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Ocho horas reparando la vida

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El equipo de microcirugía del Pasteur interviene a unos 70 pacientes al año. Foto: M. Bardesio

La reconstrucción mamaria es una de las intervenciones más difíciles de la cirugía. Se secciona una parte de grasa y piel para sustituir a la mama faltante por un cáncer, y hay que coser también venas y arterias. Durante más de ocho horas se trabaja con extrema precisión. Es el recorte y pegue de la medicina.

Aquí hay una mujer en sala de operaciones. De momento yo no quiero saber su nombre, edad, profesión o lazos familiares. No quiero ver su rostro. Está anestesiada, entubada y con la cabeza cubierta. Mejor así porque la historia que comienza ahora, a las 9:00 AM en el block quirúrgico del Hospital Pasteur, tiene protagonistas más básicos: piel, grasa, huesos, venas y arterias son los componentes de la máquina que hay que reparar. Como un mecánico dispone del motor fallado en su mesa de trabajo, aquí está el cuerpo de la mujer y los cirujanos que buscan arreglarlo.

Tiempo atrás y debido a un cáncer, ella perdió la mama derecha pero hoy se va a intentar solucionar este problema. La reconstrucción mamaria es una intervención nueva y cada vez más frecuente en Uruguay para sanar las mutilaciones de la mastectomía. Se trata de una cirugía compleja, no por riesgosa, sino por lo largo y fino del procedimiento. Consiste en extraer un segmento de piel y grasa del abdomen (colgajo) y llevarlo, moldearlo y coserlo en sustitución de la mama faltante. Pero para que el colgajo no muera en su nueva ubicación, hay que reconectarlo a la red sanguínea.

Bajo microscopio y con aguja e hilo de un espesor hasta 20 veces menor que un milímetro, se debe conectar la vena y arteria que vienen con el colgajo —seccionadas previamente del área abdominal— a una vena y arteria en la zona del pecho. Son los cables y los polos positivo y negativo de la vida.

La técnica se llama microcirugía y hay que ser un minimalista del bisturí para dominarla. El Servicio de Cirugía Plástica y Microcirugía del Hospital Pasteur es de los pocos en Uruguay que realiza este tipo de operaciones. Gonzalo Fossati, cirujano y jefe del servicio, estima en unas 70 las intervenciones microquirúrgicas por año.

La reconstrucción mamaria suele recomendarse frente a las prótesis de silicona en mujeres con depósitos de grasa. Para delgadas resulta inviable. La técnica también se emplea en accidentados para reimplantar miembros que han sido total o parcialmente amputados, o puede volver a conectar nervios de brazo o pierna o llevar un trozo del hueso peroné para reconstruir una mandíbula deshecha por un cáncer facial o por la cara estampada contra el parabrisas. Es el recorte y pegue de la medicina.

"La microcirugía requiere de cirujanos con mucha vocación, entrenados, pero cuanto más jóvenes mejor. Porque son operaciones muy prolongadas, de ocho o 10 horas. Tienen que ser varios porque es imposible que uno solo esté concentrado toda la intervención", asegura Fossati. Y añade que los cirujanos capacitados, en todo el país, son menos de 10 y la mayoría están en el Pasteur.

Esta mañana van a operar Daniel Wolff (35 años), Roberto Ortiz (55) y Carlos Palacio (51), con apoyo de los residentes Guzmán Ripoll, Juan Manuel Fossati y Líber Fraga (que rondan los 30). Además, hay tres anestesistas, otros tres instrumentistas, más enfermeros varios que van y vienen.

El cuerpo en colores.

Lo primero que hacen es marcar el cuerpo. Dibujan las líneas por donde va a pasar el bisturí: una franja azul va de lado a lado por la línea del bikini y vuelve formando un semicírculo por la altura del ombligo. En criollo, a este vientre le van a sacar un trozo del tamaño y forma de una pelota de rugby.

Para hacerlo más ágil, el equipo de Wolff (con su asistente Fraga) se dedica al abdomen mientras que Ortiz y Fossati preparan la zona del pecho que recibirá el colgajo. "Todos estamos entrenados para hacer todo", ha dicho Ortiz antes. El otro equipo (Palacio y Ripoll) aún no interviene.

