonar el motor. Con solo un cruce de miradas se llega a confirmar.

Ese viernes el dueño del Fusca 109 se dirige a Kibón. Reconoce unas caras entre las personas y los pocos autos estacionados. Los saluda, pero su intención no es socializar sino probarse a sí mismo. Se acerca a otros dos jóvenes que conversan fuera de sus autos.

—Vengo desde la Aduana buscando alguien pa picar.

—¿Qué tenés pa correr? —le pregunta uno de los dos muchachos a pesar de que lo había visto llegar en el escarabajo.

—Aquel Fusca blanco —responde él con naturalidad.

—¿Está con el motorcito de él? —increpa el otro joven, apoyado en el capó de un Fiat Uno.

—Es el de él, pero no está el de él —contesta sonriente, sin revelar más de lo necesario.

Actualmente ya no se corre en Kibón, pero los viernes y sábados por la noche se pueden ver autos preparados allí. Por lo menos una vez al mes se organizan picadas en el Autódromo de El Pinar, pero en ausencia de estas surgen las picadas en la calle. Eligen los lugares de trayectos en línea recta. Un clásico es la Naval, en Carrasco. Montevideo no tiene muchas calles anchas y largas, por lo que los puntos son siempre los mismos, lo cual es una ventaja para los inspectores de tránsito. Por eso muchos optan por los retos en semáforos.

El dueño del Fusca 109 corre la mayoría de las veces en El Pinar, aunque de vez en cuando se da el gusto de hacerlo en la calle. A los 17, antes de tener su auto propio, salía a picar con el Suzuki de su padre. Muchas veces lo acompañaba "El Pela", un amigo que también tiene un auto preparado.

Hace un año, una noche entre las dos y tres de la mañana, el del 109 vio que tenía seis llamadas perdidas en su celular. Sus padres habían salido a comer y él sabía que su hermano, de 18 años, se había ido en el Suzuki.

—Choqué. Me fui para afuera en la rambla. Estaba con otro auto y me fui. ¿Podés venir?.

Llegó y vio al Suzuki a cinco metros del muro del agua. "Miré a mi hermano y me puse a llorar", cuenta. "Me siento culpable hasta el día de hoy". Sabe que su hermano menor lo imita también en esas malas costumbres.

Un año después, el conductor del 109 vuelve al lugar del hecho. Ya sin rastros de tristeza, explica: "En el medio de la curva hay un vaivén (en el hormigón). Él subió estos dos cordones y el auto quedó mirando en sentido contrario al que iba".

"Él no anda más en auto. Ahora quiere empezar de nuevo y a veces le pregunto ¿vos viste lo que hiciste?, y dice sí, fue culpa del otro que me encerró. Fue culpa de los dos —le digo— porque vos no tenés que estar picando con el auto. Yo no soy quién para decírtelo, pero tenés que ser consciente", recrea. Tiempo después le compró a su padre los restos del Suzuki y lo arregló para su uso diario.

Entre lo legal y lo ilegal.

Hace 20 años las picadas ilegales se hacían en el famoso "Caminito", cerca de Melilla. Y Gonzalo Olivera, "El Pipe", tío del conductor del Fusca 109, no se las perdió. "Lo lindo es ir con un auto medio veterano, enfrentarte a uno nuevo y ganarle", dice con una sonrisa. De joven corría con un Fusca. Hoy lo sigue teniendo, pero las picadas ya forman parte de su pasado. Como mecánico, cree que "el auto es una extensión de su dueño: se refleja en él".

Las picadas legales en el Autódromo de El Pinar comenzaron a principios de 1990 y se hicieron hasta 2002. Se suspendieron "por cuestiones de organización y la poca asistencia de las personas", según los encargados. Desde 2002 hasta 2011 no hubo picadas legales. Por ende, en ese período resurgieron las clandestinas. En 2011 se retomaron las de El Pinar.

"Las picadas ilegales siempre existieron", asegura Martín Ferrari, más conocido como "El Chispa". Con 20 años corrió alguna que otra vez en la calle junto con "El Pipe". Después formó parte de la organización de las picadas de El Pinar desde los inicios hasta hace unos años.

A "El Chispa" le gustaban más las picadas legales "de antes", aquellas que se hacían "a pulmón" y en las que no contaba tanto el dinero que invertía el corredor. "Antes se armaba un auto con un carburador y un árbol de levas, y andaba bastante bien, e incluso se lo usaba en la calle", recuerda. Por otro lado, la competitividad de hoy hace que los autos se perfeccionen y alcancen más nivel.

Ernesto Laguardia es uno de los actuales organizadores de la competencia de El Pinar. En 2011, cuando la competencia legal llevaba nueve años ausente, la Asociación Uruguaya de Volantes (AUVO) le propuso retomarlas. En ese entonces hizo un sondeo para saber cuántas picadas ilegales había. Hoy estima que se redujeron en un 80%.

El ambiente y el público de las picadas legales son distintos a los de las carreras deportivas. "Siempre las picadas tuvieron el estigma de que los que participan eran transgresores de reglas, ladrones, drogadictos, pero yo creo que las picadas nuclean a un público muy variado. Son consideradas el nivel más bajo del automovilismo", dice Laguardia. Para él, eso está cambiando porque el nivel de preparación ha mejorado.

