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Transgénicos, del laboratorio al plato

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Productores argentinos colocan en el exterior el grano a un ritmo importante. Foto: A. Colmegna
Maiz , cultivo, plantacion, plantas, foto Ariel Colmegna, Archivo El Pais, s/f
Archivo El Pais

Los transgénicos están presentes en gran parte de los alimentos de la dieta cotidiana y aunque son resistidos, muchos de sus problemas surgen del mal uso que se les da. La ciencia local, por su parte, se beneficia de ellos para realizar nuevos descubrimientos.

Lo que para muchas personas es una mala palabra y para otros va a salvar al mundo del hambre, suele pasar inadvertido por el plato de los uruguayos. Los transgénicos se introdujeron en casi todo el mundo sin previo aviso y hoy están presentes en una variedad de alimentos casi inabarcable. Desde sopa instantánea hasta hamburguesas procesadas o embutidos pueden tener transgénicos, pasando por la gelatina, polenta, yogurt, pan, tapas para empanadas, dulces, mayonesas e incluso quesos. Se puede decir que todo derivado de la soja que se produce en Uruguay lo es, así como también la mayoría de lo que proviene del maíz y gran parte de los alimentos procesados.

Hoy están en kioskos, supermercados y rotiserías y si se le pregunta a un científico si tal o cual alimento es transgénico, la respuesta será un "es probable" o un "tal vez", pero sin análisis no hay certeza. Y aunque la Intendencia de Montevideo se propuso imponer el etiquetado de alimentos transgénicos, la disposición todavía no llegó a las góndolas.

A fines de junio, un grupo formado por unos 110 expertos en economía, química, física y medicina que fueron galardonados con el Premio Nobel escribieron una carta de apoyo a los productos modificados genéticamente. En ella, pedían a la ONG ambientalista Greenpeace que dejara de oponerse al polémico arroz dorado, un grano modificado genéticamente que consideran puede evitar la falta de vitamina A, causa de muerte en varias regiones. También pidieron a los gobiernos de todo el mundo que rechacen las campañas en su contra y los instaron a facilitar el acceso de los agricultores a "todas las herramientas de la biología moderna". Greenpeace respondió con dureza: puso en duda la efectividad del arroz dorado, aludiendo que es una especie de "caballo de Troya" que pretende allanar el camino a otros transgénicos, y recordó que también existe consenso de más de 300 especialistas en que no hay certezas sobre los efectos de los transgénicos. En medio de un debate polarizado, trazado entre campañas de opinión pública y pasiones desmedidas es difícil saber qué es cierto. ¿Cuál es la mirada de los científicos y especialistas uruguayos sobre el tema?

El transgénico y el modelo.

Ellos se llaman "Colectivo OGM", aunque a Claudio Martínez le gusta más "Colectivo T". OGM quiere decir organismo genéticamente modificado, la "T" es por transgénicos. Martínez es doctor en Ciencias Biológicas, profesor y especialista en biología molecular, además de firme opositor al modelo de producción que usan los principales cultivos locales. El grupo está formado por más de 20 académicos, miembros de ONG y especialistas que buscan informar sobre los pros y los contras de esta intervención humana en la genética de las plantas. De hecho, trabajan en un informe que se convertirá en libro, que recopilará información y estudios sobre el tema.

¿Es la modificación genética una prolongación de lo que han hecho los agricultores durante siglos? Para Martínez es un paso más. Es saltearse los tiempos de la naturaleza sin conocer las consecuencias. "No podemos pretender que conocemos el secreto de la vida porque sabemos cortar y pegar ADN", dice. Prefiere apelar al principio precautorio: controlar hasta que llegue la evidencia que confirme una de las dos posturas.

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Martínez entiende que el tema volvió a estar en el tapete mundial porque las empresas multinacionales que producen semillas transgénicas han desarrollado tecnologías muy superiores a las que están en los cultivos del mundo hoy y, dice, quieren introducirlas al mercado sin controles. "Una de las grandes falacias es hablar solo del transgénico", explica Martínez. El principal problema, dice, es el modelo, que implica el cultivo de un mismo producto en zonas extensas y el uso de agroquímicos. Si bien esto no es una característica exclusiva de los transgénicos, sí se puede ver cómo el uso del glifosato, un herbicida necesario para un determinado tipo de soja que fue alterada genéticamente para resistirle, ha crecido en los últimos años, sostiene.

El "Grupo OGM" calculó que mientras el área agrícola cultivada se multiplicó por cuatro entre 2000 y 2014, las importaciones de herbicidas lo hicieron por ocho durante el mismo período, si se analiza según los volúmenes de principio activo que entraron al país. Las de glifosato, explican, lo hicieron por diez.

Claudia Piccini es microbióloga del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE) y ha estudiado el impacto de los agroquímicos, especialmente el glifosato, en el agua. El agroquímico va a parar a los cursos de agua y, según explica, puede ser tóxico para muchas células, entre ellas las bacterias que naturalmente habitan en ríos y arroyos. "De ahí para arriba en la cadena trófica", apunta. "No lo veo como granja o como cultivo, lo veo como una industria que insume mucho, es como tener muchísimas plantas de celulosa generando contaminación", opina y agrega: "Y no sabemos las consecuencias".

Algo que preocupa a los científicos es el hecho de que las plantas se vuelvan resistentes a los químicos y eso esté llevando a que se utilicen más y de forma irresponsable. No solo eso, dice Martínez, sino que además, teme el impacto sobre el producto final: "Nosotros hemos trabajado con alimentos solo para la detección de transgénicos en los últimos años y vemos que hay muestras contaminadas por herbicidas".

El transgénico y el uso.