Corta el bisturí de Wolff y el cuerpo casi no sangra. En esta cirugía, como en todas, se aplica una solución de adrenalina a nivel de la piel que limita el sangrado. Además emplean gasa y un bisturí eléctrico para coagular, con aplicación puntal de calor, cualquier vaso sanguíneo que gotee. Hay olor a quemado y quedan puntos negros donde se aplica esta herramienta.

Centímetro a centímetro, el cuerpo se va revelando en su arco cromático. La grasa humana es de un amarillo mate estriado, como la yema de huevo, a lo mejor uno o dos tonos más abajo y con líneas laberínticas anaranjadas por los caminos de sangre. Debajo de esta capa grasosa, el color del músculo remite al matambre vacuno recién descongelado: rosado pálido, rígido y de líneas gruesas. Entre músculo y grasa, Wolff secciona con mucha precaución.

Del otro lado, Ortiz trabaja donde antiguamente había una mama. Corta sobre su dibujo circular y desecha la piel. Aquí casi no hay grasa y los tonos son de rojo a muy rojo. El cirujano debe buscar la arteria y vena torácicas que pasan por debajo de las costillas. Escribirlo resulta mucho más rápido que hacerlo. "La prisa es el principal enemigo del cirujano", asegura Ortiz, quien escarba de a milímetro, como haciendo un pocito con una cuchara encogida.

Finalmente, aparece algo muy blanco, del tono y espesor de una paleta de leche en un niño sonriente. Es la tercera costilla que está buscando. Ortiz corta un segmento del hueso y divisa los conductos sanguíneos: los cables transitan muy juntos y los distingue porque la arteria es más fina y clara que la vena. Cuando las identifica, las marca colgándoles un hilo rojo y otro azul.

Y dice: "¿Ves eso que se mueve ahí dentro? Es el pulmón respirando". Debajo de las costillas y detrás de una membrana parcialmente transparente, llamada pleura, se deja ver una criatura mediana, una especie de Alien que va y viene, infla y desinfla... Yo creo que es lo más cerca de Dios que he estado.

En los oídos, el ambiente se traduce al pitido intermitente de los monitores que controlan los signos vitales de la mujer. Y el fuelle del respirador se contrae y se dilata. Los anestesistas controlan que los movimientos, números y gráficos se mantengan en rangos normales.

"¿Está relajada la paciente?", les pregunta Wolff. "La toco y se contrae". Incluso bajo una profunda anestesia, el cuerpo reserva mínimas e inconscientes respuestas al dolor. Es momento de aplicar más medicación relajante por la vía.

Son las 12:22 PM, Wolff ha logrado separar el colgajo de piel y grasa y tiene su vena y arteria marcadas. Alguien dice que las bandejas de almuerzo están servidas en el cuarto médico y comen por turnos. La primera parte de la cirugía ha terminado.

Coser en miniatura.

Ortiz tiene que tomar un turno en el sanatorio del Banco de Seguros, así que se va y entran en acción Palacio y Ripoll, quienes ya estaban como asistentes o atendiendo alguno de los 10 celulares dispuestos en una mesa cercana. "Hola, celular del Dr. Wolff" (...) "Está operando, llámelo luego de las 17.00 o 18:00".

Wolff explica que la técnica del colgajo la adquirió en Bélgica, donde hizo un posgrado y en 2014, al volver a Uruguay, comenzó a implementarla en el Pasteur.

El microscopio quirúrgico es un aparato respetable, con ruedas, del tamaño de un equipo de rayos X de dentista. Multiplica por 10 la visión. El colgajo resulta demasiado grande como para mama, así que corta y desecha una parte. Wolff lo moldea en el pecho y lo trae con la arteria y la vena colgando como dos tentáculos. Lo engrampa en el agujero que ha dejado Ortiz.

Ahora comienza, bajo microscopio, a conectar la vena del colgajo con la torácica. Debe darle ocho puntos en la circunferencia de este conducto de un milímetro de diámetro. Si la primera parte de la operación es lenta, esta segunda es como mirar Lo que el viento se llevó en diapositivas. Dos horas después, Palacio aplica el mismo procedimiento, bajo el mismo microscopio, pero con la arteria.