Hoy en día asisten entre dos mil y tres mil personas al autódromo, de las cuales unas 400 corresponden a competidores en pista de autos y motos. En los primeros años de organización los autos y motos de competición no llegaban a los 70. Por otro lado, desde 2011 hasta ahora los accidentes no han llegado a ser 10.

Actualmente también se organizan picadas legales en Rivera, mientras que en Salto, Mercedes y Maldonado se dejaron de hacer.

Las picadas legales tienen la ventaja de la seguridad: cuentan con ambulancias y bomberos. "Yo he estado en la calle cuando se hacían las ilegales y cuando había un accidente nadie se quedaba, todos desaparecían porque pensaban que venía la Policía", recuerda Laguardia.

La misma "competitividad" que existe hoy entre autos se da con las motos, que pueden llegar a recorrer 100 metros en nueve segundos.

Ni en la Unasev ni en las intendencias tienen cuantificada la incidencia de las picadas en los accidentes de tránsito. Sin embargo, es claro que representan un peligro real. "La cifra de accidentes vinculados al mal uso y abuso de los ciclomotores sigue creciendo de forma exponencial. Y las consecuencias son funestas, sobre todo para los jóvenes porque cuando no mueren quedan con alguna invalidez severa", dijo Ciro Ferreira, director del Hospital de Tacuarembó, el cual asiste a buena parte del norte del Río Negro.

En los últimos cinco años en el servicio de neurocirugía de ese hospital se han triplicado los pacientes que llegan por accidentes de tránsito, incluidas las picadas. En el CTI de adultos un 70% son politraumatismos que, en su mayoría, son consecuencia de accidentes de tránsito donde el protagonista es la moto.

"Se ha logrado mantener la sensación de control y minimizar las picadas en la capital", consideró Óscar Sánchez, director de la Unidad de Vigilancia de la Intendencia de Montevideo. Sin embargo, Sánchez reconoció que el fenómeno se ha trasladado a la Costa de Oro. Agregó que en ciertos casos la competencia se parece a una ruleta rusa, con dos autos que avanzan en sentido contrario hasta que uno desiste. Si eso no ocurre, el impacto es fatal.

"Está estudiado científicamente: son conductas suicidas. Jugarse la vida para ver quién cede terreno a altas velocidades, atenta la vida de cualquiera", dice.

Como un cigarro.

"Estaba arriba del auto, iba andando tranquilo y de golpe necesitaba pisar el acelerador. Era una necesidad, como quien tiene que salir a fumarse un cigarro. No sé cómo explicarlo… Yo necesitaba salir quemando neumáticos y pisarlo a fondo hasta el otro semáforo", dice "El Pela" procurando escoger las palabras precisas.

"El Pela" tiene 20 años y es amigo del conductor del Fusca 109, compañero de picadas por la noche. A los 17, sin licencia aún, compró su propio auto con la idea de prepararlo y casi con 18 comenzó a correr. En vez de ir a bailar, los fines de semana salía en busca de un reto en algún semáforo.

A diferencia de su amigo, "El Pela" nunca corrió en El Pinar. Su expertise son las picadas ilegales. Cuenta que a veces se convocan previamente. "Hasta hace un tiempo había movidas en Facebook o en distintas páginas de internet", dice. "Pero es muy complicado hacer picadas clandestinas medio organizadas y que vaya una cantidad razonable de autos porque llama mucho la atención". En Facebook también se armaban grupos cerrados en donde se concretaba día y hora de una picada para ver si había infiltrados. La sospecha se confirmaba si llegaba la caminera al lugar.

El 26 de diciembre de 2010 iba en un auto con tres amigos por la Interbalnearia y tuvieron un accidente. No estaban picando, pero andaban rápido, y fue mortal. "Ver morir a una persona a tu lado, un amigo, es muy complicado", dice. "Nunca pensé que me iba a pasar eso en carne propia, hasta que me pasó. A partir de ahí bajé las revoluciones en muchas cosas, sobre todo en la conducción porque imaginate lo que significan los autos para mí, lo que significa la velocidad…".

Hoy por hoy tiene dos autos: uno para correr y otro que usa en su vida cotidiana. Pero ahora hace más de un año que no participa de una picada y no por el accidente que le costó la vida a su amigo, sino porque el auto está en reparación. Sí dice que lo que pasó aquel día lo llevó a correr "con otra responsabilidad".

"Saber lo que te puede pasar está latente", dice "El Pela", aunque eso no lo inmoviliza porque siente que la muerte puede llegar de la forma menos esperada. "Podés sufrir un accidente así o haciendo otra cosa; en una parada de ómnibus puede venir un auto que se descontrole y te lleve puesto. Las cosas pasan igual", sostiene.

En las picadas no solo importa que el conductor haga bien los cambios y conozca el auto del contrincante, sino también que sepa "cuidarse de los otros", dice el del Fusca 109. "Siempre está el que no mira al espejo y se tira por un costado".