"A veces se le echa la culpa a la soja transgénica cuando en realidad es del humano que hace un mal uso de la tecnología", dice el gerente de la Cámara Uruguaya de Semillas (CUS), Andrés Arotxarena.

El ingeniero agrónomo cree que la resistencia que frente a los agroquímicos van generando las malezas o los insectos que amenazan a los cultivos, se puede combatir sin caer en el abuso de herbicidas. Entiende que el aumento en la importación de estos productos responde al crecimiento del área cultivada. Según datos de la consultora Seragro, si se compara la aplicación de kilos de principio activo por tonelada de producción entre el período que va de 1985 a 1995 con el de 2011 a 2013, se redujo su uso en 44% para la soja y 50% para el maíz.

Una técnica que la cámara promueve y controla es el uso de refugios. Se trata de mecanismos que permiten que los cultivos siempre tengan presencia de ejemplares de la plaga que se quiere combatir susceptibles a los productos que se utilizan. De esta forma, se reproducen con los que podrían generar resistencia y se evita que superen a la tecnología. De hecho, la resistencia está siendo un problema para Argentina y Paraguay y comienza a serlo para Uruguay.

El Gabinete Nacional de Bioseguridad, que funciona con miembros de seis ministerios y determina qué cultivos transgénicos se introducen en el país, solamente aprobó la introducción de un evento —plantas derivadas de células modificadas genéticamente— desde 2012. Las que solicitan autorización son las empresas que venden las semillas. De momento, tienen 13 eventos en evaluación, según datos de la CUS.

Si bien Arotxarena cree que los controles son importantes, también entiende que las demoras del organismo en aceptar nuevos eventos dejan a los productores locales en "desventaja" con el resto de la región, que sigue incorporando nueva tecnología mientras que Uruguay mantiene la misma desde hace varios años. "Los protocolos de seguridad que establecen las empresas son a veces más seguros de lo que pide el Estado", argumenta.

"No es lógico que aprobemos eventos que el mundo no compra. Por lo tanto, los procesos son largos", explica el subsecretario del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, Enzo Benech. También cree que sería un error intentar desarrollar tecnología transgénica en Uruguay para evitar depender de empresas multinacionales. "No tenemos capacidad, sería un error y un mal uso de los recursos".

Transgénico, ¿es malo?

Las investigaciones con transgénicos no son ajenas a Uruguay. En el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA), por ejemplo, los investigadores crearon papas transgénicas capaces de resistir un tipo de enfermedad que ha causado grandes pérdidas en varias partes del mundo. Por ahora, las pruebas a las que se la ha sometido han sido positivas. Y aunque aún falta probar su inocuidad en el ambiente y como alimento, desde el INIA no descartan que algún día se pueda comercializar este producto.

En el Clemente Estable trabajan con moscas transgénicas. La División Neurociencias las usa para estudiar los cambios neurológicos entre el día y la noche que podrían ayudar a comprender patologías que se producen a partir del trabajo nocturno. También lo hacen, en genética y biología molecular, con plantas sin valor comercial para estudiar efectos de enfermedades, con el fin de evaluar su resistencia y descubrir genes que permitan fortalecer a la planta frente a determinadas amenazas.

Sin embargo, cualquier atisbo de desarrollo local que se quiera introducir al mundo comercial debería enfrentarse al pago de patentes, que en casos pueden llegar a decenas de millones de dólares, además de los costos de estudios previos a lanzarlas al mercado. Mientras la palabra transgénico tiene, para muchos, connotación negativa, también hay otra cara, que es la de los avances científicos. La insulina es producida con tecnología genéticamente modificada así como bacterias y hongos transgénicos que se usan para producir quesos e ingredientes para jugos o cerveza. Y para la ciencia, tanto quienes aborrecen a los transgénicos como quienes quieren dominarlos, todavía, se trata de una tecnología a descubrir.

Encuentran unos 150 productos modificados.

Si bien hay un decreto departamental de la Intendencia de Montevideo (IM) que obliga a etiquetar los productos modificados genéticamente o que tengan modificaciones que superen más del 1% de sus componentes, la medida todavía no se está controlando. Se está, según explicó la directora de Salud de la IM, Analice Berón, esperando la definición de una nueva etiqueta, ya que la previa, por color y forma, se podía asociar con una alerta por toxicidad. De todas formas, la intendencia ha procesado productos en sus laboratorios y pudo detectar unos 150 que deberían estar etiquetados. Según Berón, las demoras en la implementación se deben a que la nueva normativa se va a incluir con otras normas de etiquetado. También el LATU ha comenzado a analizar alimentos procesados a pedido de los productores.

La ciencia, los transgénicos y los efectos para la salud.

En el debate por los transgénicos, solamente en la salud aparecen las medias tintas: "cualquier persona que diga que los transgénicos son seguros o que producen cáncer no está siendo honesto intelectualmente", dice Claudio Martínez, profesor de la Facultad de Ciencias. Los efectos en el cuerpo no han sido comprobados por la ciencia, de momento. Recientemente, la Academia de Ciencias estadounidense realizó una revisión de 900 papers publicados en las últimas dos décadas y concluyó que no hay evidencias para demostrar que los transgénicos pueden dañar la salud humana. Se trató de la revisión más grande de estudios sobre el tema. El estudio reconoce además que la inmunidad que se está generando para las plagas a los herbicidas está provocando "un problema agrícola de primer orden". La academia también analizó los índices de producción de soja, maíz y algodón a nivel mundial y concluyó que no hay evidencias de que el crecimiento se deba a los transgénicos.

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Productores argentinos colocan en el exterior el grano a un ritmo importante. Foto: A. Colmegna

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