El final de la reparación recae sobre los residentes Ripoll, Fossati y Fraga. Cosen la herida del abdomen y la mujer queda con el beneficio secundario de la panza chata. Cosen también alrededor de la nueva mama. Hacen una incisión triangular y diseñan un nuevo ombligo. Dentro del abdomen guardan aquel trozo de costilla seccionado que servirá, después, como tejido rígido para forjarle el pezón al flamante seno. Le dan como 40 puntos a cada abertura. Este cuerpo parece un mapa pirata.

Son las 17:19 y solo queda la prueba final. Si falla, hay que abrir de nuevo y aplicar microcirugía por cuatro, cinco o seis horas más. Pero presionan, como se aprieta la yema de un dedo, y la piel de esta mama-colgajo se pone blanca para luego enrojecer. La sangre entra y sale. El circuito de la vida ha sido restablecido.

Roselú Olivera.

Ripoll me pasó el número de teléfono y me dijo que ella, la paciente, no solo había autorizado este relato y estas fotos, sino que quería dar su testimonio posterior. Han pasado 17 días de la reconstrucción mamaria y llamo. "Hola". "Hola, buenas tardes".

Roselú Olivera tiene 40 años, vive en Melo, está separada y tiene un hijo de 11. En 2014 le diagnosticaron cáncer y el 22 de setiembre de ese año le sacaron la mama derecha. Tuvo 12 sesiones de radioterapia y ocho de quimioterapia. Tenía el pelo morocho por la cintura, pero a la caída del primer mechón se lo rapó ella misma. Solo un día lloró de rabia y rompió algunos adornos en su casa.

Increíblemente trabajaba en una carnicería, cobrando pero también cortando huesos, carne y grasa. Con la enfermedad, quedó desempleada. Su madre la acompañó al Pasteur para su operación del 11 de julio pasado. Estuvo nueve días internada y se volvió en ómnibus a Melo. La única molestia: un dolor en la espalda por tantos días acostada boca arriba.

Ya le sacaron los puntos y ha vuelto a usar ropa con escote. Bajó dos talles de cintura. "Estoy feliz. Siento que después de tres años, entro en la etapa de la recuperación", dice. Quiere volver a trabajar y tener una pareja. "Cuando te sacan un seno, te sentís media mujer", dice. Quiere dar su testimonio con nombre y apellido para agradecer y para alentar a otras mujeres en su situación a que se animen a la reconstrucción mamaria.

Tiene Facebook como Rose Olivera, pero yo todavía no sé si entrar a verle el rostro.

Las reglas claras dentro del quirófano.

El o los cirujanos toman todas las decisiones. Trabajan con un asistente y un instrumentista.

El o los anestesistas participan al principio para sedar y permanecen todo el proceso para controlar los signos vitales y, eventualmente, aplicar más anestesia.

Por lo menos hay cinco tamaños y espesores de hoja de bisturí. Cada cirujano elige el que le va mejor a su puño.

El aire acondicionado suele estar en los 18 grados o menos. El que opera trabaja bajo una potente luz que da calor. Los demás se abrigan.

Todas las gasas y los instrumentos se cuentan antes y, al final, se disponen en el piso para controlar que nada haya quedado dentro del paciente.

Un servicio del Pasteur al que sueñan como centro nacional.

El Servicio de Cirugía Plástica y Microcirugía del Hospital Pasteur funciona desde la década del 70. Tiene funciones asistenciales (opera), de docencia e investigación. Allí se forman gran parte de los cirujanos plásticos del país.

Gonzalo Fossati, jefe del servicio, quiere transformarlo en un centro nacional de acceso a todos los uruguayos, en especial a la microcirugía. Hoy solo atiende a los pacientes de ASSE. A nivel privado se realizan estas intervenciones pero con menos frecuencia y con los mismos médicos del Pasteur.

"Cuando uno centraliza, aumenta la cantidad de operaciones y se aceita todo el proceso", dice Fossati.

Además de microcirugía, que implica la reconstrucción mamaria o el reimplante de miembros o huesos, en el servicio se realizan todas las intervenciones del campo de la cirugía plástica como la maxilofacial, cirugía en traumatismos de mano, cirugía oncológica o remodelado corporal pospérdida masiva de peso, entre otras.

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El equipo de microcirugía del Pasteur interviene a unos 70 pacientes al año. Foto: M. Bardesio

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