A pesar de que son conscientes de que pueden tener un accidente, la pasión por picar es más fuerte: "La velocidad te genera adrenalina, pero el saber que dentro de cinco segundos vas a tener que salir rápido y demostrar que tu auto es mejor que el que está al lado, te genera algo raro. Un sentimiento que no lo puedo explicar", dice "El Pela", mientras mira hacia arriba como si se imaginara el momento.

Definitivamente las picadas ilegales tienen algo que las legales no: el gustito de lo prohibido. También hay quienes prefieren correr en la vía pública para exhibir la potencia de sus motores.

"Las ilegales están buenas, pero las legales son más seguras, es más sano. Son dos ambientes distintos. En la calle no conoces a nadie y allá ves caras conocidas. En la calle es todo instinto, pero está bueno también. Yo creo que me quedo con lo legal. El tema es que queda muy lejos", comenta el del Fusca 109.

Ellos nacieron para los autos. Y lo que sienten por su máquina o lo que les genera una picada les resulta incontrolable. Lo llevan dentro. Por eso muchas veces el tema no se habla en sus casas y algunos padres ni se enteran de los riesgos que corren sus hijos. Otros sí, pero en el fondo saben que la prohibición no es una opción. "No se habla por el miedo a la muerte, porque lo primero que genera la palabra picada, es muerte", dice "El Pela". "Sé que mi madre lo piensa porque me ha dicho si un día te matás, yo tiro ese auto y lo prendo fuego".

"Hay gente que hace otros deportes extremos y también corre peligro de muerte. Entonces, yo lo considero un deporte extremo. Vos sabés las consecuencias que puede tener y dentro de tu casa no llegás y decís le gané a tal. La gente sabe lo que hacés, no pregunta y vos tampoco alardeas".

El espejo retrovisor del Fusca 109 lleva colgado de una piola uno de los hongos característicos del juego de Mario Bros. Es de algodón, color rosado claro y blanco. Debajo lleva enganchada una caravana circular y plateada de su novia. "Esta es mi vida extra —cuenta, y sonríe. Un regalo de mi hermano, como una vida extra. Literalmente".

Picar en vía pública está penado por la ley de faltas

Aquellos autos y motos que corran carreras en la vía pública serán decomisados; así lo establece una modificación en la Ley de Faltas (19.120). Según el artículo 365 de la misma "será castigado con pena de siete a treinta días de prestación de trabajo comunitario por la participación en competencias vehiculares no autorizadas; el que en carreteras, calles, vías de tránsito en general y en lugares no autorizados participare de carreras u otro tipo de competencia valiéndose de un vehículo con motor".

En el proyecto de ley original, se previó el decomiso del vehículo para siempre. Sin embargo, tras una reunión entre legisladores frenteamplistas y autoridades del Ministerio del Interior, el artículo fue sustituido y se autorizó el embargo por solo seis meses. Pero luego de la discusión parlamentaria, se entendió que alcanzaba con tres meses y así está el texto hoy. El dueño del vehículo, a su vez, debe pagar los costos del depósito. Hasta julio de 2014, los Juzgados de Faltas de Montevideo tuvieron dos procedimientos por picadas ilegales. El informe del Poder Judicial no aclara si hubo sentencias dictadas al respecto. Sí hay mención a que la conducción de vehículo en estado de embriaguez comprende más de la mitad de las faltas sancionadas y, por consiguiente, de la obligatoriedad de realizar trabajos comunitarios. La realidad es similar en todos el país.

SABER MÁS

Tres muertes dieron que hablar

Iban a 60 km/h y chocaron de frente. Una de las motos fue a parar a 30 metros del lugar del impacto, atravesó una barrera y cayó al vacío. De los tres jóvenes que se desafiaban en la picada, dos murieron en el acto. El otro sufrió múltiples fracturas. Ocurrió en Ruta 14, en el trayecto del denominado “puente seco”, en el by pass que une esta arteria con Ruta 5, en el acceso sur a la ciudad de Durazno.

El hecho fue uno de los más comentados en los noticieros el 18 de marzo de 2014. Solo en la nota alusiva del diario El País tuvo más de 130 comentarios. Es que dejó al descubierto una situación de la que se conoce y poco se habla. Por entonces, el oficial Richard Silvera, comisario de la Seccional 15ª de policía, dijo que estos acontecimientos “se han hecho cotidianos en cierto sector de jóvenes de la sociedad uruguaya. Son jóvenes que todos conocemos, que viven a nuestro lado o son compañeros de nuestros hijos o del barrio, pero que solo piensan en vivir la vida intensamente, a veces en pocos minutos, en 500 metros, como ellos dicen, corriendo con sus motos”.

Desde entonces hubo cierto silencio hasta que en abril de este año una mujer de 82 años falleció al ser embestida por un auto que corría carreras. Fue en Maldonado, en la intersección de las calles Isla de Flores y Oribe. La mujer esperaba el ómnibus en una parada.

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Las picadas clandestinas no siempre se convocan. Foto: Fernando Ponzetto.

NO PUEDEN CON LAS PICADAS ILEGALES

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